Biblia

LA HUIDA DEL UNGIDO

LA HUIDA DEL UNGIDO

“Después hubo de nuevo guerra; y salió David y peleó contra los filisteos, y los hirió con gran estrago, y huyeron delante de él. Y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tocando. Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza a la pared, pero él se apartó de delante de Saúl, el cual hirió con la lanza en la pared; y David huyó, y escapó aquella noche” (1 S. 19:8–10).

Introducción

Por causa e intermedio de Jonatán, David el ungido regresó al palacio de Saúl y se le sometió (1 S. 19:7).

Leemos: “y estuvo delante de él como antes” (19:7). Los ungidos nunca cambian. Son personas que perdonan y olvidan. Muy fácilmente se someten a realizar las cosas que hacían antes y de la misma manera en que las hacían. Las salidas buenas o malas, deseadas o no deseadas, voluntarias o presionadas, no hacen grietas en el carácter del ungido. David regresó de la misma manera como se había ido.

El ungido puede dejar una posición, pero cuando Dios lo regresa a la misma, lo hace con el mismo espíritu y entusiasmo. La razón es que los ungidos no hacen las cosas por la posición, sino por el llamado.

El llamado de Dios es el que responsabiliza, no el puesto. La ausencia del puesto no le quita al ungido la pasión por el llamado y el compromiso.

Ese “como antes” habla de sometimiento. El ungido siempre reconoce a quien está en autoridad sobre su persona. No se deja dañar por el espíritu de la rebelión. El tiempo fuera de una cobertura ha dañado el carácter de muchos. Los candidatos a ser ungidos bajo formación espiritual siempre se someten a la autoridad, porque un día serán promovidos a ser ellos mismos autoridad.

Ese “como antes” habla de humildad. En griego “humildad” se lee tapeinos, literalmente “pequeño”. El orgullo, la superioridad y la sobrestima no marcan ni empañan la imagen del ungido. Es por causa del espíritu humilde que se expresa como un siervo-líder. La humildad no es ausencia de carácter definido, ni tampoco una personalidad introvertida o tímida, es más bien la exteriorización del fruto del Espíritu en el ungido (Gá. 5:22–23).

Ese “como antes” habla de coherencia. Los ungidos son personas consecuentes. Están abiertos a los cambios, pero no son volubles. Saben echarle ganas a las cosas. Sus reacciones no son por la emoción del momento, sino calculadas, planificadas y pensadas.

En el palacio David continuó portándose prudentemente, se sometió a las órdenes y fue donde Saúl lo comisionaba.

  1. La temeridad del ungido

“Después hubo de nuevo guerra; y salió David y peleó contra los filisteos, y los hirió con gran estrago, y huyeron delante de él” (19:8).

El ungido sabe quién es su verdadero enemigo. Sabe que su guerra no es “contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

El enemigo del ungido no era el no ungido, sino los filisteos. Tan pronto el ungido regresó al palacio de Saúl, los filisteos y el pueblo de Dios terminaron su tregua condicionada. Volvieron a la carga. La presencia del ungido provocaba a los filisteos a la guerra.

Primero, “después hubo de nuevo guerra”. El mundo y la iglesia, la carne y el espíritu, el creyente y los demonios nunca harán las paces. La guerra entre la luz y las tinieblas es continua.

Ese “hubo de nuevo guerra” es algo que el ungido sabe que tarde o temprano va a suceder. Hay que estar listos para la guerra espiritual. Esta confrontación puede surgir en cualquier lugar y en cualquier momento. Muchos al ver todo tranquilo se echan a dormir, dejan de velar y el enemigo los sorprende.

Ese “hubo de nuevo guerra” implica que las pruebas no se terminarán. Habrá un tiempo de tranquilidad aparente, pero no dejemos de utilizar los binoculares de la fe y el radar de la oración. El enemigo está ahí, está camuflado, esperando su momento y volverá a arremeter contra nosotros.

Segundo, “y salió David y peleó contra los filisteos”. No se puede esperar que el enemigo ataque primero. Si sabemos su posición, vayamos al ataque. Salgamos a pelear. En las trincheras, barricadas o campamento no le infligiremos mucho daño, vayamos fuera. Hay que pelear y hacerlo para ganar. Basta ya de estudios y análisis estratégicos, hay que movernos en dirección a los puntos enemigos. Tenemos que avanzar decididos y sin retroceder.

David creía siempre en el beneficio de dar el primer golpe. El ungido tiene la iniciativa para las cosas. Al enfrentar a Goliat leemos: “David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo” (1 S. 17:48). Ahora se nos dice: “y salió David y peleó contra los filisteos”.

Muchos están esperando que el enemigo ataque primero, para luego ellos responder. Desean ser caballerosos con el enemigo. No podemos esperar que el enemigo nos declare la guerra y nos invite a pelear, vamos a declarársela nosotros y a invitarlo a pelear.

Tercero, “ y los hirió con gran estrago, y huyeron delante de él”. El enemigo no puede ser acariciado, tiene que ser herido. Hay que darle con todo y con ganas, hasta que tenga que huir. Lo hará porque es un cobarde. El diablo es cobarde y los demonios son cobardes, pero usted y yo hemos sido hechos valientes.

  1. La reincidencia del no ungido

“Y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tocando” (19:9).

La expresión: “ y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl”, debe entenderse como: “Y el espíritu malo permitido por Jehová vino sobre Saúl”. Esa naturaleza dañada de Saúl, aunque presentaba muestras de reparación de vez en cuando, volvía a sufrir daño.

Su espíritu le controlaba por un tiempo. Presentaba señales de salud mental, pero decaía de nuevo. En su vida no había una entrega total. Todavía no renunciaba de muchas cosas, particularmente a sí mismo.

Se tranquilizaba, pero no se sometía a Dios y a su Palabra. Arreglaba las cosas a su manera, y no dejaba a Dios que las arreglara. Todavía estaba muy lleno de Saúl y demasiado vacío de Dios. Mientras no nos vaciamos de nosotros para llenarnos de Dios, no tendremos la victoria.

En su casa el no ungido aparece con su juguete, “tenía una lanza a mano”. No tenía su cetro de autoridad como rey o ungido. Cuando se pierde la unción no se sabe dónde está el cetro, por el contrario se tiene siempre la lanza en la mano. Ella simboliza la carnalidad del no ungido.

Que tuviera “una lanza a mano’ ’ muestra que Saúl tenía todo planificado, que las relaciones entre él y David no se habían subsanado. Aunque David se veía como su amigo, él lo seguía considerando su enemigo.

Luego leemos: “mientras David estaba tocando”. La actitud del ungido es la de un adorador. Saúl estaba en la carne y David en el Espíritu. El ungido en adoración buscaba la protección divina.

III. La vigilancia del ungido

“Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza a la pared, pero él se apartó de delante de Saúl, el cual hirió con la lanza en la pared; y David huyó, y se escapó aquella noche” (19:10).

El ungido nunca se quitó de la mira telescópica del no ungido. La carnalidad de Saúl se exteriorizaba contra David. Sobre David él quería descargar toda su ira.

En 1 Samuel 18:11 leemos: “y arrojó Saúl la lanza, diciendo: Enclavaré a David a la pared. Pero David lo evadió dos veces”. Ya Saúl había intentado asesinar dos veces con su lanza a David, pero fue protegido divinamente y la evadió. Ahora por tercera vez, el no ungido arremete contra el ungido. Era una obsesión personal. No importaba que David tratara de mantener una buena relación con Saúl, él la deterioraba.

Leemos: “Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza a la pared”. Cuando el espíritu malo en Saúl se manifestaba le inspiraba un odio asesino contra el ungido. Aquel espíritu malo no le gustaba estar cerca del Espíritu Santo que tenía David. Este “procuró” señala planificación y premeditación.

David estaba muy cerca de Saúl, el primero tocaba su arpa y el segundo jugaba con su lanza. Todo parecía normal. Algo le dice a David: “Apártate de Saúl, y hazlo ahora mismo”. Era la voz interior del Espíritu Santo. David se aparta, y en ese preciso momento, en fracciones de segundos, Saúl mueve su lanza con frenética furia, con fuerza bruta, y la punta metálica hace saltar chispas y desprende partículas al chocar contra la pared.

El Espíritu Santo en la vida de los ungidos es una alarma contra peligros. Esa alarma siempre tiene que estar conectada. Cada vez que la escuchemos sonar dentro de nosotros, tenemos que movernos inmediatamente.

Prestemos atención a esto: “y David huyó”. Los ungidos huyen del pecado, huyen de los peligros y huyen por su vida. No huyen porque son cobardes, sino porque son sabios y quieren preservarse para Dios. ¡Ungido huye al propósito de Dios! Dios tiene planes contigo, coopera en su realización. El ministerio de muchos ha muerto porque no supieron huir a tiempo de los que quería matarlos.

David no peleó, ni discutió con Saúl. No tomó la lanza y se la devolvió airado. No lo maldijo. Sencillamente se fue, se alejó, huyó de aquella situación. Los ungidos son personas tranquilas, que no responden agresión con agresión. Mejor huyen y no se rebajan al nivel de su oponente. Saúl perdió la vergüenza, pero David la mantuvo.

Finalmente consideremos esta cláusula: “y escapó aquella noche”. Hay decisiones que tienen que ser tomadas inmediatamente. Postergarlas puede llevarnos a la derrota y al fracaso.

De Saúl hay que escaparse a tiempo. Muchos ungidos cuando tienen que escapar y se les ofrece la oportunidad, no lo hacen. Tienen la equivocada esperanza de que Saúl va a cambiar. Pero Saúl es un pedazo de piedra inútil que no quiere cambiarse en un trozo de precioso mármol.

Esa noche David comprendió lo infructuoso de querer ser aceptado por Saúl. Tenía que apartarse de él y ser realista: el rey no lo quería, ni tendía buenos planes para con él.

Conclusión

(1) El ungido está siempre en plan de guerra contra los enemigos verdaderos y no contra su hermano en la fe. (2) El ungido delante del no ungido mantendrá su comunión con Dios. (3) El ungido no puede cerrar sus ojos espirituales cuando se reúne con el no ungido.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (84). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.