Invertir como él lo hizo
por Enrique Zapata
La forma en que Jesús trabajó parece poco eficaz en el ambiente de las reuniones multitudinarias que tanto atesoran los líderes de nuestro tiempo. Sin embargo, Jesús no solamente valoraba la vida del individuo, sino que se tomaba tiempo para invertir en cada uno, individualmente. Este estilo de trabajo fue exitoso únicamente gracias a que Cristo estuvo dispuesto a involucrarse profundamente con las personas.
La forma en que Jesús trabajó parece poco eficaz en el ambiente de las reuniones multitudinarias que tanto atesoran los líderes de nuestro tiempo. Sin embargo, Jesús no solamente valoraba la vida del individuo, sino que se tomaba tiempo para invertir en cada uno, individualmente. Este estilo de trabajo fue exitoso únicamente gracias a que Cristo estuvo dispuesto a involucrarse profundamente con las personas. Entendía que estas no consistían solamente en «almas», sino también en cuerpos, como una unidad, con necesidades y complicaciones reales. En ocasiones estas vidas no funcionaban bien o tenían necesidades puntuales, tales como el abrigo o la comida.
A pesar de estar rodeado casi siempre por multitudes que clamaban por su atención, Jesús siempre tomaba tiempo para el individuo. Se detenía para escucharlo, para preguntar por su vida y sus necesidades. Se tomó el tiempo también para abrazar a los niños, tocar los ojos del ciego y la piel del leproso. De esta manera, demostró que cada persona es de suma importancia para él, y que él considera sus necesidades antes que las de la multitud. A lo largo de los tres años de ministerio público encontró siempre tiempo para interactuar con ellos.
En nuestra cultura, cuanto más popular es una persona, mayor es su tendencia a escapar de la gente, a esconderse de ellos. Tristemente, este estilo es cada vez más común entre los pastores, cantantes y evangelistas más conocidos del ambiente evangélico. Es difícil, y en algunos casos resulta imposible, tener algún tipo de contacto con ellos. Se asocian con sus amigos y están dispuestos a juntarse con otros «grandes», pero difícilmente tienen tiempo para el individuo de la multitud. La excusa siempre es la misma: «¡es imposible!». No obstante, Jesús siempre encontró la forma de lograrlo.
Nadie duda de lo difícil que es moverse entre las multitudes; precisamente por esta razón es tan importante aprender de Jesús.
El patrón en los evangelios
La mayoría del contenido de los cuatro evangelios se concentra en el relato de la interacción de Jesús con individuos o grupos pequeños de personas. Aunque la transcripción de sus mensajes no siempre es toda la que a nosotros nos gustaría tener, sí es posible notar su interacción con otros y descubrir la preocupación de Jesús por las personas. Nuestra obsesión con las enseñanzas el mensaje nos ha llevado además a pasar por alto la riqueza que provee la descripción de cada uno de estos encuentros de Cristo con diferentes personas.
En mi estudio de los evangelios he tratado de prestar especial atención a algunas de las siguientes preguntas: ¿cómo interactuó Jesús con las personas?, ¿cómo trató a la gente?, ¿qué les dijo?, ¿por qué les habló de esa forma?, ¿qué intenciones tenía en cada encuentro?, ¿qué preguntas les hizo?, ¿cómo hizo estas preguntas?, ¿cómo enfrentó la crítica? Algunas de las respuestas que he encontrado a todas mis interrogantes me han sorprendido profundamente, y quisiera compartir con usted las observaciones que más me han impactado.
Dios hecho hombre
Jesús habitó entre los hombres (Jn 1.14) y es evidente que este hecho marcó profundamente la vida de los discípulos. Juan testifica: «vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (1.14). En su primera carta expone su intención de compartir «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida» (1.1). Estos hombres habían disfrutado de una asombrosa cercanía a la persona de Jesús.
El impacto más fuerte y profundo en el ministerio resulta al estar cerca de las personas a quienes Dios nos ha llamado a servir. Esto no solamente implica estar comprometidos con ellos, sino darles acceso a nuestras vidas. La cercanía a ellos permite que se contagien de nuestra vida, de nuestro amor y nuestra pasión. En la medida en que participan con nosotros en la misión que se nos ha encomendado, ellos comienzan también a sentir las mismas cargas que nosotros.
Como líder, usted nunca va a impactar profundamente la vida de otros si ellos no sienten que ocupan un lugar en su vida. El éxito de David, cuando era joven, se debió en gran parte, a que era una persona accesible a los demás, un hombre de muchos amigos. Cuando su hijo Absalom le robó el corazón al pueblo, fue porque él se puso a disposición de la gente, mientras que David había permitido que su función como rey lo aislara del mismo pueblo que gobernaba.
Buscar a la gente
Jesús iba a la gente. Iba a sus casas, sus sinagogas, a los lugares donde ellos desempeñaban su trabajo y celebraban sus fiestas. No esperaba que ellos llegaran a él, sino que se movía en medio de ellos, en los lugares donde realizaban sus actividades cotidianas. Llamó a Pedro mientras remendaba sus redes, a Alfeo mientras se ocupaba de cobrar los impuestos y sanó a Bartimeo cuando levantaba limosnas en el lugar donde mendigaba. Lo encontramos también entre los invitados en las bodas de Caná, o rodeado de pecadores y publicanos en una cena en la casa de Mateo.
Muchos líderes hoy creen que lo que sustenta la vida de los cristianos es una interminable sucesión de reuniones en la iglesia. Sin embargo, el mayor impacto no se logra con los resultados de las reuniones, sino en la interacción que logramos tener con las personas en sus casas, sus lugares de trabajo, sus fiestas y sus reuniones familiares. Cuando Jesús nos encargó «id y haced discípulos» nos animaba a que imitáramos el modelo que él había utilizado. Cuanto más tomemos nosotros la iniciativa de salir a tocar vidas, mayor impacto tendremos.
Interés genuino
Jesús demostró un genuino interés en la vida de los demás. Utilizó preguntas directas con ellos, con las cuales se abría el corazón y la mente de la gente. Luego les daba la oportunidad de compartir sus respuestas, mientras él les escuchaba atentamente. Los evangelios, que contienen un escaso relato de las enseñanzas de Jesús, revelan que una de las técnicas más eficaces del Maestro era, justamente, su uso de preguntas. En sus páginas encontramos al menos cien diferentes preguntas que él formuló a lo largo de tres años de ministerio.
Resulta de sumo interés observar la forma en que muchos líderes entre nosotros interactúan con su gente. Ellos normalmente monopolizan la conversación, hablan sin cesar de sus logros y proyectos, sin tomarse siquiera un momento para interesarse en lo que otros tienen para compartir. Incluso cuando otros tienen deseos de hablar, no les dan la oportunidad de hacerlo. ¡Qué diferente es el ambiente cuando un líder sabe hacer preguntas que estimulan a otros a hablar, a compartir sobre sus vidas, pensamientos y sensaciones! Jesús abrió las puertas para que otros pudieran hablar y contar lo que estaban pensando o necesitando.
Conexiones reales
Jesús se conectaba con las personas. Resulta muy fácil estar físicamente presente en un grupo de personas sin lograr una conexión con la vida ellos. Pero observemos cómo Jesús captó, con una frase, los pensamientos de Nicodemo. Percibió su deseo más profundo, que era ser parte del reino de los cielos. Con la mujer Samaritana, sin embargo, usó otro enfoque porque ella no era muy religiosa. La cautivó con la oferta de agua eterna. En la mayoría de los casos vemos que Jesús logró entrar a la vida de las personas, mostrando genuino interés por ellos, según las necesidades y los intereses de cada uno.
No es suficiente estar con la gente, necesitamos conectarnos con ellos. Sin embargo, la mayoría de líderes esperan que otros tomen la iniciativa, como ocurre en algunos matrimonios, cuando los cónyuges esperan que sea el otro quien logre la conexión. El desafío que nos presenta el modelo de Jesús es que nosotros busquemos la forma de conectarnos con los de nuestro alrededor. Esto requiere una profunda percepción de la persona, su realidad, sus anhelos y necesidades.
Dimensiones físicas
Jesús no solamente logró conectarse con las personas a nivel espiritual y emocional, sino que muchas veces las tocó físicamente. Tomó la mano del ciego y lo llevó fuera de la ciudad. Puso sus dedos en las orejas del sordo. Tocó la lengua del mudo. Abrazó a los niños. Estiró la mano para tocar a los leprosos. Permitió que una prostituta le besara los pies. En un sinnúmero de situaciones Jesús demostró su profunda comprensión de la necesidad que tienen las personas de recibir expresiones físicas de afecto y aceptación.
El cuerpo es el «envoltorio» del espíritu y no puede divorciarse de él. Por eso, cuando tocamos a otros en amor y pureza, estamos afectando el mismo ser de las personas y en cierto sentido, el contacto físico nos provee del puente necesario para que nuestros espíritus se vinculen de manera significativa. Entonces, precisamente por la dimensión espiritual que existe en el contacto físico, resulta un pecado tan serio tocar en forma incorrecta a una persona, pues el hacerlo produce verdaderos trastornos a los niveles más profundos.
Amistades atractivas
Jesús era un amigo: amigo de pecadores, publicanos y de personas con quienes los religiosos de la época no querían tener ningún trato, y de la misma manera muchísimas veces, también huimos hoy de gente similar. Él por su parte, fue muy criticado por las amistades que tuvo. Pero tome nota de la respuesta de Jesús frente a esta crítica: «Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos» (Mt 11.19). Jesús quiso señalar que la sabiduría de sus acciones estaba, justamente, en los resultados que producía el cultivar este tipo de amistades. Un número cada vez mayor de personas se convertía en «hijos» espirituales como resultado de su compromiso con ellos.
Entonces, se nota cómo los dos elementos que más impactan la vida de las personas y las acercan a una experiencia genuina con Dios, son las buenas obras (Mt 5.16) y la amistad con los pecadores (Mt 11.19; Mr 2.17). Muchos líderes no poseen capacidad alguna para entablar amistades. Las únicas relaciones que entienden son aquellas fundadas sobre el control, donde la comunicación se define en términos de órdenes o un monólogo para provecho propio. Para tener amistades, sin embargo, es fundamental saber valorar a las personas como verdaderos tesoros con los cuales vale la pena compartir la vida.
Compromiso con soluciones
Otra realidad que se nota en la persona de Jesús es que se comprometía en buscar soluciones para los problemas y las necesidades de las personas. Con frecuencia mostró compasión frente a los afligidos y tomó pasos concretos para ayudarlos. Recordemos cuando los discípulos deseaban mandar a la gente a sus casas porque no tenían comida (seguramente ellos estaban también proyectando sus propios deseos de ir a casa y comer); en ese momento, la respuesta de Jesús fue que ellos debían actuar al respecto. Aunque ellos lo consideraban imposible, Jesús los involucró en el proceso de proveer pan y pescado para cada una de las personas presentes.
Muchos hablan de las necesidades que otros tienen o utilizan sus predicaciones para indicarles a los demás la salida a sus dificultades. Mas son pocos los líderes que están dispuestos a involucrarse en forma significativa en la búsqueda de una solución práctica para los problemas de otros. El líder sin embargo, ha sido llamado para proveer mucho más que instrucciones a los necesitados. Debe estar dispuesto a caminar con la persona en la implementación de las soluciones, hasta que se pueda poner en pie por sí sola.
Respeto por la libertad
Jesús mostró un profundo respeto por la libertad de decisión que los seres humanos tenemos. Los evangelios no registran un solo incidente donde Jesús manipule a las personas ni las obligue a tomar decisiones en contra de su propia voluntad. En lugar de esto, el Maestro utilizó la verdad, la firmeza y la gracia para ayudar a las personas a tomar decisiones por sí mismas. Cuando sus juicios los llevaban a escoger aquello que no les convenía, no les reprochaba. Tal es el caso del joven rico que, aunque el texto indica que Jesús lo amó, lo dejó ir con la decisión que había tomado (Mr 10). Del mismo modo, cuando Pedro insistió en que quería dar su vida por él, Jesús calló y permitió que siguiera adelante con la decisión que había tomado (Mt 26).
En su segunda carta a Timoteo, el apóstol Pablo señalaba: «porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad.» (2.2425). Cuando tratamos a la otra persona con respeto y bondad, no insistiendo en que tienen que hacer lo que nosotros decimos, creamos el espacio para que el Espíritu de Dios trabaje en sus corazones y corrija sus errores en el momento oportuno.
Pasión por la persona total
Jesús demostró siempre un interés por las necesidades completas de las personas, incluyendo lo material, lo emocional y lo físico: fue específicamente a la casa de la suegra de Pedro para sanarla (Mr 1) y tuvo compasión de la multitud porque la hora estaba avanzada y nadie había comido en todo el día (Mr 5). También, luego de una intensa experiencia de ministerio, llevó a los discípulos a un lugar solitario donde pudieron recuperar sus fuerzas (Lc 9.10). En todo momento, demostró que la vida de las personas no puede ser divorciada del ambiente, las relaciones y la realidad que son parte de su experiencia cotidiana.
Muchas veces, en la iglesia cometemos el pecado de interesarnos solamente en la utilidad que las personas tienen para que sigan en funcionamiento nuestros programas, pero cuando por alguna razón ya no sirven, las descartamos. Mas Dios nos llama a que nos interesemos por cada aspecto de la vida de las personas que él nos ha confiado. Ellos se sentirán amados cuando vean que nosotros estamos pendientes de todo lo que es parte de su vida, aun cuando esas partes no tengan relación directa con nosotros o con la iglesia.
¡Andemos como él anduvo!
Luego de que Cristo resucitó, se presentó ante sus atónitos discípulos. Una vez que logró calmarles les habló claramente acerca de la tarea que tenían por delante: «Como me envió el Padre, así también yo os envíó» (Jn 20.21). Esta sagrada comisión es un llamado a que nos involucremos profundamente con las personas a nuestro alrededor, tal cual lo hizo Jesús. Tomemos el tiempo necesario para tocar vidas. La eternidad será diferente como resultado de nuestro compromiso.
Apuntes Pastorales Volumen XXI Número 4