Biblia

La coronación de espinas – La Pasión narrada por un Fisiólogo (3)

La coronación de espinas – La Pasión narrada por un Fisiólogo (3)

Por: Primeros Cristianos

“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas”

Los soldados romanos se burlan de Él. Como se burlaron los judíos en los juicios de la noche anterior. Aún por la mañana, le echan encima un manto de color púrpura, posiblemente viejo, sucio y maloliente que podría haber estado toda la noche encima de alguna caballería.
 
Probablemente la corona le cubría toda la cabeza, a modo de casquete.

“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas, y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los Judíos». Y golpeaban su cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, le adoraban.” (Mc 15, 17-20).
 
La corona de espinas

Posiblemente las espinas provinieran de la planta Euphorbia esplendens, también llamada “corona de Cristo”. Las espinas son hojas modificadas que dan lugar a formaciones agudas, aleznadas, a veces ramificadas, provistas de tejido vascular, rígidas por ser ricas en tejidos de sostén. Las espinas pueden tener una longitud 2 o 3 cm.
 
Se producen múltiples heridas pequeñas punzantes (pinchazos), incisiones (cortes) e inciso-contusiones (cortes unidos a golpes o cortes producidos por instrumentos no cortantes), que abarcan la parte superior de la frente y se continúan hacia atrás por ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporales y occipital.
 
Las heridas son profundas, afectando a toda la galea capitis (cuero cabelludo), una de las regiones cutáneas con más capilares del cuerpo. Los pabellones auriculares se hallan igualmente perforados por la acción de los pinchos punzantes de la corona. No podemos olvidar que, como narran los Evangelios, la corona de espinas fue hendida, presionada, apretada sobre la cabeza con golpes de palos que los soldados romanos propinaron a Jesús (Mt 27, 30).
 
Como consecuencia de las profusas hemorragias provocadas por las múltiples heridas, todo el cabello, en toda su longitud, se encuentra empapado de sangre húmeda o con costras originadas al secarse y coagularse la sangre.
 
El dolor generado en las muy abundantes terminaciones nerviosas cutáneas craneales que captan estímulos dolorosos (nocirreceptores) es muy agudo. Además, la pérdida adicional de sangre, que debió resbalar por la frente, cayendo hasta los ojos (impidiendo una correcta visión), sienes y cabello pudo ser considerable.
 
También es posible que parte de la abundante sangre que caía desde la cabeza y desde la frente pasara a la boca, fuera sorbida y contribuyera a aliviar en alguna medida la intensa sed que Jesús ya sin duda padecía, por la fuerte deshidratación (por sudoración y hemorragias) y por la pérdida de electrolitos (sal), además de la sensación de calor por la fiebre que sin duda padecía.
 
Ya es la tercera hemorragia: sudor de sangre, flagelación, la coronación de espinas. Es probable que comenzara a instaurarse un proceso de coagulación intravascular diseminada como consecuencia de la existencia de muchas lesiones y traumas del cuerpo de Jesús.
 
Las bacterias que aprovecharon la debilidad de Jesús durante la flagelación para infectar las heridas, empiezan a segregar toxinas que contribuyen a agravar el proceso de coagulación. Puede que la capacidad hepática de sintetizar y liberar factores de la coagulación pudiera estar tan agotada por aporte de oxígeno insuficiente al hígado, que la capacidad de mantener el equilibrio de coagulación en la sangre de Jesús podría haber estado muy comprometida.
 
Ecce Homo!

Pilato lo presenta al pueblo con un aspecto espantosamente deplorable: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn, 19, 14). Jesucristo flagelado, con la corona de espinas en la cabeza, cubierto con un mugriento y maloliente manto de burla, somnoliento, con gran debilidad, el pelo revuelto y desgreñado y con costras de sangre coagulada, encogido, doblado por la fuerte descarga nerviosa y el intenso dolor, con contusiones y hematomas en la cara por el trato brutal, y quizás temblando y tiritando por el dolor intenso, el frío y la fiebre que se produce cuando se pierde mucha sangre. Con una sed aún más intensa, saliva pastosa y espesa, la lengua seca y los labios agrietados de la propia sequedad.