Juan 15,12-17 – yo los he elegido a ustedes
Texto del evangelio Jn 15,12-17 – yo los he elegido a ustedes
12. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado.
13. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.
15. No les llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes les he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer.
16. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda.
17. Lo que les mando es que se amen los unos a los otros.»
Reflexión: Jn 15,12-17
Sin duda el que nos amemos los unos a los otros es central, sino el Señor no estaría repitiendo tanto este mandato, que como hemos dicho ya varias veces, no es una sugerencia, un ruego o algo que tendríamos que pensar y considerar. No señor. Se trata de un mandato, que si hemos sido correctamente educados por nuestros padres sabremos que es vertical, indiscutible y terminante. El mandato lo da el que tiene autoridad. Solo puedes mandar y esperar que tu mandato sea atendido y cumplido cuando tienes autoridad, de otro modo, serás el hazme reír como tantos padres, maestros o personas mayores que mandan a niños, adolescentes y jóvenes y estos ni pestañean y siguen haciendo lo que les da la gana, porque no tienen el menor respeto por la persona que les manda o porque simplemente nadie les enseñó en su vida a obedecer. ¿Es buena tanta permisividad? Hay momentos en la vida que las personas embestidas de autoridad deben mandar, lo que significa que asumen la responsabilidad de cualquier riesgo y que quien obedece ha de tener respeto y confianza absoluta, de otro modo no obedecería, mucho menos si lo que se le manda es incierto. Entonces, la certeza también es necesaria. Un niño –bien criado-, obedece ciegamente a su padre, porque sabe que no lo va a engañar, que no le va a tomar el pelo ni lo va a defraudar. Si el padre le dice salta, él salta. Si le dice agáchate o pégate a la derecha, lo hará. Más tarde, si le dice esto o aquello no te conviene lo considerará y si el padre le manda dejarlo, lo hará, porque más allá de su criterio está la plena confianza y respeto que tiene al criterio y voluntad de su padre que se las ha sabido ganar con AMOR. Esto mismo hace el Señor con nosotros. La pregunta es: ¿le creemos? ¿le obedecemos? No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda.
Si somos huérfanos y de pronto cuando tenemos 30 años aparece un señor que dice ser nuestro padre y nos ordena dejar todo lo que estamos haciendo porque él tiene una hacienda que es mejor que cualquier cosa y nos dará lo suficiente para vivir…¿le obedecemos? ¡Ni hablar! Primero exigiremos explicaciones y pruebas que nos permitan convencernos que lo que está diciendo es la verdad. Si nos muestra los papeles, nos lleva de viaje al sitio, nos lo enseña y por último nuestro abuelo, a quien siempre conocimos atestigua que todo lo que dice es cierto ¿No le creemos? Y si le creemos, ¿no dejaríamos todo lo que tenemos por ir tras lo que nos ofrece, sabiendo que es muchísimo mejor? ¿Y si en esas circunstancias el viene y nos manda ir llevando a toda nuestra familia (esposa e hijos), salir en la madrugada del lunes, para no llegar muy tarde y arrancar la semana allí, siguiendo el camino que cruza el valle y luego va serpenteando al lado del río, hasta llegar a una montaña azul, la cual tendremos que atravesar por una cueva que se encuentra en el costado derecho? ¿Y qué haremos, si además nos dice que no llevemos nada más que una antorcha para iluminarnos al llegar a aquella cueva y que al final lo encontraremos a él esperándonos en el campo que será nuestra herencia? ¿No haremos lo que nos manda? ¿O tomaremos otro camino y saldremos a otra hora, solos -sin la familia-, llevando todo el equipaje que podamos? Si así lo hiciéramos, seríamos unos necios, o unos incrédulos. ¿Por qué nos engañaría nuestro padre? ¿Por qué nos mentiría nuestro abuelo? Si no nos cabe en la cabeza tal situación, ¿por qué no obedecemos lo que Dios nos manda? ¿No le creemos? ¿Es que no nos ha dado suficientes pruebas de su Divinidad, omnipotencia, sabiduría e infalibilidad? Dios nos AMA y nos manda a través de Su Hijo Jesucristo lo que nos conviene; lo que debemos es OBEDECERLE. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda.
Se me viene a la cabeza la historia de aquel joven que quería aprender a conducir. Para no terminar peleando con su padre le pidió a su hermano mayor que fuera él quien le enseñara, dado que manejaba muy bien. Subieron ambos al vehículo, pero como el menor no tenía ningún respeto por el mayor, aunque este último empezó por decirle como debía fijarse en los pedales y en los cambios y para qué servía cada cosa, el menor, que como es frecuente, ya había pensado lo que quería hacer y en lo sencillo que tendría que ser manejar, puesto que todo el mundo lo hacía, sin hacer ningún caso al mayor, encendió el motor y puso en marcha a toda velocidad el vehículo, con tan mala suerte que no se percató que a tan solo metro y medio había un buzón de desagüe sin tapa, al que cayeron, reventando un neumático y malogrando la amortiguación. Ahí quedaron las clases por casi un año, en que retomaron, pero ya con otra actitud. El menor decidió calmarse y hacerle caso a su hermano mayor, que además manejaba muy bien. En una semana y haciendo lo que este mandaba, finalmente estuvo listo para dar su examen de manejo, que fue un éxito. Prestar oído al que sabe y acatar lo que con buen criterio dispone aquel en quien confiamos, es lo más recomendable para alcanzar nuestros propósitos. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda.
Una pequeña reflexión sobre quien escoge. Estamos acostumbrados a pensar que somos nosotros los que decidimos seguir a Jesús, que ello depende de nosotros. Yendo un poco más lejos, incluso pensamos que le hacemos un favor, un servicio, una gracia escogiendo a Dios, en vez de ser como tantos otros que no creen en Él. Hasta debía sentirse agradecido con nosotros por haberlo escogido, aun cuando solo sea para unas cuantas horas a la semana. Sin embargo no hay nada más alejado de la Verdad. Dios no necesita de nosotros. Él nos ha creado por amor, es verdad, pero no nos necesita. Sin embargo, amándonos, no puede tolerar, no quiere soportar que finalmente todos nos perdamos, haciendo de su creación un absurdo. No quiere eso para nosotros y cuenta con que nuestra inteligencia nos hará ver el Camino. Puesto que pasan los siglos y seguimos en lo mismo, cumplido el tiempo, manda a Jesucristo, Su propio Hijo a enseñarnos el Camino. Como quiera que algunos no estamos dispuestos a dejarlo todo y a seguirle, traza un Plan de Salvación, que comprendiendo la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, servirá para que finalmente nos logremos convencer que no hay nada mejor que hacer lo que nos manda, con los ojos cerrados, confiando en Él ciegamente, porque nadie nos ama como Él. Toda posible duda ha sido desvirtuada por Jesucristo, lo que ha quedando registrado en los Evangelios. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los conceda.
Oremos:
Padre Santo, danos fe inquebrantable para hacer Tu Voluntad y seguir siempre a Jesús…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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