La importancia de la pureza Levítico 11:1–47
El Señor bendijo nuestro matrimonio con cuatro hijos. Podemos decir sin vanagloria que en Cristo hemos formado un hogar feliz. Una de las cosas que más nos ha preocupado es no dejar al azar, o como algunos hacen, a la competencia exclusiva de la escuela, la formación de nuestros hijos. Desde pequeños Berna, Irene, Juan Luis e Ismael han aprendido la importancia de cuidar muchos aspectos de su pureza personal.
Aunque hemos tenido diferente responsabilidad con cada uno de ellos, hemos seguido un mismo patrón, comenzando con la formación de las reglas elementales de higiene como: lavarse las manos, los dientes, mantener una apariencia pulcra, comer alimentos nutritivos, comportarse correctamente dentro y fuera de casa, respetar a sus mayores, observar horarios estrictos de descanso, juego y trabajo, etc.; hasta llegar a los temas más complejos de su vida moral y espiritual. La disciplina física (vara de corrección) también forma parte de esta preparación.
Y cuando creíamos haber terminado la dura tarea, nos encontramos con que los tenemos que formar en el tema más complicado pero necesario: mantener la pureza moral y espiritual. Sobre esto no podemos tener todo el control sobre sus vidas, pero con la enseñanza de la palabra de Dios les hemos orientado para que hagan su mejor decisión: amar a Dios por sobre todas las cosas y honrarlo con su conducta.
Aunque muchas veces encontramos oposición en nuestros hijos para que cumplan con las reglas del hogar, no nos rendimos. Gradualmente encontramos la manera de fijar en ellos la convicción de que dichas normas no fueron establecidas a capricho de nadie, sino para bien de ellos.
Dios nos instruye de similar forma en Levítico 11–16. Primero, nos enseña la importancia de la pureza en aspectos prácticos de la vida como la alimentación, la higiene del cuerpo, la obediencia a las normas establecidas, la conducta irreprochable, etc. Luego, y en forma progresiva, llega al punto más importante, a saber, cómo conseguir la pureza espiritual que se enseña en forma diáfana en la descripción del día de expiación (cap. 16).
De hecho, la base de la enseñanza de toda la segunda sección principal del libro (caps. 11–27) se presenta en 10:10–11 (compárese con 11:46–47; 20:24–25): “para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos lo estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés”.
Una aclaración es necesaria. Lo que se considera limpio o puro es todo aquello que se puede acercar y ofrecer a Dios; lo que cumple los requisitos para ser presentado a él. Lo inmundo es todo aquello que no reune los requisitos para traerlo ante el Señor, y lo que nos aleja de él.
ES PURO TODO AQUELLO
QUE NOS ACERCA A DIOS E INMUNDO TODO
LO QUE NOS ALEJA DE ÉL.
Discernir entre lo inmundo y lo limpio es una responsabilidad que también tiene el pueblo cristiano. Debemos conocer la ley de Dios para saber la diferencia que hay entre lo que le agrada y lo que no (Efesios 5:3–12; 1 Tesalonicenses 3:13; 4:3). En Romanos 7:12, 14, 16 el apóstol Pablo afirma: “De manera que la ley a la verdad es santa… es espiritual… es buena”, dando a entender que no lo es sólo en su naturaleza, sino que la ley sigue vigente en su aspecto ético para la iglesia de nuestros días (a excepción de los rituales que fueron cumplidos por Cristo).
Las detalladas instrucciones que contienen los caps. 11–16 de Levítico abarcan temas importantes de la vida. Van desde las leyes dietéticas hasta las instrucciones precisas para la purificación espiritual que se llevaba a cabo en el día de la expiación. Todo lo que Dios enseñó por medio de Moisés en la ley, era parte del entrenamiento (discipulado) que debía recibir el pueblo israelita. El fin era que conocieran el carácter santo del Señor y que aprendieran a llevar una vida de santidad consagrada en cuerpo y alma a su Rey soberano.
EL SEÑOR NOS ENSEÑA A VIVIR EN
SANTIDAD PROGRESIVAMENTE;
VA DESDE LOS TEMAS BÁSICOS DE LA VIDA
HASTA LOS MÁS COMPLEJOS,
AQUELLOS QUE INFLUYEN
EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL.
LEYES DIETÉTICAS 11:1–47
Dios, en su infinita sabiduría, orientó a su pueblo para cuidar hasta de los más mínimos detalles de la vida. En este pasaje, les instruye para que supieran qué tipo de alimentos debían consumir y cuáles no. También hay enseñanza en cuanto a cómo debían comerlos.
El Señor quería enseñar al pueblo cuatro cosas:
- Lo que convenía a la santidad de Dios y lo que no.
- Lo que avanzaría la santificación de los miembros del pueblo de Dios y lo que no.
- Lo que necesitaban saber para mantenerse separados de las prácticas idolátricas e insalubres de los paganos.
- Cómo podían cuidar su salud física y espiritual.
Aunque estas leyes son de carácter ceremonial, sirven al propósito de que el pueblo conozca el carácter santo de Dios y que viva conforme al mismo. No constituían un fin en sí mismas, sino que eran un medio para que conocieran la santidad de Dios. Un segundo mensaje puede estar presente, y es el de cuidar la salud de los israelitas, privándolos de comer animales que pudieran ser nocivos para la salud.
Lo que para Israel era una ley, para la iglesia es un principio de mayordomía personal. Un aspecto de ésta es cuidar escrupulosamente de nuestra salud y hábitos alimenticios. No debemos comer en exceso ni en forma indiscriminada; tampoco por mero placer. Tenemos que vigilar lo que entra en nuestro cuerpo; los alimentos deben ser sanos y de comprobada nutrición.
La lista de animales prohibidos se divide en cuadrúpedos, acuáticos, aves, insectos y “animales que se mueven sobre la tierra”. La descripción que se hace de ellos era para que los israelitas identificaran las especies que no se debían comer y cuidaran el habitat, evitando matarlas por placer. También incluye la instrucción divina para que no imitaran las costumbres de otras naciones paganas que comían toda clase de animales inmundos, especialmente el cerdo.
Animales puros e impuros 11:1–23
Animales inmundos. La clasificación incluye a los cuadrúpedos que rumian (mascan sus alimentos varias veces) pero no tienen pezuña hendida como el camello, el conejo y la liebre, además de los que tienen pezuña hendida pero que no rumian como el cerdo (11:4-7). También se incluye en esta lista a todos los que andan sobre sus garras (11:27).
De los animales acuáticos se prohibe comer aquellos que no tienen ni aletas ni escamas, entre los que se cuentan la anguila, el cangrejo, la ostra, el pulpo, la langosta, el delfín etc. (11:10-11).
De las aves se proscriben las especies rapaces (que comen carne o carroña) como el águila, el quebrantahuesos, el azor, el gallinazo, el milano, el cuervo, la lechuza, el gavilán, el búho y el buitre (quizá debido a que algunas de esas especies se alimentan de carne putrefacta, podían transmitir enfermedades a las personas que las comieran). Asimismo, las aves zancudas como el avestruz, el ibis, el calamón, la cigüeña y la garza; ciertas aves acuáticas como la gaviota, el somormujo y el pelícano. Otras que se alimentan de insectos como la abubilla y el murciélago (que estrictamente no es un ave, pero que se comporta como tal, 11:13–19).
Por lo que hace a los insectos, están prohibidos todos aquellos que son alados y que andan sobre cuatro o más patas (11:20-23).
Una variedad de animales que se distinguen únicamente porque “se mueven sobre la tierra” incluye a la comadreja, el ratón, la rana, el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón (11:29-30). La lista termina con los reptiles, que andan sobre su pecho, que se arrastran sobre la tierra y los que tienen cuatro o más patas (11:41-42).
Animales limpios. De acuerdo con la información de Levítico 11 y Deuteronomio 14:13–21, se podía comer el buey, la oveja, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el carnero montés (Deuteronomio 14:4–5). Los animales de pezuña hendida y que rumian se incluyen en esta lista (Levítico 11:3; Deuteronomio 14:6).
De la fauna marina, eran permitidos todos aquellos que tienen aleta y escama (Levítico 11:9; 14:9). Así como toda ave limpia, excepto la lista de 20 (11:13–19) que aparece en la categoría de aves inmundas (Deuteronomio 14:11). Y: “todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas… para saltar” como la langosta (véase la dieta de Juan el Bautista [Mateo 3:4]), el langostín, el argol y el hagab (Levítico 11:21–22).
La ciencia ha descubierto que la proteína de estos animales es más adecuada para el metabolismo humano y la conservación de la salud. También se sabe que poseen menor porcentaje de grasas saturadas y toxinas causantes de muchos trastornos, especialmente las enfermedades del corazón.
¡PENSEMOS! |
¿Podemos honrar a Dios en cosas tan “poco espirituales” como comer? ¿Será importante cuidar nuestra salud comiendo sólo alimentos saludables para avanzar los propósitos de Dios en nuestra vida? Si bien es cierto que no es “lo que entra en la boca” lo que contamina al hombre (Mateo 15:11), ni Dios nos juzga por lo que comemos (Romanos 14:1–3; 1 Corintios 8:8), también es cierto que “no todo conviene” (1 Corintios 10:23) ni debemos dejarnos dominar por ningún apetito carnal (1 Corintios 6:12). Considere aspectos de su vida como la alimentación, higiene y cuidado personal y pregúntese si glorifican a Dios y son dignos de un cristiano verdadero. |
Instrucciones para purificarse 11:24–40
La enseñanza de este pasaje tiene el propósito de indicar la forma en que una persona que violare alguna de las instrucciones de 11:1–23 podía purificarse y quedar libre de la inmundicia
Primero se establece que “cualquiera que tocare cuerpo muerto” de los animales mencionados, quedaría inmundo “hasta la noche” (11:8, 11, 12, 23, 27, 28, 31) y para purificarse debía permanecer todo el día al margen del santuario, de las personas no contaminadas y de las actividades religiosas. Debía lavarse a sí mismo y sus vestidos y limpiar todo aquello que hubiere quedado expuesto a la contaminación.
De la misma manera, todos los objetos, utensilios o alimentos que tuvieran contacto con animales inmundos, quedaban contaminados (11:32-38) y debían lavarse. Si una vasija de barro fuera contaminada, debía destruirse y no bastaba con lavarla (11:33).
Siendo un pueblo beneficiario de la salvación y la vida espiritual, Israel (y también la iglesia) no deben tener contacto con nada que le contamine y estorbe su comunión con Dios. Ya que tenemos vida nueva, debemos evitar identificarnos con la muerte, sea física o espiritual.
La lista de instrucciones incluye qué hacer con los depósitos de agua, semillas, hornillos y otros enseres. La fuente y la cisterna donde se depositara agua no se contaminarían, porque se entiende que el suministro constante de agua dulce las mantendría limpias.
Era posible que una persona se contaminara por tocar el cadáver de un animal de los considerados limpios; que había muerto por enfermedad o accidente o por sacrificarlos en manera inadecuada (11:39). Aún así, debía purificarse.
MANTENGA SU CUERPO LIMPIO
DE TODA CONTAMINACIÓN,
PERO SOBRE TODO, SU ESPÍRITU.
¡PENSEMOS! |
Vivimos en una época en que uno de los valores negativos que más influyen en la gente es el consumismo. Tenemos cosas que llenan ciertas necesidades, pero consumimos muchas otras sólo porque las deseamos. Cuidado de no dejarnos llevar por ninguna pasión desmedida o dejarnos controlar por nuestro vientre (Filipenses 3:18–19). El cristiano que es autocomplaciente cambia sus convicciones fácilmente (Deuteronomio 6:10–12). El diablo es experto en manipular a la gente mediante el tema de la comida y cualquier cosa codiciable para el hombre (Génesis 3:4–6; Mateo 4:1–4). |
Base de las leyes dietéticas 11:41–47
La razón principal de la observancia de todos estos ritos era Dios mismo: “yo soy Jehová vuestro Dios” (v. 44). La vida debe conformarse al carácter de Dios hasta en sus más mínimos detalles. No hacerlo significa negar su soberanía sobre nuestras vidas y su carácter santo.
La obediencia a la palabra de Dios es la única evidencia segura del carácter santo de un cristiano. Por eso, Dios afirma: “seréis, pues santos, porque yo soy santo, así que no contaminéis vuestras personas…” (11:45). El cristiano se santifica siendo obediente y cumpliendo todos los detalles de la voluntad del Señor en su vida.
En su gran sabiduría, Dios nos instruye con toda claridad acerca de lo que le agrada y lo que no. Lo que avanza su voluntad en nuestras vidas y lo que la atrasa. Lo que da testimonio fehaciente de su carácter santo y lo que lo ensucia. El creyente entendido de estas cosas será capaz de discernir la diferencia entre lo que conviene y lo que no contribuye a los propósitos santos que el Señor tiene para su vida (11:47).
Nótese que una evidencia clara de la madurez cristiana es la capacidad de distinguir y separar lo bueno de lo malo. Este es un aprendizaje y una labor que ocupa toda la vida del creyente. Como hijos de Dios, somos responsables de vivir bajo un nuevo sistema de valores en el que destaque nuestra devoción a él y la conformación a su santidad. Así como los israelitas ya no estaban en Egipto (11:45) y no debían practicar los valores de un sistema decadente y pecaminoso, los cristianos ya no pertenecemos al viejo sistema mundano de valores contrarios a la santidad de Dios.
Nuestra misión aquí y ahora es exaltar las excelencias del Dios que nos sacó de las tinieblas y la inmundicia del pecado para vivir en santidad y para dar testimonio de la verdad (1 Pedro 2:9). La fidelidad en cumplir las disposiciones más básicas de la vida que Dios exige, nos capacitará para realizar las más complicadas, las que se refieren a nuestro carácter moral y vida espiritual.
LA VERDADERA PUREZA CONSISTE
EN MANTENERNOS ALEJADOS
DE LAS CONTAMINACIONES Y VICIOS
DEL MUNDO Y SOCORRER
A LOS NECESITADOS
(SANTIAGO 1:27).
¡PENSEMOS! |
Considere el ejemplo del profeta Daniel (Daniel 1:1–21). Él fue un hombre sabio que supo discernir muy bien entre lo que agradaba y lo que no agradaba a Dios. Le dio a las cosas materiales y a las espirituales su justa importancia. Aunque no tenemos las mismas exigencias en cuanto a la restricción de ciertos alimentos como los israelitas, debemos tratar ese tema y cualquier otro de nuestra vida con la sabiduría que caracterizó a Daniel. Es necesario considerar siempre, no importa lo que hagamos, que debemos honrar a Dios, edificar a su iglesia y conformarnos a su carácter santo (1 Corintios 10:31–33). |
Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (50). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.