“Así el sacerdote le dio el pan sagrado, porque allí no había otro pan sino los panes de la proposición, los cuales habían sido quitados de la presencia de Jehová, para poner panes calientes el día que aquellos fueron quitados” (1 S. 21:6).
“Y el sacerdote respondió: La espada de Goliat el filisteo, al que tú venciste en el valle de Ela, está aquí envuelta en un velo detrás del efod; sí quieres tomarla, tómala; porque aquí no hay otra sino como esa. Y dijo David: Ninguna como ella; dámela” (1 S. 21:9).
Introducción
Después del ungido David haberse separado del príncipe Jonatán se fue a Nob (21:1); lugar que quedaba en el monte Scopus, uno de los picos del monte de los Olivos, en la falda oriental. Al ser destruida Silo, lugar donde estaba el tabernáculo y el arca del pacto (1 S. 4:4; cp. 4:10); los sacerdotes sin el arca huyeron a Nob y allí establecieron el tabernáculo.
El arca del pacto capturada fue llevada por los filisteos de Eben-ezer a Asdod, una de las ciudades de la pentápolis filistea (1 S. 5:1). Pero allí la pusieron en el templo de Dagón y su estatua se cayó el primer día (5:3) y el segundo día volvió a caerse y se hizo pedazos (5:4). Siendo luego heridos con tumores los habitantes de Asdod (5:6). De ahí la pasaron a la ciudad filistea de Gat y tumores también hirieron a sus habitantes (5:8–9) y de ahí a Ecrón donde el juicio divino también llegó (5:10-12).
Después de siete meses de estar el arca de Dios presa en territorio filisteo (6:1), fue colocado en un carro nuevo uncido con dos vacas y dejando atrás sus becerros probaron a ver si el carro seguía a Bet-semes o se volvía atrás donde estaban los becerros, de esta manera sabrían si era un accidente lo ocurrido entre ellos o juicios divino (6:7-10). Las vacas siguieron el camino de Bet-semes y de allí los de Quiriat-jearim llevaron el arca a la casa de Abinadab y allí se quedó veinte años (6:19–21).
El sacerdote Ahimelec al cual vino el ungido, debe haber sido biznieto de Elí y posiblemente corresponde al Ahias de 14:3 o algún descendiente del sumo sacerdote Elí (22:9). En todo caso el ungido va al sacerdote en busca de ayuda. Los ungidos siempre buscan la ayuda espiritual de personas espirituales y maduras en Dios.
El sacerdote se sorprendió de no verlo con una escolta real, sino solo (21:2). El temor hace mentir al ungido al decir: “El rey me encomendó un asunto, y me dijo: Nadie sepa cosa alguna del asunto a que té envió, y lo que te he encomendado…” (21:2). Aun los ungidos por miedo, y al sentirse perseguidos pueden fallarle a Dios con mentiras que los ayuden; en vez de encomendar a Dios su causa y protección. No nos olvidemos que el ungido en este momento era un joven de veinte años, ya que estuvo en exilio diez años (2 S. 5:4–5).
- La necesidad del alimento
“Ahora, pues, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes, o lo que tengas” (21:3).
El ungido estaba en necesidad de ser alimentado. Y él va a quien lo puede alimentar. Su necesidad era física. Pero los ungidos también tienen necesidades espirituales y emocionales. Necesitan buscar a un Ahimelec que pueda suplírselas.
El hecho del ungido pedir únicamente “cinco panes” por lo menos es indicativo quizá del reducido grupo que lo acompañaba, que por cierto eran jóvenes (21:5). El ungido no es egoísta al pensar únicamente en sus necesidades, también piensa en las necesidades de los que comparten con él. En la oración modelo se nos enseña a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mt. 6:11). Nuestras oraciones no pueden ser egoístas o individuales, tienen que ser también por otros.
El ungido cuando ora intercede por los que están cerca de él. Lo que desea para sí mismo también lo desea para los que creen en su visión y están dispuestos a pagar el precio del rechazo y del repudio.
Notemos con que autoridad el ungido pide: “Ahora, pues, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes, o lo que tengas”. Los ungidos hablan con autoridad y esa autoridad se deriva de su relación y comunión con Dios.
Los ungidos no son tampoco personas caprichosas o voluntariosas. David pidió “cinco panes” y si no se tenían, pues lo que tuviera. Aquí se descubre el espíritu negociador del ungido. El cual pide y no exige. Los ungidos no son “dictadores espirituales”. La dictadura espiritual es señal de que falta la verdadera unción que se expresa en autoridad espiritual.
Ahimelec le dice a David: “No tengo pan común a la mano, solamente tengo pan sagrado; pero lo daré si los criados se han guardado a lo menos de mujeres” (21:4). El ungido puede participar de las cosas sagradas, pero si desea que los que lo acompañen también participen debe asegurarse de que espiritualmente están aptos.
El sacerdote no tenía problemas en darle el pan de la proposición al ungido, pero le preocupa los que están con el ungido. Para el ungido y sus asociados Dios tiene los mismos requisitos.
Nadie mejor que el ungido para conocer los que ministran a su lado, que lo acompañan, que están a su servicio. El ungido responde: “En verdad las mujeres han estado lejos de nosotros ayer y anteayer; cuando yo salí, ya los vasos de los jóvenes eran santos aunque el viaje es profano; ¿cuánto más no serán santos hoy sus vasos?” (21:5).
A los soldados israelitas se les exigía continencia sexual en las expediciones militares. Su atención tenía que estar concentrada en la guerra y en sus enemigos. Nada ni nadie debería tomar su concentración. Dios desea que muchas veces nos concentremos en lo que tenemos que hacer para Él y no en otras cosas o deseos.
David sabía desde hacia dos días, que tanto él como los jóvenes que le acompañaban estaban santos. El ungido también tiene que cuidar de su santidad y velar por la misma, es fácil velar por la santidad de otros y descuidar la nuestra. Los ungidos no son intocables, creyendo que nada los puede tocar.
Los ungidos deben promover la santidad entre los jóvenes y por eso ellos tienen que darles ejemplos con su conducta y acciones. Los jóvenes que quieran comer del “pan sagrado” deben ser santos. Tienen que apartarse de muchas cosas que los harán impuros y rechazados por Dios.
Leemos: “Así el sacerdote le dio el pan sagrado, porque allí no había otro pan sino los panes de la proposición, los cuales habían sido quitados de la presencia de Jehová, para poner panes calientes el día que aquellos fueron quitados” (21:6).
En Levítico 24:5–9 se nos menciona el pan de la proposición. (1) Eran doce tortas de flor de harina. Representando las doce tribus de Israel. (2) Se ponía en líneas en la mesa limpia. Ante Dios las tribus tenían que estar ordenadas y limpias. (3) Se ponían en dos hileras y sobre cada hilera el incienso puro, cada israelita tenía que ser un perfume para Dios. (4) Cada día de reposo se cambiaban.
En Levítico 24:9 leemos: “Y será de Aarón y de sus hijos, los cuales lo comerán en lugar santo; porque es cosa muy santa para él, de las ofrendas encendidas a Jehová, por derecho perpetuo”.
Solo los sacerdotes podían comer el pan sagrado que había estado ante la presencia de Dios por siete días. La necesidad del ungido se puso por encima de esta prohibición religiosa. Al ungido se le permite hacer algo que a nadie más se le permitía.
En Mateo 12:3–4 leemos: “Pero él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes?”
Jesús empleó este suceso histórico ante los fariseos para demostrarles que la necesidad humana estaba por encima del ritualismo religioso. Los discípulos un sábado tuvieron hambre y arrancaron espigas y se pusieron a comer, siendo criticados por los fariseos (Mt. 12:1–2).
Para los ungidos las personas en necesidad son más importantes que la religión, que la tradición, que el dogma y que el ritualismo. Lamentablemente muchos religiosos se interesan más en las cosas que en las gentes. En lo que pasa en el día que en lo que significa el día.
El ungido por ser el ungido puede gozar de algunos derechos que a otros le son prohibidos. Nadie, absolutamente nadie, podía comer del “pan sagrado” a no ser que fuera del oficio sacerdotal, pero el ungido si pudo comer. Tuvo derecho a comer de la ofrenda perfumada que se le había presentado a Dios.
- La necesidad de la protección
“Y David dijo a Ahimelec: ¿No tienes aquí a mano lanza o espada? Porque no tomé en mi mano mi espada ni mis armas, por cuánto la orden del rey era apremiante” (21:8).
El ungido todavía se está cuidando y por eso no le dice la verdad al sacerdote Ahimelec, implicando que estaba bajo órdenes del rey Saúl. El ungido entonces pasa a presentarle una segunda necesidad al sacerdote Ahimelec, estaba desarmado y tenía que armarse. Los ungidos no pueden andar desarmados.
A la petición del ungido el sacerdote le responde: “La espada de Goliat el filisteo, al que tu venciste en el valle de Ela, está aquí envuelta en un velo detrás del efod; si quieres tomarla, tómala; porque aquí no hay otra sino esa” (21:9).
El efod aquí mencionado no era la vestidura sacerdotal (cp. 1 S. 2:18), sino algún objeto o caja con el cual se podía consultar a Dios (1 S. 23:6–9) y lo más probable que en esto se guardaba el Urim y el Tumin (cp. 1 S. 28:6).
Detrás del efod se había guardado la espada de Goliat, al que David había vencido con la honda y que con su propia espada le corto la cabeza. La misma parece que se le había dedicado a Dios y por eso estaba envuelta detrás del efod.
En Dios no hay coincidencias sino propósitos. Ya Dios sabía que algún día esa misma espada de Goliat sería necesitada por el ungido. Y Dios usó a alguien para guárdasela al ungido.
La espada de Goliat le recordaría al ungido que el Dios que estuvo con él en el pasado, lo estará en el presente y en el futuro. Así como venció a un Goliat humano grande y corpulento, el ungido vencería a muchos otros Goliat espirituales que se le levantarían en su camino.
Leemos: “Y dijo David: Ninguna como ella; dámela” (21:9). En ese momento esa espada era lo que el ungido necesitaba. Dios siempre le da a sus ungidos lo que necesitan. Ya no sería la espada de Goliat, sería la espada de David.
Al diablo y al mundo Dios le está quitando muchas cosas y se las está dando a los ungidos. Lo que Dios ha santificado en las manos de los ungidos puede ser de gran ayuda y bendición. Lugares que eran utilizados por gente mundana para recrearse en el pecado, hoy día Dios los ha transformado en lugares donde se reúnen el pueblo de Dios. Radioemisoras mundanas, profanas y con voces de degenerados, hoy día la iglesia las posee y hombres y mujeres transmiten su voz. En otros lugares la iglesia está comprando estaciones de televisión, donde se alimentaba el pecado y ahora se presenta el evangelio que transforma.
Hay que tomar la espada de Goliat y convertirla en espada de David. Muchas cosas que el mundo tiene, después que sean santificadas por Dios y estén detrás del efod, pueden ser muy buenas en manos de los ungidos.
Ahimelec y Abiatar su hijo (Mr. 2:25) estaban guardando la espada de Goliat para el ungido. Muchos creyentes sin saberlo están guardando cosas para los ungidos. Pueden ser libros, mesas, escritorios, vehículos, ropas y cuantas cosas más. Llegará el momento cuando el ungido tendrá necesidad de lo que estamos guardando y se lo tendremos que ofrecer.
Aunque esa espada no era del ungido, ya que se le había presentado a Dios y dedicado. Cuando el ungido la necesita el sacerdote se la da. Lo que se le presenta a Dios hay que guardarlo hasta que Dios dirija al ungido para que haga uso de esto.
Solo los ungidos deben tener acceso a los objetos que están en el santuario. Personas sin unción no tienen derecho a usar lo que ya ha sido santificado por Dios.
En 1 Samuel 21:7 leemos: “Y estaba allí aquel día detenido delante de Jehová uno de los siervos de Saúl, cuyo nombre era Doeg, edomita, el principal de los pastores de Saúl”. Mientras el ungido conversaba con el sumo sacerdote Ahimelec, un edomita prosélito, escuchaba al ungido y vio que se le dio la espada de Goliat (22:9–16).
Los ungidos tienen que cuidarse de los Doeg, son gente mala. Y aunque entran al santuario, todavía no tienen una revelación espiritual de los ungidos. Aunque ven al ungido no los reconocen como tal. Se prestan para llevar chismes sobre los ungidos y hacerle daño a los que los apoyan.
Por culpa de Doeg, la ciudad de Nob cayó bajo el juicio de Saúl (22:19). Este mismo Doeg mató a ochenta y cinco sacerdotes de Dios (22:18) Abiatar, hijo de Ahimelec, pudo escapar e informárselo al ungido (22:20–23).
Conclusión
(1) Los ungidos cuando tienen necesidad tienen derecho a utilizar el “pan sagrado”, y aunque sea difícil de entender esto, Dios lo permite. (2) El trato de Dios con los ungidos muchas veces es exclusivo. (3) Hay cosas del mundo que santificadas pueden ser de una tremenda utilidad a los ungidos. (4) La espada de Goliat no se puede votar, se tiene que envolver en un velo y guardarla y en su momento darle un buen uso. Hay espadas del mundo que están ayudando a los ungidos a ganar muchas batallas.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (108). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.