por Ricardo Gondim
La religión solo promete seguridad, por el contrario, Jesús nos acompaña a enfrentar la vida con todos sus gozos y embates.
Recuerdo muy poco de las clases de ciencia de la escuela secundaria. Sudé memorizando fórmulas y multipliqué números enormes para casi nada. De lo poco que quedó me acuerdo que, para determinadas fórmulas químicas y ejercicios teóricos de física, necesitábamos de la sigla CNPT o «Condiciones Normales de Presión y Temperatura». Significaba que aquella proposición científica solo funcionaba en CNPT o, en otras palabras, en condiciones ideales.
Descubrí, de forma temprana, que las condiciones óptimas solo existen en verdad a manera de tesis. Las CNPT funcionan en el laboratorio, en ambientes controlados o idealizados por el científico y solamente para comprobar una hipótesis, ya que cualquier modificación, por mínima que sea, altera el resultado del experimento.
Vivir resulta arriesgado
Peligros e imprevistos, angustia y dolor, injusticia y sufrimiento merodean la existencia. Sería fantástico vivir en un mundo en «condiciones normales de presión y temperatura». Por eso, buscamos varitas mágicas, lámparas de Aladino, ideales políticos, abracadabras, plegarias. Soñamos en crear un mundo que funcione con la precisión de un reloj suizo.
Siempre deseamos viajar en cielos azules. Seducidos por un mar sereno intentamos recrear el universo. Creemos que existe la posibilidad de eliminar los riesgos. Oramos pidiendo la protección divina para ser guardados de las amenazas de la vida. Imaginamos que si así lo pedimos, sin esconder pecado alguno, jamás seremos sorprendidos por accidentes. Esperamos que Dios nos libre de neumáticos desinflados, motociclistas incautos y de hoyos en el asfalto.
Con ingenuidad esperamos el día en que el mundo esté bajo absoluto control. Sucede que ese día nunca llegó, y nosotros acabamos dominados por la culpa. «¿Qué pecado cometí para que mi hijo se muriera?» —me preguntó hace poco un pastor. «¿Por qué las cosas nunca me salen bien?» — es el correo electrónico más repetido en mi bandeja de entrada.
Jesús vivió sin protección
Cristo no engañó a sus discípulos y nunca les doró la píldora, porque su mensaje no era religioso. Él nunca prometió que sometería la vida de las personas a las CNPT. Por el contrario, les advirtió que los enviaba como ovejas en medio de lobos, que las tempestades azotan la casa de aquellos que escuchan y guardan su palabra y que el mundo de sus seguidores estaría lleno de aflicciones. Ya que él vivió sin protección, sin corazas, sin defensa angelical… ¿por qué sus siervos tendrían que reclamar algún tipo de armadura celestial?
Me atrevo a redefinir lo que es fe. Fe no significa capacidad para anticiparse a las contingencias de la vida. Fe es el valor de creer que los valores, principios y verdades propuestas por Jesús de Nazaret son suficientes para enfrentar la vida con todo lo que ella nos traiga, de bueno y de malo.
La religión tiene que ver con la seguridad, con la posibilidad de lograr encajar al mundo en la lógica de causa y efecto. Los cultos, las penitencias, las oraciones persiguen el objetivo de conseguir engranar las circunstancias y de dar a los fieles la sensación de vivir bajo las CNPT. ¡Qué engaño! Hasta que el espejismo desaparece. Con las enfermedades, los accidentes, los imprevistos, la propia muerte, llega la decepción. Y la peor desilusión es la religiosa. Los decepcionados con Dios experimentan el infierno. (Jesús advirtió que los prosélitos religiosos son condenados a un doble infierno).
El amor no anticipa el orden. Quien ama sabe que el desorden será posible. Dios no desea que sus hijos vivan con la ilusión de que serán escudados. Para que eso sucediera, él necesitaría amordaza la historia, el día a día y hasta el porvenir. Un mundo indoloro sería un mundo sin libertad. Y sin libertad no existe el amor… y sucede que Dios es amor.
Por lo tanto, la promesa divina no nos resguarda del mundo. Sin alucinaciones, Dios nos acompaña en la deliciosa y peligrosa aventura de vivir.
Soli Deo Gloria.
El autor es pastor de la Iglesia Betesda en San Pablo, Brasil. Es autor de varios libros —aún no disponibles en español— y un reconocido conferenciante. Está casado con Silvia. Dios los ha bendecido con tres hijos y tres nietos.
Traducción por Gabriel Ñanco
Se tomó de http://gondimenespanol.blogspot.com. Se usa con permiso del autor y del traductor. Todos los derechos reservados por el autor.