Juan 10,27-30 – nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre

Texto del evangelio Jn 10,27-30 – nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre

27. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.
28. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
29. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
30. Yo y el Padre somos uno.»

Reflexión: Juan 10,27-30

Cuesta escoger la frase u oración que habrá de acompañarnos en nuestra meditación, porque a pesar de ser 4 versículos cortos los que se nos sugiere para esta reflexión, la revelación que nos hace en ellos el Señor es de tal profundidad y trascendencia, que difícilmente podremos agotar los aspectos más significativos en estas líneas. Trataremos de extraer cuanto podemos alcanzar, iluminando nuestra vida y nuestro accionar cotidiano. Creemos que reviste singular importancia la reiteración específica de la Divinidad de Jesús. Esto, en principio, para disipar las dudas que para algunos existen respecto a quién es realmente Jesucristo. Es cierto que hay mucho de misterio en Él, para incluirlo en una definición delimitada por nuestros criterios y conceptos. Jesucristo está mucho más allá. No podemos encerrarlo reconociendo en el cualidades de un hombre extraordinario, por más alto que juzguemos este concepto, porque Jesús es muchísimo más. Hemos de estar dispuestos a aceptar lo que Él mismo nos revela, es decir, que Él y el Padre son uno. No reconocer y aceptar la trascendencia de lo que aquí nos está revelando y confirmando Jesús, nos impedirá seguir avanzando en el Camino de la Salvación. Podemos agregar todos los adjetivos grandilocuentes y extraordinarios a Jesús, pero si no estamos dispuestos a reconocer y creer que Él es Dios, porque es uno con el Padre, no estaremos entrando en la sintonía, comprensión y fe de aquello que Él nos revela y que está por encima de cuanto podemos imaginar. Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, es Dios, en unidad con el Padre. Esto es esencial. Es el acto de fe que proclamamos en el Credo. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Una segunda idea en nuestra reflexión podría girar en torno a la grandeza de Dios, que aquí proclama con tanta sobriedad Jesús, que sin embargo, no deja dudas. Es cuestión que nosotros pensemos, meditemos e interioricemos esta idea. Dios es más grande que todos. Esto, dicho así, de forma tan sencilla y escueta, corresponde a uno de los atributos de Dios en el cual obviamente tendríamos que creer, si creemos en Dios. Pero si bien esto suena lógico, muchas veces nos resulta más lógico y razonable aceptar que hay varios Dioses o creencias similares, que nos sentimos obligados a aceptar, otorgándoles el mismo rango que el Dios único y verdadero en el que creemos. Pretendemos que existen semejanzas entre Dios, Padre de Jesucristo y Creador del Universo, con los dioses de otras religiones, lo que finalmente se traduce en una resistencia real a creer en Dios, en la certeza de su mensaje y la misión encomendada. No podemos aceptar a medias lo que el Señor nos revela. No hay términos medios. Estamos llamados a creer. Por lo tanto, la pregunta es: ¿creemos o no creemos? Si creemos, no tenemos nada a qué temer y nuestra posición ha de ser firme, en defensa de la Verdad Revelada por Jesucristo. Porque nada ni nadie puede arrebatarnos de las manos del Padre, porque Él es más grande que todos. La fe en Dios exige sostener esta verdad con firmeza, sin dudas, ni titubeos. Estando en Sus manos, no tenemos nada que temer. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Finalmente, ¿qué puede ser mejor para nosotros que contarnos entre Sus ovejas? ¿Qué tenemos que hacer para ser contados entre ellas? ¡Creer en Jesucristo y en quien lo ha enviado! En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna (Juan 6,47). Si como algunos tenemos dificultades para creer, no debemos cesar en nuestra búsqueda incansable, orando permanentemente a Dios Padre, para que nos otorgue esta Gracia. La Bendición de creer, que es la que finalmente nos salva, viene de Dios. Por eso debemos reconocer humildemente que lo necesitamos, que sin Él nada podemos y dejarnos conducir, tal como hacen las ovejas con el Buen Pastor. Jesucristo es el Buen Pastor, por lo tanto debemos estar dispuestos a oírle y a hacer lo que nos manda, con absoluta confianza, porque Él es el Buen Pastor. ¡Qué más podemos querer que ser contados entre las ovejas de Su Rebaño! ¡No nos cansemos de pedir esta Gracia, que es obra del Espíritu Santo, por Voluntad de Dios Padre! El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Oremos:

Padre Santo, danos la Gracia de ser contados entre los elegidos…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

When The Saints Go Marching In

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