Biblia

La otra respuesta de Dios

La otra respuesta de Dios

por Malcolm Nygren

La mayoría de los cristianos tienen recuerdos personales de haber sido rescatados en respuesta a una oración. El poder que creó y gobierna el mundo no es insensible, sordo a los ruegos de los que sufren. Dios oye y cuida, y a menudo actúa en la forma que esperamos. Pero no siempre. ¿Por qué Dios contesta algunas oraciones y otras no?

«Dios no existe. O si existe, me odia, y yo ¡lo odio a él!»


¿Qué llevó a Luisa a esta desesperada expresión? Durante la mayor parte de su vida había sido todo lo que quería. Criada en un hogar cristiano, tuvo padres amorosos que le enseñaron a confiar en Dios y a confiar en ella misma. Luego encontró al único hombre en el mundo. Art era un esposo amable y atento y un amante padre. Había en el hogar tres niños llenos de afecto y un cuarto por nacer pronto.


Pero Art fue seriamente dañado en un accidente en la fábrica donde trabajaba. Un llamado telefónico llevó a Luisa al hospital. Art yacía ni vivo ni muerto entre el siseo de los tubos y máquinas de terapia intensiva. Los días pasaron con muy pocos cambios. Luisa oraba en la capilla del hospital mientras esperaba por los diez minutos que pasaba con él cada dos horas. Por la tarde, al ir a su casa, paró en la iglesia. Sola en el silencio del templo, hundió su frente en el banco frente a ella y oró, «Dios, no te lo lleves».


Y Art murió.


Él murió y Luisa quedó con cuatro niños, una casa hipotecada y sin saber qué hacer.


«Oré y Dios no hizo nada,» gritó. «¿Qué clase de Dios haría eso?»


La mayoría de nosotros hemos orado sin obtener resultado, o al menos sin la clase de ayuda que queríamos desesperadamente. El apóstol Pablo lo hizo. Oró para liberarse de una agonía física. Tres veces oró, no de una forma corriente, sino pidiendo tan fervientemente que las pudo enumerar y recordar. Sin embargo el aguijón en la carne lo acompañó hasta la tumba.


Inclusive los menos religiosos también oran cuando están en problemas. Los hospitales susurran en oraciones. A pesar de ello se escuchan los últimos suspiros, los pulsos se paran, y los amados caminan sollozando, mirando hacia atrás esperanzados en que alguien les diga que no es verdad lo sucedido. De alguna manera debemos relacionar estos desencantos con Dios. Para los cristianos la pregunta puede destrozar la fe: ¿Por qué Dios contesta algunas oraciones y otras no?


No habría problema si todas las oraciones fueran respondidas o si ninguna de ellas lo fuera. Si ninguna oración fuera respondida, simplemente tendríamos que aceptar el hecho de que la vida es una máquina, que nos procesa, que nos pulveriza. Pero la fe cristiana niega ese mundo insensible. Hay muchos testigos de oraciones contestadas, y cada testigo levanta la pregunta otra vez.


Martín Lutero escribió: «La oración… Levantó en este tiempo a tres personas en peligro de muerte: yo mismo, mi esposa y Felipe Melancthon en 1540 en Weimar.»


El misionero al Ártico, Wilfred Grenfell contó cómo el hielo sobre el cual viajaba se separó de la costa y fue llevado hacia el mar. Con la muerte ante él, Grenfell oró. Milagrosamente el viento cambió y lo llevó de nuevo a tierra y a su misión, que eventualmente pobló el perdido norte con cristianos.


La mayoría de los cristianos tienen recuerdos personales de haber sido rescatados en respuesta a la oración. Lo que el no creyente puede tildar de simple buena suerte, los cristianos lo reconocen como un acto del amante Dios. El poder que creó y gobierna el mundo no es insensible, sordo a los ruegos de los que sufren. Dios oye y cuida, y a menudo actúa en la forma que esperamos.


Pero no siempre. Hoy, Lutero, su esposa y Melancthon están muertos. ¿No oró nadie cuando ellos murieron? Grenfell murió, y hubo lágrimas en las chozas y refugios en todo el Ártico. No importa cómo haya sido nuestra experiencia pasada, ninguno puede predecir que nuestra próxima oración hecha con el corazón será contestada como queremos. Puede ser, o no. ¿Qué debemos hacer cuando nuestros sueños se rompen y Dios no responde nuestra plegaria para recomponerlos de nuevo? ¿Cómo mantener nuestra fe de ser barrida por la corriente de nuestros sollozos? ¿Cómo contestar las preguntas que nos presionan, preguntas sobre Dios, sobre la oración, sobre lo que podemos atrevernos a esperar?


Tal vez, pensamos, no oramos de la forma correcta. Tal vez la oración debe ser hecha por alguien que tiene un don que nosotros no tenemos. O tal vez estamos faltos de fe como para que nuestras oraciones sean contestadas. Se nos ha dicho que si sólo creemos que Dios responderá nuestras oraciones, creyendo sin que aparezca ninguna nube de duda, entonces se nos dará lo que pedimos. Pero nosotros vemos las nubes de dudas en los rincones de nuestras oraciones, y nos desesperamos preguntándonos si alguna vez conseguiremos su ayuda.


El problema con esa explicación de las oraciones no respondidas es que se opone tanto a nuestra experiencia como a la Biblia. Nuestra experiencia nos muestra que las oraciones respondidas no tiene nada que ver con nuestra habilidad para orar. Dios siempre ha respondido nuestras oraciones chapuceadas, murmuradas con palabras incorrectas en el corredor de un hospital, arrojadas de un corazón enfermo por el miedo y la duda. Un dios que demanda de nosotros una fórmula mágica para orar no se asemeja a Aquél que encontramos en la Biblia. Tal dios nos recuerda a las canciones de eventos para niños que nos concedían nuestros deseos cuando decíamos la palabra correcta. El dios gnomo, que convierte todo en oro, no es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios que conocemos en Jesucristo. No hay un truco secreto en la oración de nuestra parte o de Dios.


Pero, entonces ¿qué clase de Dios es? ¿Quién es éste que no siempre se mueve por nuestras súplicas de salvar la felicidad de una familia, la salud de un niño, las esperanzas de un joven?


Debemos hacernos una pregunta distinta. ¿En qué clase de mundo actuaría Dios a cada una de nuestras oraciones, sanidades o ayudas cada vez que pedimos? Sería un mundo sin lágrimas. No habría conflictos o muertes o dolor por esperanzas no alcanzadas. Sería un mundo mucho más sublime que el que conocemos.


La Biblia describe un mundo así, donde habrá un fin para la muerte, el lamento, el llanto y el dolor.


Pero no es este mundo. Es un mundo con una condición tan remarcable que apenas podemos imaginar: allí, todos desean hacer la voluntad de Dios.


No puede ser de otra manera: un Dios que contesta las oraciones de gente cuyas voluntades no son la suya no sería Dios, sería una celestial máquina de venta.


Pero, ¿cuál es la voluntad de Dios?


El Dios que conocemos a través de Jesucristo tiene propósitos que nosotros sólo oscuramente podemos ver, él no es como cualquier otro que hayamos conocido. «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos», (Is. 55.8-9), y nosotros lloramos porque no podemos entender sus caminos. La distancia entre Dios y yo es infinitamente más grande que la que hay entre mi perro y yo. Siempre será un amplio e inexplicable recordatorio en nuestro entendimiento de lo que Dios hace.


La respuesta a las oraciones que entendemos son aquellas que están tan amarradas a la tierra, tan naturales a nuestro entendimiento como el plato de comida para mi perro. Podemos ver y aplaudir esas respuestas a oraciones que están tan ancladas a esta tierra, sus dimensiones están limitadas al hoy y no a la eternidad. Pero Dios no está limitado de esa manera. Sus respuestas más profundas vienen desde la eternidad. Él es el Dios del misterio vivo y amante.


Lo que fuera que Pablo llamó el aguijón en la carne, lo acosaba tanto que oró repetidamente para que fuera quitado. Pero él escuchó la voz de Dios diciéndole: «Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra mejor en los débiles» (2 Co. 12.9).


A veces Dios dice: «Te ayudaré a soportarlo.» «Hay algo mejor para ti por venir.» «No te dejaré,» y mucho más. La respuesta: «Yo soy suficiente» es una que viene desde la eternidad y no de la casa de al lado. Oramos desde el hoy, Dios nos responde desde la eternidad. Él sabe que en su tiempo toda enfermedad será curada, todos los solos estarán unidos de vuelta, y toda herida dejará de doler. Él sabe.

Los temas de Apuntes Pastorales. Volumen V, número 3. Todos los derechos reservados