LA ENDECHA DEL UNGIDO

“Montes de Gilboa, Ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierras de ofrendas; Porque allí fue desechado el escudo de los valientes, El escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con aceite. Sin sangre de los muertos, sin grosura de los valientes, El arco de Jonatán no volvía atrás, Ni la espada de Saúl volvió vacía. Saúl y Jonatán, amados y queridos; Inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados; Más ligeros eran que águilas, Más fuertes que leones” (2 S. 1:21–23).

Introducción

La elegía, endecha o poema fúnebre expresada por David(1:19–27), es clásico en todo el canon bíblico. En la misma se resalta el respeto del ungido hacia Saúl y Jonatán, un rey y un príncipe caídos en batalla en el monte Gilboa de Galilea.

El monte Gilboa es una cadena montañosa que ayuda a encerrar al valle de Jezreel o Esdraelón, conocido en la apocalíptica joanina como Armagedón. Una lectura analítica a esta endecha pone de relieve la verdadera naturaleza del ungido. La muerte de Saúl y de Jonatán le hizo estremecerse en su ser interior.

Para David esta endecha debería ser una lección para “los hijos de Judá” (1:8). En el llamado “libro de Jaser” (1:18), que al parecer mantenía las tradiciones de Judá, la endecha estaba registrada. Sin lugar a dudas del “libro de Jaser” esta elegía se incorpora en el relato de Segundo Samuel.

  1. La exclamación

“¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes!” (1:19).

Esa exclamación: “¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas!”; se lee en la Versión Popular: “¡Oh, Israel herida fue tu gloria en tus montanas!” Para el ungido, Saúl y Jonatán eran “la gloria de Israel”. Hasta los que consideramos amigos como Jonatán y los que clasificamos enemigos como Saúl, para Dios pueden ser “la gloria” que da a su pueblo.

Veamos la otra exclamación: “¡Como han caído los valientes!” Para el ungido, Saúl y Jonatán fueron dos valientes, que murieron con dignidad y en el desarrollo de una visión. Los hombres y mujeres de Dios, aun con fallas y debilidades, al morir hay que darles honor de valientes.

  1. El secreto

“No lo anunciéis en Gat, Ni deis las nuevas en las plazas de Ascalón; para que no se alegren las hijas de los filisteos, para que no salten de gozo las hijas de los incircuncisos” (1:20).

El ungido es enfático, hay secretos que debe guardar el pueblo de Dios. Hay malas noticias que no se deben anunciar delante de los filisteos. El mundo quiere que le digamos que ha pasado con nuestros “valientes”. No podemos permitir que “los incircuncisos” se gocen de nuestras desgracias, de nuestras derrotas y de nuestras pruebas.

Los de Gat y Ascalón no deben ser informados cuando un Saúl y un Jonatán caen en batalla. Si se enteran que lo hagan por su cuenta. El mundo quiere saltar de gozo, cuando se entera de que algo malo nos ha ocurrido. Seamos sabios y reservados con las cosas que son privadas para su pueblo.

III. La profecía

“Montes de Gilboa, ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros, ni seáis tierra de ofrendas…” (1:21).

Los que hemos visitado la galilea, tierra fértil como ninguna otra de Israel, distinguimos inmediatamente los montes de Gilboa por su sequedad y aridez. Allí no se cultiva ningún fruto, de ahí la expresión: “ni seáis tierra de ofrendas”. Al pie del monte Gilboa está el manantial de Harod, donde los trescientos valientes de Gedeón fueron probados y seleccionados.

Notemos con que autoridad profética el ungido le habla a los montes de Gilboa. A nosotros, la iglesia, se nos da autoridad espiritual para hablarle a los montes de los problemas de las adversidades y de las dificultades.

“…si tuvieres fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17:20).

“Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte; Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyera que será hecho lo que, lo que diga será hecho” (Mr. 11:23).

Consideremos esta declaración: “Porque allí fue desechado el escudo de los valientes, el escudo de Saúl, como si no hubiera sido ungido con aceite” (1:21).

Primero, probablemente aquí es registrada alguna especie de ceremonia religiosa militar, donde antes de una batalla los escudos eran presentados a Dios en un ceremonial religioso ungiéndolos con aceite consagrado.

Segundo, podría ser que los escudos eran mojados con aceite y aun con agua sobre su cubierta de piel; para darles resistencia en la batalla.

Tercero, quizá después de la batalla los escudos tenían que ser limpiados con aceite de la sangre que se les impregnaba.

Desearía tomar esto en el sentido de que no debemos ir a la batalla sin el escudo ungido. A todos Dios nos ha dado un escudo que debemos ungir. Si ese escudo es la educación tenemos que ungirla. Si ese escudo es algún talento, tenemos que ungirlo. Si ese escudo es alguna gracia especial, tenemos que ungirla.

Al parecer, el escudo de Saúl fue desechado, a nadie le interesó, no se tomó en cuenta que había sido ungido con aceite. ¡Cuantos escudos ungidos, ya no se les da ninguna importancia! Himnos que antes cantábamos; ya no se cantan. Sermones que antes escuchábamos, ya no se escuchan. Vigilias y retiros que antes se tenían, ya no se convocan. ¡Recojamos de nuevo esos escudos ungidos!

  1. El reconocimiento

“Sin sangre de los muertos, sin grosura de los valientes, el arco de Jonatán no volvía atrás, ni la espada de Saúl volvió vacía” (1:22).

La Versión Popular dice: “Saúl y Jonatán, volvieron sin haber empapado espada y flechas en la sangre y la grasa de los guerreros más valientes”. El ungido reconoce a Saúl y Jonatán como valientes entre los valientes. Hay quienes se hacen los fuertes entre los débiles, los grandes entre los pequeños, los valientes entre los cobardes, los espirituales entre los carnales, los buenos entre los malos, los trabajadores entre los vagos.

Saúl y Jonatán median sus fuerzas entre los fuertes, su valentía entre los valientes… Personas como estas merecen ser reconocidas. De frente atacaban a sus enemigos y en su lucha no retrocedían.

Jonatán era tremendo con su arco, cuando arrojaba las flechas daba siempre en el blanco. En la iglesia necesitamos buenos arqueros con sus dones y ministerios. Personas que sepan arrojar bien las flechas.

Saúl era tremendo con su espada. Nunca le regresaba la misma vacía. Cuando se la hundía al enemigo, le regresaba con prueba de su uso. De la Palabra de Dios se dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12).

La palabra en griego de la que se traduce “eficaz” es energes y de ahí se toma la etimología para enérgico. Implica actividad, acción y eficacia. Los que usan la espada de Dios, su Palabra, reconocen que cuando ella se mete en el corazón de alguien jamás regresará vacía. Sale y entra para cumplir su propósito.

  1. La unción

“Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados” (1:23).

Hasta el final, Jonatán fue un buen hijo que honró a un padre como Saúl. Aunque para muchos pudo ser clasificado como malo, para Jonatán era un padre especial al cual él tenía que ser fiel.

En las buenas y en las malas estuvieron juntos. Nada debe asesorar la unión de un padre y un hijo. Veamos la comparación que de ellos hace al ungido. “Más ligeros eran que águilas, más fuertes que leones” (1:23).

Jesucristo es el Rey del universo; el amor es el rey de los sentimientos; la rosa es la reina de las flores; el león es el rey de los animales; el oro es el rey de los metales y el sol es el rey de los astros. A reyes se compara con reyes. Para David, Saúl y Jonatán eran águilas y leones, ligeros y fuertes.

  1. La invitación

“Hijas de Israel, llorad por Saúl, quien os vestía de escarlata con deleites, quien adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro” (1:24).

Posiblemente esto sea una alusión a la prosperidad económica que Israel experimentó bajo el reinado de Saúl. El estado militar dirigido por él, benefició a muchos.

Ahora que estaba muerto había que recordarlo, había que llorarlo y había que mostrarle a través del duelo el aprecio nacional. David declaró un duelo nacional. Le dio honores de héroe.

VII. El dolor

“¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas!” (1:25).

Solo los valientes mueren en batalla. Los cobardes huyen del campo de batalla. Saúl y Jonatán murieron con hombría. Dios está buscando hombres verdaderos y mujeres verdaderas.

La expresión “¡Jonatán, muerto en las alturas!”, debe ser alusión a que él murió en los altos de los montes de Gilboa. Pero, es una figura poética que descubre que en la altura de su vida, este príncipe amigable y fiel fue tronchado de vivir.

En el versículo 26 leemos: “Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres”. David encontró en Jonatán un amor ágape, espiritual no un amor eros que solo podía conseguir en las mujeres. El amor de un verdadero amigo nadie lo puede dar.

Leemos en el versículo 27: “¡Cómo han caído los valientes, Han perecido las armas de guerra!” Saúl y Jonatán eran como dos “armas de guerra”.

En la guerra espiritual, los hombres y mujeres que Dios usa son “armas de guerra” en el mundo espiritual. Jonatán era un “arco” de guerra y Saúl era una “espada” de guerra. ¿Qué seremos nosotros, usted y yo? ¿Tanques de guerra? ¿Aviones de guerra? ¿Granadas de guerra? ¿Mísiles de guerra? ¿Fusiles de guerra? ¿Submarinos de guerra?… Nosotros podemos ser armas de guerra que Dios use para infligir daño en el ejército enemigo.

Conclusión

(1) El ungido sabe identificar aquellos líderes que son la gloria de su país. (2) El ungido enseña que los secretos del pueblo de Dios, no deben ser divulgados al mundo. (3) El ungido sabe que tiene autoridad para profetizarle a los montes. (4) El ungido reconoce a los que saben utilizar sus armas de guerra. (5) El ungido aplaude a los que se mantiene unidos hasta el final. (6) El ungido invita a respetar a los líderes caídos. (7) El ungido sabe quienes con su ministerio son ellos mismos “armas de guerra” espiritual.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (178). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.