La palabra final , Parte II
por G. Campbell Morgan
¿Cómo concluye, pues, la palabra inspirada para nuestra época? ¿Cómo se aplica el texto de Malaquías? ¿Cuál es el elemento de poder en este nuevo evangelio de amor? Este artículo nos ofrece un precioso análisis del último versículo del Nuevo Testamento y cómo este tiene un valioso significado para el cristiano actual.
Punto por punto, hemos visto la solemnidad de la palabra final de la antigua dispensación profética, aplicada a nuestra era. La mayor parte de la cristiandad en el día de hoy está descarriada y deseo destacar la diferencia que existe entre el término cristiandad y la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Cristo no es conocida por hombre alguno. Sólo el Hijo y el Padre conocen a los que son suyos. Ningún hombre puede decir que esta o aquella es la «Iglesia» o que está en este o aquel lugar. La Iglesia es una entidad sagrada que sólo él conoce, y le es leal en el día de hoy, y siempre lo ha sido. La cristiandad, esa multitud híbrida que se llama por el nombre de Cristo, que le dice «Señor, Señor» y que no hace lo que él dice, está tristemente descarriada. Sin embargo, el amor divino todavía procura salvar, bendecir y cubrir a todos. Sigue llamando con palabras de ternura infinita y amonestando a los suyos que olvidan los principios de justicia por medio de la cual completará su obra en los días venideros. Gracias a Dios, existe un remanente. Este remanente jamás ha dejado de testificar y creo que nunca hubo tantos corazones leales a Jesucristo como en el día de hoy. Este remanente está conformado de hombres y mujeres que anhelan la venida del reino a esta tierra, y que reconocen que debe venir a sus propios corazones y vidas. Un remanente que teme al Señor, que escucha y honra la voz de su Maestro.
¿Cómo concluye la palabra inspirada para esta época? Leemos la última palabra del Nuevo Testamento. «La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros» (Ap 22.21). La Versión Moderna traduce esta frase de la siguiente manera: «La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos» (1) en lugar de «todos vosotros». La última palabra del Antiguo Testamento es «maldición»; la última del Nuevo Testamento, «santos». A pesar de la aparente gran diferencia, existe en el pensamiento interior de estas palabras una identidad del significado. La palabra traducida «maldición» en Malaquías significa literalmente «dedicado», de la manera que se emplea en el relato de Acán y su tesoro, que fueron «dedicados» a la destrucción (Jos 7.24?26). «No sea que hiera la tierra con maldición», vale decir, «no sea que la dedique al juicio». La última palabra del Nuevo Testamento describe al pueblo de Dios como «santos», o sea separados, colocados aparte, o dedicados. La dedicación de la cual hablan ambos pasajes está tan lejos la una de la otra como lo está el Polo Norte del Polo Sur, pero el significado esencial es idéntico: la soberanía de Dios. «No sea que hiera la tierra dedicándola a la destrucción». «La gracia del Señor Jesús sea con todos los que están dedicados a la voluntad de Dios». La soberanía de Dios irritada por la antigua dispensación será realizada por la nueva. Moisés y Jesús. Dios está detrás de todos los acontecimientos de la historia y hace valer sus derechos en las palabras finales, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Estaría de más decir que yo creo en la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Si pudiéramos leer las Escrituras de los manuscritos originales encontraríamos a cada preposición en su lugar, y las palabras más pequeñas, vivas con un significado infinito. Esta es mi posición respecto a este antiguo libro de Dios, y es por ello que considero de tremenda fuerza este hecho concerniente a las palabras finales de ambos testamentos. ¿Cuál es la última del Nuevo? «La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos». ¿Qué es la gracia? Es la ley revelada. La gracia de Dios es aquello que agrada a Dios, y en su aplicación al hombre se constituye en el favor inmerecido de Dios. ¿Cuál es ese favor inmerecido? No es ni más ni menos que el amor, que inclinándose hacia nuestra condición, nos enseña cómo obedecer la ley. Además no sólo nos enseña cómo hacerlo, sino que nos suministra la energía para poder obedecer. Estoy ansioso de señalar que los hombres no deben comprender que la gracia significa que Dios haya dejado a un lado la moralidad, o que excusa a cualquiera de su inmoralidad o impureza. Gracia significa que por medio de Cristo ?su vida, muerte, resurrección y poder viviente. Ò nuestra vida pobre, débil y miserable, tendrá todo el poder necesario para obedecer toda palabra de Dios y que concierne a sus requisitos para con el hombre.
¿Cuál es el elemento de poder en este nuevo evangelio de amor? En Apocalipsis 22.12 tenemos el siguiente anuncio:
«He aquí que yo vengo pronto, y mi galardón conmigo».
Así como el Antiguo Testamento culminó con la voz que anunciaba la venida del Señor, también lo hace el Nuevo. No pretendo exponer en detalle el tema de la venida del Señor Jesucristo. Sencillamente deseo decir que lo que está delante de nosotros ahora, el próximo evento, es su segunda venida. ¿Cuál fue el primer evento? Su venida y Pentecostés. Desde entonces, ¡nada ha pasado! Podemos escribir toda la historia, sumar todas las batallas ganadas y perdidas, alabar a estadistas y políticos, en fin, listar todo lo que el hombre ha hecho y sin embargo, ¡nada ha pasado! Mientras Dios observa los movimientos humanos, cuenta las campanadas del gran reloj de la eternidad. El último movimiento de ese reloj fue el nacimiento de Cristo, su obra en la cruz, y Pentecostés. El próximo movimiento es: «He aquí yo vengo pronto».». Nada hay entremedio. Algunos creemos que estamos muy cerca de este próximo movimiento. No pasará mucho tiempo antes que suene la voz, pero este día tendrá un doble aspecto. «El Sol que nace con salvación en sus alas. El día ardiente como un horno». Lo uno seguirá a lo otro, pero ambos conforman un evento: La venida de Cristo. Primero el Sol de justicia que trae sanidad, luego, el día ardiente. Nuestros ojos se dirigen hacia ese evento, y los del mundo también deberían hacerlo. Consciente o inconscientemente, la humanidad aguarda en su sufrimiento, dolor y pecado; en su bautismo de lágrimas y sangre. ¿Qué aguarda? Aguarda al Rey. Los partidos carecen de liderazgo, y las naciones están todas en la inquietud y la incertidumbre. El reino aguarda al Rey. Hombres que no detectan la situación, sin embargo le aguardan. ¿Qué significará su venida? Depende del carácter de cada individuo. Para aquellos que temen su nombre, un Sol de justicia y salud. Para los soberbios y los impíos, ¡fuego! Fuego que ha de quemarlos como a la estopa.
Esta no es una mera actitud pesimista. Es la única verdaderamente optimista. Esperar la conversión del mundo por medio de la predicación de la Palabra de Dios en esta dispensación, sería una esperanza que va en contra de la revelación y de los hechos. La población mundial se está multiplicando por medio de las leyes normales de crecimiento, a un ritmo mucho más veloz que el crecimiento del número de convertidos. El Rey viene y ese es el mensaje final.
Concluyo con una pregunta y la dejo para la consideración del lector, y para que la responda en la intimidad de su ser. Apocalipsis 22.16?17 dice:
«Yo, Jesús, he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana».
Nosotros, si estamos en la Iglesia, aguardamos la aparición de la estrella. «Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven». ¿Puedo yo decir «Ven» al anuncio de Cristo de que él viene? «He aquí yo vengo pronto». ¿Puedo decir: «Ven Señor Jesús»? No existe prueba para determinar la santidad de vida y de carácter que iguale a esta. Muchos están obligados a decir: «No puedo orar: «Ven Señor Jesús» porque hay ligaduras que me retienen». A ellos respondo: Cuanto antes corten esas ligaduras, mejor; y cuanto antes podamos decir en armonía con el Espíritu: «Ven», mejor será para nosotros y para el mundo. Elías vino delante del Señor Jesús hace muchos años y los corazones de los hijos fueron vueltos a los padres por miles durante su predicación. En mi opinión, creo que actualmente las señales de los tiempos apuntan a la cercanía de la venida de Cristo. Nunca hubo una época en que el hambre por lo espiritual y por una enseñanza clara de la Palabra de Dios, fueran tan notorios como lo son hoy. En todas partes hay iglesias que claman por un avivamiento de la verdadera vida espiritual. ¿Qué nos presagia esto? Yo creo que se trata de la lluvia tardía, y a continuación, ¡el Rey!
Para que no nos avergoncemos en su venida, caminemos con persistente e incesante cuidado. Las cosas exteriores son de importancia secundaria, y caerán en su debido lugar por consecuencia natural, si en los rincones más íntimos de nuestro corazón le somos fieles a él. Que no tenga que decirnos: «¡Me han defraudado!»
Quisiera llamar a todo el pueblo de Dios en el día de hoy a un profundo y solemne examen personal. Si como resultado de este autoexamen el pensamiento que surge con mayor naturalidad dentro de nuestro ser es el expresado en los tiempos de Malaquías en las palabras «¿EN QUÉ?», entonces habrá un ciertísimo motivo para humillarnos delante de Dios.
Nota del autor:
1. La Biblia de Jerusalén también ofrece esta variante.
Tomado y adaptado del libro ¡Me han defraudado! El mensaje del profeta Malaquías, G. Campbell Morgan, Editorial DCI – Hebrón.