La permanente verdad del Evangelio
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Es interesante mirar las 111 frecuencias que en 106 versículos en nuestra RV-1960 aparece la palabra “evangelio”.
El Señor Jesús primero; luego sus apóstoles; y finalmente todos los discípulos de la iglesia en Jerusalem que fueron esparcidos: “iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hch. 8:4). ¿Es lo mismo hoy?
Convendrá a nuestro estudio reparar en algunos aspectos sugestivos:
Mateo 4:
23Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 24Y se difundió su fama
Este expresión nos escudriña profundamente: ¿cuál fama hoy día comúnmente trasciende? ¿La del Señor Jesucristo o la del evangelista que
lo predica? Hace esto acordar a la vieja anécdota de aquellos tres amigos
londinenses que se encuentran al final de un domingo para intercambiar
impresiones sobre las distintas predicaciones que escucharon en sus respectivos lugares de reunión:
Dice admirado el primero: -¡Qué gran predicador!
El segundo, embelesado: -¡Qué estupendo sermón!
El tercero, como adorando: -¡Qué maravilloso Salvador!
Se dice de este último que había ido al Tabernáculo Metropolitano a oír
a Spurgeon.
Mateo 9: 35Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 36Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. 37Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. 38Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Aquí resalta la impresión que le causa al Señor el estado de la gente; su tremenda necesidad es lo que le lleva a pedir a los suyos que oren para
que sean enviados más obreros para congregar y cuidar a sus ovejas. Ellas son llamadas, precisamente, por la predicación del evangelio. Los obreros
existen en razón de la mies; y porque hay ovejas es que se necesitan pastores, pero no al revés, como algunos parecen entender.
Mateo 11:
5Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; 6y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.
Tan impactante es lo que dice en el v.5, que la conclusión en el 6 como que pasa por desapercibida. Esta bienaventuranza aparece aquí
como algo especial y singular, y nos sugiere meternos en otro apasionante estudio: Jesús como causa de tropiezo. Como el tema es vasto, alcanzará advertir como Pablo y Pedro coinciden en señalar a Jesucristo como piedra de tropiezo para quienes tropiezan en la palabra,
siendo desobedientes a ella al desechar al Señor y pretender justificarse
por las obras de la ley (Ro. 9:32,33; 1Pe. 2:6-8). Aunque no es de
comparar la religiosidad legalista de los judíos contemporáneos con la común irreligiosidad de nuestro pueblo, coinciden sin embargo en su rechazo de Cristo y su pretensión de justificarse a sí mismos. Pero lo
más lamentable hoy día no es que tantos incrédulos sigan tropezando contra tamaña Roca, ¡sino que los mismos creyentes la pulen, decoran
y endulzan comprimiéndola de modo que los inconversos que evangelizan
se la traguen como una píldora! Quitarle a Cristo ese elemento de ofensa,
tropiezo y escándalo, es anunciar a otro “Cristo” y predicar otro “evangelio”. El “a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” de Pablo, le incluye únicamente a él, y al desasimiento de sus derechos, prestigio y bienes personales para ganar a un mayor número para Cristo. Pero de ningún modo hubiera osado retocar a ese Cristo o mejorar ese evangelio para hacerlo más accesible a sus oyentes. Poca sensibilidad parece haber hoy día respecto a esto.
Mateo 24:
13Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. 14Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.
Esta porción comúnmente es citada fuera de su contexto profético
tribulacionista que describe este capítulo. Ciertamente que los que hoy somos realmente salvos perseveraremos hasta el fin, pues fiel es el que
nos ha llamado para hacerlo con nosotros así (1Ts. 5:23,24; Jud.24).
Los no salvos durante la gran tribulación finalmente claudicarán aceptando la marca de la bestia y sellando así su propia condenación. Tampoco se puede invocar el incumplimiento actual del v.14 para alegar que todavía no están dadas las circunstancias para el retorno del Señor por los suyos, ateniéndonos a ese período final que concluye con el Armagedón y al que sigue el juicio de las naciones. Sabemos que Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas coinciden en sus escritos en la esperanza de la pronta venida del Señor, como algo que esperaban que acontecería en su propio tiempo.
Además, cuando se arguye que no todos los pueblos del mundo fueron
alcanzados por el evangelio, se dice de los “misioneros evangélicos” cuya
entrada está prohibida en algunas regiones, pero se olvidan de las ondas radiales que alcanzan al 99% de la población mundial; y sabido es que por vía satélite se cubre todo el orbe con programación evangélica en los
más diversos idiomas.
Mateo 26:
Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. 12Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. 13De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.
Por expresa voluntad del Señor, lo que María hizo habría de quedar
perpetuamente unido a la predicación del evangelio. Juan nos identifica al autor de la idea que ganara a otros discípulos provocando el descontento
y suscitando murmuraciones: Judas el traidor; un buen economista y hasta con apariencia de filántropo. Su aviesa intención también quedaría
registrada en el cuarto evangelio. El cuidado de los pobres que pudiera tener Judas era semejante a la pasión por las almas que algunos invocan.
Sólo les interesa la salvación de los perdidos como recurso para engordar
las bolsas de las ofrendas. Cuanto más lejos estén, cuanto más pobres e
ignorantes sean, cuanto mayor sea el atraso en que vivan y la barbarie de
sus costumbres, más atrayentes son para que cristianos sensibles abran generosamente bolsillos y carteras. Sin duda que ha de irse a los perdidos, y hasta con preferente premura a los peores y más míseros de ellos, como lo hizo el General Booth en Londres y la Madre Teresa en Calcuta; pero antes que con los mismos necesitados, el corazón del discípulo fiel derramará lo mejor de sí mismo como ofrenda fragante al Señor que ama y adora. El “ha hecho conmigo una buena obra” no solamente es un elogio de Jesús a María, sino que nos abre el mismo corazón del Señor a su anhelo secreto de que nos ocupemos con Él.
Marcos 1:
14Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, 15diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.
¡Elemental y simple! El evangelio que el Señor Jesucristo predica es el
mismo del primer sermón de Pedro en Pentecostés: un llamado al
arrepentimiento de los pecados y fe para con Dios, lo que también resume el testificar de Pablo a judíos y gentiles (Hch. 20:21). Es cierto
que la regeneración espiritual no reviste el mismo carácter espectacular de las señales, prodigios y milagros que siguen y confirman el testimonio
cristiano, pero aunque se resucite a todos los que yacen en el cementerio de una ciudad, y se vacíe de enfermos su hospital, todo ello junto no
equivale a la salvación de un solo habitante de ese lugar. El traspaso del
alma muerta en delitos y pecados a la vida eterna, a los ojos de Dios y de
todos los cristianos esclarecidos, tiene un valor infinitamente mayor al de
todos aquellos grandes milagros juntos, que solamente tienen que ver con
la salud y vida del cuerpo de carne corruptible.
Marcos 8:
34Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 35Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. 36Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? 37¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
38Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.
¡Paradójica inversión la del discípulo cristiano! Lo que se empeña en salvar lo termina perdiendo, y lo que da como perdido acaba salvándolo.
Esto es lo suficientemente irracional como para que únicamente por fe sea recibida esta palabra. El sentido común de cualquiera resiste tan insólita idea, y ha de ser por revelación espiritual que alguien reciba el
estímulo a negarse a sí mismo, tomar la cruz, seguir al Señor, y morir para vivir plena y eternamente.
Marcos 10:
28Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. 29Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, 30que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. 31Pero muchos primeros serán postreros, y los postreros, primeros.
Pocos ejemplos probablemente sean tan aleccionadores como los de los misioneros que se alejaron de todo cuanto poseían para servir a Dios
en la obra del evangelio. El Señor ha sabido recompensar su fidelidad,
dándoles no solamente su propia familia sino también la espiritual, en la
hermandad de los hijos de Dios. Algunos, luego, en su vejez, no quisieron volver a su patria para morir en ella, pues en el mismo campo de labor en el que invirtieron su vida forjaron entrañables lazos de amistad y comunión con los cristianos del país. Todo lo recibido, sin
embargo, no les eximió de persecuciones; quizá para no olvidar la visión
del apostolado, que no los llamó a gozar y disfrutar del mundo en la forma que suele aspirar la humanidad entera. Nuestro rendido reconocimiento va hacia tantos de ellos que nos hablaron la palabra de
Dios, y que tras considerar cual haya sido el resultado de su conducta
somos estimulados a imitar su fe.
Lamentablemente los nuevos tiempos han traído jóvenes generaciones
de misioneros que han reinterpretado a su gusto este pasaje, a juzgar por
sus quejas y reclamos. Ellos mismos se encargan de hacer ver todo lo que
han dejado (muchas veces son problemas, más que beneficios), y el
legítimo derecho que les asiste de velar por la casa, familia, vehículo y
correspondencia que demanda buena parte de su tiempo y atención. En
cuanto a las persecuciones, no las suelen tener de los inconversos que los
tratan con simpatía, sino que las toman como viniendo de aquellos creyentes molestos e incomprensivos, que cuestionan su modalidad.
Quienes así se adelantan a reclamar derechos y reconocimientos, no
deben sorprenderse que cuando ajusten cuentas con su Señor puedan quedar relegados a los últimos lugares.
Marcos 16:
15Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.
“Por todo el mundo” y “a toda criatura” incluye tanto la vastedad del orbe entero como el trabajo pormenorizado con cada uno de sus
pobladores. Dios no hace acepción de personas, y tampoco podemos
hacerla nosotros. Aunque nos es imposible que particularmente
llevemos el evangelio a la humanidad diseminada por todo el planeta,
el Cuerpo total de los creyentes, la iglesia, sí puede hacerlo en la medida que cada miembro cumpla su propio ministerio.
Lucas 4:
42Cuando ya era de día, salió y se fue a un lugar desierto; y la gente le buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos. 43Pero él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado. 44Y predicaba en las sinagogas de Galilea.
Nos llama la atención esta actitud del Señor, pues si cualquier
evangelista contemporáneo se hallase en medio de tal éxito ministerial,
probablemente extendiese el tiempo de su cruzada. En el pasaje paralelo
de Marcos 1:36-38, Pedro y otros van por Él cuando oraba en un lugar
desierto, y encontrándole le dicen: -Todos te buscan. El Señor responde:
“Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”. Con mucho, poco o ningún resultado, hay hoy
día misioneros que se afincan en determinado lugar y luego insumen
tiempo, dinero y esfuerzos para convertir algunos vecinos. Es cierto que
si existe un ejercicio espiritual para perseverar con paciencia testificando
a una persona o familia, así convendrá hacer, pues sembrando la semilla
en buena tierra habrá que regarla y cuidarla. Pero el milagro de la vida
que brota de la misma muerte es obra enteramente de Dios, quien también da el crecimiento. Sabemos que debemos predicar a todos los
hombres si bien no todos se van a salvar. Nuestra responsabilidad es
anunciarles a Cristo por el evangelio, y luego que lo hacemos quedamos
libres para predicar a otros que todavía no han oído. Tenemos la total
garantía de que habrán resultados con la evangelización, pues todos los
que están ordenados para vida eterna oyendo creerán y serán salvos,
así aquí ahora como en Antioquía de Pisidia hace 1950 años atrás. Este
caso en el ministerio de nuestro Señor nos hace acordar al de los esparcidos en Hch. 8:4, que iban por todas partes anunciando el evangelio, y a la valiente hueste de los evangelistas itinerantes que
descubrimos en la tercera epístola de Juan, y a los que Dios usó
poderosamente en la Gran Bretaña y Norteamérica durante el siglo 18.
Lucas 7: 22: “… y a los pobres es anunciado el evangelio”.
El ser humano es propenso a irse de un extremo al otro, como si le costara guardar el equilibrio ante dos aspectos opuestos de una misma
verdad. Es así que indudablemente en nuestro país se había caído en el
extremo de evangelizar los barrios marginales de las ciudades, con evidente descuido de las zonas residenciales habitada por los ciudadanos
de mayores recursos económicos, las que incluían también a la clase
profesional e intelectual de nuestra sociedad. La escasez de iglesias en
tales zonas, incluso con mayor densidad demográfica, contrasta con las
muchas en barrios extensos pero de menor población relativa.
La sana reacción a esto consistió en que algunos misioneros se radicaran en las zonas de playas de Montevideo y la Costa de Oro,
desde Punta Carretas al Este. Es así que ahora ya hay algunas iglesias
y también se aprovecha a evangelizar a los veraneantes en las playas.
Aunque los pobres, marginados y más carenciados de la sociedad
estén muy cerca del corazón del Señor, y en nuestro texto privilegie
a los pobres en el anuncio del Evangelio, es un hecho constatado en
los evangelios que el Señor Jesús también amó al joven rico, comió
con Simón el fariseo, y a Zaqueo (que no era nada pobre) le dijo:
“Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Está bien la preferente atención que hayamos prestado en evangelizar a nuestra gente más sencilla; pero
no deberíamos nunca habernos sentido achicados para enfrentarnos a los
más cultos y pudientes para llevarles también a ellos las buenas nuevas.
Sin embargo -y aquí está el extremo opuesto-, nos cuesta reconocer
como una auténtica visión de Dios que ahora lleguen misioneros invocando un llamado a testificar a los profesionales universitarios y a las clases más altas de nuestra sociedad. Es comprensible un llamado a compensar nuestra deficiencia en la evangelización con aquellos sectores de la población que no fueron debidamente alcanzados, marcando un
interés especial en testificar de Cristo a estas personas; pero esto es
admisible únicamente dentro de un marco de actividad donde no queden
excluidas las personas de más baja condición social. Además, es sabido que la alta sociedad en cualquier país del mundo constituye una élite
selecta y cerrada, a la que no se accede fácilmente, ni siquiera por fama o
riquezas, pues está integrada por antiguas familias de rancia alcurnia,
emparentadas y relacionadas estrechamente entre sí.
En cuanto a los profesionales universitarios, pueden sí ser impresionados por médicos, abogados, ingenieros, arquitectos y demás facultativos egresados de Oxford, Cambridge, Harvard, La Sorbonne y similares. Pero las muchas graduaciones obtenidas tempranamente por los jóvenes en los E.E.U.U. no alcanzan a impresionar a nuestros universitarios formados con una disciplina más completa y exhaustiva dentro de su especialidad académica.
Aunque el ser extranjero y hablar otro idioma siempre constituye una
atracción especial en nuestro país y cualquier parte del mundo, la rareza
del porte y el habla no basta para suplir lo que falta, y que son las llaves
apropiadas para las respectivas cerraduras. De carecer de tales llaves,
entonces lo único que queda son usar precisamente las del reino de los
cielos, que por el evangelio abre los corazones y derriba las puertas por
donde ha de pasar la iglesia del Señor.
Por otra parte, lo que antecede no pretende desalentar a quienes llegaron con tal intención, como desmereciendo su aptitud para tal
empresa, sino mostrar que la necesidad espiritual de pobres y ricos,
rústicos e intelectuales, es la misma, y el Cristo del evangelio es todo
y cuanto necesitan para su salvación eterna. Ayudando a tal comprensión
podemos evitar esfuerzos malogrados y cualquier sensación de fracaso.
Lucas 8:
1Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él
Lucas 9:
6Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas partes..
Lucas 10:
1Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir.
Lo interesante a observar en esta secuencia es un desarrollo del discipulado de nuestro Señor con aquellos a quienes también escogió:
1ero. Los doce van con Él; 2do. Los doce ya van solos, sin Él; 3ero.
Ahora ya no son doce sino setenta los discípulos enviados.
Un discipulado auténtico requiere no solamente el ser instruido con
la enseñanza de un maestro, sino convivir con él trabajando juntos en la obra del Señor. Que en la actualidad no siempre ni en cualquier parte esto sea factible, no sirve de excusa para omitirlo cuando y donde se
pueda también hacer de esta manera, pues el beneficio es múltiple.
Lucas 20:
1Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, 2y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad?
¡Y bien! ¡Llegó el elenco ministerial! Toda la plana mayor del poder
religioso se hizo presente. Esta escena se repite hasta nuestros días, pero
no sólo en el judaísmo. ¿Recuerdan la dieta imperial reunida en Worms contra Lutero? Pero el protestantismo conservó muchas mañas de Roma
y a lo largo de su historia también se enfrentó con arrogancia a toda suerte de no conformistas. ¿No quedó Juan Wesley excluido de las iglesias anglicanas y tuvo que adoptar al mundo por parroquia?
Es probable que incluso nuestro hermano lector haya sido increpado
más de una vez: – ¿Con qué autoridad…?
Normalmente ha de leerse entre líneas: – ¿Nos has pedido permiso o
nos estás pasando por alto?
Tanto en el templo de Jerusalem entonces, como hoy aquí, hay una
tácita confesión de la existencia de una Autoridad que las “autoridades
reconocidas” se resisten a reconocer.
Cuando existe una auténtica autoridad delegada de Dios fácilmente
admite la que el mismo Dios delegó en otros, sin suspicacia alguna de
rivalidad o desleal competencia. Cuando sobreviene algún Diótrefes, en
cambio, careciendo de genuina autoridad ha de imponer la suya propia,
que apenas es fuerte ante los más débiles, pero que se desmorona en
presencia de la legítima autoridad espiritual que proviene de Dios.
Así se cita como axioma que quien se ve en la necesidad de recordar
a otros la autoridad que sobre ellos tiene, es porque ya no la tiene.
Lo dicho no fomenta la insubordinación y el desacato, pues es claro
por la Escritura que debemos sujetarnos unos a otros en el vínculo espiritual que nos mantiene adheridos a la Cabeza, que es Cristo.
Recordamos –por asociación de ideas- aquella famosa frase de Artigas que todos aprendimos en la escuela pero que luego en la iglesia
parece que la hemos olvidado: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”.
Nuestra máxima autoridad es el mismo Señor Jesús, Cabeza de su
iglesia, y en medio de cualquier expresión local de la misma debemos
reconocer también al Cuerpo entero de creyentes, del que cada uno somos miembros, en parte. En cuanto a los ancianos puestos por Dios en la asamblea, no revisten un cargo autoritario sino un servicio a los hermanos cuidando de ellos e instruyéndoles en la palabra del Señor. Pero si son elegidos, nombrados y ordenados por los hombres, pues entonces estarán estos fatalmente obligados a someterse a la autoridad que ellos mismos le han conferido.
Hechos 8: 4, 12, 25, 35, 40:
Lo interesante de advertir en este capítulo, es que todas las cinco veces que aparece la palabra “evangelio” va asociada al anuncio del mismo. Son 27 en total las referencias en que aparece juntamente el evangelio y su anuncio. Este mero detalle sirve para darnos cuenta que
esencialmente las buenas nuevas constituyen un mensaje noticioso a ser
anunciado.
Hechos 10:
36Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.
Los mensajes de Pedro pueden estudiarse con mucho beneficio con
propósito homilético, pero atendiendo también a los aspectos teológicos,
dialécticos y apologéticos.
Lo que aquí sorprende es lo directo que fue Pedro en casa de gentiles, formados según la tradición romana. Decirles a ellos que Jesucristo es el Señor de todos, es de lo más impropio y provocativo que
se nos pudiera ocurrir. El César era el Pontificex Maximus, Señor soberano de todo cuanto en su Imperio hubiese, las vidas de sus súbditos, inclusive. El mensaje que los cristianos predicaban era entonces subversivo, pues le había aparecido al César romano un competidor de
locura: muerto, resucitado y ascendido a los cielos desde donde volvería
por los suyos antes de su juicio final sobre vivos y muertos, emperadores
romanos inclusive.
Ningún evangelista deberá predicar ofendiendo a nadie; pero si el puro evangelio que proclama ofendiera a alguno, o si el Cristo que anuncia fuera piedra de escándalo contra la que un oyente tropezara, no
por eso habrá que depurar el mensaje quitando o atenuando aquellos
elementos peligrosamente provocativos. Si hay buenas nuevas que dar, es
porque Dios ama al pecador que quiere salvar; pero si para ello tiene que
arrepentirse de sus pecados y creer en un Salvador crucificado y resucitado, ¡pues así son las cosas! ¡Y gloria a Dios porque son así y de
ningún otro modo! ¡No hay otro evangelio!
Hechos 11:
19Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. 20Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. 21Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. 22Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. 23Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. 24Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. 25Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. 26Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.
Aunque hoy nos parezca raro que aquellos discípulos esparcidos desde Jerusalem solamente hablasen a los judíos, en realidad siempre ha sido así, ya sea por dificultad del idioma o por no atraerse problemas con la gente de otra religión y cultura. En Montevideo hubo que esperar hasta el año 1868 para que se comenzaran las reuniones de predicación en español. La colonia norteamericana y británica celebraba sus cultos únicamente en inglés, no interesándose aún en ganar a los criollos.
También es posible que pensaran que los griegos difícilmente aceptaran
un mensaje que les sería totalmente extraño, pues el evangelio del Señor
Jesús tenía que ver con el Mesías judío, la esperanza de Israel.
Quizá la frase clave de esta porción está en la impresión de Bernabé al
llegar a Antioquía: “vio la gracia de Dios”. Sería inútil buscar otra explicación porque no la hay.
Como aquel varón, nosotros también necesitamos ser buenos, llenos del Espíritu Santo y de fe. Seguramente que así también nosotros hemos de ver la gracia de Dios.
Hechos 13:
32Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, 33la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.
A diferencia de lo anteriormente visto, ahora es Pablo quien dedica
su mensaje a los judíos en su propia sinagoga. El comienzo del mismo
trae reminiscencias del inconcluso de Esteban, pues arranca con un resumen de la historia de Israel; pero como si quisiera darle terminación
al otro, ahora aprovecha a enfatizar la realidad de la resurrección del Señor Jesús. Efectivamente, poco lograría explayándose sobre la
crucifixión (como luego hará entre los gentiles) pues sus oyentes podrían decirse: -¡Bien merecida! ¡Se hizo Dios, presentándose como su Hijo y como el Mesías de Israel!
Pero ante el hecho de la resurrección, con tantos testigos todavía ante
el pueblo, y el silencio de las autoridades religiosas que no se atrevían a
negarla públicamente, entonces todo encajaba, pues las profecías se cumplían en Él, por lo que se le llama “el evangelio de aquella promesa
hecha a nuestros padres”.
Así también convendrá a nosotros hoy día fundamentar el evangelio de Jesucristo que predicamos, con la irrefutable evidencia de su resurrección y cumplimiento de las antiguas profecías que señalaban a Él.
Hechos 14:
1Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos. 2Mas los judíos que no creían excitaron y corrompieron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. 3Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios. 4Y la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles. 5Pero cuando los judíos y los gentiles, juntamente con sus gobernantes, se lanzaron a afrentarlos y apedrearlos, 6habiéndolo sabido, huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a toda la región circunvecina, 7y allí predicaban el evangelio. 21Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía,
Dos cosas llaman la atención en este pasaje: una, es la forma en que los apóstoles hablarían, que Lucas describe como: “de tal manera” y “con denuedo”; aunque intentemos imaginarlo y nos hagamos muchas ideas, es
seguro que nos quedamos cortos y que la realidad superaría cualquier especulación. Otra, es que los apóstoles nunca aprenden la lección que los incrédulos pretenden darles. Así como Pedro y Juan al comienzo,
ahora Pablo y Bernabé, logrando escapar de Iconio, no bien llegan a las
ciudades de Listra y Derbe no se les ocurre otra cosa que predicar allí
también el evangelio. Lo mismo en todo el capítulo, como en el v.21.
Si a nosotros nos fuera mal en alguna actividad evangelística, trataríamos de cambiar la estrategia o emplear nuevas tácticas. Ellos en
cambio parecen obstinados y siempre reincidentes: predicaban el evangelio.
Hechos 15:
7Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. 8Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; 9y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. 10Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? 11Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.
Todo este capítulo es muy substancioso, pero basta a nuestro estudio
señalar nuevamente la simplicidad del evangelio, pues en el oír y creer ya
se manifiesta la gracia del Señor Jesús para salvación. Lo que parece tan
simple y sabido es lo que más frecuentemente acostumbramos descuidar.
35Y Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos.
Dos cosas atraen aquí nuestra atención: una, el ministerio doble de la
enseñanza de la palabra del Señor a los creyentes, y el anuncio del evangelio a los inconversos. Otra, que tal cometido no era de exclusiva competencia de los apóstoles Pablo y Bernabé, sino que “otros muchos”
de los hermanos allí participaban activamente de tales servicios.
Tenemos aquí una muestra muy elocuente del funcionamiento de una
iglesia local. Pablo y Bernabé no salieron precipitadamente de Antioquía
porque ya hubiesen allí muchos hermanos activos en la enseñanza y la
evangelización, sino que les brindaron su colaboración sin absorber el
ministerio anulando a los demás. Recordemos que el gobierno y ministerio unipersonal de la iglesia era desconocido en sus principios, y
que apenas tiene su antecedente en Diótrefes (3Juan).
Hechos 16:
6Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; 7y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. 8Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas. 9Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. 10Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio.
Sabemos el medio que Dios empleó para llamar a sus apóstoles a
Macedonia; pero desconocemos cómo es que el Espíritu Santo les prohibió hablar la palabra en Asia, y frustró el intento de seguir hasta
Bitinia. De todos modos, es notable como el Señor mismo les abría y
cerraba las puertas. Si a nosotros se nos mete la idea de evangelizar tal
lugar, somos capaces de insistir hasta porfiar en ello, y luego excusaremos la falta de resultados diciendo que la gente del lugar es muy dura. El mayor problema no está sin embargo en que perdamos tiempo y
esfuerzos donde Él no nos envió, sino que ocupados en ello no estemos
donde Él quería enviarnos. La rúbrica de alguna que otra oración para llenar la fórmula no es indicativo de que estemos sujetos a la voluntad de
Dios. Ojalá el Señor nos conceda la gracia de sensibilizarnos para percibir
la voz de su Santo Espíritu.
Hechos 17:
16Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría. 17Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían. 18Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección. 19Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? 20Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto.
Si actualmente no se enardece nuestro espíritu viendo la ciudad entregada no solamente a toda forma de modernas idolatrías, sino al pecado y la corrupción, no es por falta de tales cosas en la ciudad, sino de sensibilidad espiritual dentro de nosotros mismos. ¿Podemos acaso
contextualizar este pasaje a nuestro tiempo y lugar? Conviene intentarlo.
La sinagoga de los judíos constituía para Pablo un verdadero oasis. Al
menos allí no había idolatría y disfrutaba de la relación con personas piadosas. Sin embargo, el evangelio que predicaba, presentando a Jesucristo como al Mesías prometido, el Hijo de Dios, Salvador de todos
los que creen, judíos y gentiles por igual, suscitaba furibundas discusiones.
No sería justo ni apropiado buscar ahora en alguna iglesia evangélica la versión actualizada de una vieja sinagoga ateniense; pero sin siquiera buscarla, hasta en la vuelta de la esquina quizá tropecemos con ella.
También ha de representar un oasis para quien huyendo de la corrupción que está en el mundo, halla un lugar distinto, lejos del mundanal ruido, donde las oraciones, cánticos y lectura de las Escrituras
consiguen reconfortar al espíritu abrumado. Pero tras la bienvenida y el
gozo de la primera impresión, cualquier intento de compartir la realidad
de la vida en Cristo despierta recelos y molestias. Si no se suscitan
“furibundas discusiones”, es porque no existen rabinos evangélicos que se tomen a pecho las Escrituras, como aquellos de Berea que cada día escudriñaban las Escrituras para confirmar con ellas lo que Pablo y Silas
decían. Inexpertos en las Escrituras e inseguros en su teología, rehuyen
la discusión, y ateniéndose al conocido proverbio de Salomón, callando
pasan por sabios.
Quienes desde muy jóvenes hemos predicado en las plazas, sabemos
por experiencia que tampoco nuestro mensaje provoca a los paseanderos,
porque los montevideanos ya no se interesan en decir o en oir algo nuevo. Hace más de un siglo, nuestro primer predicador en español, el Dr. Juan Francisco Thomson, fue uno de los fundadores del Ateneo de
Montevideo, donde sostuviera reñidas polémicas con representantes del
clero oficial. Pero hoy en día la incredulidad está unida a la credulidad
y al escepticismo, “y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”.
La única duda que todavía queda, es: ¿qué pasaría si pudiéramos
desentrañar de las Escrituras y de la historia el evangelio de Jesús? Me
temo que difiere bastante de la tibia leche aguada y almibarada que se
distribuye en no pocas congregaciones evangélicas.
Hechos 20:
24Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.
¿Cuál podría ser el gozo de un candidato a ser decapitado? Pues no otro que el de su Maestro, el cual “por el gozo que le fue propuesto sufrió la cruz” (He.12:2). Pablo no se preocupaba de las cosas ni de
la misma vida, sino que hasta la propia muerte podía depararle gozo, si
es que lograba terminar su carrera cumpliendo el encargo recibido del
Señor en su testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Esta nota heroica aparece en todos los mártires de la fe. No hay posesiones ni
bienestar que les estorbe; el propósito de la vida no está en hacerla larga,
segura y placentera, sino que alcance plenamente su objetivo: darse a
Dios en servicio de la salvación de muchos testificando del evangelio.
Romanos 1:
1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios,
Con cuatro distintos aspectos se presenta aquí Pablo: siervo, llamado,
apóstol y apartado. Las tres preposiciones denotan: (de) pertenencia; (a)
dirección, propósito; (para) el fin al que se encamina la acción anterior.
De tan sucinta manera tenemos un preciso test vocacional utilísimo a la hora de confirmar la salida a la obra del Señor.
8Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones,
Interesa notar aquí, que esa fe de los destinatarios de la epístola se muestra con un efecto similar a la propagación del evangelio por todo el mundo. Efectivamente, si en principio y esencia el evangelio es una buena
noticia que se anuncia, es seguido, mostrado y adornado por las vidas cambiadas de aquellos que lo creyeron. Así, al atractivo del mensaje, se agrega la acreditación del mismo por lo distinto que lucen cuantos lo han
recibido. Por supuesto que para los que lo rechazan, tanto la palabra que
se predica como la modalidad de las vidas transformadas, son necedad o
locura; pero para quienes habrán de creerlo, no hay mejor propaganda que su efecto entre los convertidos.
También reparamos en la confesión de Pablo: “a quien sirvo en mi espíritu”, pues fácilmente tanto los romanos cuando lo conocieran, como
nosotros que le leemos, podemos admirarnos de su brillante inteligencia,
capacidad oratoria y demás dones y talentos de su persona, sin percibir que el secreto de su ministerio residía en la más íntima profundidad de su ser: en su propio espíritu, en el que sirve a Dios en el evangelio de su Hijo, de tal modo que hasta lo puede poner por testigo de sus oraciones.
14A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
La universalidad del evangelio que abarca todo el mundo y tiene por
destinatario a cada una de sus criaturas, no podría hacer acepción de personas ateniéndose a factores étnicos, sociales o intelectuales.
El apostolado de Pablo no era selectivo, pues fue llamado a ser testigo de Jesucristo a todos los hombres, desde los más humildes hasta los mismos reyes.
La última frase puede llamarnos la atención, pues hemos de suponer que la fe que acaba de elogiar era resultado del mismo evangelio que promete ahora ir a predicarles. A lo menos creo que podemos entender
con esto dos cosas: una, que el Señor le usaría anunciando el evangelio
a sus familiares, amigos y demás conocidos. Otra, que si bien el evangelio
es sencillo en cuanto a la gran noticia que da, es riquísimo en todo cuanto implica esta gracia de Dios que trae el conocimiento de Jesucristo.
Probablemente es mucho lo que pierden de exponer los predicadores y
de aprender sus oyentes, cuando dan por sabido el evangelio al dejar claro el ABC del mismo, o las 4 Leyes Espirituales. Sin duda que el evangelio es mucho más que eso, y nos sorprenderíamos al hablar con
creyentes y pastores, de la ignorancia que persiste incluso en los rudimentos de la doctrina de Cristo.
16Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego
Y bien, ¿qué diremos a esto? Predicadores y predicados cantaremos juntos a coro: – ¡No me avergüenzo!
Todavía es posible que muchos seamos sinceros en nuestra confesión,
porque así pensamos y no nos gusta siquiera la sospecha de que no fuese
así. ¿Por qué habríamos de avergonzarnos del evangelio? Pues, que algo
no nos guste, es una cosa; pero que no nos hallemos incursos en aquello mismo que deploramos, es otra cosa. El que más o el que menos se ha forjado la imagen de lo que es un cristiano ideal, parte por sus lecturas,
parte por lo que ha escuchado o visto en otros. Pero esa imagen fija en
el subconsciente, puede distar mucho de lo que se es en realidad. Así que
cuando somos sobresaltados por alguna cuestión como la que se presenta,
ya tenemos la respuesta a flor de labios, pues ella responde a esa idea fija, sin preocuparnos por si se ajusta a nuestra propia experiencia o no;
porque si asentimos a ella, ¿cómo entonces no formaría parte de nuestra
forma de pensar, creer y ser? Es que nuestro asentimiento mental a todo
lo que sea tenido por verdadero, no implica necesariamente convicción, y
por consiguiente, nuestro ser interior tampoco responde a aquello de lo que no está íntimamente convencido. Este problema afecta en realidad a
toda la vida cristiana, ya que no se disciernen diferencias que -aunque parezcan suaves matices-, marcan sin embargo agudas distinciones y
contrastes: así no es lo mismo fe que credulidad, ni convicciones a
opiniones.
Admito sí que no fácilmente descubrimos cuán avergonzados estamos
del evangelio. La sutil y encubierta apostasía contemporánea se ha
disfrazado convenientemente, vistiendo el mismo ropaje por el ancho mundo, como si de un uniforme se tratase. Solamente queda expuesto quien no lo vista, prefigurando a los que próximamente han de ser marcados con el nombre o número de la bestia, y los que se resistan a ello.
El fenómeno de la globalización incluso está afectando grandemente al
cristianismo evangélico, de modo que pocos se atreven a pensar con su propia cabeza, y les cuesta reprimir su propio ¡amén! cuando la congregación satisface la expectativa del predicador a una entusiasta aprobación a lo que diga.
El cristiano contemporáneo pone un ojo en la palabra de Dios –pues no quiere desobedecerla-, y otro en lo que la masa que integra dice y hace. Cuando hay discrepancia, esta última influencia pesa más que la otra, ya que su fidelidad a la Escritura implicaría ponerse en contra a toda
aquella masa de gente de reconocido prestigio. La arraigada democracia
sirve al convencimiento general de que las mayorías difícilmente se equivocan.
Ahora ya podemos volver al asunto del avergonzarse del evangelio, pues estamos prevenidos de que una vergüenza de los demás no debería arrastrarnos en lo individual, caso que vayamos contra la corriente.
Pues bien, ¿de qué manera conocemos la vergüenza actual por el evangelio?
1 – Cuando el testimonio personal es substituido por el colectivo.
No que no deba haber testimonio colectivo del evangelio, sino
cuando el individual se diluye en el general.
De acuerdo a lo que ya llevamos visto, el evangelio puede
anunciarse personalmente:
un cristiano a otra persona (Felipe al etíope); a un grupo (Pedro
a los reunidos en casa de Cornelio); a una multitud (el mismo
Pedro a muchos miles en el pórtico de Salomón o Pablo a los
atenienses en el Areópago).
También pueden predicar:
de a dos como el Señor envió a sus discípulos, o Pablo con
Bernabé o con Silas; y con un grupo mayor de hermanos
colaboradores, de los que tenemos varios ejemplos. En Hechos
4:31 son todos los reunidos que hablan con denuedo la palabra
de Dios, y Pablo considera el testimonio unánime de toda la
iglesia congregada en el caso propuesto en 1Co.14:24.
En realidad, cuanto mayor sea el número de quienes en
determinado momento y lugar se junten para dar un testimonio
público del evangelio, tanto mayor podrá ser el impacto
ciudadano: piénsese en las Marchas por Jesús, o las
concentraciones multitudinarias en el Obelisco de Buenos Aires.
Es muy animador cuando miles, decenas de miles y hasta
centenares de miles de cristianos testifican juntos del Señor y el
poder de su evangelio. Todo eso no está mal sino muy bien. El
problema está cuando no se incentiva a los hermanos a testificar
personalmente del Señor siempre que cuadre, sino que se les
toma en cuenta únicamente para que arrimen personas a la iglesia
o para trabajar en las cruzadas evangelísticas. Por más útiles que
puedan ser los creyentes colaborando con los evangelistas, nada
iguala al ir “por todas partes anunciando el evangelio” Hch.8:4
Aunque el testimonio público y multitudinario cause el mayor
impacto urbano, llamando la atención de las autoridades y los
medios de comunicación, marcando presencia y obteniendo
prestigio; así y con todo el más efectivo sigue siendo ahora como
antes el testimonio personal en nuestro hogar, vecindario, lugar
de estudio o trabajo, o cualquier sitio en que estemos y el Señor
nos acerca a una persona a quien darle la buena noticia.
2 – Cuando la predicación del evangelio se disfraza de “show”.
No que la presentación del evangelio no deba apelar a recursos
varios, nuevos y legítimos, que cumplan con su cometido de
facilitar la más efectiva comunicación de la buena noticia, sino
cuando se invierten los papeles, y el evangelio, la palabra de Dios
y el nombre de nuestro bendito Señor pasan a ser apenas lo que
le presta su peculiaridad espiritual a la manifestación artística.
No es difícil percatarse de esta inversión de valores, de modo
que el elemento cristiano apenas sirve para darle un sabor
distinto a la práctica oratoria, ejecución instrumental,
interpretación vocal, y generalizado jolgorio de la concurrencia.
El evangelio jamás fue –ni en la Biblia ni en la historia de la
iglesia-, una celebración bulliciosa a Dios, sino un solemne
encuentro del pecador perdido con el Dios justo y santo, a través
del arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo.
En todo caso, no es aquí en la tierra sino en el cielo que hay
una celebración angélica toda vez que un pecador se arrepiente
(Lc.15:10).
Actualmente subvertimos el orden, y hacemos danzar “ante el
Señor” a los mismos pecadores que seguidamente lo harán ante
el “becerro de oro” en cualquier discoteca, luego en las llamas
del infierno y finalmente en el lago que arde con fuego y azufre.
Íntimamente nos avergonzamos del evangelio tal como es y
como siempre fue, pues ya estamos prestando oídos y admitimos
que algo de razón le asiste a la gente que nos ve como raros y
aburridos, cuando no como necios, tontos o locos. Así que nos
afanamos por mostrarles que somos tan humanos como ellos, y
que nos divertimos mucho pero sin correr riesgos, y que incluso
somos capaces de exhibir grandes talentos artísticos.
Desdichado e inútil esfuerzo digno de mejor causa, pues
invitando a reir y festejar con júbilo, se han olvidado del gozo de
la salvación y ya no recuerdan siquiera que cosa sea el gozo del
Señor.
Pocas frases estarán más de moda que la que de continuo se
cita: “Dios habita entre las alabanzas de su pueblo” (adaptada
del Salmo 22:3), pero fuera de su contexto, y sin recordar el
Salmo 51:16:17: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,
oh Dios”; ni las palabras de Samuel a Saúl: “Ciertamente
el obedecer es mejor que los sacrificios” (1Sa. 15:22).
3 – Cuando el anuncio de la noticia es pospuesto hasta que el
mensajero consiga captarse la confianza del receptor.
Indudablemente que ejemplos sobran en la Escritura para reparar
en esa gracia especial que aproxima al evangelista a sus oyentes.
Siendo el evangelio una buena noticia, indudablemente que no
requiere irrumpir de forma abrupta a los gritos de ¡sálvese quien
pueda! Seguramente que el ejemplo que de inmediato viene a la
mente es el de Pablo en el Areópago, aprovechándose bien de su
observación de que los atenienses tenían un altar dedicado: AL
DIOS NO CONOCIDO. Así construye su sermón sobre algo que
captaba de inmediato la atención de sus oyentes. Pero no pasó
mucho tiempo sin anunciarles que ese Dios único y creador de
todas las cosas les mandaba arrepentirse y creer en aquel al que
había resucitado de los muertos.
Hemos conocido testimonios totalmente inoportunos y
chocantes, que solamente lograron ahuyentar e indisponer contra
el evangelio a las personas que se procuraba ganar.
Es cierto que al encarar a la persona frente a la realidad de la
eternidad, nuestro mensaje ha de ser directo y preciso, pero eso
no priva de cierta sagacidad espiritual para entregar el mensaje
en el momento oportuno y con palabras llenas de gracia.
Es posible que algunos jóvenes no conozcan las anécdotas que
escuchamos en nuestros años mozos; aquí van un par de ellas:
Un creyente se decidió por fin a testificarle a una señorita que
viajaba en el asiento a su lado. Así que de repente se volvió hacia
ella, metiendo su mano en el bolsillo para sacar su Nuevo
Testamento, sin darse cuenta que justo el tren estaba por entrar
a un túnel, y le soltó con reverente voz su estudiada frase:
-Señorita, ¿está Vd. lista para pasar a la eternidad?
Siendo esto dicho en medio de la más absoluta oscuridad, la
aterrada joven gritaba demandando auxilio ante lo que creyó un
atentado criminal.
Un peluquero creyente se hallaba pronto para afeitar a su cliente,
y cuando le terminó de pasar la brocha dejando su cara blanca de
espuma, consideró que era llegada la ocasión propicia. Así que se
le recostó suavemente por detrás, apoyando delicadamente el filo
de la navaja contra su cuello, y le musitó al oído con cavernosa
voz: -Amigo, ¿está Vd. pronto para morir?
Se dice que el hombre saltó de un brinco del sillón huyendo
despavorido por la calle, todavía con la toalla al cuello, tan
blanca como la espuma de su cara.
Sirva pues lo que antecede, para disuadir al lector de cualquier
recelo que tuviera en cuanto a que consideramos este asunto
desde un solo ángulo, y sin atenernos al debido equilibrio que
debe mantener un criterio justo y sensato.
Por otro lado, me temo que se haya estirado como chicle la
expresión de Pablo: “a todos me he hecho de todo, para que de
todos modos salve a algunos” (1Co.9:22b). De una cosa
podemos estar seguros: Pablo no se hizo lo que no era. Era libre
y también siervo; judío y ciudadano romano; fariseo legalista y a
la vez emancipado de la vieja ley; experto en las Escrituras pero
también en la literatura clásica. Tan rica personalidad le permitía
abrirse con naturalidad a toda clase de gente, usando como
canales de comunicación todo lo que le permitía establecer
puentes que superaran las barreras étnicas, lingüísticas,
religiosas, filosóficas, etc. Pero él no buscaría hacerse atleta,
corriendo y luchando en el estadio para buscar una oportunidad
de testificar a los deportistas, porque era otra la carrera, lucha y
meta que tenía por delante. Es natural que quienes ya son
navegantes, hombres de negocio, universitarios o atletas, y se
convierten, quieran organizarse en un testimonio fuerte y unido
para alcanzar a sus colegas o compañeros de oficio o profesión.
Pero sería anti-natural que un cristiano que es llamado por el
Señor a servirle en su obra, pase a practicar un deporte, o se
involucre en un negocio, o se aliste en las Fuerzas Armadas, o
se enrede en cualquier otra cosa que no es lo suyo, por más que
le inspire la loable intención de hacerse como uno de aquellos a
quienes quiere evangelizar. El tremendo antecedente histórico
que recordamos es el de algunos cristianos moravos que llegaron
a venderse como esclavos, con el deliberado propósito de ser
conducidos a galeras, de modo de poder hablarles del amor de
Cristo a aquellos miserables seres, los galeotes, que vivían
encadenados a sus bancos de remeros, bajo el látigo que marcaba
el ritmo de navegación. Pero difícilmente queden ya misioneros
con similar visión y llamado. Aventura, romance, viajes, son hoy
mejores atractivos.
Existe una nueva modalidad en la evangelización a la que se le
suele llamar: Evangelismo por Amistad. La idea es la de llegarse
a las personas a las que se pretende evangelizar, no
acometiéndolas de primera con un llamado al arrepentimiento y
la fe, ni siquiera manifestando ninguna intención proselitista, ni
necesariamente abordando temas religiosos, sino buscando ganar
su confianza entablando una sincera amistad. Luego, con el
tiempo y el trato, es de esperar que en ellas mismas se despierte
la curiosidad de saber por qué somos diferentes, y no hablamos
ni hacemos como todo el mundo hace. Entonces habrá llegado la
ocasión ideal para dar razón de la esperanza que hay en nosotros,
según el decir del apóstol Pedro. Siendo que no asumimos
ninguna iniciativa agresiva, sino que solamente nos aprestamos a
responder amablemente a la inquietud planteada, no se corre el
riesgo de ofender a nadie, y nuestras palabras como que caerán
en tierra ya preparada.
Bíblicamente, lo que más se acerca a este método es el consejo
del apóstol Pedro a mantener una buena manera de vivir entre
los inconversos, quienes no dejarán de considerar nuestras
buenas obras, así como las mujeres cristianas podrán ganar por
su conducta a sus esposos (1Pe.2:12; 3:1,2).
Otro antecedente de mis años mozos que mucho me marcó,
fue el libro de un tal Dempster: Hallando Hombres para Cristo.
Recuerdo que él salía a caminar por los muelles y barrios pobres
de Londres, procurando ayudar en lo que pudiera a las personas
que el Señor ponía en su camino. Así, socorriendo y confortando
a los necesitados, se abrían las puertas de los corazones a la
Palabra de Dios. Otros libros afines de aquella época (ambos
de la Editorial Moody) fueron: El Pescador Simpático (de María
Terry) y Pescadores de Hombres (de Raúl Echeverría Magariño).
Aprendí entonces que los hombres no eran únicamente almas
eternas que salvar, sino vidas que rehacer y personas a quienes
amar, consolar y ayudar en sus especiales circunstancias. Dios me
usó desde aquel comienzo, y aunque muchas veces no vi
resultados inmediatos, al cabo de los años me fui encontrando
con algunos de ellos que recordaron el bien recibido entonces.
Como se ve, pues, considero muy pertinente el tacto y
discreción que conviene usar, pues tampoco el evangelio es un
pesado camión con el que podamos atropellar a cuantos se nos
crucen por el camino.
Pero hecha esta salvedad, y reconociendo los aspectos
positivos de esta nueva modalidad, hemos de discernir si le
cuadran los antecedentes bíblicos, y los testimonios que nos han
dejado los ganadores de almas.
En cuanto a los ejemplos bíblicos, hemos de notar que las
recomendaciones hechas a los ciudadanos, patrones, empleados,
padres, hijos y cónyuges creyentes, corresponden al testimonio
de una vida cristiana normal: hogareña, laboral y civil. Así que
en esencia este método nada tiene de especial, pues es la forma
silenciosa pero eficaz ganando sin palabras a los que ven nuestra
conducta digna y respetuosa.
En cuanto a las anécdotas biográficas que nos ha legado la
literatura cristiana, más nuestra propia experiencia y la oída de
otros, nunca fue un método exclusivo al que alguno hubiera
consagrado su vida, sino apenas una parte de su ministerio.
Recordamos el caso de uno de los famosos predicadores
(pudo ser Spurgeon o Moody), que una noche que ya se
aprestaba a acostarse, se acordó que ese día no le había hablado
del Señor a persona alguna. Incapaz de irse a la cama con tal
carga de conciencia, salió fuera de su casa para constatar que
llovía. Pero divisando un hombre que ya había pasado frente a
su puerta bajo un gran paraguas, le alcanzó y pidió si le
permitiría protegerse mientras seguían el mismo camino. Para
abreviar la historia sólo diré que el lector imaginó el final, y
que el caballero del paraguas grande fue guiado a ponerse bajo
la eterna protección del Omnipotente creyendo en Jesucristo.
Si el predicador se hubiera mantenido al resguardo de su alero,