La visión embrionaria (Parte I)
por Juan Sieber
Una nueva propuesta sobre la fundación de iglesias.
Conforme se acerca el final de los tiempos y el reloj de Dios avanza hacia la hora señalada, el Espíritu de Dios se mueve alrededor del mundo. Su tarea es inspirar y gestar nuevas estrategias para alcanzar a todos los que aún no han escuchado las Buenas Noticias de salvación.
Desde esta perspectiva, este artículo pretende señalar el camino hacia una evangelización natural que construye un nexo entre las distintas personas de una misma zona geográfica, «anclándolas» en su hábitat natural. Esto las posiciona como potenciales generadoras de otras comunidades.
Conceptos e implicancias
Antes de entrar al tema propongo nivelar algunos conceptos para partir desde un entendimiento común de los términos que este artículo utiliza.
La palabra «iglesia»
Aunque a través del tiempo se ha aceptado que la palabra «iglesia» se refiere a «un lugar de reunión», esto no refleja lo que encontramos descrito en los relatos de la historia de la iglesia primitiva. Hablar de «iglesia» es, pues, pensar con propiedad en una «comunidad», «asamblea», «congregación». La iglesia de Cristo es la comunidad de los seguidores de Jesucristo, ¡no un edificio!
Iglesia universal
Esta comunidad, de hecho, incluye a todos los que, en la tierra, han decidido seguir a Cristo. Este nivel de comunidad no exige relación entre sus miembros. Son miembros de esta iglesia los que en cualquier parte del planeta se arrepienten de sus pecados, para seguir a Jesucristo. La gran mayoría de estos miembros no se verán o conocerán entre ellos durante su peregrinaje terrenal. Comparten una fe en común, un bautismo, un mismo Señor, pero no necesariamente poseen relación o ejercen interacción alguna.
La iglesia universal es esencialmente una comunión espiritual y teológica (1Co 1.2; 2Pe 1.1; Jud 11)
Iglesia local o geográfica
La iglesia local, o geográfica, es la entidad propiamente dicha del reino de Dios en la tierra. Es la expresión visible de su Reino en el planeta. No cuenta con un territorio que le pertenezca, pero existe en la dinámica de las relaciones de los seguidores de Cristo. Estos, en un área geográfica determinada (ya sea un paraje, pueblo o ciudad), se han puesto de acuerdo para practicar las enseñanzas de Jesús en sus relaciones fraternales y con el prójimo.
En el Nuevo Testamento se habla mayormente de la iglesia en una ciudad, tal como observamos en las cartas de Juan y de Pablo (Ro 1.7; 1Co 1.2; Ef 1.1; Fil 1.1; Col 1.2; Ap 2.1, 8, 12, 16; 3.1, 7, 14) En ocasiones también se refiere a iglesias que funcionaban en la casa de alguna persona que es, a su vez, mencionada (Ro 16.5; Col 14.15).
Es interesante notar que cuando los apóstoles se refieren a la iglesia de una ciudad específica, a menudo emplean la preposición «en» y no «de». Esto pareciera confirmar el concepto de que la iglesia «está en» —la casa de tal persona—, pero «no es de». Es decir, no pertenece a ninguna persona o entidad de este mundo.
Información versus revelación
Para que el evangelio y sus maravillosas noticias se extiendan necesitamos comprender que además de «informar» a las personas acerca de Jesús hace falta algo más. Bien podríamos proclamar por ejemplo: «¡Dios es amor!», pero solo se sabrá lo que esta verdad ciertamente significa cuando se observe cómo viven en ese amor los seguidores de Cristo. La información se convierte en revelación cuando lo que afirmamos o proclamamos alcanza a verse y palparse en nuestras acciones.
El compromiso con Jesucristo en la iglesia local o geográfica, se debe demostrar en cómo ese compromiso se extiende a otros seguidores y al prójimo. La voluntad expresa de Dios es la «revelación» y no solo la «proclamación» de su reino. Así pues, debemos tomar con toda seriedad la práctica de las enseñanzas radicales de Jesús entre nosotros. El nivel de impacto que alcanzan esas Buenas Noticias, cuando se ven en acción y dando fruto en las relaciones comunitarias, es difícil de exagerar.
En este sentido, una persona puede nacer como hijo de Dios en cualquier iglesia, pero debe crecer en la nueva vida cristiana, practicando las enseñanzas de Jesús en sus relaciones con sus hermanos y con su prójimo. Resulta imposible seguir a Cristo sin comprometerse a practicar la vida del Reino con otros seguidores de Cristo. Después de la conversión, pertenecemos a la iglesia universal. No obstante, debemos adquirir un compromiso de sujeción y práctica comunitaria en nuestra localidad (geográfica) junto a otros seguidores de Jesús.
La intensidad de la vida en común es clave para revelar las verdades gloriosas que creemos y proclamamos. Es por esta razón que debemos instaurar el reino de Dios donde vive la gente, en el hábitat natural de cada persona.
El nacimiento embrionario de una nueva iglesia
Llamamos «comunidad geográfica o local» a los seguidores de Cristo que se han unido voluntariamente para practicar, con acciones concretas en sus relaciones, las enseñanzas del Maestro.
Por siglos, ha sido estrategia de Satanás dispersar geográficamente a la iglesia. Es un movimiento astuto y el cristianismo ha caído en la trampa, pues ha prestado poca atención a esta situación.
Los medios modernos de transporte y el creciente nivel económico permiten a las personas trasladarse rápidamente fuera de su hábitat natural. Es así que, en las grandes ciudades, miles de personas viajan horas para llegar a sus trabajos, compromisos sociales, actividades deportivas, recreativas, compras, etc. Hoy en día resulta fácil encontrar a gente que no conoce a su vecino más próximo, ni tampoco el almacén de la esquina en su propio barrio.
Sin prestar demasiada atención a los efectos negativos que esta disociación geográfica trae a la dinámica de comunidad, la iglesia ha incorporado las costumbres de su tiempo. Al adoptar la visión de los shopping centers, se favoreció el desarrollo de figuras rutilantes y congregaciones populosas. La expresión de la vida de la iglesia ha llegado a ser poco más que la suma de dos o tres reuniones semanales. Aun las iglesias tradicionales, sin crecimiento, concentran las actividades en un templo central. De esta manera, la gente sale de su hábitat natural para reunirse en el lugar establecido, con gente que también viene de múltiples destinos, conformando así la iglesia x.
La visión celular reduce los números y permite recuperar la familiaridad y el calor de pertenencia. Sin embargo, no corrige la dinámica geográfica ni produce nuevas entidades del Reino, sino el desarrollo de una iglesia con autoridad y administración centralizada. La tentación de visualizar a la iglesia como una gran empresa para la salvación de personas —que a su vez rinde considerables dividendos económicos— es muy seductora en este tipo de organización. Construye, además, un escenario propicio para el espectáculo y la vanagloria de líderes carismáticos.
El reino de Dios se manifiesta en la producción de una nueva cultura en medio de esta cultura, de una nueva sociedad en medio de esta sociedad. Esto es claramente visible en el ministerio apostólico que siempre ha apuntado a reunir discípulos que practiquen las enseñanzas de Jesús unidos por el compromiso de sujeción a la autoridad y a la comunidad.
Es posible, entonces, que hermanos que viven en un mismo barrio no sean necesariamente una nueva entidad del reino de Dios, hasta que no se establezca entre ellos una relación de compromiso y sujeción que los transforme en «iglesia».
Propongo que la orden de Cristo de ir y hacer discípulos hasta lo último de la tierra, se cumpla tomando en cuenta la centralidad de la dinámica de comunidad, lo que nos permitirá ir cumpliendo con la voluntad de Dios de visibilizar su Reino ante la sociedad. En las asambleas semanales reciben la renovación del gozo y poder del Espíritu Santo para, luego, practicar en sus relaciones con el prójimo, cada día, las enseñanzas de Jesucristo.
El autor (juansieber@mymcom.com.ar) es pastor de la Iglesia Menonita en la ciudad de Choele Choel, Argentina. Está casado con Amaris Toro y tienen tres hijos varones.