La conquista Josué 11:1–12:24

Dios permitió que Josué y los hijos de Israel dominaran la sección meridional de la tierra, de Gaza hasta Gabaón, y “toda la región de las montañas, del Neguev, de los llanos y de las laderas” (Josué 10:40). “Dominar” es poco. En 10:28–43 se repite seis veces la frase “sin dejar nada” o “sin dejar a ninguno”. Posiblemente alguien pudiera decir: “¡Qué injusto!” o “¡Demasiado cruel!” o aun: “¡Eso no puede ser de Dios!”.

El que opina así, lo hace con una mente y una conciencia que no tienen la iluminación de las Escrituras. Jehová que es justo, sabio y santo, había reconocido que en tiempos de Abraham (Génesis 15:16) la maldad de los amorreos no había llegado a su colmo.

Pero en tiempos de Josué, sí lo alcanzó. Dios pudo haberles castigado de otra forma, con un terremoto, incendio, tempestades o plagas. Pero conforme a su plan, el Dios justo, sabio y santo, escogió usar como instrumento al pueblo de Israel, a quien había prometido la tierra, mandándole también que destruyera a los pueblos de Canaán y su cultura (Deuteronomio 7:2). Aunque parezca cruel, fue totalmente justo y la decisión provino directamente de Dios: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:25)

“¡HORRENDA COSA ES CAER

EN MANOS DEL DIOS VIVO!”

Hebreos 10:31.

LA CAMPAÑA DEL NORTE

Josué 11:1–15

La confederación del norte 11:1–15

Este título parece de algún tema profético basado en Daniel o Apocalipsis. La verdad es que siempre ha habido y habrá confederaciones organizadas contra Israel hasta aquel día en que el Mesías lo rectifique todo. La del norte a que se hace alusión en el capítulo 11 es la última oposición principal que hubo a la conquista de Josué.

El cabecilla fue Jabín de Hazor. Él tuvo en común con Rahab y los gabaonitas que fue motivado por las noticias del éxito de los invasores. No obstante, no hay en el texto ninguna indicación de que estuviera dispuesto a atribuir el éxito a Jehová como fue el caso de Rahab y los de Gabaón. Lo que había era miedo, el cual, como sucedió en la confederación del sur, lo impulsó si no a hacer amigos, cuando menos a buscar colegas entre los que habían sido sus enemigos (Josué 11:1–3). Su coalición quedó formada por cananeos, amorreos, heteos, ferezeos, jebuseos y heveos, las mismas naciones que aparecen en la lista que Jehová destinó a ser aniquiladas (Éxodo 34:11).

¡PENSEMOS!
Las noticias de lo que Dios había logrado a través de su pueblo produjeron muy diferentes reacciones en Jabín y en Rahab. Ambos conocieron los informes de los acontecimientos, y se dieron cuenta de que Israel era un pueblo grande, guiado y fortalecido por un Dios muy poderoso. Para entender la diferencia entre las reacciones de ambos, tenemos que analizar el principio físico por medio del cual el sol suaviza la mantequilla, pero endurece el lodo. El mensaje de nuestro Señor Jesucristo hizo que Pedro confesara: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68b). Judas oyó el mismo mensaje y al mismo mensajero, pero traicionó a Cristo, entregándolo para ser crucificado. La verdad es un parteaguas; el mismo mensaje puede poner al creyente de un lado y el mismo mensaje puede poner al creyente de un lado y el incrédulo en otro. Desde el punto de vista humano, es la reacción a la verdad la que causa la división. Sin embargo, por el otro lado de la moneda, es comprensible que Cristo dijera: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere” (Juan 6:44).

Algunos piensan que el numeroso ejército de la confederación se reunió en las cercanías del lago Merom (Josué 11:5). Éste era un pequeño triángulo de agua ubicado a unos 16 kilómetros al norte del mar de Galilea. Alimentado por el río Jordán, a través de los años se convirtió en un pantano hasta que en tiempos modernos los judíos, que le dieron el nombre lago de Hula, lo desecaron. Otra opinión cita la posibilidad de que Merom sólo fuera un lugar que contaba con muchos manantiales, pero eso no se sabe con certidumbre.

Ánimo de Josué 11:6

Si sólo se tomara en cuenta el tamaño del ejército enemigo, sería suficiente razón para dudar del éxito en la batalla. El grupo enemigo estaba compuesto por “…mucha gente, como la arena que está en la orilla del mar en multitud” (Josué 11:4b). Sin embargo, en este caso no sólo era la cantidad de soldados, sino también la calidad de su armamento. La confederación contaba con los temidos caballos y carros de guerra. Dichos instrumentos de hierro permitían un ataque rápido para penetrar con facilidad en las lineas del enemigo e infligir horrendos daños sin sufrir muchas bajas. Pero con la palabra segura de Dios todavía resonando en su oído, Josué pudo enfrentar esa formidable máquina de guerra que era el ejército pagano. El Señor le dijo: “No tengas temor de ellos, porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante de Israel” (Josué 11:6).

“ESTARÉ CONTIGO; NO TE DEJARÉ,

NI TE DESAMPARÉ” (JOSUÉ 1:5).

¡AUN ESTANDO FRENTE A LOS ENEMIGOS,

LA PROMESA SEGUÍA EN PIE.

¡PENSEMOS!
“Fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23b). Dios quiere que mantengamos sus promesas siempre muy presentes, pero no quiere que las promesas sean el enfoque principal. Nuestra mirada debe estar sobre Aquél que hizo las promesas. Sin duda, meditar en las promesas de la Biblia trae mucha bendición y consuelo, pero esto no puede compararse con la meditación en el autor de esas promesas. No cabe duda que a Dios le encanta que el creyente se apropie de las promesas que él ha dado. Es más, le agrada ver al creyente totalmente enamorado del Dios de las promesas. Lo que Dios hizo a favor nuestro es una razón para amarlo, pero lo que él es es una razón aun mayor.

Aniquilación de la confederación 11:7–23b

“Y los entregó Jehová en manos de Israel” (Josué 11:8). En este versículo está la pauta del resultado final de la campaña. El plan y poder divinos estaban detrás de todo. Pero Jehová no hizo todo, ni dejó a los hijos de Israel descansando en sus hamacas o tomando vacaciones en la playa. Claro que pudiera haberlo hecho así, pero ese no era su plan. Al ejército de Israel le tocó marchar, pelear y hasta destruir al enemigo. Dios se dignó usar al pueblo como instrumento, y el versículo 9 indica que al mando de Josué cumplió con lo que le tocaba hacer: “Y Josué hizo con ellos como Jehová le había mandado: desjarretó sus caballos, y su carros quemó a fuego” (Josué 11:9).

En otra expresión de la misma idea, el versículo 15 cita que el plan había sido previamente entregado a Moisés quien, a su debido tiempo, lo pasó a Josué. Éste lo cumplió al pie de la letra. La promesa y el plan de Dios no cambiaron cuando cambió el líder.

Ya vimos que Dios partió las aguas para que la gente pasara en seco, hizo caer los muros defensivos de una gran ciudad, y envió piedras de granizo contra los soldados enemigos. Este capítulo saca a la luz todavía otra faceta de la obra de Dios en la conquista: “No hubo ciudad que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los heveos que moraban en Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos” (Josué 11:19–20).

Otra vez tenemos que acudir a lo que las Escrituras dicen de Jehová, es decir, a lo que sabemos con toda seguridad acerca de él. Dios es santo y justo. Por otro lado, los cananeos eran exactamente lo opuesto. Eran idólatras, culpables de la más grosera inmoralidad sexual, incluso de prostitución religiosa; mataban a sus hijos en sacrificio a sus dioses y muchas maldades más.

Su iniquidad había llegado al colmo, y Jehová no quería que esa cultura podrida contaminara a su pueblo. Por eso, el sol de su justicia y santidad, y en fin de todo su carácter perfecto, endureció el corazón enlodado de los cananeos. En el caso de Rahab, ese mismo “sol” suavizó el corazón de esa pagana al punto de que llegó a creer en Jehová.

Antes de poder decir que Josué tomó “toda la tierra, conforme a todo lo que Jehová había dicho a Moisés” (Josué 11:23), tuvo que enfrentar a los anaceos. Parece que ese era el nombre de una tribu cuyos miembros eran muy altos. Eran los “gigantes” que mencionaron los espías originales a cuyo lado se sintieron como langostas (Números 13:33). Esa parte del informe debe haber desanimado sobremanera al pueblo de aquel entonces, pero no afectó a Josué, porque estuvo dispuesto a enfrentarlos: “de los montes de Hebrón, de Debir, de Anab de todos los montes de Judá y de todos los montes de Israel; Josué los destruyó a ellos y a sus ciudades” (Josué 11:21). Aún lo que parecía invencible a la generación de judíos de Cades, cedió ante la mano de Dios.

EL GIGANTE MÁS FEROZ EMPEQUEÑECE

ANTE LA OMNIPOTENCIA DE DIOS.

“Y LA TIERRA DESCANSÓ DE LA GUERRA”

Josué 11:23c

Esta frase celebra el feliz término de una faceta muy importante de la historia de Israel, la conquista. La generación que murió en el desierto creyó que era imposible de lograr, y así se convirtieron en un mal ejemplo. Citando el Salmo 95, el autor de la carta a los Hebreos hizo referencia a los Israelitas que por incredulidad no entraron al descanso del Señor: “Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo” (Hebreos 3:11). Ellos habían experimentado la redención de Egipto traída por la mano fuerte de su Dios, pero no lograron disfrutar de la tierra prometida, que es el reposo al que se refiere este versículo. En el momento de realizar la paz después de la guerra, Josué tal vez pensó en los diez espías que murieron por no creer que Dios era capaz de hacerlos entrar en la tierra.

El capítulo 12 presenta un repaso de las grandes batallas y una lista de los reyes vencidos, preparando así al lector para estudiar la sección donde cada tribu se apropió de su porción de la tierra.

Observaciones finales

  1. La promesa era segura y el plan perfecto, pero había oposición de parte del enemigo, lo cual era y es de esperarse. En el caso de la conquista de la tierra prometida, Satanás armó a los enemigos que pelearon con Israel, pero realmente el asalto de Satanás fue contra Dios, quien había prometido dar la tierra a su pueblo. El que conoce a Jesucristo como su Salvador está bien arraigado en el plan divino, pero sufrirá oposición, por la misma razón arriba mencionada. El enemigo se opone a la obra de Dios en nosotros y a su plan para nosotros.
  2. Era lógico pensar que habiendo sido redimidos de Egipto, la etapa de poseer la tierra prometida equivalía a entrar en el descanso, sobre todo después de los años de cautiverio y peregrinación. En el Nuevo Testamento Dios habla de dos facetas de la paz. Primero, la paz con Dios y después, la paz de Dios. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28) es la paz con Dios. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón: y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Ese descanso es la paz de Dios. Con qué razón el autor de la carta a los Hebreos dijo: “Queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9).

Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (71). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.