La Encarnación de Jesús, Parte I
por José Belaunde M.
Al llegar la época de Navidad es casi inevitable pensar en la encarnación de Jesús; esta es un misterio que el hombre no puede resolver ni comprender. ¿Cómo es posible que el Verbo de Dios, infinito en poder y grandeza, creador y sustentador del universo se humillara de esa manera?
¿Cómo es posible que el Verbo de Dios, infinito en poder y grandeza, creador y sustentador del universo, se redujera a la pequeña dimensión de un minúsculo embrión en el seno de una mujer y que luego fuera creciendo y desarrollándose poco a poco para salir de su cuerpo como un bebe, tan impotente como una criatura e incapaz de valerse por sí mismo? ¿Sujeto a todas las limitaciones de un recién nacido? Imagínense un momento al bebito que María tenía en sus brazos. Era el Verbo de Dios, el dueño de todo lo creado. Ahora es dueño de nada, incapaz de nada. Dependiente en todo de su madre. Aquel de quien dice la Escritura que reparte su alimento a todos los seres, no podía alimentarse a sí mismo; tenía que ser alimentado. El que «anda sobre las alas del viento» no podía caminar; tenía que ser llevado. Si algo le dolía o tenía hambre, lloraba. El dueño del universo berreando como cualquier criatura. Se ensuciaba como cualquiera recién nacido y tenía que ser limpiado.
El evangelio de Lucas dice que María lo envolvió en pañales. Pañales fueron su primer vestido. Le fue dado de mamar del seno de su madre como a cualquiera de nosotros a esa edad. Movía sus manitas torpemente como hacíamos nosotros a la semana de nacidos. Sonreía y hacía ruidos incoherentes con la boca en vez de hablar, Aquel que con su palabra había creado el mundo. A los ocho días fue llevado al templo para ser circuncidado, como cualquier niño judío. Le fue cortada la piel de su prepucio y empezó a sangrar. ¡Cómo lloraría! ¡Cómo sufrirían sus padres al verlo sufrir! Ahí su madre escuchó frases que la asombraron y que guardó en su corazón. Se le anunciaron las pruebas y sufrimientos por las que ella y su hijo habrían de pasar. La primera de ellas fue la huída a Egipto. El rey Herodes, en su afán de borrar de la existencia a Aquel que según la profecía debía algún día ocupar su trono, mandó matar a todas las criaturas menores de dos años que vivían en Belén. Pero San José había sido advertido de antemano en sueños y se llevó al hijo y a su madre al lejano Egipto, para estar seguros (Mt 2:19-21). (Nota 1).
Es curioso. La Escritura no dice: se llevó a su mujer y al niño, como sería lo normal en el ambiente cultural y en el lenguaje judío. Sino dice cuatro veces: al niño y a su madre, como para que no hubiera equívoco. Quizá nunca la hizo su mujer. ¿Podemos imaginar a María, cabalgando sobre un burro y cargando a su hijo de pocos meses? ¡Qué cosa tan incómoda durante cientos de kilómetros, por desiertos y valles! ¡Cómo se cansaría María! ¡Cómo lloraría el niño, abrumado por el calor y el sol del desierto durante el día y aterido de frío por las noches! ¡El dueño del mundo sometido a las privaciones de un viaje por tierra a un país lejano! ¡El que inventó el frío y el calor, el viento solano y el desierto, sometido a sus rigores! ¿Porqué no bajó una legión de ángeles a llevarlos en sus alas?
El Verbo de Dios no se contentó con someterse a todas las limitaciones de la criatura a la que Él había dado vida, sino que se sometió a las leyes e inclemencias de la naturaleza física a la que Él había llamado a la existencia con su palabra. El Creador, dueño de todo lo existente, se puso bajo el yugo de la creación que le pertenecía. ¿Cuánto tiempo permaneció en el extranjero? No sabemos. Pero imagínense al niño y a sus padres viviendo en un país de lengua extraña, donde los judíos eran mal mirados, maltratados y humillados! Lo que nosotros llamamos hoy día «chauvinismo» ya era común en aquellos días y la pequeña familia debe haber sufrido por la discriminación. Sin duda era el propósito de Dios que su Hijo conociera por experiencia todos los sufrimientos que el hombre si inflinge a sí mismo. Claro está que en Egipto había una importante colonia israelita y es probable que ahí lo acogieran y le ofrecieran trabajo. Los judíos siempre han sido muy solidarios. Pero Egipto era con todo un medio extraño donde a veces los judíos sufrieron persecución.
Al cabo de unos meses, o de unos años, regresaron a su tierra y se establecieron en Nazaret por miedo a Arquelao (Mt 2:22,23). ¿Que edad tendría Jesús? Tampoco sabemos. Quizá 4, 5 ó 6 años. O menos de 4. Pero la Escritura dice que «el niño crecía y se fortalecía y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2:40) (2). Eso quiere decir que el niño era gracioso, simpático y sabio. Era sin embargo en todo lo demás un niño como los otros, travieso, cariñoso y juguetón, que empezó poco a poco a andar, después de haber gateado. Imagínense al niño Jesús gateando por el suelo y ensuciándose las manos y la ropita. Imaginémoslo babeando y haciendo ensayos de palabras incoherentes. Y después dando sus primeros pasos tambaleándose y cayéndose. ¡Cuántas veces se habrá caído al suelo y golpeado y habrá llorado, y sus padres lo habrán levantado y consolado!
Después empezó a hablar. Al principio pequeños monosílabos cuyo significado completaba con un gesto. Después juntando sílabas y siendo más expresivo. Pero con la simplicidad y las limitaciones del lenguaje de un niño. Imaginémoslo jugando con piedritas o trozos de madera, solo o con algunos compañeros. Imaginémoslo corriendo tras ellos en sus juegos de corre y atrapa y escóndete con que se divierten todos los niños del mundo. El niño, dice la Escritura, estaba lleno de sabiduría, así que era un niño algo diferente. Quizá nunca hizo mataperradas, pero sí algunas travesuras que hicieron impacientar a sus padres. Como él nunca pecó, podemos estar seguros de que, aunque le gustara jugar, nunca hizo nada que justificara que sus padres lo castigaran. Quizá alguna vez lo regañaron porque, como todo niño, inconsciente aún, se expuso a algún peligro. O quizá nunca tuvieron necesidad de hacerlo, porque el niño era obediente y dócil, y en todo daba gusto a sus padres. ¿Cómo lo sabemos? Porque la Biblia dice que aunque fue tentado nunca pecó, y aun la más pequeña desobediencia en un niño es pecado. Los niños suelen tener intuiciones geniales. Quizá todavía pequeñito, más de una vez, sentado y con la mirada fija, habría tenido la intuición de su origen divino. O miraría una cruz y se estremecería.
Imaginémonos al niño contemplando atento, con esa atención intensa de los niños, a su padre trabajando en su taller de carpintería. Y seguramente, como todos lo niños, imitando de pequeño a su padre y queriendo parecérsele; tomando pedazos de madera y juntándolos, como quien fabrica una silla o una mesa. Imaginémoslo chascándose un dedito con el martillo. Pronto empezaría a ayudarlo y su padre le diría: Alcánzame la escuadra o el martillo, o tráeme tal cosa. O le explicaría las propiedades de tal clase de madera y cómo se hacen las juntas más sólidas, o cómo se prepara la cola. Sin duda el niño era muy servicial y amaba a su padre, aunque en su interior sabía que no era su verdadero padre; que su padre verdadero estaba en el cielo. Pero él amaba a este hombre bueno, de manos encallecidas por el trabajo, a quien había sido confiado. Cuando se cansaba salía a jugar con sus compañeritos. ¿Cómo serían esos juegos? Correr, gritar, tirarse al suelo, tirar piedras, cazar animalitos, pescar. ¿Se agarrarían los niños a trompadas alguna vez como suelen hacer todos los niños? Quizá el pequeño Jesús, como era sabio, se daría cuenta de lo tontas que son esas peleas infantiles y separaría a sus compañeros. Pero el nunca se dejaba retar. Quizá sus amigos frustrados de no poder hacerlo pelear lo molestaban y se burlaban de él, y él se alejaría de ellos fastidiado y triste. Pero como nunca pecó, nunca se dejó llevar por la cólera o por el odio a ningún acto de violencia insana.
También empezaría a estudiar, como hacían todos los niños judíos. Aprendería las primeras letras y empezaría a leer los rollos sagrados y memorizaría párrafos enteros, como todavía hacen los niños en algunos países de Oriente. El conocimiento que ya adulto demostró de las Escrituras, lo adquirió de niño.
Muy temprano se familiarizaría con la Torá y las demás Escrituras surgidas en su pueblo. Seguramente se pasaba buena parte del tiempo leyéndolas. Hay niños que juegan poco y dedican casi todo su tiempo a leer y estudiar. Posiblemente Jesús era como uno de esos niños. El Evangelio de Lucas dice que a los doce años asombró a los doctores de la ley con su conocimiento de los libros sagrados. Un niño sabio siempre provoca asombro. Pero dejemos el relato de ese episodio para la próxima charla.
Acerca del autor:
José Belaunde N. nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país. Para más información puede escribir al hno. José a jbelaun@terra.com.pe
Notas
(1) Nacido el rey de los judíos y muerto poco después el usurpador Herodes, nunca volvió a reinar nadie sobre Jerusalén rey alguno, porque Arquéalo gobernó como etnarca y pocos años después fue sustituido por un procurador romano.
(2) El cálculo del tiempo que Jesús permaneció en Egipto se ve dificultado por la imprecisión de la fecha de la huída. Sin embargo, parece que Herodes murió un mes después de la visita de los magos. En ese caso, la estadía no habría durado más tiempo. Contra esa hipótesis conspira el hecho de que Herodes hiciese morir a todas las criaturas varones menores de dos años, dato que parecería indicar el tiempo transcurrido desde el nacimiento. Aunque ese lapso puede haber sido sólo una precaución extrema tomada por una mente atormentada.