por Luis Palau
El mensaje evangelístico presenta un carácter muy particular que lo distingue de los otros tipos de predicaciones. Luis Palau presenta siete aspectos de este tipo de sermón que todo predicador evangelizador debe tomar muy en cuenta, si busca ser eficaz en su tarea.
En Hechos 26.1718 vemos que nuestra tarea en el poder del Espíritu Santo es despertar a la gente: (1) abriendo sus ojos, (2) iluminando sus mentes «para que se conviertan de las tinieblas a la luz», (3) produciendo conversión de la voluntad, «de la potestad de Satanás a Dios», y (4) purificando sus conciencias a fin de que reciban «perdón de pecados», que gocen de la seguridad de la vida eterna, y que vivan en santidad, separados para Dios.
En este articulo consideremos siete aspectos del carácter del mensaje evangelístico:
Importancia de la invitación
En un admirable artículo el pastor luterano George Fry indicó: «Quizás la predicación de la iglesia no es persuasiva porque la deslealtad de nuestra época ha sido el divorcio de teología y evangelización…. La teología que carece del propósito práctico de ver convertidos degenera en un escepticismo irresponsable. La consecuencia de esta situación es una fe que no es intelectualmente sana ni emocionalmente satisfactoria». («John Calvin: theologian and evangelist», por C. George Fry, revista Christianity Today, Octubre 23, 1970).
Muchos cristianos ya no persuaden a los incrédulos a seguir a Cristo pues están convencidos de que testificar del Señor es hacer que traguen el evangelio a la fuerza.
La sofisticación podría llegar a ser otra barrera en la evangelización para que demande decisión del oyente. Adoptamos los valores de nuestra sociedad, y no queremos ofender a nadie, parecer raros ni perder nuestro estatus. Otros cristianos creen que la salvación es responsabilidad exclusiva de Dios, que sólo a él le corresponde intervenir, y por lo tanto no sienten necesidad de persuadir a los incrédulos. Sin embargo, el objetivo de cada creyente en Cristo y cuanto más de los predicadores y comunicadores cristianos es entregar el mensaje de salvación y persuadir a otros a que se arrepientan y crean (2Co 5.1113).
No sugiero que se apele al emocionalismo ni tampoco llamar a la consagración o a la entrega a Cristo cada cinco minutos. Pero si tememos ofender a alguien al extender una invitación, la evangelización se estanca y se vuelve inerte. Quienes quieran predicar el evangelio de una manera poderosa deberán practicar una evangelización de decisión. No basta presentar el evangelio de manera teológica, doctrinal y bíblica. Eso es vital pero no es todo. La predicación del evangelio debe ir acompañada de una invitación a los que han oído la Palabra para que deseen recibir a Cristo.
Si usted quiere que la predicación del evangelio sea productiva, ofrézcale a la gente la oportunidad de tomar su decisión. Esto no significa insistir para que levanten la mano o se paren, sino darles una oportunidad clara, abierta y equilibrada para que reciban a Cristo. He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (Ap 3.20). Cristo está pidiendo al oyente que le abra la puerta de su vida, que lo deje entrar. Para ello debe creer y decidir.
Al comunicar el mensaje y hacer la invitación, confrontemos a la persona incrédula con compasión y amor a fin de que no cierre sus oídos ni su corazón a la voz de Dios (vea Jos 24.15; 1Re 18.21; Mr 10.21). Cuando yo era muchacho, junto con otros jóvenes cristianos formamos un pequeño equipo de evangelización. Para animarnos en ese ministerio varios hermanos de la iglesia compraron una carpa y nos confiaron la organización y desarrollo de las reuniones. Nos dieron amplia libertad de acción pero nos dieron una advertencia: no debíamos hacer invitaciones públicas para que la gente recibiera a Cristo. Yo estuve de acuerdo con ellos. Sin embargo, pasaron los meses y fui dándome cuenta de que un mensaje sin invitación específica era una predicación incompleta. Reconocí mi error y comprendí que la invitación debía formar parte de un mensaje evangelístico, aunque era necesario guardar el equilibrio. La oportunidad de «probar» llegó.
Habíamos ido a predicar a otro pueblo, y esa noche el salón se había llenado. Yo estaba impaciente por predicar y porque iba a hacer la primera invitación pública de mi vida. Mi mensaje fue sencillo, basado en Jn 10.28. Antes de concluir extendí la invitación, de la misma forma en que lo he seguido haciendo en los años siguientes. Pedí que si deseaban recibir a Cristo, inclinaran la cabeza y oraran al Señor en su corazón. Luego pedí que levantaran la mano quienes hubieran orado conmigo. Conté treinta y cinco manos y me asusté. Era obvio que los críticos estaban en la razón. Era todo manipulación emocional.
Pueden bajar sus manos. Gracias. Ahora déjenme explicarles de nuevo dije, y dediqué otra media hora al pasaje, poniendo en claro cada aspecto, asegurándome de que comprendían el significado de la vida eterna y de una relación personal con Cristo. Oramos de nuevo y pedí que levantaran las manos: esta vez fueron treinta y siete. Es cierto que ese fue un caso excepcional, sin embargo, me marcó de por vida.
La experiencia de mi madre también me ayudó a tomar esa determinación. Ella una vez me confesó: «Luis, muchas veces estuve a punto de recibir a Cristo, pero no lo hice porque el predicador no me daba la oportunidad. Te aconsejo, entonces, que cada vez que prediques el mensaje de salvación invita a la persona a recibir a Cristo. Recuerda siempre que tal vez ésa sea la última oportunidad con la que cuente para recibir al Señor».
El evangelio incluye una invitación, un llamamiento vital a que la gente regrese a Dios, por lo tanto ella es parte imprescindible del paquete total.
¿Predica usted un mensaje que demanda una decisión? ¿O acaso presenta uno diluido que deja a la gente con una sensación agradable en cuanto a usted como comunicador pero aparte de eso no ocurre nada?
Antes de predicar: Recuerde
Durante años, antes de cada predicación evangelística, me he propuesto recordar varios asuntos y me afirmo: (1) Dios está siendo glorificado pues está acá y está en mí; (2) predicaré su Palabra, de modo que no debo sentirme inseguro; (3) creo en Dios, pues él está aquí; (4) Dios habla a través de mí; (5) espero que Dios obre y convierta a los pecadores; (6) reconozco que por mí mismo no puedo conseguir nada, y humildemente confío en que Dios obrará; (7) pienso en los perdidos y en su destino eterno, y pido al Señor que me dé compasión por ellos; (8) pido a Dios que reavive a los cristianos a través de la verdad del evangelio; (9) espero cosechar personas; (10) tengo presente que tal vez esta sea la última vez que escucharán el mensaje, y pido a Dios que me dé sentido de urgencia.
La tarea, todavía incompleta, de ganar al mundo para Cristo es enorme. ¿Está usted dispuesto a mostrar compasión por los perdidos y a sentirse urgido por ganarlos para el Señor? ¿Está usted dispuesto a ser un obrero de Dios y a servirle con valentía santa?
Comience a actuar ya mismo para acabar el trabajo que aún queda por delante.
Primera publicación en ©Apuntes Pastorales, edición octubre a diciembre de 1995, Volumen XII Número 1, con el título: «El mensaje evangelístico» Todos los derechos reservados para DesarrolloCristiano.com