Juan 12,44-50 – El que cree en mí

Texto del evangelio Jn 12,44-50 – El que cree en mí

44. Jesús gritó y dijo: « El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado;
45. y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.
46. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.
47. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.
48. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día;
49. porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar,
50. y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.»

Reflexión: Juan 12,44-50

Creer en el Señor es vital, es central. El que no cree no vive; deambula por el mundo, sumido en la oscuridad, sin saber a dónde va. Así, es natural que tropiece, resbale, caiga, se lastime e incluso que pierda la vida. Es lo que ocurre con una oveja que se aleja del redil; poco a poco se va exponiendo a mayores peligros, entre los que no solo se encuentran los depredadores, sino la hostilidad del terreno y las inclemencias del clima. Llega un momento que si no encuentra al rebaño y a su pastor, se expone a una muerte segura; es tan solo cuestión de tiempo. Sea que lo entendamos o no, con nosotros ocurre lo mismo y es esto de lo que nos habla Jesús. Sin Él, somos como entes perdidos, en un mundo sub realista, donde nada parece tener sentido, al estilo de tantas películas de seres humanos ensangrentados caminando con harapos, como sombras tenebrosas, desgarrados y con miembros destrozados. La vida sin Dios es un burdo remedo que no lleva a ninguna parte y termina destrozándonos, despedazándonos y conduciéndonos a la muerte definitiva. De eso tenemos conciencia todos, porque todos podemos ver con los ojos del espíritu y del corazón, aquello que realmente vale la pena. Esta es la impronta de Dios, que es como un sello que todos tenemos, que nos hace vislumbrar el Bien, la Virtud, la Verdad y la Vida como el Bien más grande. Sin embargo, nuestros temores y nuestras pasiones nos hacen dudar de este camino, prefiriendo sujetarnos a la oscuridad y a la mezquindad de cuanto podemos atrapar, aferrándonos a ello, como si de estas cosas dependieran nuestras vidas. Como el águila aquél que se crió entre gallinas, hemos llegado a consentir en nuestro interior que somos pollos y que estamos sujetos a la tierra, a escarbar en busca de gusanos, cuando podríamos expandir nuestras alas y remontarnos por el espacio a aquellas latitudes y horizontes para los que fuimos creados. Jesucristo es la luz que ha venido a abrirnos los ojos, a iluminarnos el Camino, para que dejemos de arrastrarnos y nos elevemos a hasta alcanzar la Vida Eterna, para la que fuimos creados. Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.

Debemos alejarnos de aquellos temores que el maligno ha sembrado en nuestros corazones, por los cuales hemos llegado a creer que Dios es implacable y ha venido a castigarnos. Esto solo nos produce ansiedad, rechazo y temor, lo que finalmente se traduce en alejamiento, por sentir que no merecemos lo que Dios nos propone, porque es inalcanzable, así que mejor nos alejamos y escondemos, antes que nos fulmine con su ira. Nos imaginamos de rodillas, llorando desconsoladamente y pidiendo piedad a un verdugo implacable, que nos despedazará con su espada y por si fuera poco, después nos enviará al fuego eterno del infierno, donde nos chamuscaremos por siempre. ¡Ese no es nuestro Padre Dios! ¡No es el Padre que nos da a conocer Jesús! Hay alguien interesado en forjar esta imagen precisamente para alejarnos de quien solo quiere atraernos por AMOR, no por temor. Ese alguien quiere distorsionar de tal modo la imagen de Dios que guardamos en nuestros corazones, que nos lleve a revelarnos y renegar de quien solo quiere nuestro bien, con la excusa que no es justo que nos someta a tales castigos sin habernos dado una oportunidad. Porque para todo aquello malo que sabemos que hemos hecho, tenemos alguna buena excusa y lo menos que reclamamos es ser escuchados, perdonados y tener una nueva oportunidad. Y, sin embargo, es de eso de lo que más se ha ocupado Jesús: de perdonarnos y darnos una nueva oportunidad. Él ha muerto por todos nuestro pecados; ha dado su vida por ellos, por todos, incluso los más graves que ni nos atreveríamos a confesar, para darnos una Nueva Oportunidad. Está al alcance de todos, de toda la humanidad. Solo hay que pedir perdón, lo que si somos coherentes debe llevarnos a reparar el daño causado en lo que nos sea posible, no seguir haciendo daño y cambiar, haciendo lo que Él nos manda desde este momento: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. En este cambio fundamental está nuestra salvación; volver nuestros ojos a la luz, dejándonos iluminar y andando por el Camino que propone el Señor, hasta alcanzar la vida eterna. Lo que pasó, pasó. Arrepiéntete y marcha para adelante, haciendo el Bien. ¡Tú puedes hacerlo! ¡Solo tienes que quererlo y pedir fervientemente que el Señor te ayude para alcanzar este propósito! ¡Él no te fallará! Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.

Por lo tanto, no existe ese tal juicio de Dios que imaginas y del cual huyes. No lo decimos nosotros, lo dice el mismo Señor Jesucristo. De cualquier modo, el juicio está en que teniendo la oportunidad, la Gracia de ser iluminado por Dios para cumplir tu Misión, no la aprovechas, sino que la desprecias y te escondes, prefiriendo la oscuridad y las tinieblas. Si te has acostumbrado a vivir en un mundo lleno de mentiras y engaños y no haces nada por salir de él, aunque sientas que el Señor te llama a gritos, eres tú el que se está enjuiciando, el que se está condenando. ¡Tú mismo lo estás haciendo! ¡No culpes a nadie y menos a Dios! ¡Dios te ama y todo lo que quiere es que salgas de ese hoyo! Fíjate cuanto lo querrá, que no ha escatimado ningún esfuerzo por sacarte de allí, es decir por SALVARTE! ¡Sí, eso es salvarte, es sacarte de la oscuridad, de la mentira, del engaño, de la podredumbre, para que brille en ti la Luz de Dios! Porque eres hijo de Dios. Porque él te ha creado. Porque no hay nadie a quien le importes más que a Él. ¿O es que conoces a alguien que conociéndote como Él te conoce estaría dispuesto a dar Su vida por ti, que crea tanto en ti, que de su vida a cambio de una oportunidad para ti? ¡Eso es lo que ha hecho Jesucristo por ti, y por cada uno de nosotros! ¡No perdamos esta oportunidad! Si lo hacemos, nos estaremos condenando, pero no culpemos a quien dio su vida sin ningún reparo por todos y cada uno de nosotros. Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.

Oremos:

Padre Santo, ilumínanos para entender en qué consiste creer en Jesucristo, Tu Hijo, dejándonos cambiar de tal modo que demos testimonio de ello con nuestra propia vida…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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