por Miguel Juez
La Iglesia está inserta en la
sociedad, el Señor así lo ha dispuesto, y ha sido llamada a impactar y «marcar huella» en la misma. Cuando deja de cumplir esta función, el proceso puede llegar a invertirse y bien puede destruirse todo el trabajo realizado …
Hace unos días leía un pequeño libro de Aamin Maalouf, Identidades asesinas. Entre otras ideas afirma la siguiente: «suele concederse demasiado valor a la influencia de las religiones sobre los pueblos y su historia, y demasiado poco a la influencia de los pueblos y su historia sobre las religiones. La influencia es recíproca, la sociedad da forma a la religión, la cual a su vez da forma a la sociedad».
Pueblo de impacto
El pueblo de Dios a través de su historia ha alterado en mayor o menor medida la sociedad de su entorno. Algunos ejemplos de esto han sido:
El mensaje de Jonás en un sentido amplio, Israel, como pueblo, era el responsable de transmitirlo, para que Nínive volviera su rostro a Dios, provocó que 120.000 personas se vistieran de cilicio y se sentaran en cenizas arrepentidos de sus pecados. Este es un mensaje que transformó la sociedad.
En los siglos VII y VIII d.C., durante los regímenes de los reyes Ezequias y Josías, ocurrieron cambios que transformaron al pueblo de Israel, y, aún, alcanzaron a las naciones vecinas.
Del mismo modo, el libro de los Hechos hace referencias a transformaciones que experimentó la sociedad de aquellos tiempos por el mensaje que la Iglesia proclamaba y vivía:
- Después de que Pedro sanó a Eneas se convirtió la ciudad de Lida (esta ciudad llegó a tener una fuerte comunidad cristiana, y fue quemada por el ejército romano en 66 d.C.) y la de Sarón. Igualmente, en la ciudad de Jope se hizo notorio que el apóstol había resucitado a Dorcas (Hch 9).
- Algunos chipriotas y sirenios, entre los que habían sido esparcidos, predicaron a los griegos y el evangelio comenzó a operar cambios entre los gentiles (Hch 11.21).
- Alborotadores de la ciudad de Tesalónica declararon acerca de Pablo y su equipo: «estos que trastornan el mundo entero han llegado aquí» (Hch 17.6).
- En Corinto, cuando Pablo decidió ir a los gentiles con el mensaje del evangelio, Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa y muchos de la ciudad se unieron a él (Hechos 18.8).
- En Éfeso, muchos traían sus libros de magia y amuletos para quemarlos (Hch 19.122).
En su libro Hacia una teología del avivamiento Dorothy de Bullón nos habla acerca de tiempos más recientes en los que el mundo observó avivamientos que revolucionaron profundamente la sociedad. Entre otros, menciona:
- Gales, Escocia (19041905).
- Las tiendas de la ciudad cerraban temprano y la gente salía de las minas para ir a la iglesia. En vez de escucharse blasfemias entre los mineros, se escuchaban coros de voces varoniles que cantaban mientras trabajaban.
- Corea (1907). La proclamación del evangelio causó actos de restitución de bienes robados, y también las personas acudieron, casa por casa, a pedir perdón a sus vecinos por las ofensas perpetradas contra ellos.
- Chile (1909). La transformación de la clase baja de la sociedad provocó la conversión de muchos malhechores y criminales conocidos.
- Ruanda (1936). Un distintivo del mover de Dios en ese país fue la estrecha comunión que nació entre las diferentes tribus, especialmente entre los Hutus y Tutsis.
- La isla de Timor, Indonesia (19651970). El impacto sobre esa sociedad fue tal que desaparecieron muchas de las prácticas más habituales entre los habitantes de la isla, entre ellas la ingesta desenfrenada de grandes cantidades de bebidas alcohólicas.
Más allá de poder o no identificar un avivamiento en muchos lugares de la Latinoamérica actual, sí podemos afirmar que la Iglesia ha marcado cambios y transformaciones en la sociedad. Hace poco tiempo un documental publicó los dramáticos cambios que se han vivido, por ejemplo, en una cárcel de Coronda, provincia de Santa Fe, Argentina.
Pueblo impactado
En muchos de los países europeos, sin embargo, encontramos claras evidencias de una iglesia impactada por la sociedad que la rodea. Las razones son diversas, pero no cabe duda de que ella ha sufrido el efecto negativo que el pensamiento de la sociedad supo impregnar en su seno. La iglesia moldeada por una sociedad posmoderna es el claro resultado de no atender a la advertencia que el Señor entregó a Jeremías para el pueblo:
«Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás, y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti y tú no te conviertas a ellos» (15.19 RVR-1960).
Es evidente y notorio que la sociedad de hoy, tanto en España como en el resto de Europa, dista mucho de ser lo que era hace veinte o treinta años atrás. Los cambios se operan aceleradamente y afectan cada área de la sociedad. La ciencia y la tecnología experimentan los mayores avances. La información y las noticias cruzan miles de kilómetros en cuestión de segundos y poco o nada se escapa de los ojos de los periodistas. Lo que antes las sociedades defendían a ultranza, hoy ya parece anticuado, pasado de moda. Ya se ha instalado en la mente colectiva la idea de que no existe una verdad absoluta, pues todo ha pasado a ser relativo.
El ejemplo más claro de esto es la institución del matrimonio. Antes se presuponía que el matrimonio heterosexual era la base de la sociedad, y que la unión de un hombre y una mujer era indisoluble. Hoy se ha establecido en la sociedad la convicción de que esto no es más que una cuestión de gustos. El libertinaje ha pervertido la libertad.
Por otro lado las sociedades solían ser mas homogéneas en sus rasgos culturales e idiomáticos. Hoy muchas culturas del mundo han perdido su identidad, y se han generado conjuntos multiétnicos, multirraciales y multiculturales. Los espacios humanos están más mezclados y el mestizaje poco a poco comienza a ser más visible. Emerge una nueva sociedad, con características propias y sin disposición a considerar si sus nuevos planteamientos son o no acertados.
La realidad de estos avances ha provocado que el mundo se haya vuelto muy pequeño y ha dado lugar al acuñamiento de la frase «la aldea global».
Pero así como las sociedades han asimilado los cambios que el progreso y la búsqueda del bienestar común han exigido, la Iglesia, por diferentes razones, ha quedado relegada y su avance ha sido lento y perjudicial. En muchos sentidos la diferencia que debería distinguir al pueblo de Dios de la sociedad es prácticamente inexistente. Muchas de las congregaciones de nuestros tiempos viven según los mismos valores y los mismos intereses que aquellos que nunca han tenido contacto con el reino de los cielos. En efecto, el pueblo de Dios es «pueblo de Dios» solamente por nombre.
La necesidad de conversión
En un mensaje que compartí, hace doce años, en un encuentro de pastores paraguayos en la ciudad de Asunción, recalqué que la iglesia necesita experimentar y vivir un proceso de conversión profunda en direcciones bien definidas, que la capacite para ser un referente para la sociedad que la rodea.
El mejor ejemplo del proceso que debe vivir lo encontramos en las diferentes conversiones que vivió Pedro, tal como las identificó el Dr. Sydney Rooy en su presentación en Clade III, Quito, 1992.
Sydney Rooy añade: «es relativamente fácil convertir a una persona que busca paz, sentido en la vida, que está marginada, necesitada, que está buscando algo. Pero es un milagro increíble convertir a una persona aferrada a su propia tradición, su propia ortodoxia, su propia dogmática, porque tiene toda la verdad ya definida. No hay nada más que aprender. Y uno llega a ser desgraciado en lugar de ser lleno de gracia».
La conversión de la Iglesia resulta de la respuesta al llamado a una reflexión sincera y audaz que le permitirá modificar su acercamiento a la sociedad. Esta sociedad necesita, como nunca, escuchar el mensaje transformador del evangelio, ser persuadida a creer que el cristianismo vale la pena. Pero en esa tarea, la Iglesia debe cuidar de no diluir sus principios bíblicos ni a transigir a costa de ellos.
Para experimentar esta conversión debe cambiar la visión etnocéntrica de sí misma y de la misión, que como Iglesia le ha sido encomendada. Este cambio de visión constituye, en efecto, un llamado a acercar el evangelio a todo tribu, raza, pueblo, lengua y nación. Necesita, con urgencia, comprender y aceptar que el mensaje del evangelio es, también, para todos aquellos que son diferentes a nosotros.
Entiendo que para que esta conversión ocurra se requiere que la Iglesia revise su propia cosmovisión cultural y religiosa para que encaje dentro del marco de referencia que dejan el ejemplo del Señor y el mismo apóstol Pablo (1Co 9.1922). También se requiere que comprenda que no es suficiente con sentirse parte de la sociedad. Se debe trabajar para ser parte, para integrarse y ser integrado el camino que debe recorrerse es de doble vía.
Una comunidad única e irrepetible
La Iglesia vive valores que son propios del Reino y dan testimonio de su origen. Desde su mismo génesis estos valores la caracterizan y la diferencian de cualquier otra comunidad o cultura.
La cultura del Reino, sin embargo, no es una cultura excluyente. Es una cultura integradora, por la cual las características propias de los pueblos se convierten. Es una cultura que suma, que supera diferencias, que une, que rompe para edificar, para transformar, para cambiar, para construir algo de infinito mayor valor.
Los valores del Reino trascienden lo racial. Pablo declara: «ya no hay judío ni griego». Trasciende lo social: «ya no hay esclavo ni libre». Trasciende los valores propios de los géneros: «ya no hay varón ni mujer». No obstante, estos valores se oponen a los de la sociedad de hoy. La tendencia a pensar y obrar independientemente de los demás (individualismo), por ejemplo, es uno de los valores defendidos a ultranza por la sociedad y el mundo de hoy. El hombre actual vive para sí mismo y su prójimo adquiere valor en la medida que le brinde algún beneficio o placer. En una comunidad de fe, sin embargo, este valor pierde todo su poder porque ella encuentra en el prójimo el cumplimiento de su amor a Dios (amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo). La Iglesia no puede amar a Dios, si paralelamente no ama a su prójimo (Ro 9.3; 1Co 9.22; 1Jn 3.1416).
Un privilegio
La multi sabiduría de Dios utiliza la historia actual de los pueblos para bendecir a su Iglesia, bendición que no está exenta de responsabilidad. El futuro inmediato abre puertas a nuevas experiencias cúlticas. Es sabio y prioritario repensar nuestros modelos de cultos, y no nos enclaustremos en nuestras tradiciones y prácticas. Es posible que en el futuro inmediato las iglesias que desarrollen intencionadamente un espacio cúltico multi-étnico serán las que logren el mayor impacto sobre la vida de los demás.
Por eso se hace necesario dar un salto de generosidad, sin ingenuidad, y abrir los brazos para dar cabida, dentro de sus propios esquemas de eclesiología y liderazgo, al hermano diferente, con un trasfondo diferente, una cultura diferente, una lengua diferente, una manera de expresar su fe desde su propia cosmovisión cultural diferente, donde muchas veces la experiencia precede a la fe.
Isaías 54 nos ofrece un interesante modelo a examinar, no solo en términos misiológicos sino eclesiológicos.
No cometamos el error de pensar que los cambios deben afectar la esencia de la fe. El valor de la fe descansa en la persona en quien depositamos esa fe, y no en la manera de expresarla.
Cada iglesia local debe «extender sus estacas», para ampliar el impacto de su presencia en la sociedad. Cada una de estas estacas llevará un nombre particular, según el grupo de personas que deseamos alcanzar con las buenas nuevas de Cristo. Mi anhelo es que cada congregación tenga muchas estacas puestas, las cuales expresen el deseo del pueblo de Dios de bendecir y hacer bien a todos los miembros de la sociedad en la que se desenvuelve.
El autor, nacido en Argentina, es misionero en Barcelona, España, y presidente del Instituto Iberoamericano de Estudios Transculturales, con cede en Granada. Está casado con Magda. ©Apuntes Pastorales XXV-2, todos los derechos reservados.