LA TAREA DEL PASTOR

En la Iglesia primitiva había varias clases de Iglesia; la de los Corintios, los macedonios, etc.
Unos eran más esforzados, otros más generosos, otros más carnales, etc. Hoy también pasa lo mismo.
Muchas Iglesias viven en generosidad, otras funcionan a base de exhortación, etc.

El Pastor de Samaria durante años, intenta hacer volver los ojos que están mirando para fuera; se vuelvan y miren hacia dentro.
Está dentro la verdad de Dios que debemos conocer.

Al mirar hacia adentro entenderemos que debemos humillarnos.

A todos se nos tiene preparado un pozo para hacernos retroceder de nuestra obstinación.

El Pastor es para la congregación como un médico, que trae el consejo divino para recibir sanidad.

Hebreos 12:5…

12:5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él;


Sentirse humillado por la Palabra equivale rechazar la voluntad de Dios para nosotros.

Los disciplinados son los amados de Dios.
Desde el orgullo no hay aceptación.
Si es posible pedirle a Dios que cierre el vientre del pez, el pozo cenagoso, el mar de tempestad, para que el enemigo no nos envuelva con su manto de muerte.

El culto agradable a Jehová es aquel que pone su vida en sacrificio vivo al servicio suyo.

Mejor es un día en su presencia que mil años fuera de ella.

Al Señor no le podemos engañar
con nuestras apariencias.

Todo le vendrá al que tiene fe de Dios. Sin fe no podemos serle gratos al Señor. Sin fe podemos ser portavoces de Satanás.

Jesús le reprendió a Pedro
diciendo: “Apártate de mí Satanás”.

La fe y la Sangre de Jesús nunca deben desaparecer de la predicación desde los púlpitos.
El Pastor como sacerdote debe rociar la Palabra con la Sangre de Cristo y su Palabra nos
vivificará.

Tenemos que creer que Dios suplirá toda nuestra necesidad.

Antes de este pacto debemos saber que nuestra agresividad será tratada con disciplina.
La disciplina la aplica el Señor mediante pruebas de fuego.

EL pueblo de Israel quería la protección Divina, pero no aceptaba los tratos de disciplina que los profetas traía.

En la ley de Moisés no era lícito juzgar a alguien, si primero no se había podido defender.
A Cristo le hicieron callar y Él enmudeció y tenía mil argumentos para poder defenderse.

El calló para que nosotros podamos cumplir con el Padre.

Ir nosotros al cielo, al Hijo le salió muy caro.
Si no soportamos la disciplina no hallaremos la redención necesaria.