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La guerra sobre la píldora en la Iglesia

La guerra sobre la píldora en la Iglesia

Por: La Nuova Bussola

“Ningún teólogo católico ha enseñado jamás que la contracepción sea una acción buena”. Así, en 1965 el jurista John T. Noonan daba cuenta de 19 siglos de doctrina cristiana interrumpida en 1930 por los anglicanos y, después, por las demás confesiones protestantes. En la Iglesia había decretos y la encíclica de Pío XI Casti connubii, que confirmaban la enseñanza de los santos: la contracepción es un acto intrínsecamente malo.
 
Pero en 1957 había llegado a América la píldora estroprogestágena y los teólogos, primero cautamente, cada vez con menos prejuicios, habían identificado una vasta casuística en la que la píldora era considerada lícita. El clima de expectativa de cambio que embistió de lleno a la Iglesia en los años 60 vio en la cuestión del control de los nacimientos uno de los ámbitos de mayor expresión. Fue suficiente el anuncio de que la Iglesia estuviera discutiendo sobre la cuestión para que algunos sectores se sintieran autorizados a dar como inminente la admisión de la contracepción entre las prácticas moralmente lícitas.
 
No sólo los teólogos, sino obispos y cardenales empezaron a impartir órdenes en sus diócesis para declarar dudosa y no obligatoria la norma vigente, quitando a los cónyuges que utilizaban la contracepción la obligación de la confesión sacramenta. Así lo hicieron el obispo Reuss, el obispo James Shannon, el cardenal Döepfner. El cardenal belga Suenens, después de una hábil intervención en el aula conciliar concertada para tener la máxima visibilidad en los medios e incidir en los padres conciliares, celebró en Estados Unidos una rueda de prensa en la que anticipó el cambio inminente.
 
El derrumbe de la adhesión a la doctrina sobre la paternidad responsable por parte de los cónyuges católicos fue el efecto sociológicamente demostrado de esas intervenciones, y junto a esto, el desconcierto escandalizado de esas parejas que se habían esforzado siempre en seguir en su vida conyugal las enseñanzas de la Iglesia, ahora señalada como demasiado exigente por tan numerosos eclesiásticos. En el Concilio se luchó sobre cada acento y coma para que el texto de la Gaudium et Spes sobre el matrimonio se abriese o, al contrario, se cerrase al uso de la contracepción. Se instituyó una comisión de estudio; inicialmente compuesta por 6 teólogos, llegaría a implicar a 64 personas, incluyendo también juristas, laicos comprometidos y médicos. Entre estos, el famoso ginecólogo de la Georgetown University, Andre Helleghers.
 
Y sin embargo, entre tanto científico, el informe final no hacía mención de los posibles efectos microabortivos de la píldora y del DIU que un atento conocimiento de la literatura científica de entonces permitía conocer. Hubo sondeos; el del psiquiatra Cavanagh, el de los cónyuges Crowleys entre parejas casadas, el del cardenal Shehan entre sus sacerdotes de la diócesis de Baltimore, el de los obispos holandeses, el de la Secretaría de Estado entre los episcopados. Pero se abusó de los sondeos para introducir el criterio parlamentario en la doctrina. Dos ríos impetuosos procedentes de fuera y de dentro de la Iglesia se unieron y formaron una impresionante ola de presión que se abatió sobre el papa.
 
Pablo VI estaba al borde del éxito: su terminación del Concilio, la apertura a la colegialidad simbolizada con la bendición de los fieles junto al primado de Bélgica, el abrazo con Atenágoras, la no inclusión de una condena explícita del comunismo en los textos del Concilio, la puesta en marcha de la reforma litúrgica, la renuncia al trirreino, eran gestos y actos que habían hecho del Papa Montini un icono de la renovación invocada por el sistema de los mass media. Pero cuando el jesuita John Cuthbert Ford preguntó al Papa: "¿Está dispuesto a afirmar que la Casti connubii puede cambiarse?" el Santo Padre, anota Ford en su diario, respondió con un "No" decidido, como si con él hubiera querido responder a una acusación de traición de todo el credo católico.
 
Cuando después, con la encíclica Humanae vitae el Papa reafirmó con un acto de Magisterio ordinario la doctrina infalible expresada por el Magisterio universal, todo el consenso acumulado hasta entonces se disolvió como la nieve al sol. En un momento, de la gloria del Domingo de Ramos, el Santo Padre se encontró viviendo un Viernes de Pasión que durante diez años lo acompañó hasta la muerte. Asociaciones de laicos, teólogos, sacerdotes, religiosos, obispos, cardenales y conferencias episcopales enteras dieron vida a una taimada y poderosa obra de rebelión que aún hoy está lejos de haber terminado.
 
Si el Papa hubiera cedido, las consecuencias para la Iglesia habrían sido devastadoras. El cambio de la doctrina habría mostrado ipso facto que no hay nada definitivo, que el bien y el mal son categorías provisionales dictadas por el contexto histórico. Las más solemnes declaraciones en el ámbito moral se leerían con el final sobreentendido "por ahora". Y si esto era así para la moral, ¿por qué no se podía extender a cualquier otro ámbito de la teología?
 
El Papa en un momento habría sido reducido a un líder de opinión. Si el amor, si la intimidad afectiva hubiera sido reconocida como el principal bien del matrimonio, todo lo demás se habría convertido en un mero instrumento; cualquier tipo de actividad sexual habría sido lícita con el fin de preservar ese bien supremo. Hay un antiguo Enemigo que conoce bien la vulnerabilidad del recinto en ese sector. Es necesario conocer bien la batalla que se combatió hace medio siglo por parte de pocos heroicos defensores de la fe ante el inmenso ejército del oscuro señor que hoy se agolpa a los pies de los sagrados muros y manda señales a los emisarios infiltrados.
 
Renzo Puccetti es autor de "Los venenos de la contracepción” [I veleni della contraccezione, Edizioni Studio Domenicano]
 
Artículo publicado originalmente en italiano en La Nuova Bussola