Las metas de un grupo pequeño

por Teresa Blowes

Un grupo pequeño, como cualquier sistema activo, necesita que sus componentes trabajen armoniosamente. Como una orquesta sin partituras musicales daría lugar a una cacofonía, un grupo pequeño sin metas claras conocidas y compartidas por sus miembros no va a resultar más útil que un cotorreo comunitario.

Un grupo pequeño, como cualquier sistema activo, necesita que sus componentes trabajen armoniosamente. Como una orquesta sin partituras musicales daría lugar a una cacofonía, un grupo pequeño sin metas claras conocidas y compartidas por sus miembros no va a resultar más útil que un cotorreo comunitario.

La meta general del trabajo en grupos cristianos puede resumirse en las palabras de Efesios 5:12: «…perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.»

Esta meta puede dividirse en tres etapas: evangelizar, discipular, y entrenar.

Evangelizar

La primera etapa es alcanzar a las personas para Cristo. Hay grupos cuya razón principal de ser es el evangelismo. Si es así, entonces todo el plan de trabajo del grupo va a considerar las necesidades de los no creyentes que asisten, y cómo presentarles mejor el evangelio.

Imagine el siguiente «contra-ejemplo»: es la hora indicada para la reunión. El primero en llegar es un desconocido, invitado por un miembro del grupo que todavía no llegó. La anfitriona lo hace pasar y se sientan en la sala intentando conversar sobre algo. Suena nuevamente el timbre y llega una chica, también desconocida. Nunca se habían visto, y les avergüenza el silencio resultante. En el transcurso de una media hora van llegando los miembros del grupo. Se saludan, charlan y comparten las historias del día, dando poca atención a los nuevos.

Eventualmente el líder hace un llamado para establecer orden y se decide cantar algunas canciones. Alguien escoge un canto sobre la batalla del creyente para ganar a los perdidos para Cristo. La mitad del grupo no lo conoce, y la otra mitad lo canta mal.

Aunque no cuentan con instrumentos musicales y desafinan, siguen cantando hasta que el líder indica que es hora de la oración. Sugiere que todos oren por turno, y cuando llega el de la primera visita hay un largo silencio por un par de minutos.

Finalmente empieza el estudio. El pasaje es difícil de entender, y durante la charla dos miembros comienzan a discutir sobre el sentido de un versículo. Un tercero confiesa que le parece que ese pasaje contradice a otro, y pronuncia todo un discurso sobre su punto de vista. Una de las visitas permanece con la boca abierta: no entiende nada. La otra está todavía hojeando la Biblia que acaban de prestarle con la esperanza de encontrar el lugar donde se encuentra el pasaje del estudio.

Se hace muy tarde. En consecuencia, deciden terminar allí y, tras una oración de despedida, se dispersan. Los no creyentes no vuelven, y nadie sabe por qué no se comunican de nuevo.

Tome unos minutos para reflexionar sobre este ejemplo. Anote cómo se podría cumplir mejor la meta de alcanzar a los no creyentes para Cristo en las siguientes áreas, recordando que ellos tienen que sentirse cómodos y entender con claridad la Palabra:


  • Horarios y asistencia
  • Contenido de la reunión
  • Pasaje estudiado y método utilizado
  • Comportamiento de los cristianos
  • Aplicación del pasaje
  • Seguimiento de la gente nueva

Note la importancia de un compromiso con la meta principal de evangelizar. Esta meta dicta el comportamiento de los miembros. Hace que la reunión tenga como enfoque las necesidades del no creyente, y que los creyentes se sometan a éstas.

Pocos grupos van a ser puramente evangelísticos, pero en la medida en que lo son, el comportamiento tiene que reflejar la meta.

Probablemente, un grupo de estudio se dé cuenta de que en poco tiempo van a estar estudiando un pasaje evangelístico. El grupo puede ponerse de acuerdo en que para esa reunión van a hacer un esfuerzo especial en la evangelización, y el enfoque estará en el no creyente.

Discipular

Sabemos por la parábola del sembrador que no es suficiente que una persona haga un compromiso con el Señor y se quede allí. Es una plantita nueva que necesita mucho cuidado si va a tomar fuerza y crecer para dar fruto en su tiempo.

El grupo pequeño es un buen lugar para el trabajo de discipulado básico. Allí el nuevo creyente puede echar raíces tanto en la Palabra de Dios como entre su pueblo. Puede aprender a orar en un ambiente no amenazante, y puede empezar a traer a sus propios amigos no creyentes para presentarles a su nuevo Señor.

A veces se crea un grupo explícitamente para discipular a nuevos creyentes. Si es así, el trabajo del grupo tiene que tener en cuenta el cuidado intenso que requiere un recién nacido. Los estudios no van a presumir ningún conocimiento anterior, y todo trabajo grupal estará acompañado por un trabajo personal paralelo. De acuerdo con la meta, los líderes o discipuladores van a esforzarse tanto en enseñar las bases de la fe como en desarrollar una relación estrecha con la persona para conocer sus necesidades particulares y poder guiarla como requieren sus circunstancias.

Sin embargo, en la mayoría de los grupos caseros va a existir una mezcla de personas, desde los recién convertidos hasta los «ancianos» en la fe. Esto crea una situación desafiante para los líderes que requiere una meta personal para cada integrante del grupo. Lo que un grupo «mixto» puede proveer es un lindo ambiente de familia, en el que los mayores acompañan y apoyan a los nuevos y todos se animan mutuamente al compartir y orar unos por otros.

Entrenar

La tercera etapa en la meta de preparar a los santos para el ministerio es el entrenamiento. En un sentido, cada estudio que hace el creyente es una preparación para ser un comunicador de lo que ha recibido. Pero el llegar a ser personas «fieles que sean idóneas para enseñar también a otros» (2 Ti. 2:2) requiere más que pasar mucho tiempo en la iglesia.

Como en los otros casos, un grupo puede tener como meta central el entrenamiento en el liderazgo en general o en alguna capacidad particular (por ejemplo, un taller de dinámica de grupos pequeños, de método inductivo de estudio bíblico, o de evangelización personal). En estos casos, las expectativas y el contenido de las reuniones van a estar basados en la meta: preparar líderes. Van a esperar un nivel de compromiso y madurez mayor que otros grupos más generales, y quizás tengan un enfoque más intensivo en teoría y técnicas.

Sin embargo, en los grupos caseros mixtos es posible encontrar miembros que muestren condiciones de liderazgo. Es importante que los líderes del grupo tengan metas claras de entrenamiento para esas personas, y que provean espacios para que ellos puedan ir desarrollando sus capacidades. No basta con designarlos para que tengan a su cargo el estudio la semana siguiente. Así como el nuevo creyente, esta persona necesita todo un trabajo personal paralelo, a fin de que adquiera técnicas, doctrina y, sobre todo, para que aprenda a ser siervo de los demás, porque así son los grandes en el Reino de Dios.

En resumen, cada grupo debe tener metas generales. Estas metas deben ser explícitas, es decir, conocidas y acordadas por cada miembro cuando se inicia el grupo. Pero también es bueno que cada miembro tenga metas personales. Conviene animar a cada uno a establecer metas desde el principio. Es posible que los líderes tengan que ayudar a algunos miembros en esto, porque pueden saber mejor cuál es el próximo paso en la fe para uno más nuevo. También es importante que las metas propuestas no sean demasiado generales o a muy largo plazo. Dado que se llega a la perfección un paso por vez, entonces es conveniente que cada uno tenga como meta el próximo paso adelante.

Estas metas necesitan ser revisadas constantemente para poder hacer los reajustes necesarios. Cuando una es alcanzada, hay que remplazarla inmediatamente por otra. El asunto es tener un punto hacia donde enfocar el esfuerzo y la mirada. Si no tenemos el deseo de llegar a cierto lugar, no vamos a tener el motivo para esforzarnos en el camino.

Contenido

Tener claridad y compromiso con respecto a las metas de un grupo nos guía en cuanto al contenido de las reuniones. La actividad central de la mayoría de los grupos caseros de la iglesia es un estudio bíblico. Muchos usan guías ya preparadas, mientras otros preparan sus propios estudios. Cualquiera que sea la metodología, deseamos maximizar el aprendizaje que lleva a un cambio de vida.

Consideremos la reunión de un grupo como un viaje familiar hacia el descubrimiento de nuevos territorios. No hace falta decir que un padre responsable va a hacer muchos preparativos para el viaje, como revisar y arreglar el automóvil, averiguar las rutas, y conseguir todo lo necesario. Lo mismo hace un líder de grupo responsable cuando prepara bien su estudio.

Sin embargo, el viaje en sí consta de los siguientes pasos:

1. «Todos a bordo»

¡No se puede viajar si toda la familia no está en el auto, cómodos y listos para aprovechar al máximo cada momento! Tampoco debe arrancarse un estudio de la Palabra sin asegurarse de que los miembros del grupo están interesados en el tema.

Para un mejor aprovechamiento del texto de la Palabra, cada miembro tiene que tener su mente «en marcha» y estar listo para arrancar junto con los demás.

La mayoría de los que dirigen un estudio empiezan simplemente leyendo el pasaje y explicándolo. Pero para asegurar que los asistentes aprendan lo máximo posible, es mejor que el líder comience mencionando el tema central o uno de los temas principales del estudio —el punto donde la Palabra de Dios toca la vida del hombre y el mundo que lo rodea— y estimule a los participantes a reflexionar sobre su situación actual. Esto pone diferentes temas y situaciones sobre la mesa para que la luz de la Palabra los alumbre, y permite un análisis personal de cada uno de ellos.

2. «No se pierda el panorama»

Durante nuestro viaje de estudio es de gran importancia observar el paisaje. Están aquellos que se pasan todo el viaje jugando a las cartas, durmiendo, o leyendo, y cuando regresan a casa dicen: «Ya fui a aquel lugar y conozco todo sobre ese viaje». Pero en realidad no saben nada, y si los envían a recorrer el trayecto solos se pierden.

Lo mismo pasa con un estudio bíblico. Como creyentes, nuestra costumbre es escuchar a otro dictarnos los resultados de su estudio personal; por eso nunca aprendemos cómo llegar solos hasta allí.

Uno de los pasos más importantes es observar lo que dice un pasaje: ¿Qué significan las palabras? ¿A quién está escribiendo el autor y qué quiere comunicar a sus lectores? ¿Puedo explicar con mis propias palabras lo que leo? ¿Qué cosas no entiendo? Yo puedo traer de mi viaje una postal con una choza, cabritas y un árbol florido al costado. Probablemente le va a gustar a quien la vea; sin embargo, no va a apreciar bien la escena, si no tuvo la posibilidad de observar la cordillera nevada al fondo y el riachuelo burbujante que pasa por delante.

De igual forma, la observación de un pasaje bíblico tiene que incluir el contexto: ¿Qué datos históricos tenemos que nos ayudan a entender la situación en el que fue escrito? ¿Cómo entra el pasaje en el mensaje central del libro del cual es parte? ¿Cómo lo entendemos dentro de la gran escena que pinta el testamento en que se encuentra y la Biblia entera?

El viajero que observó cuidadosamente el paisaje puede describir con lujo de detalles todo lo interesante que descubrió, pero el que da un vistazo rápido al lugar y se regresa no obtiene más de lo que podría haber recibido leyendo el folleto turístico sobre el lugar.

3. «¿Por qué?»

Seguramente, usted ha viajado alguna vez con un niño de cuatro o cinco años de edad. ¿Se dio cuenta de que nunca terminan de preguntar?: «¿Por qué cortaron todos los árboles?» «¿Por qué pusieron muros de piedra alrededor de sus pueblos?» «¿Por qué las señoras llevan esos gorros negros?» Por qué, por qué, por qué…

¿Por qué perdemos la capacidad de hacer preguntas de investigación cuando crecemos? Como aquel que dice: «Yo ya conozco todo sobre ese viaje», son muchos los que leen una parte de la Biblia y dicen: «No tengo preguntas, entiendo todo».

Las preguntas que realizamos durante la primera parte de un estudio nos llevan hacia una aventura de investigación. Debemos buscar en diccionarios —comunes y bíblicos—, en mapas, en las notas al pie, en una concordancia bíblica, etcétera. Esto nos convierte en verdaderos aventureros que van a la zona de su interés y hacen una exploración propia, aun entre selvas y ríos. Compare usted las fotos que estas personas traen de sus vacaciones: mariposas brillantes y enormes, flores silvestres, pescados inmensos, con las de alguien que fue en un «tour» guiado, limitado por horarios y destinos fijos.

De igual manera, descubrir las variadas delicias de la Palabra de Dios enriquece la vida en gran manera. Y quien dirige un estudio tiene que ayudar al grupo a investigar bien a fondo las Escrituras, y descubrir lo que Dios quiere decir a cada uno.

4. Impacto

Cuando Cristóbal Colón descubrió América, el mundo fue transformado. De igual manera, cada descubrimiento que hacemos en la Biblia debe transformarnos. Dejemos que la Espada del Espíritu corte y quite lo que nos infecta y debilita espiritualmente. De lo bello que encontremos allí, fijemos metas nuevas y constructivas que ayuden a embellecer nuestras vidas.

No basta que el que lidera el estudio decida la aplicación del día. Cada uno debe reflexionar cuidadosamente sobre el impacto de la Palabra en su vida, y ponerlo por obra.

5. El regreso a casa

Los vecinos y los amigos vienen entusiasmados a visitarnos: «¿Qué tal les fue en el viaje? ¿Trajeron fotos?»

Sería raro volver de un viaje significativo y no revelar las fotos ni contar de lo que hemos encontrado. ¡Es tema de conversación y de entretenimiento por un buen tiempo!

Tampoco nuestros grupos deben dejar un descubrimiento bíblico sin comentar. Si hemos fijado metas en un estudio, debemos volver a mirarlas la semana siguiente. Tenemos que orar los unos por los otros por el cumplimiento de nuestros pactos con Dios y, con mucha seriedad, ayudarnos mutuamente a ser hombres y mujeres sabios que escuchan la Palabra del Señor y la obedecen.

Teresa Blowes es australiana y desde1986 trabaja junto con su esposo en el Noreste argentino como obrera de la Asociación Bíblica Universitaria Argentina. Tiene una licenciatura en Asistencia Social, con especialización en terapia de grupos pequeños.