Juan 6,30-35 – Yo soy el pan de la vida
Texto del evangelio Jn 6,30-35 – Yo soy el pan de la vida
30. Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31. Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.»
32. Jesús les respondió: «En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo;
33. porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»
34. Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
35. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Reflexión: Jn 6,30-35
Jesús nos hace aquí una revelación que no siempre estamos a la altura de comprender. ¿Por qué? Porque decimos muy rápidamente creer, porque hemos sido bautizados y venimos de una familia tradicionalmente católica. Hemos crecido en un hogar católico y por lo tanto hemos cultivado las costumbres y tradiciones católicas. Pero, seamos honestos ¿hemos reflexionado en profundidad quién es Cristo para nosotros o qué significa ser católicos? Hay muchas cosas que hacemos por costumbre y que por lo tanto las damos por descontadas o supuestas, pero jamás nos hemos preguntado en profundidad por qué las hacemos y si vale la pena seguir haciéndolas. Es muy fácil seguir haciendo y repitiendo todo aquello que es bien aceptado por los demás, por nuestro entorno, pero tiene que llegar un momento en la vida en que nos preguntemos si es correcto lo que hacemos y si vale la pena seguir haciéndolo. No en vano hemos sido dotados de libertad, voluntad e inteligencia. Hemos de aplicarlas. Por decir algo, las bancas del templo han estado en miles de Misas, pero no han participado en ninguna. ¿Cómo es nuestra actitud en la Iglesia, en nuestra comunidad, en Misa? No basta ser un objeto más en el paisaje. El Señor nos dice: ustedes son sal y luz del mundo. Tenemos que realzar el sabor. Tiene que saberse que estamos, no por hacernos notar, sino porque no podemos pasar con la indiferencia usual por la que todos pasan, diciendo amén a todo. Tenemos que iluminar, ¿pero cómo lo vamos a hacer si nosotros mismos vivimos en la penumbra? Si no nos sentimos mínimamente inquietos por lo que ocurre en nuestra familia, en nuestro vecindario, en nuestra ciudad, en nuestro país y en nuestra Iglesia, si nos conformamos con todo, pues algo debe estar ocurriendo en nosotros y tal vez sea, que no comprendemos la Gracia que hemos recibido de ser bautizados y cristianos. Examinemos nuestras vidas; tal vez no oramos lo suficiente o lo hacemos memorísticamente, sin prestar atención a lo que decimos; o tal vez no cogemos nunca los Evangelios, que debían ser como nuestro Pan de cada día; o tal vez estamos tan acomodados, que nos hemos vuelto indiferentes a lo que ocurre en el mundo: no vemos, ni oímos, ni nos enteramos de nada, porque no nos interesa, porque no queremos fatigarnos. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
¿Qué nos dice aquí el Señor? En buena cuenta, que no podemos vivir sin Él. Que Él debe ser nuestro alimento. ¿Pero cómo puede ser esto? Pues siendo Él lo primero y más importante. Una vida instalada y cómoda, que se conforma con todo, porque lo tiene todo, es incompatible con Jesús y no puede estar reflejando otra cosa que su vacío. Quién está con Cristo, quién vive por Él no puede estar vacío y por lo tanto tampoco puede pasar indiferente por el mundo, sin ocuparse de cuantos nos rodean, empezando por los más cercanos y terminando por aquellos refugiados que nos parecen tan lejanos, pero que representan al mismo Cristo sufriente y abandonado, cargando solitario la cruz, en medio de insultos y ultrajes. ¡No podemos pasar indiferentes! ¿Qué podemos hacer? Incomodémonos un poco y dediquemos acciones a los demás, a los que sufren, a los marginados, a los que están solos, a los que nadie comprende, a los que no tienen que comer, que leer. Busquemos consolar, acompañar, ayudar a vestir, ayudar a lavar, a ordenar, a pagar deudas…¡No seamos indiferentes! ¡No nos contentemos con estar bien nosotros que un día la tortilla podría darse vuelta! Pongámonos en los zapatos de nuestro prójimo. ¡Qué fácil juzgamos a los demás, pero qué difícil nos resulta ponernos en su lugar! Reflexionemos un poco y seamos misericordiosos, como lo es nuestro Padre con nosotros. Amemos, sin esperar nada a cambio. No hagamos tantos planes, que nos podemos pasar planeando toda la vida y nada más fácil para evadirnos que empezar a planear o buscar excusas para no intervenir. Hagámoslo ahora, aun a riesgo de equivocarnos. Es preferible pecar por error, que por omisión. Hagámoslo sin poner condiciones, pensando en el amor de Dios. Demos, sin esperar nada a cambio. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
¿Cómo podemos hacer que brote en nosotros esta disposición a ser luz y sal del mundo? Pues en general y de acuerdo a nuestra pobre experiencia, no brota por generación espontánea. Hay que cultivarla. ¿Cómo? En primerísimo lugar dando un tiempo importante en nuestra vida a la reflexión de la Palabra de Dios. Dejémonos cuestionar e interpelar por ella. Esto solo es posible si disponemos un tiempo cada día para leer la Biblia, empezando por los Evangelios, que son la Palabra de Dios, dirigida a todos y cada uno de nosotros en forma personal. Allí encontrarás Luz, Verdad y Vida. ¿Pero, por dónde empezar? La Iglesia Católica propone un conjunto de lecturas para cada día del año en lo que se conoce como el Calendario Litúrgico. Familiaricémonos con él. Nosotros aquí lo seguimos. Cada reflexión que proponemos corresponde a la lectura que la Iglesia indica para esa fecha. Es verdad, adicionalmente al Evangelio que nosotros reflexionamos, la Iglesia propone normalmente una primera lectura usualmente de alguno de los libros del Antiguo Testamento y un Salmo…todos relacionados y orientados a reforzar aquello que el Señor nos comunica en el Evangelio. Nosotros nos hemos quedado aquí con la reflexión de los Evangelios, porque han constituido para nosotros como la “papilla” que se les da a los bebes, nuestro primer alimento. Es así que hemos aprendido, poco a poco, paulatinamente a gustar este Alimento precioso. A la vuelta de varios años, sabemos que aún nos falta mucho, que tan solo hemos despegado unos escasos centímetros del suelo, pero podemos dar razón de nuestra fe y sentimos que nos hemos acercado mucho al infinito corazón de Jesús, en quien encontramos toda nuestra alegría y consuelo. Él es la fuente inagotable de la vida y no nos cansamos de beberla, sintiendo que nos va transformando día a día, aun cuando ello muchas veces sea imperceptible para los demás, porque nos cuesta dejarnos dominar por nuestro carácter y nuestras pasiones. Poco a poco, Dios lo va abarcando todo en nuestras vidas, poniendo en tela de juicio cada una de las cosas a las que nos aferramos, cada una de las cosas que atesoramos, haciéndonos soñar en que llegará el día en que seamos tan ligeros de equipaje, que nos fundiremos con Él, para elevarnos eternamente. Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Oremos:
Padre Santo, desinstálanos; no permitas que nos acomodemos a mirar indiferentes como pasa la vida frente a nuestros ojos, como quien mira televisión. Inquiétanos y empújanos a comprometernos con nuestros hermanos, llevando siempre el amor…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
(9) vistas