Invitación: ¿honesta?
por Leighton Ford
No pocos de nosotros nos hemos sentido ofendidos por invitaciones públicas que han tocado nuestra teología, nuestra integridad o nuestra sensibilidad.
Hay algunos «llamados a pasar al frente» que, personalmente, desearía no haberlos oído jamás y de los cuales dudo que hayan cambiado a alguien. Recuerdo a un evangelista carismático que insistió y amenazó a su audiencia hasta que el número de personas que Dios le había «revelado» pasó al frente esa noche. Pero también recuerdo a otro hombre con don de sanidad, que imponía sus manos con suavidad y autoridad sobre los que iban a arrodillarse al altar de una iglesia anglicana.
Viene a mi memoria la actitud de otro evangelista en la capilla de la Universidad de Wheaton que recorría la audiencia con su dedo índice como un ángel vengador; su invitación era tan general que uno se sentía presionado a pasar por cualquier motivo; como si Jesús fuese una especie de mendigo espiritual y no el Señor. Por otro lado, he visto a Billy Graham de pie, en silencio, con los brazos cruzados y los ojos cerrados, como cualquier espectador, mientras una multitud de africanos, europeos y asiáticos pasaban al frente en Sudáfrica para estar juntos de pie bajo la cruz.
¿Cómo podemos nosotros hacer una invitación honesta?
El verdadero invitadorAnte todo, debo ser honesto delante de Dios. El único derecho que tenemos para pedirle a la gente que entregue su vida a Dios se debe a que Él los llama. El mensaje del evangelio es a la vez una afirmación y un mandamiento: afirma lo que Dios ha hecho y exige una respuesta: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos emba-jadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Co 5.19-20): Dios ruega por medio de nosotros.
Debo presentar su mensaje con fidelidad y hacer su llamado confiándole a Él los resultados y dándole a Él la gloria. Mi parte es serle fiel, Su parte es producir fruto.
Años atrás, durante una serie de encuentros conducidos por R. A. Torrey, sucedía que en las primeras noches no había respuesta. Homer Hammontree, el director de canto se dirigió a Torrey angustiado. El evangelista respondió: «Ham, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. Buenas noches, me voy a descansar.»
Luego, una de las noches que siguieron, hubo una tremenda manifestación del Espíritu y mucha respuesta. Hammontree estaba alborozado. Nuevamente Torrey dijo con calma: «Ham, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. Buenas noches, me voy a descansar.»
Me resulta difícil ser tan indiferente, pero admiro la honesta fidelidad de Torrey hacia Dios.
¿Por qué lo hago?También debo ser honesto conmigo mismo. ¿Por qué hago una invitación? ¿Porque así se supone en mi iglesia o mi tradición? ¿Porque necesito la confirmación de ver gente que responde? O, por otro lado, ¿no hago una invitación porque temo al ridículo si nadie responde? ¿O temo a la crítica porque la invitación no es parte de la tradición denominacional?
La única razón apropiada para hacer una invitación es que Dios llama a la gente a tomar una decisión. Desde Moisés («¿Quién está de parte de Dios?»), pasando por Elías («¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?»), hasta Pedro («Arrepentios y bautícese cada uno») y Pablo («He predicado que se arrepientan y se vuelvan a Dios y demuestren su arrepentimiento con sus obras»), la tradición escritural ha sido predicar para provocar una decisión. Se ha señalado que a casi todas las personas que Jesús llamó lo hizo públicamente. Imagínenlo diciéndoles a Santiago y a Juan que dejen sus barcas… a Zaqueo que descienda del árbol… al paralítico que se levante y camine.
Ninguno de nosotros tiene motivaciones completamente puras, por eso es necesario orar continuamente. «Señor, no permitas que haga la invitación porque necesito ver resultados. Tampoco permitas que la evite por temor a ser criticado. Debo hacerlo sólo porque tú amas a esta gente, quieres que te conozcan y me has pedido que se los diga.»
Decidido y abiertoDespués de ser honesto conmigo mismo, debo serlo también con la audiencia. Muchas personas desearían conocer a Dios, pero nadie se lo ha dicho con claridad. Tony Campolo, un sociólogo de Filadelfia. Se encontraba sentado en una reunión de oración próximo al gobernador de su estado y descubrió que este se mostraba abierto pero nunca había dado su vida a Cristo.
¿Por qué no?, le preguntó Campolo.Nunca nadie me lo pidió, respondió el gobernador.Yo se lo estoy pidiendo.Muy bien, lo haré, respondió el gobernador para su sorpresa.
Las Escrituras usan muchas metáforas para describir el paso de fe: venir, seguir, arrodillarse, abrirse, recibir, volverse. Una invitación es una expresión simbólica de una realidad espiritual; ni más ni menos. ¡Y la debemos explicar!
Cuando le pido a la gente que pase al frente al final de una reunión evangelística trato de poner en claro lo que quiero decir. Antes de comenzar el sermón digo algo así: «Esta noche, al finalizar mi charla, voy a pedirles expresar su decisión. Voy a pedirles que pasen al frente como una expresión exterior de una decisión interior. Así como uno sella un acuerdo con un apretón de manos, o como una pareja sella su unión en el casamiento, les pido que expresen su compromiso. Caminar hasta acá no los hace cristianos; pero al hacerlo están diciendo con el corazón: «Dios, voy a vos y dejo atrás aquellas cosas que están mal y son pecado. Confío en Cristo como mi Salvador y vengo para seguirte en tu iglesia, de ahora en adelante.»
La gente necesita saber lo que significa y lo que no significa responder a su invitación. Tienen que saber que deben ser cristianos abiertos, no creyentes privados y que este es un modo de expresarlo. También es importante que sepan que no es obligatorio; si bien se requiere confesión (Ro 10.9), en ninguna parte las Escrituras exigen que se levante la mano, se pase al frente o se firme una tarjeta para confesar a Cristo.
En mis invitaciones, generalmente, digo: «No es necesario pasar al frente para ser cristianos, pero sí tienen que confesar a Cristo y seguirlo abiertamente.» Algunas personas son demasiado tímidas hasta para ir a la iglesia o ser parte de un grupo; ni pensar en pasar al frente. Algunas personas demasiado escrupulosas viven con una carga profunda porque «no pasaron al frente» en un momento determinado. Tienen que saber que pueden ir a Dios en el santuario de sus corazones y luego expresarlo con sus vidas; pero también tienen que saber que hay algo en la expresión abierta que afianza y sella esa fe interior.
A otras personas es necesario decirles honestamente que no deben postergar el llamado de Dios. «No decidir es decidir», puede que sea una frase muy común, pero es verdad. Oir la voz del Pastor y pretender no escuchar es peligroso. Una invitación honesta debe decir con ternura y firmeza: «Hoy es el día de la salvación».
Algunas personas necesitan saber que Jesús es una alternativa, no un aditivo a la buena vida. Por su cruz Él ofrece gracia gratuita, pero no gracia barata que no tiene cruz para nosotros. Nuestro Señor no es el Gran Proveedor Celestial. Nuestra invi-tación no es: «Lo has intentado todo, ahora pon un poco de Jesús en tu vida». Mickey Cohen, un contrabandista, quería saber por qué, si hay políticos cristianos y cantantes cristianos, él no podia ser un gangster cristiano. Fue una novedad para él saber que Cristo no vino para confirmar sus pecados sino para salvarlo de ellos.
Más de un métodoEntonces, ¿cómo hacer la invitación? Debe ser preparada con tanto cuidado como el resto del mensaje. ¿Debería hacerse la invitación en cada reunión de culto? Cada pastor y evangelista tendrá que establecerlo según las circunstancias. Pienso que se debe presentar la invitación con regularidad en aquellas iglesias que por su situación y tamaño cuentan con numerosos visitantes y no-cristianos. Casi todos los domingos, Lloyd Ogilvie, el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Hollywood, dice: «Estoy seguro de que en una congregación de este tamaño hay personas a las que Dios está llamando».
Otros predicadores pueden nece-sitar sentir la guía del Espíritu y extender la invitación en el momento en que el trabajo pastoral y las visitaciones parecen indicarles que es el apropiado. Algunas iglesias, particularmente en Inglaterra y Australia, planifican reuniones espe-ciales, a veces el primer o último domingo del mes, a las cuales los miembros de la iglesia llevan amigos a los que han estado testificando; ellos ya saben que se hará una presentación del evangelio y se invitará a responder.
Toda invitación debe estar acompañada de una oración específica para que el Espiritu Santo guíe a las personas hacia Cristo. Tanto el predicador como la congregación deben cultivar un espíritu de oración a lo largo de toda la reunión. El evangelismo es una batalla espiritual y estoy convencido de que la incredulidad y la indiferencia pueden crear un campo de resistencia. Por otro lado, la fe y la oración pueden contribuir a crear una atmósfera de esperanza y respuesta.
Una invitación honesta, según creo, debería comenzar junto con el mensaje. La gente debe saber lo que va a ocurrir en lugar de ser tomada por sorpresa. Billy Graham inicia la invitación en su oración de apertura. Luego, esta se repite a lo largo del mensaje. No quiero decir con esto que se le dice a la gente una y otra vez que responda, sino que se le pregunta: «¿Se ve a usted mismo aquí? ¿Le ha estado hablando Dios respecto de esto? ¿Siente el llamado de Dios?».
Se han usado muchos métodos buenos. El simple y directo de hacer pasar al frente mientras se canta un himno resulta a menudo efectivo. Siguiendo el ejemplo de algunos evangelistas ingleses, a veces despido a la congregación e invito a las personas interesadas a permanecer unos diez minutos para explicarles cómo pueden entregarse a Cristo.
En algunas iglesias luteranas se invita a la gente a arrodillarse ante el altar o a tomar la mano del pastor al retirarse y decir sencillamente: «Sí, acepto», en caso de responder a la invitación del evangelio.
He visto a cierto predicador pedir, que cada uno se ponga de pie y diga abiertamente «Jesús es mi Señor». Particularmente en invitaciones de rededicación. En algunos almuerzos o cenas evangelísticos, se colocan sobre las mesas tarjetas en blanco en las que todos deben escribir un comentario al mismo tiempo y se pide a aquellos que han recibido a Cristo durante una oración que incluyan nombre y dirección como prueba de su decisión. Es de utilidad hacer que la misma persona le pase su tarjeta al que dirige la reunión, para dar una oportunidad al diálogo y consejo.
En la Primera Iglesia Presbiteriana de Winston-Salem, Carolina del Norte, las personas que desean oración por enfermedad o problemas son invitadas a arrodillarse ante el altar hacia el final de la reunión; resultaría fácil extender la invitación a aquellos que desean recibir a Cristo.
No existe una manera pre-establecida de extender la invitación, pero en toda situación hay alguna que se aplica. Lo esencial es contar con la oportunidad para una oración específica y un consejo bíblico simple. En una reunión evangelística grande, los que aceptan la invitación puede que se incluyan en una oración grupal pero eso no es suficiente; cada uno necesita expresar su fe en Dios de manera individual antes de partir.
Durante mis cruzadas evangelísticas se instruye a los consejeros que pasen al frente al comenzar la invitación. Esto es para ayudar a la gente a no temer avanzar en público y especialmente quedar de pie solo. Para que no haya malentendidos explico abiertamente que estas personas son consejeros que vienen a abrir el camino. Otro predicador a menudo ha seleccionado ancianos para que estén de pie al frente durante el último minuto y así recibir a aquellos que responden. De cualquier manera, los consejeros deben estar preparados de antemano y provistos de literatura básica sobre la fe y el caminar cristiano. El diálogo entre ellos y las personas que deciden seguir a Cristo puede tener lugar frente al altar o en una habitación tranquila próxima. También es importante que en las siguientes cuarenta y ocho horas haya un seguimiento, ya sea telefónico o personal.
Recomendaciones
- Al extender la invitación, hágase eco de los sentimientos de las personas que están al borde de la decisión. Comprenda su temor al ridículo, a no ser capaz de continuar, al qué dirán. Escuche la voz interior que les dice que esto es muy difícil, que pueden esperar; que no es tan importante. No amenace. Explique de manera muy simple qué es lo que les está pidiendo que hagan; si quiere que se pongan de pie, que avancen al frente y esperen hasta que haya orado; dígales exactamente lo que sucederá.
- No dé indicaciones por etapas, pidiéndoles «solamente» que levanten la mano, luego «solamente» que se pongan de pie y luego «solamente» que pasen al frente. Esto no quiere decir que nunca debemos hacer una invitación en dos pasos, sino que no debemos engañar a la gente o hacer que se sienta usada.
- Haga que el significado de la invitación sea claro. No creo que sea erróneo hacer una invitación con varios propósitos: salvación, rededicación, etc.; pero sí creo que es erróneo hacerla tan vaga que resulta sin sentido. Por otro lado, tampoco dé una explicación tan larga que resulte confusa. Tenga paciencia, dándole a las personas tiempo para pensar y orar, ya que pueden estar enfrentando conflic-tos internos. A veces esos momentos parecen terriblemente lentos para usted, pero sea paciente. Sin embargo, tampoco se extienda demasiado cuan-do no hay respuesta, diciendo veinte veces: «Una estrofa más». Repita la invitación una o dos veces, pero no predique su sermón nuevamente.
- Presente la invitación con convicción, con coraje, con urgencia, con expectativa; pero no intente tomar el lugar del Espíritu Santo. No es fácil encontrar el equilibrio. Encuentro de ayuda pedir a Dios que me hable a mí tanto como a través de mí. ¿Y qué si nadie responde? ¿Se siente avergonzado? Yo me he sentido así gran número de veces; pero la vergüenza pasa y lo que queda es la convicción de haber hecho una invitación honesta para la gloria de Dios y aunque nadie haya respondido, han enfrentado la decisión de aceptar a Cristo. ¿Quién sabe cuándo lo que han visto y oído será usado para traerlos a la fe? ¿Y si la gente responde? Puede regocijarse y orar para que sigan a Cristo en la iglesia y en sus tareas diarias.
Revista Leadership. Usado con permiso. Leighton Ford, es evangelista, ayuda a los ministerios juveniles. Además de predicador es escritor. Todos los derechos reservados. DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.