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La despedida

La despedida

por Pedro Fallas

La gente necesita ver cómo se lleva a la práctica la verdad predicada. Por eso no existe poder mayor que el ejemplo del maestro como apelación a la conducta correcta. Es difícil apelar con poder si uno no es el ejemplo, especialmente cuando requiere sacrificio personal …


Un comentario al discurso de Pablo a los ancianos de Efeso


El discurso de Pablo en Efeso (Hechos 20.18–38) es el único mensaje en las Escrituras de un apóstol dirigido a un grupo de pastores y líderes, (con la posible excepción de las intervenciones Pedro y Santiago en el primer Concilio de Jerusalén). Pablo conocía bien esta iglesia. Había trabajado allí. Su comprensión y la visión profética estaban fundamentadas en un conocimiento profundo de la gente y de la realidad del ministerio. Debido a eso, era capaz de predecir con mucha precisión el futuro de la iglesia.



El poder el ejemplo


No existe poder mayor que el ejemplo del maestro como apelación a la conducta correcta. Las ciencias contemporáneas de la educación corroboran este antiguo axioma bíblico. Es difícil apelar con poder si uno no es el ejemplo, especialmente cuando requiere sacrificio personal. Pablo pudo apelar al conocimiento de ellos a través de su conducta y ministerio, desde el primer día hasta el fin de sus días. La vida personal del pastor es el medio de comunicación de lo espiritual y lo moral. Además la gente necesita ver cómo se lleva a la práctica la verdad.



Tres claves para el ministerio


«Cuando vinieron a él, les dijo: —Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que llegué a Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con muchas lágrimas y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos». Hechos 20.18 y 19


La humildad


El siervo verdadero del Señor fácilmente puede perder su humildad. Es la persona de la cual otros dependen. Cada semana, el ministro se levanta delante de la congregación como embajador del Rey de reyes y Señor de señores, el cual es el único que posee las respuestas para el hombre. ¿Quién otro goza de una presentación tan elevada en la Tierra? Cuando este ha cumplido bien su trabajo, muchos van a apreciarlo y sentir gratitud hacia él por haber sido instrumento de Dios para traer un cambio a su vida y destino eternos.


La humildad es fundamental en el ministerio, y tal vez carecer de ella sea una de las causas mayores del fracaso. San Agustín afirmó: «Fue el orgullo lo que convirtió a aquellos ángeles en diablos; es la humildad que hace de los hombre ángeles». Era la actitud misma del Cristo encarnado (Filipenses 2.3) lo que lo llevó a ser el siervo eficaz de la salvación.


El dolor


La vida inmersa en el dolor producido por el pecado y sus resultados es la condición en la cual el siervo del Señor inevitablemente se ve obligado vivir. Viene a ser el contrapeso del gozo del Señor que lo sostiene, fortaleciéndolo para cumplir su ministerio. El dolor producido en el corazón del que ama por el daño ocasionado a causa del pecado, lo lleva a ocuparse y trabajar por la liberación de la gente.


Las pruebas


La realidad de la guerra en la que el siervo del Señor se enfrenta a diario, apareja pruebas profundas. Él es un soldado que sufre ataque, como también heridas graves. Uno no puede pretender pelear en la batalla sin correr el riesgo de las heridas que causan los ataques del enemigo. La naturaleza misma de la guerra espiritual asegura al siervo del Señor un índice alto de heridas, pues él es el instrumento mismo de la lucha. Si el enemigo puede destruir el instrumento, prevalece. El enemigo no podrá ganar nunca la guerra, pero puede (y lo ha conseguido) ganar las batallas. Pablo entendía muy bien esta realidad y exhortaba a sus compañeros de milicia a sufrir directamente las penalidades de ser un buen soldado de Jesucristo (1 Timoteo 2.3). La respuesta cristiana al sufrimiento en la batalla es: enfrentarlo, sufrirlo y seguir peleando.


El texto griego implica directamente que las pruebas vienen sobre uno o contra uno. Y es así. El ataque del enemigo es directamente contra nuestra persona. No existe nada más doloroso para nosotros como el ataque personal. El enemigo nunca ha sido conocido por su ética, compasión ni benignidad. Él sabe bien que si logra que nosotros escapemos del dolor y los ataques a nuestra persona, nunca alcanzaremos una gran meta. Es como el jugador de fútbol que siente pánico de ser lastimado; no servirá de mucho, ya que para que el equipo alcance el triunfo, deberá vencer los ataques del otro equipo; deberá «poner el cuerpo».


El mensaje


«Y cómo nada que fuera útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo». Hechos 20.20 y 21.


Su mensaje era de arrepentimiento para con Dios y de fe en Él. Incluía todo lo que fuera útil y todo el consejo o propósito de Dios. Anunciaba la verdad sin esquivar nada y concentraba todos sus esfuerzos en que ellos pudieran comprender la seriedad y la profundidad de la verdad. Anunciar es presentar o proclamar la verdad, y enseñar es facilitarle a los oyentes que la comprendan. El resultado de un mayor conocimiento y una mayor comprensión será más arrepentimiento y fe. El evangelio de la necesidad de un cambio, el evangelio «del arrepentimiento para con Dios» es el verdadero para la conversión, es aquel que ha dado lugar al reconocimiento y al sentimiento de dolor por haber ofendido a un Dios santo que opera conversiones profundas y auténticas. Cuando las personas se acercan a Dios buscando algún beneficio tienden a desarrollar más su propio egocentrismo, lo que resulta en «buscadores del provecho propio», en lugar de ser «buscadores del provecho de Dios».


A través de los siglos, los grandes avivamientos, aquellos que dejaron fruto duradero por años, han sido marcados por una convicción profunda de pecado contra Dios en las personas. Ante la predicación de Jorge Whitefield, Carlos y Juan Wesley, Carlos Finney y Jonatán Edwards, las multitudes, literalmente, lloraban por sus pecados. En cada uno de los casos en los que la vida de las personas fue transformada se observó que ellas afectaron a sus familias e iglesias, y así alcanzaron a la sociedad. Hoy, lamentablemente, mucha de nuestra predicación solo consigue que las personas queden más «religiosas» o más «entretenidas», sin haber alcanzado cambiar la fibra misma de sus vidas.


El segundo elemento clave del mensaje de Pablo es su predicación de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Seguramente él habría rechazado la corriente moderna de proclamar a Jesús únicamente como Salvador y no como Señor, y hubiera reconocido a dicha predicación como una herejía. No reconocerlo a él como Señor significaba seguir en pecado y sin salvación.


Los nubarrones en el horizonte


«Ahora, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio de que me esperan prisiones y tribulaciones». Hechos 20. 22 y 23.


En muchas ocasiones resulta una bendición desconocer todos los eventos que nos vienen por delante. Dios suele anticiparnos solamente lo que necesitamos saber para que vayamos preparándonos. Necesitamos confiar en la guía del Señor cada día, pues no nos muestra todo lo que compete al futuro, sino solo lo conveniente. ¡Cuánta angustia innecesaria pasaríamos si supiéramos todo lo que nos espera por delante! La ansiedad que solemos sufrir por desear conocer el futuro ignora la realidad de los dolores que nos esperan.


Asimismo, sabía de los futuros sufrimientos, y sabiendo eso no aflojó, prosiguió derecho hacia la meta. Para Jesús, el enfrentar la cruz fue motivo para experimentar en carne propia la gracia de su Padre (Lucas 22.43). En el caso de Pablo fue motivo para afirmarse en la gracia del Señor. No enfocó su mirada en lo problemas ni los guardó en su corazón, sino que mantuvo al Señor y su misión delante de él.


De proa a la tormenta


«Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios». Hechos 20.24


La devoción de Pablo a su misión es la misma que nosotros debemos sentir por nuestro ministerio. Pablo se refiere a la palabras de nuestro Señor, quien afirmaba que el que quería guardar su vida la perdería, y el que perdía su vida por el Señor la guardaría. No veía su vida como un bien que en sí misma poseyera valor, sino que la consideraba un medio para cumplir su carrera y ministerio. Su preocupación no fueron los problemas o cómo escapar de ellos, sino cómo conseguir terminar la carrera. En otras palabras no debe preocuparnos tanto lo que nos pasa, sino cómo cumplir el ministerio que Dios nos ha dado.


Es importante que estemos muy conscientes de cuál es nuestra misión central. Pablo consiguió definirla en una frase: «Para dar testimonio solamente». Muchas distracciones relegan nuestra misión fundamental.


El Reino hoy


«Y ahora, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro». Hechos 20.25


Aquí expone la razón de las serias advertencias de lo que trae el futuro. Pablo expresaba aquí lo real de lo transitorio de las oportunidades, por lo que obraríamos bien si comunicáramos a nuestra congregación el mismo concepto. «Hoy es el día de salvación» (2 Corintios 6.2). Nuestras ovejas precisan aprender a tomar decisiones y a cambiar hoy, pues mañana, tal vez, sea tarde.


También expresa otra frase que resume el trabajo de Pablo: la «predicación del Reino». Es necesario que volvamos a predicar desde el púlpito el reino de Dios; sus leyes y verdades, de las que dependen el bienestar de las personas. Son viables para la iglesia y para el mundo en el día de hoy.


«Les dije todo»


«Por tanto, yo os declaro en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios». Hechos 20.27


Aquí encontramos el final ideal de cada pastor, afirmar con autoridad que uno realmente ha cumplido su ministerio y que nadie puede testificar en contra de ello, alegando que no hemos cumplido nuestra parte por su salvación completa.


¡Cuántos problemas se habría ahorrado Pablo si se hubiera conformado con predicar sólo los temas que les resultaban agradables a sus oyentes! Siempre resulta más fácil evitar predicar sobre los temas que pueden producir una reacción desagradable en los oyentes. Esta manipulación de la enseñanza (o discriminación de ciertos asuntos) suele verse alimentada por la tentación de cuidar el prestigio. Pablo testificaba solemnemente la verdad del mensaje.


Él logró terminar su ministerio en ese lugar con buen prestigio, se condujo de manera irreprensible y les predicó todos los temas necesarios, sin esquivar ningún tipo. Les había declarado todo el consejo de Dios.


Predicar y ensañar todas las Escrituras en público y de casa por casa contribuye a que uno consiga cumplir su ministerio. ¡Cuánta lectura y cuánto estudio son necesarios en nuestra vida diaria para conseguir esto! Con razón los grandes predicadores fueron hombres que mayormente predicaron a través de la Biblia analizando capítulos enteros, versículo por versículo. Lamentablemente algunos con la función de pastor solo manejan uno o dos temas, con lo que consiguen aburrir a las ovejas, además de dejarlas mal nutridos y desequilibradas espiritualmente.


Ninguna parte de todo el consejo divino puede ser omitida, negada o cambiada, sin sufrir pérdida espiritual. Para poder proclamar todo el consejo de Dios primeramente se requiere llevarlo a la vida misma. Las dos grandes tentaciones de un ministro son: primera, dejar de aprender dependiendo únicamente de lo conocido del pasado, lo que resulta en un estancamiento espiritual; y segunda, dar importancia y énfasis a fragmentos o partes del consejo de Dios que apelan a uno mismo, en lugar de apelar a otros.


Debemos estudiar y predicar de tal forma que, cuando lleguemos al fin de nuestro ministerio, podamos declarar: «soy inocente de la sangre de todos».


El pastorearse a uno mismo


«Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre». Hechos 20.28


El primer gran peligro en el ministerio somos nosotros mismos. Antes que nada necesitamos cuidar de nosotros mismos. La mayoría de los ministerios derrumbados han correspondido a pastores que no cuidaron sus propias vidas y ministerios. Se encuentra más peligro adentro que fuera de uno. Sabiendo esto, necesitamos velar por nosotros mismos, respondiendo también a las amonestaciones del Señor a través de otros.


La promesa especial de un ministerio fructífero es: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren». Si cuidamos nuestras vidas y enseñanza, Dios nos promete un ministerio con resultados.


Proceder así depende del ser y del saber. Es allí de donde surge el gran peligro de olvidarse de uno mismo. Necesitamos mantener presente la naturaleza misma del ministerio pastoral. Pablo le escribe a Timoteo claramente de tres funciones: la de gobernar, predicar y enseñar (1 Timoteo 5.17). El cuidado de la grey, pastorear la iglesia, implica claramente un ministerio de gobernar, predicar y enseñar. Descuidar un solo aspecto ya genera un desbalance.


El origen del ministerio (la encomienda en el Espíritu Santo), la pertenencia a un grupo (la iglesia de Dios) y el valor de la grey (comprados con la sangre de Cristo) dan seriedad e inmensa importancia a la responsabilidad que hemos adquirido.


Los lobos y los carneros


«Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras sí discípulos. Por tanto, velad, acordándoos de que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno». Hechos 20.29–31


Al conocer la batalla real y la naturaleza humana, el autor sabía lo que habría de ocurrir. El mal vendría de dos direcciones: los lobos feroces que no perdonarían al rebaño y de hombres del propio grupo de ancianos que se levantarían para arrastrar a la gente con el fin de conseguir sus propios seguidores (no de Cristo). Hoy seguimos expuestos a estos mismos peligros, por lo que debemos estar velando.


El primer peligro es el de los hombres que quieren enriquecerse personalmente (dinero, influencia, renombre, etc.) y que están dispuestos a pervertir y arruinar las vidas con tal de alcanzar sus objetivos. Con artimañas engañosas buscan sacar provecho. ¡Cuántos son los que hoy viven así y están metidos en todas partes, enemigos de la cruz y la verdad!


El segundo grupo es el de los que comenzaron bien, del grupo mismo, pero empiezan a usar su posición para pervertir y afirmar declaraciones incorrectas que provocan que las gente los siga. ¡Cuántas iglesias han sido atacadas por aquellos que se han levantado alegando súper espiritualidad y que se han servido de interpretaciones especiales o de profecías que menosprecian a los que han edificado la obra con oración y sudor!


La historia ha demostrado que una fe incompleta o distorsionada (una doctrina incompleta) está seguida de maltrato y manipulación. Una doctrina correcta es fundamental para que la vida sea correcta. No sólo la historia de la Iglesia, sino también la historia de las naciones muestran el daño causado por las doctrinas falsas. No olvidemos el sufrimiento causado a millones de negros por mantener una teología protestante de superioridad blanca. No olvidemos los problemas espirituales, la corrupción y el sufrimiento nacional resultantes del catolicismo a través de toda Latinoamérica.


Aunque no aprobemos las prácticas de otras generaciones, (quemar a un hereje, a las brujas, etc., por ejemplo) ellas expresaban un conocimiento acertado de la gravedad de una mala doctrina. Hoy en día mostramos nuestra ignorancia acera de la historia al no tocar con seriedad los resultados destructivos de la mala información y las filosofías falsas.


«Velad», una exigencia imprescindible para salvaguardar la grey de los lobos que vendrán. No mantenerse alerta es necedad. Pablo ilustra esta amonestación con su propio ministerio: «por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar … a cada uno». Hubo una constante y perseverante preocupación de Pablo hacia su gente. Observemos, sin embargo, cómo fue canalizada su preocupación: «amonestando a cado uno». La clave del cuidado pastoral es el cuidado individual de cada miembro. Al ir formando, corrigiendo, animando, enseñando a cada uno en el camino, los protegemos del «lobo». En otras palabras, no es nuestra labor tratar de evitar que los lobos aparezcan, pero sí formar la grey de tal forma que no se deje comer.


Depositados en las manos de Dios


«Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados». Hechos 20.32


Pablo se marchaba pero Dios permanecería. Pablo los había estado edificando, sin embargo era la palabra de Dios la que usaba y aplicaba a sus vidas, lo que los edificaba. Pablo tendría que seguir su peregrinaje, pero la palabra de Dios quedaría con ellos y en ellos. Con o sin Pablo, esta era suficientemente poderosa para sobreedificarlos y darles herencia con los santos.


Por otra parte, el mismo constante y abnegado ministerio de oración por sus discípulos que lo caracterizó, seguiría estando en favor de ellos. Cuando estudiamos la vida de este hombre y vemos su oración constante, entendemos qué es lo que estaba en la mente Pablo cuando los bendijo: «os encomiendo a Dios».


Sostenimiento, trabajo y ayuda fraternal


«Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes bien vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir”». Hechos 20.33–35


La codicia pastoral es un pecado común, pero no por esto deja de ser condenable. La gente de Efeso poseía recursos que podrían haber tornado más fácil la vida de Pablo y de su equipo; no obstante, Pablo no los codició.


Ellos sabían muy bien cómo Pablo había provisto para sí mismo y para los hombres que estaban con él. Trabajó con sus propias manos para sustentarse, jamás se preguntó si consideró su llamado al ministerio basándose en lo que habría de recibir. Dios lo había llamado y buscó la forma de conseguir su propio sostén para cumplir ese llamado.


Pablo les mostró con sus hechos y también a través de sus palabras la importancia de trabajar para poder ayudar a los necesitados, No sólo no codició los bienes de los demás sino que fue ejemplo en el compartir los suyos con otros. ¡Qué hermoso es poder enseñar a otros a dar en obediencia a las palabras de Jesús! Muchos líderes enseñan a su gente a dar en beneficio propio.


Una envidiable despedida


«Cuando terminó de decir estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos, y echándose al cuello de Pablo, lo besaban, y se dolían en gran manera por la palabra que dijo de que no verían más su rostro. Y lo acompañaron al barco». Hechos 20.36–38


¡Qué forma de partir! Cuando un pastor ha realizado un trabajo como el que Pablo llevó a cabo con toda humildad, lágrimas, perseverancia y diligencia, la gente siente gran dolor y una gran pérdida a la hora de su partida. Es triste observar, no obstante, que en muchos lugares la salida de un pastor es motivo de celebración, o resulta intrascendente. No queda duda que en algunas situaciones ha sido el pecado del propio pueblo lo que ha contribuido para que una congregación no reconozca el instrumento que Dios les ha dado; sin embargo, en la mayoría de los casos, cuando un pastor se va y no hay tristeza por ello, seguramente se debe al fracaso personal del ese hombre.


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