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Integrar a Marte y a Venus

Integrar a Marte y a Venus

por Rebecca y Douglas Groothius

Los ministerios para hombres y mujeres pueden ser eficaces… Pero, ¿son bíblicos?

Para la Navidad del año pasado, Becky quería un calendario diario con versículos de la Biblia. Doug regresó de la librería cristiana local y comentó que le resultó muy difícil encontrar un calendario sin distinción de sexo. La mayoría de los calendarios eran específicos para hombres o para mujeres. De hecho, muchos textos que antes eran comunes para todos los cristianos –Biblias, devocionales, música de adoración– ahora se diferencian por sexo. Es como si los conceptos espirituales básicos y las actividades tuvieran que ser traducidos en dos idiomas: uno masculino y otro femenino.

 

División impuesta

Estos «progresos» nos desconciertan, ya que experimentamos luchas y preocupaciones similares en nuestro diario caminar con el Señor. Sin embargo, si los accesorios de la cultura evangélica reflejan una realidad: evidentemente muchos hombres y mujeres sienten que están en una sintonía espiritual diferente.

 

La proliferación de escritos específicos para cada sexo va de la mano con la popularidad de las conferencias específicas para cada sexo, en las cuales a menudo escuchamos que las mujeres y los hombres tienen diferentes naturalezas psicológicas y diferentes necesidades espirituales.

 

Tal vez, el principal motivo por el cual tanto hombres como mujeres se sienten atraídos por compartir reuniones por separado, es que en la sociedad en general, así como en la iglesia, todos se han vuelto un poco desconfiados del otro sexo. Las relaciones entre los sexos son tan complicadas que muchos de nosotros queremos escaparnos hacia un ambiente donde consigamos disfrutar de la camaradería y del apoyo de aquellos con los que logramos sentirnos emocionalmente seguros.

 

Los miembros de grupos de hombres y mujeres han llegado a insinuar que los de su mismo sexo gozan de algo espiritual especial, incluso superior a los del otro. Esta no solamente refleja pobreza de teología; es el síntoma del deseo de reforzar una identidad de sexo maltratada y acosada en una cultura de conflicto y confusión de los sexos.

 

Otra óptica

¿Es así como Dios quiere que resolvamos nuestros conflictos y diferencias? ¿No es acaso Cristo nuestra paz? ¿No enseñó Pablo que a través de la muerte de Cristo Dios nos ha reconciliado, terminando de esta manera con la enemistad entre los pueblos (Ef 2.14–16)?

 

Tanto cultural como biológicamente, existen diferencias psicológicas generales entre el hombre y la mujer. Una diferencia aparente y popular es que a los hombres les interesa elaborar planes, reglas y decisiones cuando se reúnen, mientras que las mujeres por lo general se interesan más en discutir ideas y compartir sentimientos entre ellas. Estas tendencias diferentes se reflejan en el énfasis de las conferencias de hombres y de mujeres: a los hombres se los insta a ser líderes devotos y a las mujeres se las anima a compartir sus historias de vida unas con otras.

 

La literatura cristiana para hombres señala la necesidad de que el hombre tenga una visión para el ministerio, un sentido de misión más grande que él mismo. Sin embargo, esta no es una necesidad específica referida según el sexo, sino un principio fundamental bíblico aplicable a todos los creyentes sin distinción de sexos.

 

Consideremos, por ejemplo, los objetivos básicos del ministerio de hombres Cumplidores de Promesas: (1) adoración y obediencia, (2) amistad y responsabilidad con los demás creyentes, (3) pureza moral y sexual, (4) compromiso con el matrimonio y la familia, (5) apoyo de la iglesia, (6) reconciliación racial, (7) evangelización. ¿No son cada una de estas metas ejemplares apropiadas tanto para las mujeres creyentes como para los varones creyentes?

 

Los grupos modernos de mujeres cristianas, sin embargo, se basan en animarse y acompañarse mutuamente. No siempre ha sido así. Guiadas por los preceptos bíblicos, las mujeres evangélicas de hace cien o ciento cincuenta años atrás, sentían un gran celo misionero y fueron poderosos agentes de cambio en la iglesia, en la sociedad y en el mundo. Sus esfuerzos contribuyeron de manera significativa al movimiento misionero moderno, a la abolición de la esclavitud, a la protección legal del hogar y la familia, y al derecho de que todos los estadounidenses pudieran votar.

 

Rivalidad destructiva

Si bien las diferencias entre los sexos juegan un papel clave en la formación de algunos ministerios específicos, pareciera que los hombres y las mujeres guardan demasiado en común, especialmente en la dimensión espiritual, como para exigir que la enseñanza bíblica y la exhortación espiritual se presenten de manera diferente en programas masculinos y femeninos.

 

El comportamiento íntegro que Dios desea que desarrollemos es fundamentalmente el mismo tanto para hombres como para mujeres. Los dones y frutos del Espíritu no son distribuidos según el sexo. Todos somos llamados a ser semejantes a Cristo, representantes de este mundo, y a servir como ministros de Cristo.

 

Existen muchas divisiones y rivalidad tanto en la familia de Dios como en la familia humana. Sin embargo, el rencor entre sexos puede ser la división más penetrante y duradera. Desde la Caída, las culturas humanas han favorecido la dominación del hombre y la desvalorización de la mujer.

 

La evidencia de los conflictos y de los malentendidos entre los sexos se puede encontrar en muchos lugares; desde los segmentos políticamente correctos más liberales de la sociedad a los más conservadores. La preocupación por el acoso sexual (a veces válida, a veces exagerada) es un indicio de desconfianza y de hostilidad entre hombres y mujeres. Otro es el pensamiento estereotipado que muchas veces influye negativamente en las expectativas de la gente.

 

Por ejemplo, nosotros soñábamos con la idea de servir juntos en un ministerio universitario. Nos desalentó en gran manera cuando supimos que el director del ministerio pensaba de manera diferente: «Es difícil que las esposas se involucren en este ministerio —manifestó—, porque la mayoría de las mujeres no son cognitivas». Le planteamos nuestra preocupación al ver cómo prejuzgaba a la mujer. Aunque no logramos corregir todos los malos entendidos ni sanar todas las heridas, conseguimos resolver algunos conflictos. Cuando nuestra meta es la reconciliación, el miedo y el resentimiento quedan a un lado.

 

En el libro «Healing America´s Wounds» (Sanemos las heridas de Norteamérica), John Dawson afirma: «las heridas que los hombres y las mujeres se provocan entre sí, constituyen la falla fundamental que genera cualquier otro conflicto humano. Si la diferencia de sexo se utiliza como justificativo de la desvalorización de una parte de la humanidad, entonces se abre la puerta a la desvalorización selectiva de toda la humanidad basada en alguna diferencia de un ideal percibido». En otras palabras, la hostilidad sirve para fomentar y legitimar una trágica variedad de hostilidades étnicas que se basan en una visión de la diferencia como desviación de un estándar preferido. Dawson reconoce que, aunque escribe principalmente acerca de la reconciliación racial, la cuestión del conflicto por el sexo «es el mayor problema de reconciliación de todos, aparte de nuestra necesidad de reconciliarnos con Dios el Padre».

 

Hacia la reconciliación

Bill McCartney confiesa que la primera vez que habló sobre la necesidad de la reconciliación racial se hizo un silencio sepulcral. En ese momento un hombre negro expresó públicamente, entre lágrimas, que nunca había escuchado que un hombre blanco dijera algo así. Cuando Dawson habla acerca de la reconciliación de los sexos y les pide a las mujeres que perdonen los comportamientos misóginos que los hombres han mostrado en contra de ellas, allí también se encuentra con respuestas llenas de lágrimas y de sorpresa. «Esta es la primera vez que he oído a un hombre decir: “Lo siento”», suelen confesarles las mujeres.

 

Cuando Becky escuchó por primera vez un sermón en el que un pastor ofrecía una disculpa hacia las mujeres al estilo de Dawson, se sorprendió y se sintió movilizada. Esta fue la primera oportunidad en la que pudo perdonar los comentarios condescendientes, los desaires y las humillaciones que había recibido de hombres por el simple hecho de ser mujer. Por supuesto que las mujeres no son las únicas que sufren en las guerras de los sexos. También se requiere que los hombres perdonen y que las mujeres se arrepientan. Las municiones vuelan en todas las direcciones.

 

¿Puede ser que la iglesia esté fallando en esta carrera por dividir los recursos en la vida cristiana: libros, música, revistas, grupos de apoyo, estudios bíblicos, versículos bíblicos, seminarios, conferencias, en categorías masculinas y femeninas «diferentes pero iguales»? ¿Puede ser que estemos en dirección opuesta a la unidad, la comunidad y la reconciliación que nuestro Señor quiere para nosotros? ¿Cómo podemos lograr la sanidad de las divisiones raciales y denominacionales dentro de la iglesia si dejamos de lado lo que puede causar la división más profunda y penetrante de todas? ¿Cómo se puede sanar esta división si está continuamente reforzada a través de las divisiones culturales de los sexos?

 

Potencial desaprovechado

Dios creó a las mujeres y a los hombres para que se complementen mutuamente, para trabajar en conjunto con el fin de crear vidas y ministerios bien equilibrados, no para funcionar principalmente en esferas separadas. Si solo nos apoyamos en aquellos que son como nosotros, nuestra alma estará desequilibrada y nuestra fe se truncará. Y si permitimos que las diferencias nos separen, no podremos reconciliarnos unos con otros.

 

La sanidad de las divisiones entre los sexos en la iglesia puede permitir que nuestro testimonio del amor de Dios sea más persuasivo tanto para los creyentes como para los no creyentes. Los hombres y las mujeres que se aceptan y se respetan como amigos, colegas y socios en una variedad de esfuerzos dan testimonio de la unidad y de la reciprocidad que todos los creyentes deben disfrutar en Cristo.

 

Junto con la confesión y el perdón de los pecados, la reconciliación requiere que nos unamos en amor y comprensión.

 

Vemos la equivocación y la vergüenza de un cristianismo dividido en tonos de blanco y negro. Tal vez deberíamos mantener nuestros ojos abiertos, entonces, ante la tendencia de dividir la vida cristiana en tonos de rosa y azul.

 

Preguntas para estudiar el texto en grupo:

1.     En su opinión, ¿cuál es la causa por la que muchos hombres y mujeres creen que están en una sintonía espiritual diferente a la del otro sexo?

2.     Según los autores, ¿cuál es el síntoma más obvio del deseo de reforzar una identidad de sexo maltratada y acosada en una cultura de conflicto y confusión de los sexos?

3.     Desde la perspectiva del evangelio, ¿cuáles son los elementos distintivos que hombres y mujeres guardan en común y que superan las diferencias entre ellos?

4.     ¿Qué pautas deberíamos seguir en la iglesia para lograr la reconciliación entre los sexos?

  

Rebecca Merrill Groothuis es autora de Good News for Women: A Biblical Picture of Gender Equality (Buenas nuevas para la mujer: Una imagen bíblica de la igualdad de los sexos), Baker y de Women Caught in the Conflict: The Culture War Between Traditionalism and Feminism (Mujeres atrapadas en el conflicto: la guerra cultural entre el tradicionalismo y el feminismo), Wipf y Stock. Douglas Groothuis es profesor de filosofía en el seminario de Denver y autor de The Soul in Cyberspace (El alma en el ciberespacio), Wipf y Stock. Copyright © 1999 Christianity Today