La reprimenda

por G. Campbell Morgan

Mientras Jesús estaba en el desierto, Satanás decidió tentarlo para echar a perder el plan divino de Dios. El autor analiza detalladamente la segunda tentación, cómo esta atacaba la confianza que el Hijo tenía en el Padre, y las implicaciones que hubiera tenido si Jesús hubiera cedido a la petición del enemigo. El estudio se divide en dos partes, en esta segunda se estudia la reprimenda del Señor al enemigo.

Parte II de la serie: El salto que Jesús no quiso dar Un estudio sobre la segunda tentación de Jesús


Ahora observe el arma que usó Jesús para obtener la victoria. Otra vez se ve el brillo de la espada cuando él dice: «Escrito está». Es como si primero replicara a la sutileza del ataque del enemigo al revelarle que continúa viviendo de la Palabra de Dios. Además, no tenía ningún inconveniente en que su ser físico estuviera condicionado por la ley de Dios, ya que esa ley definía su responsabilidad espiritual. Así como en el aspecto físico no pensaría en vivir fuera del gobierno de la voluntad de su Padre, tampoco lo haría en el espiritual. No estaba dispuesto a exceder los límites que Dios estableció para su libertad espiritual, tampoco iría más allá de los límites fijados para su ser físico. Sin embargo, note la leve variación en su uso del arma. En la primera tentación dijo: «Escrito está». En la segunda: «Escrito está también» (Mt 4.7).


La palabra «también» revela el perfecto dominio que el Señor tenía del arma. En comparación con Cristo el diablo era un esgrimista pobre al intentar emplear la espada del Espíritu. Parecería que con un sereno pero poderoso movimiento de su fuerte brazo Jesús le arrebató a Satanás la espada. La fuerza del «también» se halla en el hecho de que es una respuesta a lo que dijo Satanás: «Escrito está». No niega la exactitud de la cita satánica, pero responde a ella diciendo: «Escrito está también». Quiere decir que debe hacerse un uso correcto de las palabras de Dios. Ninguna declaración aislada sacada de su contexto constituye autorización suficiente para acciones que claramente están opuestas a otros mandatos. «Escrito está», pero: «Escrito está también», y para una debida definición de la vida ningún texto suelto basta. Es necesario que haya conocimiento de todo el plan de la divina voluntad, y de esta manera se descubre el verdadero equilibrio y proporción de la vida.

¡Qué valor infinito hay en esa palabra «también»! ¡Qué bueno sería si toda la iglesia de Cristo aprendiese que ninguna ley de vida puede basarse en un texto apartado del resto! Siempre es necesario descubrir los distintos aspectos de la verdad, pues estos se limitan uno al otro en su operación, y crean el inexpugnable fuerte de seguridad para el alma del hombre.

En un estudio de las herejías de la iglesia —por supuesto no muy provechoso— se verá que todas se han fundado en Escrituras usadas como las usa el diablo. Es decir, fueron arrancadas del hilo del pasaje en que se encuentran y de su relación al conjunto de la revelación. Cada falso maestro que ha dividido a la Iglesia ha tenido un «escrito está» sobre el cual colgar su doctrina. Si tan solo contra ese trozo aislado se hubiese reconocido que «escrito está también», ¡de cuánto se hubiera salvado la Iglesia!

Ahora fíjese en la Escritura que Cristo utilizó para resistir el ataque. «No pondrás a prueba al Señor tu Dios» (Mt 4.7). Generalmente se ha entendido que aquí Cristo le decía al diablo: No harás prueba de Mí. Pero eso indudablemente es restarle valor a las palabras. En esta declaración, al igual como venció al enemigo en la primera tentación, él definía su propia posición. El mandato: «No pondrás a prueba al Señor tu Dios», fue dirigido al hombre, y en esta cita el Señor dio su razón para negarse a lanzarse desde el ala del templo.

Aquí, entonces, se expone el significado más profundo de este sutil ataque. ¿Qué podía parecer más excelente que la confianza de este Hombre perfecto en Dios? ¿Podía haber algo más acertado? En una sola frase el Maestro quita toda la hipocresía de su malvada propuesta y revela el asesino intento. Si se hubiera lanzado desde la parte alta del templo, hubiera tentado a Dios, y en última instancia, no hubiera demostrado confianza, sino desconfianza. Cuando se duda de una persona, se realizan experimentos para descubrir hasta que punto se puede confiar en ella. Realizar experimentos de cualquier clase con Dios es revelar el hecho de que uno no está bien seguro de su bondad. La confianza nunca desea tentar, probar, o actuar descuidadamente. Con calma y tranquilidad permanece con firme fe en la otra persona. ¡Con qué incomparable destreza este Hombre perfecto ha mostrado la fortaleza y a la vez la debilidad de la embestida satánica! La respuesta del Señor revela el verdadero territorio de su confianza. Ese territorio es nuevamente la voluntad de Dios. En efecto, el Maestro declaró que podía confiar en Dios perfectamente mientras se quedara dentro de la esfera de su voluntad revelada, pero que si salía de esa esfera, no tendría derecho a confiar, ni tampoco podría confiar.

¡Qué infinito valor encierra para todos los hombres esta revelación de la verdadera naturaleza de la fe en Dios! El diablo dice perpetuamente: Haz algo audaz, haz algo magnífico, haz algo fuera de lo ordinario, para demostrar así tu confianza. El Maestro siempre responde: Tal acción no evidencia confianza. Eso sería tentar a Dios, y tentarle significa dar muerte a la confianza. La confianza nunca realiza experimentos fuera del sendero divinamente marcado. Tales experimentos son evidencias de timidez y no de confianza.

De modo que otra vez queda invicta la ciudadela, y el adversario es derrotado. Al negarse a tentar a Dios, Jesús demostró su perfecta confianza en él. Así reveló que el hombre, al no ser egoísta hasta el punto de no querer aparecer como heroico, con confianza puede desafiar a todo el infierno, y salir del conflicto más que vencedor.

En las dos primeras tentaciones se puso a prueba la naturaleza del Hijo y demostró ser invulnerable a los asaltos del mal. La debilidad en lo físico fue probada. La fortaleza en el dominio espiritual fue atacada. La debilidad física, al permanecer en la voluntad de Dios, resultó ser más fuerte que la más grande fuerza del mal. Y la fortaleza espiritual, sosegadamente contenta con lo que parecía ser lo común y corriente de la vida, demostró ser más poderosa que toda la sutileza de la maldad espiritual. El Hombre Jesús es victorioso sobre el mal en ambas esferas de su naturaleza. Ha elegido el hambre antes que el pan que Dios no provee, ha escogido aparecer como falto de braveza en lugar de demostrar su temor al poner a prueba a Dios. Cuando se le presentó la alternativa del hambre en la voluntad de Dios, o el alimento fuera de ella, no vaciló ni siquiera por un momento. Con todo volvió a elegir esperar pacientemente en lugar de realizar un acto de brillante magnificencia que hubiera manifestado miedo en vez de confianza.

¡Con qué nitidez se revelan en estas horas de la tentación del Hijo del Hombre, los hechos más profundos de la vida humana! Tal vez en ninguna otra parte pueda verse mejor la sencillez de la vida. El hombre en su caída se complico la vida al tratar de actuar sobre mil diferentes principios, y con la complejidad vino la confusión. Este Hombre tenía sólo un principio, la voluntad de Dios, y si el enemigo lo atacaba en su necesidad física o espiritual, no importaba. En ambos casos fue frustrado y obligado a retroceder. El hombre debe recordar que gracias al misterio de su cruz, pasión, y el triunfo de su resurrección, este ser victorioso ahora mora en él. Si el hombre le es leal a Cristo, como él lo fue a Dios, su lealtad también termina en lealtad a Dios. Así como Cristo superó las más sutiles tentaciones del maligno, nosotros también llegamos a ser «más que vencedores por medio de aquél que nos amó» (Ro 8.37).

Le invitamos a consultar los otros artículos de esta serie:


  • Parte I – El Ataque

Tomado y adaptado del libro Las crisis de Cristo, G. Campbell Morgan, Ediciones Hebrón – Desarrollo Cristiano Internacional.