La mayordomía de la vida pastoral
por Eduardo Zarazaga
Al reflexionar acerca de la administración integral de la vida pastoral, uno siempre se enfrenta a la idea de varias áreas que funcionan al mismo tiempo. La simultaneidad de las distintas realidades en el liderazgo pastoral forma una trama muy compleja. Para esto se necesita una gran dosis de equilibrio y la habilidad que se logra con experiencia, sin obviar las naturales tensiones. Es por eso que a menudo se «rompen platos» en el camino de un ministro.
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Viva!», se expresaba entusiasmada la gente. ¿Qué ocurría? Esa noche habíamos llevado con mi esposa los niños al circo, y las mayores exclamaciones las arrancó el equilibrista. El clímax de su presentación me cuando hizo girar una treintena de platos sobre unas varillas de aluminio, en distintos lugares del escenario; cada cual se mantenía en frágil equilibrio. Luego tomó algunos del suelo y los sostuvo en su frente y en su boca. A dos de ellos los apoyo en la palma de su mano izquierda y otro en la derecha. Enfrentó una escalera y por ella accedió a una cuerda extendida unos dos metros de altura. En medio de toda esa frágil y compleja estructura de platos dando vueltas sobre varillas, este hombre caminó sobre la cuerda hasta la mitad, aproximadamente. Allí se detuvo, haciendo equilibrio con un pie. Eso era verdaderamente impresionante. Estaba logrando mantener en movimiento todos los platos, sin que se cayera ninguno, mientras que pasaba uno de los de su mano izquierda hacia el otro pie libre, levantado hacia atrás. Ante eso -y todo lo que no les puedo transmitir por escrito- el público estalló en un cerrado y prolongado aplauso de reconocimiento.
Camino a casa, se me ocurrió pensar que esa escena bien puede ilustrar mi propia vida de pastor…
Es que al reflexionar acerca de la administración integral de la vida pastoral, uno siempre se enfrenta a la idea de varias áreas que funcionan al mismo tiempo. La simultaneidad de las distintas realidades en el liderazgo pastoral forma una trama muy compleja. Para esto se necesita una gran dosis de equilibrio y la habilidad que se logra con experiencia, sin obviar las naturales tensiones. Es por eso que a menudo se «rompen platos» en el camino de un ministro.
Esta perspectiva es parte del llamamiento de Dios al pastor. El nos ha tenido por fieles, poniéndonos en el ministerio (1 Ti. 1.12). Ocupamos delante de Dios, de la congregación y ante toda la sociedad el difícil papel de administrador ejemplar, tanto en la vida secular como en la cristiana (1 Pe. 5.3).
El Nuevo Testamento tiene una sola palabra, en original griego, que se traduce como mayordomía. Es oikonomía. De donde deriva la palabra castellana economía. El término administración es, sin duda, más apropiado y moderno que el de mayordomía; por ello lo usaremos con mayor frecuencia. El diccionario Sapiens, de la Editorial Sopeña, define la palabra administrador como: «Persona encargada de cuidar bienes ajenos». A partir de esta frase vemos tres aspectos básicos.
EL SEÑOR ES CREADOR Y DADOR DE TODO
Este derecho nace y se revela en tres obras del Señor. La creación, la redención la sustentación.
Antes del hombre, De no tenía administradores en la tierra (Gn. 2.5). Dios crea a ser humano y en forma casi inmediata le otorga la responsabilidad de ser administrador (Gn. 2.15). Y se agradó Dios de que así fuese (Gn. 1.31); EI dispuso así las cosas porque le son propias por crearlas. David lo expresa en su oración de 1Cr. 29.10-19: «Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos» (v. 14). Hace unos años, mi segundo hijo, Sebastián, me sorprendió al salir alborozado de su cuarto, diciendo: «¡Qué bueno, nací! ¡Qué fabuloso!». Esta expresión de alegría se debía a que mi esposa le acataba de explicar por primera vez la concepción de un bebé y cómo, mediante millones de posibilidades, combinadas, él había sido gestado como ese único ser que es él. Es que más allá de la sencillez de traer un niño al mundo está de la mano directora de Dios al crear, y ante esta inmensidad de combinaciones uno no puede menos que reconocer la genialidad del Creador, así como nuestra pequeñez y dependencia.
EL SEÑOR ES REDENTOR DE TODO
Ya en el Nuevo Testamento, Pablo avanza y declara a los corintios que los derechos del Señor son, además, por redención. El rescate costó la vida de su Hijo. «¿O ignoráis… que no sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio…?» (l Co. 6.19,20) y esa redención es cósmica: según la Biblia, todo está incluido, tarde o temprano, en esa redención (Ro. 8.19-22).
EL SEÑOR ES SUSTENTADOR DE TODO
Existe otra razón por la cual el Señor tiene sobrados derechos sobre nuestras vidas. Es debido a su cotidiana tarea de sustentación (Hch. 17.28; He. 1.3; Col. 1.17). Es que sobrepasa nuestra capacidad de asombro cuando entramos en conciencia de cómo el Señor se ocupa de ordenar y sustentar, en forma diaria y minuciosa, millones de factores y circunstancias naturales, espirituales y de todo tipo, a favor nuestro. Este mundo se encuentra como esos enfermos en terapia intensiva que permanecen vivos porque una docena de aparatos sostienen y dosifican el oxigeno, la pureza de la sangre, los hábitos del corazón, los estímulos nerviosos, el suero que se inyecta, etcétera. Junto a Jeremías afirmamos «Porque nunca decayeron sus misericordias nuevas son cada mañana, grande es su fidelidad» (Lm. 3.22,23). El es, sin duda, nuestro permanente sustentador.
Por supuesto que bien sabemos y aceptamos sin cuestionamientos conscientes la soberanía de Dios, pero suele ser un concepto bastante duro de traducir desde nuestra mente hacia nuestro corazón, con las actitudes, hechos y pensamientos. El vivir con la visión de Dios como dueño y dador de todo nos proporciona un profundo sentido liberador, puesto que mantenemos el orden establecido de autoridad en su justo lugar. Al practicar la filosofía de que a El le pertenece todo y que El es soberano para con lodo. Nos resguardamos de la pesada e insostenible carga de ser dioses. Entonces, no cometemos el gravísimo pecado de ocupar el lugar del dueño, originado en el instinto gregario de posesión. Las escrituras públicas, los títulos de propiedad y las pertenencias de valor secular no nos otorgan nada en forma definitiva. La lucha por defender derechos, espacios, imágenes, predicamentos, trayectorias, etcétera o las ofensas por la falta de reconocimientos cambian definitivamente de valor cuando asumimos que nada nos pertenece y que lodo lo nuestro es temporal. Asumir que no somos dueños nos libera y nos deja disfrutar mejor de todas las cosas: «Así que ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro… sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, lodo es vuestro y vosotros de Cristo y Cristo de Dios» (1Co. 3.21-23). Pero más adelante, en el 4.7, Pablo escribe a cristianos corintios sobreexcedidos de auto prestigio: «Porque ¿quién te distingue? ¿o que tienes que no hayas recibido?» Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?», es decir, como si fuera el dueño natural. En la recordada publicación Diálogo Teológico, Francisco Coy, quien fuera rector del Seminario Bautista de Santiago de Chile, ha escrito sobre la crisis de la vida pastoral. El afirma: «Existe el peligro de que, inconscientemente, el pastor crea en un sentido de indispensabilidad, y yendo más lejos, un complejo mesiánico. El líder tiene que aprender que él no es Dios y no tendrá nunca capacidad para solucionarlo todo. Debe reconocer sus límites y, sobre todo, que la obra es de Dios y él cumple la función de instrumento, que Dios utiliza en un cierto lugar y por un cierto tiempo» (na 16, págs. l9y20).
LA VIDA PASTORAL
Preguntó la maestra al niño: «¿En qué trabaja tu papá?». Y el niño respondió: «Mi papá no trabaja,… es pastor». Este no es sólo problema de ese niño ni de los incrédulos. Los hermanos de la iglesia también suelen poseer un panorama difuso y a veces distorsionado del significado y de la función específica del ministro.
A veces ocurre que, en los primeros años de su ministerio, el pastor tiene una visión reducida de su rol: predicar, orar, visitar, programar, oficiar ceremonias y punto. Alberto Barrientos, en Principios y Alternativas del Trabajo Pastoral, presenta un dibujo sencillo pero práctico referente a los campos de la administración pastoral. Y todas estas áreas pueden ser agrupadas en dos grandes secciones.
DISCIPLINA PERSONAL DE LA VIDA
Tiempo de oración
Hemos sido llamados por Dios para dedicar tiempo a orar (Ez. 22.30). Un hombre no llega a ser un hombre de Dios sin una activa vida en esta bendita devoción. Nunca nada será una buena excusa para no pasar buen tiempo en la intimidad con Dios; ni siquiera la actividad cristiana. Es más, esto deberá ser una actitud creciente. Allí debemos adorar a nuestro Dios y Señor, buscarlo como fuente de relax interior, practicar el compañerismo con el Maestro, tiempo de consulta y planificación, presentación de las necesidades del cuerpo, ruego por los pastoreados y liderados, así como también renuevo de la visión y provisión del discernimiento específico para cada «coyuntura» del ministerio.
Es en el tiempo de oración cuando batallamos junto a Dios por las cosas y personas que el enemigo tiene en sus garras y las sacude. Somos allí como «el paje de armas» para el Señor. El resuelve batallas sin nosotros, pero quiere hacerlo con nosotros.
De más está extendemos sobre esto, sólo quiero recordarnos lo a quienes más debemos hacerlo.
Tiempo de estudio
También hemos sido llamados para dedicar tiempo definido y concreto al estudio de la Palabra de Dios (Esd.7.10; Hch.6.4). Todo gran hombre que nos presente la historia del cristianismo es un estudioso. Un ministerio consistente, en el camino largo no será posible sin una actitud permanente de estudio, a fin de conocer mejor a Dios y a su Palabra. Cuando esto no ocurre, los pastores nos podemos asemejar a los magos que sacan conejos o palomas de la galera, en muchos casos. La gente pronto se cansará de la misma galera, y del conejo, y la paloma; llegarán a ponerles nombres propios, apodos.
Debemos también procurar estar actualizados en el área de la literatura cristiana. Es menester mantenemos informados, en lo que nos sea posible, de temas seculares y noticias importantes, así como el desarrollar la capacidad de observación de lo que está pasando con nuestra gente, en el barrio, en la sociedad. Jesús conocía las vicisitudes contemporáneas, lo que pasaba con Herodes, con Roma, con las cargas impositivas, con los publícanos, con los tiempos, los problemas interraciales, etcétera. Siempre tendremos que luchar con la tendencia de quedamos dentro de nuestras oficinas, en medio de nuestros libros, en el microclima de nuestra congregación. La sabiduría también está en las calles (Prov. 8.1-3). Diría un amigo: «El pastor debe tener asfalto», refiriéndose a la experiencia de transitar las calles. Si no es así, todo el caudal de conocimientos y buenos deseos se reducirá a unos pocos y no logrará llegar al corazón del pueblo, a la gente en general, la que se comunica mediante lo que vive cotidianamente.
Tiempo para la familia
Esto es pastorear prioritariamente a los de nuestra casa. Nuestra «oveja favorita» será nuestra esposa y los «corderitos» de impostergable labor son nuestros hijos (Ef. 6.4; Col. 3.21; Di. 6.4-9). Si estas prioridades no se practican los resultados negativos estarán a la vista tarde o temprano. Alguien dijo que el seno del hogar es nuestro permanente presbiterio (1 Ti. 3.4,5). Este aprobará o no nuestra pública actuación.
Tiempo y actitud laboral
Hemos sido llamados además para ser un ejemplo en el área laboral. El tiempo de trabajo deberá ser honesto y duro en muchos casos, pero con límites adecuados, pensando en un servicio a largo plazo y manteniendo el equilibrio con las demás áreas. Tendremos cuidado de no honrar más lo intelectual y lo espiritual sobre lo manual. Y el método pedagógico de mayor eficacia que podemos usar en nuestra labor es el ejemplo (1 Ts. 2.9,10). Es triste ver a los pastores -orquesta que hacen lodo en la iglesia- Para esa iglesia no hay mucho futuro, ya que ese nombre es el límite. Pero sin llegar a eso, qué bien que le hace a la congregación cuando su pastor hace un alto en las visitas o el estudio y ayuda a los diáconos a reparar los bancos de la capilla, o toma el pincel y colabora con la pintura.
Tiempo de cuidado personal
Hemos sido llamados a ser buenos administradores de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y la ética personal. No es pecado tomar un tiempo para distracción o deportes, todo lo contrario; es afilar la hoz para cosechar mejor. Dice Mills y Doval en Stress en el Ministerio, (pág. 54) «Algunos estudios indican que el estrés; es una experiencia común, que alcanza al 75% de los ministerios y que el siervo experimenta estrés durante todo su ministerio especialmente en sus primeros años». Detrás de una caída, en medio de malas decisiones, desajuste de la personalidad, etcétera, se puede observar casi siempre el hábito de vivir «super conectado» y en forma permanente, donde no ha existido la práctica del «corte placentero», luego del trabajo diario, semanal o anual. En muchos casos la imposibilidad de practicarlo pasa por un sostén bajo o por una actividad bivocacional, típico en los países de nuestra querida América Latina. James E. Giles, en De pastor, menciona el problema del salario como causa principal de deserción ministerial (pág 14). Evidentemente si esto es así, ¡cuánto necesitamos aplicar a nuestras vidas y enseñar a nuestras congregaciones sobre la administración cristiana!
Y en lo ético, será indispensable que, si la gente habla mal, que lo haga mintiendo (1Pe.3.16). Y aun así, el dar lugar a pensar mal es pecado de estupidez, difícil de reparar en muchos casos. En México es famoso el dicho: «cuídate de la lana (dinero), de la fama y de la dama». En el liderazgo es necesario no sólo serlo, sino también parecerlo.
ENFRENTANDO LA REALIDAD DEL JUICIO
En las Escrituras encontramos un gran caudal de juicios que Dios llevará a cabo: a los dioses, a los malos, a los creyentes, a los dirigentes políticos, a ciudades, sociedades, naciones …y también parecerlo.
Ya en 1912. Carlos Jefferson, en el libro El ministro como pastor, afirmaba: «¡Que gran libertad goza el ministro en la programación de su tiempo! Semejantes libertades son peligrosas, pues se pueden malgastar miles de horas, o estropear miles de almas».
Pablo reconoce la responsabilidad de dar cuentas ante, a lo menos, cuatro estrados judiciales (1Co. 4.3-5). Primero el estrado en la comunidad no cristiana, segundo el estrado de la propia congregación, tercero el tribunal de la conciencia y cuarto el Tribunal de Cristo.
Frente a la sociedad en general
¿Qué piensa nuestro entorno no creyente acerca de nuestro ministerio? 1Timoteo 3.7 dice del obispo: «Es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera», y agrega «para que no caiga en descrédito y lazo del diablo». En el buen testimonio no sólo se involucra la idea de cometer pecados espectaculares solamente; tiene que ver también con la coherencia con que hagamos las cosas, como pensamos, hablamos y nos relacionados. Que nos digan «locos» porque no aceptan la predicación del Cristo crucificado o la doctrina bíblica en algún aspecto, ¡fenómeno! ¡Gloria a Dios! Pero si afirman que estamos fuera de sí por prácticas extravagantes en nuestros cultos o por afirmaciones irresponsables, hasta Pablo coincide en que ellos tienen razón, (1 Co. 14.23). O bien, cuando hacemos afirmaciones comprobadamente inexactas, faltas de mesura o equilibrio emocional, nuestros jueces terminarán teniendo razón, por más incrédulos que sean.
Frente a la congregación
Este es el segundo estrado, ¡generalmente en permanente sesión espontánea, tanto como el primero! Dios ha provisto a la congregación para cobertura espiritual de cada uno y como lugar adecuado para el desarrollo de nuestras vidas. Así como la iglesia ha reconocido la autoridad del siervo, este nunca debe desconocer la autoridad de aquella sobre su ministerio. Pocas semanas atrás nos visitó en nuestra ciudad Frank Dietz, de la organización Operación Movilización (barcos Doulos y Logos II) Tuvimos una excelente conferencia para pastores, donde él nos habló de lo significativo de no llevar adelante ministerios «sueltos», independientes de la iglesia local. El abrió su corazón y nos contó cómo, siendo pastor de una pequeña iglesia en California, él se sienta con los ancianos que comparten el trabajo para rendir cuernas, en un espíritu fraterno y de oración acerca de tiempo, dinero, relaciones, problemas personales o lo que fuere, al regresar de cada uno de sus viajes. «La caída de muchos conocidos siervos decía Dietz- ha respondido, en alguna medida, a la independencia que estos mantuvieron respecto a sus iglesias locales».
El tribunal de la conciencia
A veces, este permanece en «huelga» o no trabaja por haber «pactado» con el acusado. Daniel Acuña, un colega de una ciudad costera, en cierta oportunidad nos decía a líderes de nuestra denominación: «¡A veces los pastores nos permitimos cada cosa…!», haciendo referencia a cuan blandos y permisivos que solemos ser con nosotros mismos. Por otro lado, el pastorado es un rol especial para sufrir ataques de sobre responsabilidad, exagerar culpas, cargar con las ajenas, crear las que son ficticias o aun las neuróticas. El Nuevo Testamento llama a eso «mala conciencia». ¡Qué necesario es el hábito de la confesión inteligente, genuina, precisa, honesta e inmediata y la confianza en la eficacia de la sangre de Jesucristo! (He.10.22; Stgo. 5.16; 1Jn. 1.9). Pablo aclara que la conciencia no es un tribunal absoluto: «no por eso soy justificado», pero sí estamos llamados a caminar con buena conciencia (1 Ti. 1.5-19; He. 13-18; 1 Pe. 3.16-18).
El tribunal del Señor
El hijo de Dios ya vive la eternidad y el Señor, en un sentido, ya está juzgando. Lo hace a través de la Palabra, de la Iglesia, de la voz interna del Espíritu Santo, y las circunstancias. Según 2 Corintios 5-10, un día llegaremos ante su Tribunal, y si bien este encuentro no será de condenación, algunos quizá perderemos recompensas que estaban preparadas para nosotros (1 Co.3.15).
¿Podremos imaginamos lo que en verdad será presentamos ante su Trono y empezar a dar excusas de por qué no hicimos esto, o por qué no fuimos diligentes en aquello? ¿Con qué rostro aceptaremos su don y bendición en ese momento, cuando se pongan en evidencia nuestras flaquezas, perezas y necedades? «¿Cómo administraste lo que conseguí en la cruz?», será la pregunta principal.
Con lo poco que sabemos referente al juicio, al extendemos sobre el tema corremos el riesgo de la irreverencia, pero el tribunal estará, y debemos ministrar de tal forma como alegrar al Señor en esa ocasión.
LA PAZ EN EL VIENTO FUERTE
¿Se acuerda, querido consiervo, del relato donde Jesús calma la tempestad? ¡Cuántas veces habrá predicado sobre él! Era una barca llena de pastores ¡y en ese momento eran los mejores pastores del mundo! Pero de pronto se produjo un desorden tal, que no sabían por donde empezar, «pero El dormía » (Mt 8.24).
El es quien nos dio todo. También quien nos indica nuestra sagrada responsabilidad. Pero El va con nosotros en la barca del ministerio cristiano para reprender a los vientos y al mar, y para crear, cuando se hace imprescindible, una grande bonanza. Nosotros allí, un poco conmovidos por la maravilla, navegáremos con una sonrisa en nuestros rostros al saber que es El, y pondremos cada cosa en su lugar, secaremos la ropa mojada, curaremos la herida de los sacudones y pediremos perdón por la impaciente incredulidad.
Recuerde al equilibrista del circo. Quizás tenemos que confesar que algunos platos se nos han caído y otros han dejado de girar. Pero, ¡qué bueno es pensar que Dios puede adiestrarnos (Sal. 144.1) para una nueva función! Y el gran día llegará donde las gradas estarán llenas de la nube de testigos He. 12.1); aplaudirán fervorosamente y alabarán al Señor con alegría; mientras El nos mirará afirmando: «Ven, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu Señor» (Mt. 25.21; Hch. 20.24).
Apuntes Pastores. Volumen VIII Número 2