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La palabra final, Parte I

La palabra final, Parte I

por G. Campbell Morgan

¿Con qué mensaje termina Dios la primera dispensación profética? ¿Qué relación guarda ese mensaje con el último de la profecía del Apocalipsis? ¿Qué implicaciones tiene para la iglesia hoy ambos mensajes? …

«Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis y saltaréis como becerros de la manada. Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos. Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición». (Mal 4.1?6).

«Con maldición»; así concluye la profecía de Malaquías. Después de estas palabras no habría más voz profética, ni mensaje directo de Dios por más de cuatrocientos años. Era primordial que la palabra empleada fuera llamativa, que atrajese la atención, y que fuera una palabra con poder permanente. ¿Cuál es la palabra? «Maldición». Es la última palabra del Antiguo Testamento y creo que ocupa este lugar por propósito divino, y con una solemne intención. Al estudiarla más de cerca observaremos que a pesar de que el canon concluye de esta manera, la ternura del amor divino sigue presente. El último mensaje de Dios a este pueblo persigue despertarlos, a fin de que la amenaza de la maldición nunca llegue a posarse sobre ellos.

Consideremos entonces:


  • La palabra final.
  • El evangelio de amor que lo rodea.
  • El gran anuncio: «He aquí, viene el día».


1. La palabra final

Toda la historia de la humanidad hasta el tiempo de Malaquías se caracteriza por los fracasos. En consecuencia, la única palabra plausible del Dios perfecto y que revela su actitud hacia tal estado, es la palabra «maldición». Si leemos la historia desde la perspectiva divina, observaremos la continua manifestación de su fidelidad, la ternura de su corazón, y la permanente y conmovedora misericordia de su naturaleza hacia la humanidad. Sin embargo, paralelamente a la maravillosa y brillante historia de su incansable compasión y sentido de lástima hacia el hombre, tenemos el registro del fracaso humano con su murmuración, desobediencia y abierta rebelión. Cada dispensación, ya sea el jardín del Edén, el período librado a la conciencia humana, la época patriarcal, la economía mosaica, el período de los reinados, o los tiempos de los profetas, culmina con el fracaso. Y cuando Dios mira sobre los hombres que creó y llamó, a fin de que sean una bendición para toda la tierra, debe decir:

«No sea que yo venga y hiera la tierra con maldición».

No obstante, en las primeras palabras de esta última frase surge un rayo de luz y esperanza. «No sea que yo venga».

El Antiguo Testamento no culmina con una maldición declarada, sino con una amenaza de maldición. No es una sentencia que declara desesperanza ni condenación, sino una advertencia destinada a enseñar que Dios no ha pronunciado aún la maldición, y que no desea hacerlo. «No sea que yo venga y hiera la tierra con maldición». La profecía de Malaquías y la antigua dispensación concluyen con una última apelación de amor destinada a evitar la calamidad. La profecía tan sólo anuncia la consecuencia lógica de la desobediencia y pecado.

Los judíos siempre interpretaron este pasaje como un mensaje de amor. Los rabinos en las sinagogas desde aquella época, hasta la venida de Cristo, durante su vida sobre la tierra y hasta nuestros días, jamás han concluido la lectura de Malaquías con el versículo 6. Terminan la lectura con el versículo 5. Leen primero el verso 6:

«Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición».

Y a continuación, como epílogo, leen el verso 5:

«He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible».

En la Septuaginta, el versículo 4 es quitado de su lugar y colocado al final del capítulo, para que la el Antiguo Testamento no concluya con la maldición. Si tomamos los versículos 5, 6 y 4 y los leemos en ese orden, tendremos la siguiente secuencia:

«He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición. Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel».

El hecho es que los rabinos leen el pasaje en este orden que se le dio en la Septuaginta. Aun cuando el versículo 4 fue puesto después del versículo 6 no se alteró su número original. Sin duda, esto revela la forma en que la nación hebrea interpretaba este mensaje. No lo consideraban un mensaje de ira sino de amor. No se estaba pronunciando una maldición sino una advertencia de la terrible calamidad que les podía ocurrir tras la desobediencia. Es evidente que interpretaron este mensaje final como un evangelio de amor, y no cabe duda de que su exposición fue una correcta interpretación de su significado. Dios, a pesar de la apostasía, necedad e impertinencia de su pueblo , dejó este último mensaje de amor infinito antes de sellar el libro profético..



2. El evangelio de amor que lo rodea

Esta palabra final fue una advertencia y no una sentencia, por eso, se debe considerar como un evangelio de amor. Además esta palabra final declaraba que existía la posibilidad de escapar de la amenaza de maldición, si se seguía una serie de condiciones.

En la promesa de la venida de Elías se dice:

«Él hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres».

Este volver de corazón indica la condición requerida para evitar la maldición. La misión de Elías, tal como se le describe aquí, no es social, sino espiritual. No se trata de producir reconciliación en las familias de este pueblo. «Los padres» son los patriarcas Abraham, Isaac, e Israel, cuyos hijos se habían descarriado tanto de sus ideales de vida y condición espiritual . La misión de Elías sería hacer regresar a estos descarriados a esos ideales y a esa condición espiritual.

Con el fin de apreciar el significado principal de esta declaración, podríamos hacer la siguiente paráfrasis: «En aquel día Israel será de verdad Israel, en espíritu y en vida interior, y no sólo en la mera actividad de ritos y servicios externos». La práctica del pueblo era la de un altar con sacrificios, fiestas y ayunos y todas las ordenanzas exteriores, que les identificaban como el peculiar pueblo de Dios. Sin embargo, su corazón estaba lejos de Dios. Si Abraham hubiera aparecido entre ellos, hubiera dicho: «Estos no son mis hijos». Si Jacob los hubiera visto hubiera dicho: «Estos no son ciertamente los hijos del hombre a quien Dios llamó Israel». Habían errado el camino, y corrompido el pacto, pero el propósito de Dios no podía ser alterado. Por eso, si la amenaza de maldición no se ha de concretar, será porque su corazón se volverá a sus padres, y el corazón de los padres a sus hijos. Esto significaba que ellos se volvieran a los principios que el Señor había establecido para los padres. Debían ser lo que Dios había querido que fueran. Y las ordenanzas exteriores con las cuales habían llegado a estar satisfechos, no tuvieran otro valor salvo que expresar el significado interior del pacto de Dios con ellos. Solo entonces la maldición sería removida y las lluvias de bendición serían derramadas por las ventanas abiertas del cielo. Esto es el evangelio de amor.

¿Cómo podría concretar esto? «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible». Otro mensajero más, Elías, sería enviado. La profecía no ha sido completada. El asunto todavía se mantiene abierto. Aún se ha de oír el sonido de otra voz. Otro mensaje debía ser entregado. Esa voz sería oída y el mensaje entregado al tiempo que llegaba el propio Rey.

Todos entendemos que el cumplimiento de esa promesa tuvo lugar con la venida de Juan el Bautista. Debido a que existen aparentes contradicciones en algunos versículos que hablan sobre el tema, haremos un breve paréntesis para analizarlos.


En Juan 1.21 dice:

«Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No».

En Mateo 17.10?13 leemos:

«Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista».

Aquí tenemos una aparente contradicción. Juan dice: «No soy». Jesús dice: «Él es». La interpretación de la Escritura siempre se halla dentro de la misma Escritura, y en este caso encontramos la solución en un tercer evangelio, el de Lucas.

En el capítulo 1.16?17, cuando el mensajero celestial anuncia a Juan el Bautista, dice acerca de él:

«Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá adelante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Juan dijo: «No soy». Esta fue su respuesta al pensamiento literal de la actitud del pueblo en su día. Ellos eran los descendientes directos de aquellos a quienes profetizó Malaquías. Vivían ocupados en los asuntos exteriores, siguiendo servilmente a la letra. Cuando Juan vino le preguntaron: «¿Eres tú verdaderamente Elías?» y él respondió: «No soy». Fue una respuesta negativa a la literalidad que los gobernaba y que había surgido de su corazón apóstata. Sin embargo, el propio Rey dijo: «Elías ya vino? y los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista». Con referencia a su venida el ángel había dicho que Juan iría delante de él con el espíritu y el poder de Elías. Fue precisamente en este sentido espiritual que Jesús señaló a Juan como el cumplimiento de la profecía de Malaquías. Por lo tanto, Juan acertó cuando corrigió el pensamiento literal de los judíos que habían enviado a los sacerdotes y levitas para interrogarle (Jn 1.19). Pero al mismo tiempo, el Rey estaba en lo cierto cuando dijo que Juan era Elías, y que en él se cumplía la última profecía de Malaquías. En esta interesante ilustración de la comprensión del Antiguo Testamento por medio del Nuevo, una interpretación espiritual de las cosas de Dios expone como imposible lo que es meramente exterior y literal.



3. El gran anuncio

Desde el tiempo de Malaquías hasta la venida de un hombre en el espíritu y poder de Elías, transcurrieron cuatrocientos años. Durante ese período el evangelio contenido en estas palabras finales fue el único mensaje de Dios para el hombre. ¿Cuál era su elemento dominante? Su elemento dominante era en virtud de la promesa del amanecer del día de Dios. Por ejemplo, casos como el de Simeón y Ana, donde la palabra de poder transformó y modificó conductas. . Para aquellos que esperaban el tiempo de la intervención divina, y vivían en una actitud de permanente expectativa, la vida llegó a ser una nueva experiencia, y el evangelio del amor operó en su carácter hermosos milagros de transformación. Los primeros tres versículos del capítulo 4 de Malaquías contienen las palabras de esa promesa:

«Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis y saltaréis como becerros de la manada. Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos».

Este fue el gran anuncio que reposó sobre el corazón y la conciencia de este pueblo por cuatrocientos años. Es cierto que lo despreciaron y probablemente argumentaron contra él, tratando de comprobar que no debía entenderse en forma literal. Sin embargo, constituyó el elemento fuerte en el evangelio de amor durante esos cuatrocientos años. Cuando vino Jesús, Simeón, Ana y unos pocos pastores sabios formaban parte del remanente elegido por Dios, y aguardaban el día «ardiente como un fuego», el nacimiento del «Sol de justicia» que «en sus alas» traería salvación.

Observemos especialmente que si bien se mencionan dos aspectos, en realidad constituyen uno solo. «He aquí, viene el día ardiente como un horno? mas a vosotros lo que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación». Se trata de un evento del cual se señalan dos aspectos. Se podría considerar que dentro del factor tiempo y según los métodos humanos, uno precederá al otro; sin embargo, la sucesión encuadra dentro de la unidad. El gran anuncio se refiere a la actividad de Dios en el futuro. Aunque Dios dejará a este pueblo sin mensajes proféticos durante cuatrocientos años, su palabra final es: «Yo no estoy abandonando al mundo; el mal no es la fuerza triunfante. Si bien los que practican la maldad parecen prosperar, pronto tocará el fin a todo esto». ¡Dios va a actuar! El día ardiente vendrá, y todos aquellos que hicieron caso omiso a la advertencia del evangelio de amor, serán barridos y destruidos cuando ese día llegue. «Mas a vosotros los que teméis mi nombre», el remanente elegido, «nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación».

¿Cómo actuará? Como un fuego destructor contra todo lo impuro, y como un suave y dulce bálsamo para los que temen su nombre. Este día no será introducido por medio de un proceso gradual que irá venciendo los males de la época, sino que irrumpirá abruptamente. Primero Elías, con su último mensaje, y luego el Rey que viene repentinamente a su templo con un amanecer, y un Sol que se levanta trayendo «salvación en sus alas». Notemos que estos aspectos se fusionan de una manera hermosa, dentro del gran hecho central. «He aquí, viene el día». «Nacerá el Sol». El día viene, el Sol nacerá. Un día arderá como un horno. El Sol traerá salvación en sus alas. Se trata de un solo día. «Viene el día». ¿Cuándo vendrá? Cuando nazca el Sol. El día que viene arderá. ¿Cómo arderá? El Sol será el calor ardiente que quemará, pero a la misma vez, el Sol traerá salud en sus alas. El carácter de los hombres sobre los cuales brillará este Sol determinará si serán quemados o sanados. Se trata del mismo día.

Analicémoslo más de cerca. «Viene el día ardiente como un horno». En el capítulo 3.15 leímos las siguientes palabras: «Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad? son prosperados». Observemos ahora el texto de 4.1: «Todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa». ¿Nota el cambio? Cuando venga el día el orden antiguo será invertido. Hoy los soberbios y los impíos son prosperados, y se les llama bienaventurados, o dichosos, pero cuando amanezca el día de Dios, «los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa». Los «prosperados» de una dispensación apóstata serán la estopa en el día de Dios, hojarasca cuando el Sol de justicia brille con toda su fuerza.

¿Cómo podrán ser iguales estos aspectos que aparentan ser contradictorios? Es imposible que no sean iguales. ¿Cómo se produce el milagro de un nuevo día si no es por medio del nacimiento del Sol? Seguimos la misma línea de interpretación y debemos afirmar que con el nacimiento del Sol habrá salud. ¿Cuáles son los hombres que detectarán de primero el amanecer? Sin duda, no serán los impíos y soberbios que serán consumidos como estopa, sino los que velan, los que ascienden a las cumbres de las montañas, los que están hastiados de la sociedad apóstata y que han estado clamando: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22.20). Ellos serán los primeros en detectar el amanecer de ese día, y para ellos el tinte rosado del amanecer traerá sanidad, y «se levantará el Sol de justicia, trayendo salud eterna en sus alas» (Versión Moderna). Luego, cuando se haya levantado hasta el meridiano, con toda la fuerza de su calor abrasador, la estopa será quemada.

Bien sabemos los distintos efectos que tiene el sol sobre diferentes objetos. Un árbol plantado junto a un río absorbe sus aguas por medio de las raíces, y los rayos del sol del verano hacen brotar sus hojas y lo llena de verdor y hermosura. Por otra parte, el mismo sol que produce el hermoso verdor en el árbol, termina por secar y quemar un campo de rastrojos con sus rayos abrasadores. El mismo medio produce en un caso la vida y en el otro la sequedad y la muerte. El mensaje de Dios es: «El día que viene, yo actuaré». «He aquí viene el día que sanará y que abrasará». Sanará a aquellos que le esperan, que han sido heridos por la noche. ¿Por qué los sanará? Porque están plantados junto a arroyos, porque sus raíces están en Dios, y a ellos llegan los rayos del Sol de Dios con hermosura, salud, luz y salvación en sus alas. Para los hombres que hoy son prosperados, los que no confían en nadie mas que en ellos mismos, cuyas raíces no se extienden hasta las aguas eternas, el Sol dará un calor abrasador. Serán como estopa.

Así culmina la palabra y cesa la voz de Malaquías. Les describió su condición, les habló del amor infinito de Dios y finalmente les declara: Dios no los ha abandonado ni a ellos ni al mundo, sino que viene el día cuando nacerá el Sol. Les señala los diferentes resultados producidos en dos clases distintas de vida, y finalmente en tono profético expresa las palabras: «Yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible» para «volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición».

Antes de aplicar esta palabra final a nuestra época, debemos notar que la segunda parte del programa divino ?segunda en orden, aunque mencionada en primer lugar por ser lo que más necesitaba el pueblo a quien fue dirigida (Mal 3.1)? todavía no se ha cumplido, el Rey vino y predicó «el año agradable del Señor» (Lc 4.19). En ese punto de la lectura cerró el libro. «El día de venganza del Dios nuestro» (Is 61.2) aún no se ha cumplido. Por razones que yacen en la profundidad de la infinita sabiduría eterna, Él aún espera, y si bien a veces suspiramos por ese día, por fe nos regocijamos en su benignidad. Sabemos que en él nuestros años de fatiga se desvanecen, ya que «con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pe 3.8). Sin lugar a dudas, su primera venida trajo un fuego a la tierra que hasta el día de hoy está encendido aun en medio del colapso y revuelo del mundo actual. Este fuego está preparando el camino para el nuevo día de Dios, en ese día un nuevo y mayor fuego será revelado, el cual no dejará ni rama ni raíz en todo aquello que sea impío e inicuo.

Tomado y adaptado del libro ¡Me han defraudado! El mensaje del profeta Malaquías, G. Campbell Morgan, Editorial DCI – Hebrón.