LA PROTECCIÓN DEL UNGIDO

“Quédate conmigo, no temas; quien buscare mi vida, buscará también la tuya; pues conmigo estarás a salvo” (1 S. 22:23).

Introducción

La noticia pronto le llegó al no ungido de que David estaba en el bosque de Haret (22:5). Leemos: “Oyó Saúl que se sabía de David y de los que estaban con él. Y Saúl estaba sentado en Gabaa, debajo de un tamarisco sobre un alto; y tenía su lanza en su mano, y todos sus siervos estaban alrededor de él” (22:6). Los no ungidos vigilan de cerca a los ungidos y siempre informan por dónde estos andan.

Llama la atención el hecho de que Saúl estaba sentado en Gabaa, en un lugar alto y debajo de un árbol de tamarisco, típico de los lugares semidesiertos. Allí tenía su lanza y estaba rodeado por sus siervos. Los no ungidos también tienen su gente que los cuidan y en posiciones altas se protegen. Esa lanza en su mano era para un día matar al ungido.

Allí Saúl acusó a sus siervos de estar conspirando contra él, buscando posiciones con David, al igual que su hijo hizo alianza con él y nadie se lo descubrió (22:7–8).

Doeg edomita que era uno de los principales de Saúl y que había estado en Nob cuando el ungido comió del pan sagrado (21:6–7), delató a Saúl la actuación de Abimelec hacia David, dándole provisiones, la espada y ayudándolo a consultar a Jehová (22:9–10).

Saúl envió por Abimelec, y todos los sacerdotes de Nob (22:11). Lo acusó de haber conspirado junto a David contra él (22:13). El sacerdote Abimelec salió en defensa del ungido con estas palabras: “¿Y quién entre todos tus siervos es tan fiel como David, yerno también del rey, que sirve a tus órdenes y es ilustre en tu casa?” (22:14). Para Abimelec David era un siervo fiel, obediente e ilustre. Además le recuerda a Saúl que era su yerno.

Molesto ante las palabras de Abimelec (22:15), Saúl le dio órdenes a sus siervos para que mataran a los sacerdotes de Jehová, ya que según él, estaban con David (22:16–17). Pero sus siervos, no quisieron cumplir con sus órdenes. Estos respetaban a los sacerdotes.

Los que son sacerdotes espirituales de Dios, siempre estarán a favor del ungido. Los que tienen respeto hacia los que sirven a Dios, nunca se levantarán y buscarán la muerte espiritual de estos.

A Doeg edomita le dijo Saúl: “Vuelve tú, y arremete contra los sacerdotes. Y se volvió Doeg el edomita y acometió a los sacerdotes, y mató en aquel día ochenta y cinco varones que vestían efod de lino” (22:18).

Siempre habrá un Doeg edomita que hará el trabajo sucio para los no ungidos. Un carnal que obedecerá a los carnales. Aunque había estado en el tabernáculo en Nob con los sacerdotes, nunca había estado con Dios. Era un religioso sin temor de Dios en su vida.

Leemos: “Y a Nob, ciudad de los sacerdotes, hirió a filo de espada; así a hombres como a mujeres, niños hasta los de pecho, bueyes, asnos y ovejas, todo lo hirió a filo de espada” (22:19).

Doeg edomita fue un asesino de la santidad y del culto a Dios. Mató todo lo que había sido consagrado para Dios. Los carnales son enemigos de la santidad, aborrecen la adoración, detectan la consagración.

  1. El aviso

“Y Abiatar dio aviso a David de cómo Saúl había dado muerte a los sacerdotes de Jehová” (22:21).

Doeg no tuvo ninguna misericordia para con los sacerdotes y familiares en Nob. Leemos: “Pero uno de los hijos de Ahimelec hijo de Ahitob, que se llamaba Abiatar, escapó, y huyó tras David” (22:20). Al diablo se le escapó uno que se fue a refugiar con el ungido.

En 23:6–12, Abiatar se presenta como un sacerdote que al huir de Saúl, llevó el efod y con este David consultaba a Dios. Al ungido nunca le faltarán los profetas y los sacerdotes. Dios protege a Abiatar, ya que este será un instrumento para que la voluntad divina se revelara al ungido.

Aunque Doeg edomita dio muerte a los santos de Dios, Dios hacia a Saúl responsable de esto. Los no ungidos un día tendrán que responder a Dios por muchas cosas que hacen mal por intermedio de otros. Dios los llamará a cuentas por todas esas muertes espirituales de ministerios que estaban a su servicio.

Los Saúles aborrecen todos los que se asocien con la unción y que se identifiquen con el ungido. Ser amigo del ungido, es constituirse en enemigo de Saúl. Darle pan sagrado al ungido es caer bajo la sentencia del no ungido.

Pero siempre Dios tendrá un Abiatar, que escapará de la muerte, y llegará al ungido para avisarle de lo que ha hecho Saúl. El ungido necesita de un Abiatar, que se preocupe por él, que lo cuide, que lo prevenga contra el peligro espiritual. Y que huya para estar a su lado.

  1. El consuelo

“Quédate conmigo, no temas; quien buscare mi vida, buscará también la tuya; pues conmigo estarás a salvo” (22:23).

En medio de su crisis, en la tormenta de su prueba, en el fuego de la oposición, en el laberinto sin salida, hay para el ungido una persona que necesita de consolación.

Los ungidos necesitan tener un ministerio de consolación. Que en el momento precario y difícil puedan acercarse a otros con un mensaje de consolación.

Aunque David era un ungido herido emocionalmente y con mucho dolor en el alma, no obstante supera su telaraña de conflictos emocionales y de tristezas internas, para dar los primeros auxilios espirituales al sacerdote de Dios.

En nuestra necesidad nosotros podemos ser los instrumentos que el Señor Jesucristo utilicé por medio del Espíritu Santo, para socorrer a otros. Abiatar escapó de la muerte para ser protegido por David.

Dios nos va a permitir atravesar por muchas situaciones, experimentar muchas pruebas, ser golpeados muchas veces, estar a punto de morir. De esa manera aprenderemos a ser sensibles ante las tragedias ajenas.

La mala experiencia de Abiatar lo hace recurrir al ungido. Gente adolorida, triste, afligida, que lo han perdido todo, son los que recurren al Señor Jesucristo en busca de refugio.

Le invito a analizar lo expresado por David. Sus palabras son las apropiadas para el ungido. Están cargadas de sinceridad, de confianza y de apoyo.

Primero, “quédate conmigo, no temas”. David le ofrece su compañía al sacerdote al decirle: “quédate conmigo”. Los ministros muchas veces se sienten solos, faltos de compañía. Necesitan que los que tengan el espíritu y el corazón de David se les acerquen y compartan con ellos.

David le dijo a Abiatar: “no temas”. Los ungidos y los visionarios son atacados por el temor. Si un mensaje necesitan los que son usados por el Espíritu Santo, es que no se dejen amarrar por el temor.

El temor es el hacha que le quiere cortar los brazos a la unción y a la visión. Hay hombres y mujeres que son ungidos y visionarios impotentes, porque dejaron que esa enfermedad llamada temor los contagiara.

El temor nos hace tartamudear en el lenguaje de la fe. El temor nos encierra en un cuarto pequeño y oscuro. El temor no permite que el gigante dormido dentro de nosotros se despierte. El temor nos tiene siempre como cola y no como cabeza (Dt. 28:13).

Segundo, “quien buscare mi vida, buscará también la tuya”. ¡Tremendo consuelo! David está dispuesto a morir por el sacerdote. Estas palabras dan evidencia de su fidelidad. Voluntariamente se comprometió con el sacerdote. En los momentos difíciles los ungidos conocerán quiénes están con su visión. Con los ungidos o flotamos o nos ahogamos!

Vida por vida, esto es una entrega total. Abiatar había renunciado a todo por el ungido. Por causa de Jesucristo debemos renunciar a todo. Nuestra vida se la tenemos que dedicar a Él. Para Cristo vivimos y para Cristo morimos (Ro. 14:8).

Tercero, “pues conmigo estarás a salvo”. David era un hombre de fe que hablaba fe. A Abiatar le inyectó fe. Los que tienen fe siempre se las pasan transmitiendo la misma a los demás. ¡Piensan con fe! ¡Hablan con fe! ¡Actúan con fe! ¡Se mueven con fe! ¡Miran con fe! ¡Estar cerca de ellos o escucharlos a ellos, es uno llenarse de fe! ¡Nuestra fe debe contagiar a los demás!

Lo que uno siembra, eso cosecha (2 Co. 9:6). El que siembra amor, cosecha amor. El que siembra paz, cosecha paz. El que siembra comprensión, cosecha comprensión. El que siembra perdón, cosecha perdón. El que siembra ayuda, cosecha ayuda. El que siembra atención, cosecha atención. El que siembra respeto, cosecha respeto. El que siembra para la obra de Dios, cosecha prosperidad. El que siembra fe, cosecha fe. Cualquier semilla que sembremos, buena o mala, la cosecharemos. Sembrar una buena semilla será tener una buena cosecha. Sembrar una mala semilla será tener una mala cosecha.

Muchos creyentes no cosechan bien porque no saben donde sembrar. Tampoco saben cómo sembrar. Ni les interesa saber cuanto sembrar. Si nuestra siembra es abundante, nuestra cosecha será grande.

Siembre una sonrisa y cosechará una sonrisa. Siembre afecto y cosechará afecto. Siembre amistad y cosechará amistad. Siembre una buena mirada y cosechará una buena mirada. La ley espiritual de la siembra y de la cosecha nunca falla. Toda buena semilla que sembremos Dios le dará el crecimiento (1 Co. 3:6).

Conclusión

(1) El ministro necesita de un David que lo asesore, que le avise del peligro y que le avise cuando algo no este marchando bien. (2) El ministro necesita de un David que se le acerque, lo consuele y que le inyecte fe.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (129). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.