No sabemos mucho de esos aproximadamente 30 años antes de que Jesucristo empezara su servicio público. Después de su nacimiento, creció en la familia de José y María. Tuvieron que huir a Egipto para escapar de la orden de matanza del rey Herodes (Mateo 2:13).
Luego volvieron a Nazaret después de la muerte de Herodes. Cuando tenía doce años, le encontramos en el templo, haciendo preguntas a los doctores de la ley. En la Biblia leemos que estaba sujeto a sus padres (Lucas 2:51).
Aprendió el oficio de carpintero y lo ejerció. Como joven, e igualmente como aprendiz y trabajador, tuvo la actitud sumisa que correspondía a su edad y a su posición.
Luego llegó el tiempo de su servicio público.
Para él esto representó un nuevo comienzo en esta tierra, el del Evangelio de Jesucristo. Este inicio fue introducido a través de una escena impresionante: “Vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11). Toda su vida íntima había sido del agrado de Dios; y al servirle públicamente también lo hizo en completa dependencia y acuerdo con la voluntad de su Dios y Padre.
En él hallamos las cualidades especiales del perfecto Siervo: obediencia, sumisión y dependencia del que le había enviado.
Con perfecta gracia dio testimonio de la verdad, testimonio al cual los seres humanos contestaron crucificándole.
Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.
Marcos 1:1-2