“Y se fue David de allí a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Yo te ruego que mi padre y mi madre estén con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí. Los trajo, pues, a la presencia del rey de Moab, y habitaron con él todo el tiempo que David estuvo en el lugar fuerte. Pero el profeta Gad dijo a David: No te estés en este lugar fuerte; anda y vete a tierra de Judá. Y David se fue, y vino al bosque de Haret” (1 S. 22:3–5).
Introducción
En el desierto David llegó a levantar un ejército de cuatrocientos hombres (22:1) Todos estaban incapaces, descalificados, sin mucho potencial humano. Psicológicamente no eran los más aptos para ser reclutados en un ejército. Estaban llenos de deudas, amargados y afligidos (22:2). Pero en ellos Dios encontró el ingrediente necesario para comenzar a levantarle un ejército de valientes al ungido.
De tan poco, este grupo continuó multiplicándose hasta que el ungido llegó a tener un ejército de doscientos ochenta y ocho mil soldados, organizados en doce divisiones de veinticuatro mil cada una, sirviendo al ungido una división por mes (1 Cr. 27:1–15).
Los ungidos pueden comenzar con poco o sin nada, pero llegarán a tener mucho. La visión del ungido es la que invita a otros a que se le añadan. Hay que tener una revelación futura de lo que Dios es capaz de realizar con sus ungidos.
- La salida
“Y se fue David de allí a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Yo te ruego que mi padre y mi madre estén con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí” (22:3).
En la cueva de Adulam la familia se le había juntado al ungido. También había alcanzado a tener seguidores. Pero Dios no quería que el ungido se fuera a acostumbrar a la cueva de Adulam. Su tiempo para abandonar la cueva y buscar la dirección divina le había llegado.
En la cueva uno se puede acostumbrar a la inactividad, a la tranquilidad, al descanso… pero los ungidos son personas que han sido llamadas a la acción, a la actividad, al movimiento.
La cueva también nos habla de un lugar de comunión, de separación, de revelación y de dirección. Representa nuestra búsqueda de Dios y nuestra adoración hacia Él. A pesar de lo placentero que es la cueva, el ungido no se puede quedar oxidándose en esa experiencia.
De allí el ungido se movió hacia Mizpa en Moab. La palabra Mizpa significa “atalaya” o “lugar de donde se vigila”. Habla de un lugar alto y de una posición de ventajas.
Para el ungido Mizpa representa una etapa de crecimiento y de madurez en su vida y en su ministerio. Es levantarse en la posición donde Dios le ha puesto. Las posiciones son honradas por los ungidos.
La experiencia de Mizpa lleva al ungido a ser más vigilante. A tener más cuidado. A ser más observador. A mantener más cautela. A dar pasos más seguros. A pensar antes de actuar. El ungido no puede dejar de vigilar sus pasos. No puede dejar de vigilar sus acciones. No puede dejar de vigilarse así mismo.
El ungido cuando llegó a Mizpa de Moab habló con el rey de allí, solicitándole albergue y hospitalidad para su padre y su madre. Por parte de su bisabuela Rut, que era Moabita (Rut 1:5; 4:13, 17), David tenía parentesco con los moabitas. Lo cual en esta necesidad le sirvió de mucho.
Dios muchas veces puede utilizar nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestro contexto social, experiencias pasadas, para ser escalones en el cumplimiento de su propósito y en la realización de su voluntad. Por una bisabuela de fe, un biznieto fue bendecido. La bendición de David había comenzado dos generaciones antes en Rut la moabita.
El ungido es uno que honra a su padre y a su madre (Éx. 20:12). Lo cual es uno de los diez mandamientos. En Mateo 15:4 el Señor Jesucristo cita este mandamiento. En Efesios 6:2 el apóstol Pablo también lo citó. La relación que mantiene el ungido con sus padres, si estos viven todavía, determinará la bendición de Dios sobre su vida y su ministerio.
David buscó la seguridad y estabilidad de sus padres. No los quiso exponer al peligro. Los ungidos cuidan bien de su familia. No la meten en sus aventuras ministeriales. Los cuidan de que las consecuencias del ministerio no los golpee a ellos.
David le dice al rey de Moab que esto será “hasta que sepa lo que Dios hará de mí”. No sabía todo lo que Dios haría de él, pero sí sabía que Dios hará algo con él. No es tanto lo que Dios haga por medio de mí, sino lo que haga en mí. Muchos quieren tener ministerios para hacer obras, pero no son pacientes en esperar que Dios haga la obra en ellos. Antes de que Dios haga algo con nosotros tiene que hacer algo en nosotros.
- La habitación
“Los trajo, pues, a la presencia del rey de Moab, y habitaron con él todo el tiempo que David estuvo en el lugar fuerte” (22:4).
Por otro lado leemos: “y habitaron con él todo el tiempo que David estuvo en el lugar fuerte”. Los ungidos necesitan una familia que los apoye, que espere por ellos, que sepan donde encontrarla cuando más la necesiten.
Mientras sus padres estaban en Moab, el ungido se fue a refugiar en el “lugar fuerte”. A unos 25 kilómetros al sur de En-gadi en la ribera occidental del Mar Muerto hay una fortaleza conocida como Masada que significa “fortaleza” y “peñas firmes”. En la época macabea aquí se construyo una fortaleza y luego Herodes el Grande levantó uno de sus principales lugares de protección milibar y palacio de veraneo. En los años 66 al 73 judíos zelotes buscaron aquí protección, prefiriendo 964 personas ofrendar sus vidas mediante un sorteo de muertes voluntarias, antes que ser tomados esclavos, sufrir, o ser muertos por la Legión X romana, dirigida por el comandante Silva.
Con toda probabilidad el “lugar fuerte” donde David se refugió sea lo que hoy se conoce como Masada. Se llega a su cima por medio de un camino conocido como el de la “serpiente” y en la actualidad con el teleférico.
El “lugar fuerte” para los ungidos puede ser la confianza. No solo uno confiara en Dios, también tenemos que confiar en los que están cerca de nosotros. Y sobre todo, confiar en nosotros. En medio de las crisis esa confianza nos ayuda a mantenernos firmes y decididos.
Muchos fracasos se deben a la falta de confianza. Líderes desconfiados difícilmente se podrán proyectar a la distancia que Dios quiere y ha trazado para ellos. Llénese de entusiasmo. Muévase con determinación. Desarrolle su visión. Crea en posibilidades. Confiese la victoria. Extiéndase hacia delante.
El “lugar fuerte” para los ungidos puede ser la espera. Muchas personas han malogrado los planes de Dios en sus vidas y otros planes personales porque no han sabido esperar. La impaciencia los ha llevado a cometer muchos errores. Solo piensan en el presente y no usan a este como un trampolín para el futuro. Nuestro presente es el futuro de un pasado. Si nuestra inversión de tiempo, energías, recursos, ideas, planes… fue de lo mejor, así también lo será nuestro futuro.
El tiempo de espera nunca es perdido. Se ahorra uno mucho en la espera. Los ungidos tienen que aprender a esperar. No se pueden intranquilizar porque no ven resultados inmediatos. No se pueden desanimar porque las cosas se demoren. ¡Esperemos cuando no sepamos lo que tenemos que hacer! Esperemos cuando estemos inseguros de los resultados!
El “lugar fuerte” para los ungidos puede ser la preparación. Mientras más y mejor nos preparemos, de mayor utilidad seremos para Dios y su reino. Aprendamos todo lo que podamos. Tomemos toda la experiencia que sea posible. La falta de preparación determinara la baja calidad del ministerio que podamos dar. La preparación es un tiempo de discipulado, donde nos ponemos bajo la tutela espiritual de los Moisés y los Elías.
III. La obediencia
“Pero el profeta Gad dijo a David: No te estés en este lugar fuerte; anda y vete a tierra de Judá. Y David se fue, y vino al bosque de Haret” (22:5).
En la vida de David hubo tres profetas que influyeron en su vida: “Y los hechos del rey David, primeros y postreros, están escritos en el libro de las crónicas de Samuel vidente, en las crónicas de del profeta Natán, y en las crónicas de Gad vidente” (1 Cr. 29:29).
El profeta Gad debe haber sido uno de los profetas que estuvo en la escuela de profetas de Samuel. Dios lo puso al lado del ungido para traerle el consejo y la amonestación (2 S. 24:11–14; 2 Cr. 29:25). Dios uso a los profetas Natán y Gad para que David implementara un movimiento de alabanza y adoración en el tabernáculo (2 Cr. 29:25).
Después de David llevar un tiempo en el “lugar fuerte”, Dios le habla por medio del profeta Gad y le declara: “No te estés en este lugar fuerte; anda y vete a tierra de Judá”. El ungido se estaba ya acostumbrando a la tranquilidad, la seguridad, a la ausencia de problemas, al mucho descanso. Era ya el tiempo de volver al desarrollo de la visión.
En el “lugar fuerte” nos sentimos cómodos. Al parecer nada nos está molestando. Lo que pasa afuera y le pasa a otros no nos está ya preocupando. Nos encerramos dentro de nosotros mismos.
En el “lugar fuerte” vivimos en la presencia de Dios. Nos sentimos arropados por la misma. Nuestra espiritualidad aumenta. Es tan bueno el lugar que no quisiéramos salir del mismo.
En el “lugar fuerte” estamos donde queremos estar. Nos sentimos alejados de todo lo que nos molesta. Pero es muy fácil olvidarnos de nuestro compromiso, ofuscarnos en nuestra visión, descuidar nuestra misión (Dt. 1:6–8; Mt. 17:4–7).
Dios le dice al ungido: “No te estés en este lugar fuerte”. Esa es la orden divina. Los ungidos no se mandan así mismos, Dios los manda. Y cuando Dios no los quiere ya en un lugar, estos tienen que moverse. A David le gustaba el lugar, pero ya Dios no lo quería ahí. La voluntad divina tiene que ir por encima de nuestros gustos y deseos. Lo que nos agrada a nosotros, no siempre es lo que Dios desea para nosotros.
Luego Dios le dice: “anda y vete a tierra de Judá”. El ungido nunca ira a un lugar que Dios no le apruebe o lo envié. Hay que tener oídos para oír la voz de Dios. Diferente a Saúl que ya no oía la voz de Dios, el ungido sí la oye.
Leemos: “Y David se fue; y vino al bosque de Haret”. Al este de Adulam en las montañas de Judea estaba el “bosque de Haret”. Allí en Judá el ungido buscó el lugar apropiado para refugiarse. Una vez más estaría en la espera de Dios. Cuando el ungido no sepa que hacer debe esperar en Dios.
Conclusión
(1) Mizpa es el lugar donde el ungido crece y madura en su ministerio. (2) El “lugar fuerte” es placentero, tranquilo, seguro… pero el ungido no se puede quedar siempre ahí, de lo contrario su visión se puede apagar. (3) El ungido no se moverá de ningún lugar a no ser que Dios le hable.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (124). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.