La tumba

Solo aquellos que conocen el peso de un dolor devastador y repentino pueden comprender lo que María sentía al estar en la tumba de Jesús esa mañana. Nada podría haberla mantenido lejos de ese último deber de amor. Quién sabe si sus lágrimas seguían vertiéndose desde el día en que ella estaba frente a Su cruz el viernes por la tarde o si el dolor ya había adormecido sus nervios. De cualquier forma, cuando ella vio la piedra removida y que el cuerpo de Jesús no estaba, no pudo detener sus lágrimas. ¿Dónde está el cadáver? ¿Tenían que robárselo?

Imagínese la sorpresa al darse cuenta que un hombre estaba a su lado y le habló su nombre con una voz que ella conocía muy bien, “María”.