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La autoridad: diseño inapelable de Dios

La autoridad: diseño inapelable de Dios

por Jorge S. Somoza

Cierto día se me acercó el menor de mis hijos con una evidente preocupación diciendo: «Papá, a mí todos me mandan, y yo, ¿a quién tengo que mandar?»… Haciendo un esfuerzo para mantener la seriedad de la conversación pude responderle que, antes de mandar a otros, él tenía que aprender primero a obedecer.


¿Qué es la autoridad?



La Biblia presenta a la autoridad como una función derivada de la voluntad de Dios. Es dada por Dios para asegurar el orden, la paz y el bienestar. «Los que tienen autoridad son llamados bienhechores», dice Lucas (22.25). La autoridad rige con relación a lo espiritual (1 Pe. 3.2), a lo humano (Ro. 13.1) y aun a lo físico (Ge. 1.28; 9.2).



 


El buen uso de la autoridad contribuye a controlar la conducta individual y la colectiva; por otro lado, es factor imprescindible a todos los niveles de la actividad humana.



 


El concepto de obediencia es inseparable del de autoridad. La autoridad es de alguno(s) sobre otro(s); alguien que manda y alguien que obedece. La autoridad debe ser bien ejercida y, en consecuencia, reconocida, respetada y obedecida.



 


Dios y la autoridad



Dios tiene la autoridad suprema, por derecho propio, emanada de la perfección y esencia misma de su glorioso ser. Más que tener autoridad. Dios es autoridad. Todo grado de autoridad que existe es sólo, dentro de la filosofía cristiana, una delegación de autoridad de parte de Dios (Ro. 13.1). Jesucristo es el Creador de todas las cosas, visibles e invisibles, y entre ellas algunas formas de autoridad tales como tronos, dominios, principados y potestades, las cuales, además, subsisten en El. (Col. 1.15-17).



 


El Padre dio al Hijo autoridad para tener vida en sí mismo, para dar vida y para levantar a los muertos a la vida (Jn. 5.19-29). En este ejemplo vemos un doble concepto: la autoridad como un derecho que se tiene (tener vida) y autoridad como un derecho que se ejerce (dar vida).



 


Grados y formas de autoridad


 



Una cosa es la autoridad como función y otra el ejercicio de la misma. En su acepción mas simple, autoridad significa «el permiso o libertad de hacer algo» (autoridad para hacerlo). De esta forma, autoridad es el permiso que tengo para hacer algo como derecho (derecho a mandar, derecho a caminar, derecho a hablar y opinar, etc. según la autoridad o derecho que se me haya concedido). El ejercicio de la autoridad puede requerir el auxilio de la fuerza con la que es investido quien va a ejercer la mencionada autoridad. Tenemos así el poder de la autoridad. El poseer la autoridad permite a alguien hacer algo por sí mismo o dar una orden para que se haga. La conjunción de autoridad y fuerza constituye el poder para regir o gobernar, según el ejido o limitaciones que se nos hayan concedido (los alcances geográficos de la autoridad), o sea, el poder que ejerce la persona cuya voluntad y mandamientos deben ser obedecidos por los demás dentro de una situación definida (Ej. Mt 21.12 22).




 


Existe también la autoridad para decidir en juicio, a la que se refirió Pilato, sobre la cual Jesús hizo una clarísima réplica: «Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuere dada de arriba» (Jn. 19.10-11, refiriéndose al concepto filosófico de autoridad delegada, al que hacíamos referencia al principio). También se menciona la autoridad para administrar asuntos domésticos (Mr. 13.34). El mismo término autoridad es a veces utilizado para referirse a la persona que la ejerce (gobernantes, magistrados, Ro. 13.12; Lc. 12.11), y por vía de una metáfora se dice, del que está en autoridad, que está en eminencia (en una posición elevada, come la altura de una montaña, Ti. 2.2), lo cual denota superioridad y excelencia.



 


Otro término que se utiliza es dominio o imperio, mostrando la autoridad ejercida en toda su extensión (1 Pe. 4.11; 5.11; Jd. 25). No debemos dejar de recordar que en la antigüedad las autoridades debatían sus cosas a la puerta de la ciudad, lo que llevó tener a «las puertas» como símbolo de autoridad, o depósito de autoridad (Jos. 20.4; Sal. 24.7; 127.5; Pr. 1.21).



 


Sujetos de o con autoridad



El concepto suele estar asociado también al de conocimiento. Hay personas que son autoridad en su materia (una autoridad científica). La palabra de esa persona en un tema determinado fue cobrando autoridad a medida que aumentó sus conocimientos, especialización y experiencia en dicho campo.



 


El asombro de la gente en los tiempos de Jesús, era que El les hablaba «como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mr. 1.22). En este caso los escribas tenían un conocimiento adquirido por la dedicación a sus tareas religiosas, pero en comparación con Jesús carecían de autoridad por no experimentar ni vivir lo que sostenían como doctrina. Jesús, en cambio, y a pesar de no haber sido reconocido como autoridad religiosa, tenía el verdadero conocimiento de Dios y todo lo que decía encontraba un apoyo en su vida perfecta. Era esta perfección de su carácter lo que otorgaba la verdadera autoridad. De aquí se desprende que la autoridad tiene que ver mucho con lo moral, aunque muchas veces sean personas sin este respaldo las que tienen su ejercicio.



 


Jesús, como Dios, era autoridad por su perfección moral. Pero además de ser autoridad, tenía la que le había dado su Padre (Jn. 5. 27). Cuando terminó la obra de redención recibió toda la autoridad en los cielos y en la tierra, aun la de la victoria sobre el pecado, la cual antes no tenía (Mt 28.18). Era una autoridad ganada por El, por sus padecimientos y obediencia hasta la muerte en la cruz (Flp. 2.9-11). Es la que proviene de la sujeción al Padre y del servicio a los demás. De los diáconos se dice que si hacen bien su obra ganan para sí un grado honroso y mucha confianza en la fe (1 Ti. 3.13). Jesús dice que dirá: «Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mt. 25.21). En este caso se recibe la autoridad (derecho) de estar «sobre». Es así como una persona pasa a ser sujeto de autoridad, es quien la detenta quien la realiza, ya sea por haberla recibido o por haberla ganado, por conocimientos por servicio o por sujeción previa. Como si Señor, el que ha aprendido a obedecer llega a adquirir el derecho de ser obedecido.


 


Objetos bajo autoridadPero si hay sujetos en los que se encuentra la autoridad, es necesario el objeto de esa autoridad. La autoridad no sería tal si no existieran los objetos a ser gobernado guiados, dirigidos. En el marco de nuestro imperfección humana, todos necesitamos ser gobernados, tener autoridades sobre nosotros; de lo contrario viviríamos en un caos; nosotros somos los objetos. Alguien tiene que hacer las leyes, alguien obligar a cumplirlas y alguien cumplirlas.


 


Mi voluntad personal está condicionada por una voluntad más amplia que, además de contemplar mis propios intereses, considera también los de un conjunto (familia, iglesia, empresa, nación, etc.). Alguien tiene que supervisar por los intereses del conjunto (padre y madre, pastores y ancianos, supervisores o gerentes), dar normas y tener la fuerza para obligara su cumplimiento, estableciendo los castigos por su incumplimiento. Cuando observamos los intereses del conjunto (incluyendo a los más fuertes o aptos y también a los débiles o menos dotados) nos damos cuenta que no basta nuestro propio sentido de responsabilidad para actuar según nuestra propia decisión. Necesitamos que alguien sea y ejerza autoridad sobre nosotros, y tal vez que se nos asigne parte de la autoridad necesaria para el bienestar del conjunto.


 


El doble ejercicio de aceptar ser gobernado y tener algún ejercicio de autoridad, contribuye a la vez a establecer un necesario equilibrio en las relaciones generales. Aprender a obedecer primero (ser objeto dc la autoridad dc otros) es una regla de oro para llegar a ser un buen sujeto en ejercicio de autoridad.



 


Derechos humanos



El punto anterior nos lleva a la consideración de los tan actuales derechos humanos. Queramos o no, este tema está relacionado con el de la autoridad. Hay una dignidad intrínseca a la condición humana a la que comúnmente se le llama “derechos humanos”. Por causa del abuso con que muchas veces se ejerce la autoridad, existe en el mundo un clamor en favor de los derechos humanos. Es lamentable que no exista en forma similar en el mundo un clamor por los “derechos de Dios”. La exaltación dcl hombre en desmedro de la exaltación de Dios es la generadora de los males de la humanidad. Filosóficamente hablando, el único que tiene derechos es Dios.


 


Es el único soberano por excelencia, y desde su cosmovisión, nosotros somos sólo siervos, esclavos. No es que debamos desconocer el valor y lo digno de la vida, así como el respeto altísimo que por ella todos debemos guardar, pero sí reconocer que, delante de Dios, no tenemos derecho a nada, sólo a ser destruidos, pues eso es lo que nos hemos ganado. Es interesante la definición del Pacto de Lausana (tal vez el documento cristiano evangélico contemporáneo dc más importancia), que dice: “Puesto que la humanidad está hecha a la imagen de Dios, toda persona, no importa cual sea su raza, religión, color, cultura, clase social, sexo o edad, tiene una dignidad intrínseca a causado la cual debe ser respetada y servida, no explotada”. De esta forma, todo nuestro valor reside en que somos criaturas de Dios.



 


Volviendo al reconocimiento de los derechos de Dios sobre la vida de cada persona y sobre la vida de cada nación, ese correcto reconocimiento es capaz, por sí mismo, deponer en su lugar debido a los llamados “derechos del hombre”. Pero con el manejo actual de la situación, en vez de resolverse los conflictos existentes, se llegan a generar nuevos conflictos. Por asegurar los derechos de algunos hombres se descuidan los de otros y la sociedad humana es llevada de sobresalto en sobresalto. De paso, el único derecho que puede tener un hombre, mencionado explícitamente en la Biblia, os el “derecho de ser llamado hijo de Dios” por la fe en Jesucristo (Jn. 1.12). Mientras el hombre siga siendo un esclavo del pecado es muy poco lo que podremos hacer para garantizar su real bienestar. Cuando un hombre acepta el “derecho” de ser llamado hijo de Dios, todos sus demás derechos pasan a ser controlados por Aquél que tiene toda autoridad en los cielos y en la tierra y que puede guardar y sostener a sus hijos aun en las situaciones más adversas de la vida presente. Mientras tanto, ¡qué responsabilidad ante Dios significa para los malos gobernantes tenor en poco el respeto a la vida de cada hombre y de cada mujer, ya sea por situaciones de abuso de autoridad o por impedir que el evangelio liberador de Jesucristo seca proclamado con toda libertad y extensión!



 


Cadenas de autoridad



Dios mismo ha establecido diferentes secuencias o cadenas de autoridad sujeción que rigen las relaciones interpersonales. Dios creó seres espirituales perfectos; algunos que solamente pueden ejecutar su voluntad y designios soberanos, otros con la autonomía de la libertad. De estos últimos, algunos rebelaron contra la autoridad y el orden establecidos por el Creador. Lucifer fue el primero (ahora el Diablo o adversario) y muchos fueron invitados por él en su caída (son ahora los demonios).


 


Esto originó la crisis cósmica de la autoridad, que ya ha sido potencialmente resulta por la muerte y resurrección de Jesucristo, pero que estera para su manifestación final la venida de Jesucristo en su Reino de poder y gloria universal. Notemos que el primero en rebelarse contra la autoridad fue un ángel, no un diablo. ¡Qué cerca puede estar la rebeldía en nuestro propio corazón!



 


Dios-hombres



En el mundo visible Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. También lo hizo perfecto y le dio el don del libre albedrío, que Adán echó a perder y con él, por herencia, toda la raza humana, al rebelarse contra el único código de no hacer (no comer) que Dios fijó para probar su obediencia. La consecuencia de no sujetarse a la autoridad de Dios significó mundo el pecado y la muerte, pasado así a todos los hombres, por cuando todos hemos pecado al estilo de Adán, ignorando la autoridad suprema de Dios sobre nuestras vidas (Ro. 5.12-21)



 


Marido-mujer



Dios creó luego a la mujer, para que fuera coheredera con el hombre de la gracia de la vida (1 Pe. 3.7), y estableció que la mujer estuviera sujeta a su marido. La familia quedó así bajo un doble principio de autoridad: el hombre a Dios, bajo la orden de amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer sujeta a su marido y bajo la orden de respetarlo y amarlo.



 


También en la esfera del matrimonio el hombre y la mujer han quebrado sus deberes conyugales, no amando el marido con el espíritu de sacrificio debido, ni sujetándose la mujer a su marido, ciertamente porque muchas veces no recibe de él el amor que crearía las condiciones óptimas para una sujeción voluntaria y gozosa. En algunos casos, estos principios de amor y sujeción establecidos por la autoridad de Dios son no sólo descuidados, sino contradichos y hasta despreciados, sino contradichos y hasta despreciados y burlados. Las consecuencias son ríe fastas por la familia: divorcios, odios, problemas síquicos, afectación de los hijos y del orden social en general (Ef. 5.21-33; Col. 3.18- 19).



 


Padres-hijos



Llegan los hijos al hogar y surge la necesidad de un nuevo eslabón de autoridad sujeción. Dios manda a los hijos que obedezcan a sus padres y los honren (Ef. 6.1-3). Pero a su vez los padres reciben el mandamiento de Dios de no provocar a ira a sus hijos y de criarlos en disciplina, usando el castigo (la vara), no para lastimarlos sino para enderezarlos, amonestándolos en el temor de Dios (Pr. 29.15; Ef. 6.4). Hay padres que abusan de su autoridad y hay hijos que se rebelan contra la autoridad, aun contra la ejercida legítimamente por los padres (Col. 3.20-21).



 


Gobernantes-gobernados



El conjunto de familias constituye una sociedad o nación y se requiere nuevamente la autoridad de algunos y la sujeción de otros. Rey y súbditos, gobierno y ciudadanos, nos dan una idea cabal de este nuevo y necesario eslabón para la vida social. La autoridad gubernamental ha sido dada por Dios para garantizar el orden y asegurar el bienestar y la protección general de los ciudadanos y de los desvalidos.



 


Fuerzas de seguridad-infractores



La pecaminosidad del hombre, los delitos contra la persona y la propiedad, la inmoralidad, los delitos económicos, criminales y penales, dan razón de ser a las fuerzas de seguridad organizadas bajo diversas formas: policía, tránsito, gendarmerías, etc., que son cuerpos especializados cuya misión es prevenir y castigar las transgresiones, colaborando con la justicia que establece las sanciones por infringir las leyes.



 


El gobierno tiene la espada para castigo de los que obran mal. Las armas no constituyen un simple adorno para disuadir sino que, muchas veces, son utilizadas para sancionar y reprimir a diversas clases de rebeldes (Ro. 13.1-6). El uso de la espada o armases legítimo dentro de un estricto y complejo marco legal establecido. Los gobernados deben someterse a las autoridades y los gobernantes no deben ser abusivos en el uso de las armas ni en los procedimientos con los ciudadanos. Cuando la autoridad es usada correctamente no deben existir problemas de conciencia para los que se ven obligados a utilizar las armas para la defensa del orden general. En muchos casos de excepción, el uso de la fuerza a nivel general es un mal necesario para prevenir males mayores.


 


Dios nos manda a que oremos por las personas que están en ejercicio de la autoridad. Las razones y los resultados se encuentran en 2 Timoteo 2.1-7. También Dios nos ordena que nos sujetemos a las autoridades (y esto fue escrito cuando el nefasto Nerón era el Emperador de Roma). No podemos resistir a los que gobiernan sin estar resistiendo, a la misma vez, a Dios que es el que pone y saca a los gobernantes. Ellos son ministros, servidores de Dios, y aun debemos sujetarnos a ellos por razón de la conciencia. Como ciudadanos debemos cuatro cosas a los gobernantes: tributos, impuestos, temor y honor (Ro. 13.1-6).



 


Patrones-empleados/obreros



La sociedad organizada crea formas para satisfacer su necesidad de bienes físicos para su subsistencia. Surgen las empresas y toda forma de promover el aumento de la riqueza. En estas asociaciones algunos actúan como dueños, patrones y jefes, supervisores, capataces, mientras que otros son obreros, empleados, o servidores. independientes.



 


Los primeros establecen normas de trabajo, muchas de ellas de común acuerdo con los segundos. Una vez acordadas, dichas normas deben ser acatadas. De nuevo hay transgresión y subversión de estos principios, lo que genera conflictos en el trabajo, huelgas obreras y también negativa patronal a dar trabajo. Lo que dice la Biblia acerca de la relación amos-esclavos, existente sistema al comienzo de la era cristiana es en general aplicable a las relaciones actuales del trabajo. (Col. 4.1; 1Ti.6.1; Tit. 6.1; Til. 2.9-10. Col. 3.22,23. 1Ti. 5.18. He. 5.4). Más allá de nuestras propias ideas sobre el trabajo, la propiedad privada o, de vuelta, los “derechos humanos”, Dios ha diseñado cadenas de autoridad y debemos respetarlas.



 


Cristo-Iglesia



Cristo amó a su iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Los redimidos de Jesucristo somos nacidos de nuevo e incorporad a la iglesia que es el cuerpo de Cristo, del cual El mismo es la Cabeza o Autoridad. Al edificar Cristo su iglesia, se establece un nuevo eslabón en la cadena de autoridad. Cristo, la palabra Encarnada, nos ha dejado en la Biblia, la autorizada Palabra de Dios escrita. Además, al ascender a la diestra del Padre, envió al Espíritu Santo, que es a la vez el inspirador e iluminador de la Palabra de Dios, y el que guía y asiste a los suyos a toda verdad por estar en, con y sobre la iglesia. La iglesia universal y cada iglesia local en particular, se deben en sujeción a Aquél que murió y resucitó por ellos (1 Co. 5.14).



 


Pastores y ancianos-iglesia



En las iglesias locales hay pastores, ancianos y diáconos, responsables ante Dios del buen servicio a las congregaciones. Se establece así otro eslabón de autoridad-sujeción, que es en realidad diferente a los otros. En la iglesia la autoridad descansa en valores espirituales, no meramente en una condición de mando. Los pastores y ancianos ejercen una autoridad espiritual que no implica un señorío al estilo de otros eslabones de autoridad-sujeción. El amor, la santidad y la sujeción a Dios que demuestran los pastores y ancianos de las iglesias, darán la medida de sujeción que ellos pueden esperar de los miembros de las congregaciones. Cuando los pastores y ancianos no evidencian estar sujetos a Cristo, como la Cabeza de la iglesia surgen en las mismas situaciones anómalas (2Pe.5.1-7. 1Ti. 5.17-19).



 


Pero aun habiendo pastores y ancianos sujetos a la autoridad de Cristo, podrá haber miembros de la iglesia que asuman actitudes de rebeldía que exigirán que la imponga disciplinas de diferentes grado, las que tienen el sentido de ser correctivas, no para desterrar al creyente disciplinado sino para hacerlo avergonzar por su pecado y para que, arrepentido, sea restaurado a la plena comunión de los santos en la iglesia.




 



Dios y los conflictos autoridadEn medio de tanto quebrantamiento del principio de autoridad en los distintos niveles que integran las cadenas de mandos, tanto de parte los que tienen la autoridad como de los que deben estar sujetos, Dios afirma no obstante el principio de la autoridad el mal menor. Todos reconocemos que es preferible vivir en situaciones en que la autoridad es mal ejercida, antes que vivir en situaciones de ausencia o lucha por la autoridad (anarquía). Dios ha provisto el único remedio posible al caos en que el hombre en rebelión conduce a la sociedad toda. Es reconocer que el Reino de Dios se ha acercado a la tierra, que podemos, por la fe, aceptar y disfrutar de la autoridad de Jesucristo; en la vida personal, en la familia, en la iglesia y aun en la nación. Esa autoridad de Jesucristo es la resultante de la victoria de la redención que El mismo obró por su sacrificio y resurrección (2Ti. 1.10).



 


En síntesis, podemos afirmar que los problemas que existen en las relaciones de autoridad-sujeción tienen que ver con la rebelión cósmica del enemigo, y que la única solución pasa por el triunfo de Jesucristo y la restauración que se origina por el arrepentimiento y sometimiento a su autoridad; por ello insistimos tanto en que el evangelismo debe apuntar a que las personas acepten tanto el señorío como la salvación que vienen de Jesús. Los creyentes en Jesucristo, y aun la Creación toda, afectada primero por la rebelión del hombre y luego por la agresión ecológica en que el hombre está empeñado, aguardan con gemidos el cumplimiento final de la redención en la venida de Cristo (Ro. 8.19-23), cuando se cumpla el propósito de Dios de reunir todas las cosas en El (Ef. 1.10).



 


Es cierto que Cristo tiene ya toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 28.18), pero aun hay muchos que levantan sus armas vencidas en su contra. Sentado a la diestra del Padre, espera el día en que todos sus enemigos hayan sido puestos por estrado de sus pies (Sal. 110.1). Hoy las gentes se amotinan y los pueblos piensan cosas vanas. Los gobernantes de las naciones, en consultas, se oponen a la autoridad de Dios y de su Ungido, sus pueblos también se reúnen y plantean rebeliones contra ellos, pero Dios ya tiene su Rey designado y dice: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en El confían” (Sal. 2.12). Alzad, oh puertas, vuestras cabezas… y entrará el Rey de Gloria (Sal. 24.9). “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Ap. 12.10).



 


¿Sostiene Dios a las malas autoridades?



Si toda autoridad viene de Dios, y si Dios es quien coloca y saca reyes, parecería que la responsabilidad de que existan malos gobernantes podría ser atribuida a Dios mismo. Y aunque a veces no lo entendamos bien, tenemos que aceptar que es así con respecto a la subsistencia de los malos gobernantes. La Escritura dice que Dios creó al malo para sí, para sus propios fines (Pr. 16.4). Proverbios 29.2 reconoce que “cuanto domina el impío el pueblo gime”, pero el hecho es que a veces domina y por mucho tiempo, y por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal (Ec. 8.11).



 


Los que han ejercido y ejercen mal su autoridad tendrán que dar cuenta a Dios de su mal gobierno, pero mientras tanto son sostenidos por Dios como autoridad. Un padre que gobierna mal su casa no deja por ello de ser padre. Si Dios aplicara ahora mismo su juicio sobre los que ejercen mal la autoridad en todas las esferas y los sacara de su lugar, la humanidad quedaría reducida a una población de niños indefensos, incapaces de subsistir por sí mismos. Si se aplicara ahora ese juicio fulminante, no sólo terminarían los malos gobernantes del mundo sino también todos los que han fallado en el ejercicio de su autoridad en las diversas cadenas mencionadas, y esto porque ahora la autoridad está delegada en manos de pecadores, hasta que venga Jesucristo y le sean dados a El, de la mano de su Padre, todos los reinos del mundo.



 


Conclusion


  • Todos estamos incluidos en varias de las secuencias de autoridad-sujeción.
  • Examinemos nuestra responsabilidad y desempeño en cada una de ellas, ya sea en la tenencia de autoridad o debiendo sujetarnos.
  • Detectemos nuestros conflictos personales, familiares, en la iglesia, en el trabajo o como ciudadanos, y decidamos tomar en esas áreas las acciones (arrepentimiento, confesión, restauración, etc.) que nos permitan superarlos. Las citas bíblicas incluidas en el desarrollo de este tema pueden ayudarnos a definir tales acciones.


Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 1, todos los derechos reservados.