Las semillas del evangelio (segunda parte)

por Paul Thigpen

Pequeñas pero eficaces formas de compartir su fe

 Por lo general, evangelizar es un proceso. Por eso, muchos de nosotros influiremos en otras personas a través de lo que en el primer artículo llamé «semillas del evangelio». No importa si participamos o no de la alegría de la cosecha. Lo trascendente es suplir la necesidad del momento de una forma pequeña, casi imperceptible —confiando que, algún día, Dios mismo dará «el crecimiento».

 

En este segundo artículo añadimos cinco pequeños actos, esos «mini-ministerios», que pueden producir una cosecha. Recuerde que pueden ser tan variados como las personas que los necesitan. No obstante, los propongo con el interés de cultivar una conciencia de los tipos más comunes de «semillas y oportunidades» que nos ayudan a plantar o a regar la buena semilla del evangelio. En sus manos está aumentar esta lista.

 

Ofrézcale orar

Las personas que aún no son creyentes rara vez le pedirán que ore por ellos, a pesar de que eso es lo que más necesitan. Una respuesta concreta e incuestionable a una oración específica puede convertirse en un catalizador poderoso para la fe.

 

Así que no dude en simplemente prometerle: «Oraré por ti por esa situación», cuando alguien le cuente sobre una lucha o necesidad.

 

En mi primer año universitario, mis dos compañeros de dormitorio, que eran judíos, sabían que yo era cristiano. Un día me los encontré desanimados sentados junto a una ventana abierta en nuestro dormitorio. Les pregunté qué ocurría.

 

«Queremos jugar baloncesto —compartió uno de ellos— hemos buscado un balón por todos lados pero no hemos encontrado ninguno».

 

«Oye Paul —intervino el otro, con una mirada maliciosa—, ¿crees que Jesús tenga un balón con el que podamos jugar?»

 

«Bueno ¡tal vez sí! —le contesté con una gran sonrisa— oraré para que Jesús les envíe un balón en este momento. Pero, si lo hace, espero que se lo agradezcan».

 

«¡Muy bien! —respondieron— ¡Adelante!» Así que incliné mi cabeza y ahí mismo oré en voz alta a Jesús por esa petición específicamente.

 

Cinco segundos después de mencionar el «amén», un balón traspasó la ventana abierta hasta los regazos de mi compañero, como si lo hubieran lanzado desde el cielo.

 

Quedaron boquiabiertos. Entonces un tercer amigo gritó desde afuera: «¡Ahí está su balón! ¡Vamos a jugar!»

 

Protestaron que todo era una coincidencia y yo simplemente respondí: «Ustedes saben a quien deben agradecerle».

 

Solo Dios sabe qué semilla fue sembrada ese día.

 

Realice un pequeño acto de bondad

¿Alguna amiga necesita un hombro para llorar? Invítela a tomarse una taza de café. ¿El viejecito de la casa de al lado tiene dificultades a la hora de podar el césped? ¿Quién sabe qué puertas podría abrir este acto? Una vez nuestra familia llevó un colchón usado pero en excelente estado al hogar de una familia de refugiados vietnamitas para ayudarlos a acomodarse. Esa «semilla» fue regada por unos cuantos actos de bondad y cortas conversaciones, con el tiempo esto los llevó a creer el evangelio.

 

Viva su fe sin apología

Hace un tiempo decidí dejar mi excesiva agresividad cuando compartiera mi fe, pero que tampoco la ocultaría. Cuando estamos en un restaurante, con mi familia nos tomamos de las manos y elevamos una oración de gratitud por los alimentos sin avergonzarnos. Esto algunas veces ha motivado a algún mesero a lanzarnos alguna pregunta espiritual. Menciono el nombre del Señor en conversaciones casuales, y a menudo cuando me despido digo «¡Qué Dios lo bendiga!». Antes de aplicar un examen en mi clase universitaria, muchas veces le digo a mis estudiantes con una sonrisa: «Esta mañana oré para que recordaran todo lo que estudiaron». Este tipo de comentarios ha hecho que, en algunas ocasiones, estudiantes me inviten a almorzar para conversar sobre sus inquietudes religiosas.

 

Una mujer que conozco cuenta cómo su padre fue profundamente influenciado por un amigo de pesca que nunca le «predicó», pero que siempre se rehusó a ir de pesca si eso significaba que no asistiría a la iglesia. Finalmente llegó el día en el que su padre le preguntó por qué la iglesia significaba tanto para él, y así se abrió la puerta para que el amigo testificara de su fe.

 

Sea un ejemplo de integridad

A uno de mis amigos de la universidad, un devoto cristiano y miembro de nuestra comunidad cristiana universitaria, lo seleccionaron para ser el capitán del equipo de fútbol. Era una tradición universitaria que el capitán del equipo diera la bienvenida a una de las «sociedades secretas» más populares del campus. Pero la reputación de este grupo no era buena, así que mi amigo rechazó su invitación.

 

Muchos en la comunidad universitaria no entendieron su decisión. Sin embargo, una vez que sus razones salieron a la luz pública, esa simple acción provocó incontables conversaciones entre los estudiantes acerca de la naturaleza de una comunidad de fe. Con su valiente decisión, mi amigo sembró la semilla en todo el campus universitario.

 

Las personas se fijan en el compañero de trabajo en cuanto a los chismes o chistes inapropiados que caracterizan su conversación. Ellos respetan a la persona que en la fiesta de la oficina cortésmente rehúsa tomar licor y aun así la pasa muy bien. O analice también la historia expuesta en la película Carros de fuego, que se basó en hechos reales. ¿Cuántas semillas del evangelio se sembraron en todo el mundo gracias a la valiente negativa de Eric Liddell de correr la carrera de los Juegos Olímpicos el día domingo? Tales actos de integridad nacidos de la fe, pequeños pero visibles, a menudo provocan preguntas curiosas sobre las motivaciones de una persona que ha creído en Cristo.

 

Sea paciente

Uno de los desafíos más difíciles de las «semillas del evangelio» es cultivar la paciencia necesaria para perseverar aun cuando el fruto no aparezca al instante. Como en tantas otras áreas de la vida cotidiana, las palabras de Pablo en Gálatas pueden animarnos aquí: «Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos segaremos» (Gá 6.9).

 

Quizá igualmente difícil sea el desafío de no saber si un acto de evangelización en particular dio su fruto, porque no pudimos mantener el rastro de la persona a quien pretendíamos ayudar. ¿Cuántas «semillas y oportunidades» hemos esparcido en estos años en los corazones de las personas cuya vida nunca llegaremos a conocer? El mochilero en Grecia… los compañeros de cuarto por los que oré… los estudiantes que me buscaban para conversar sobre Dios… No tengo forma de saber cómo creció la semilla en su vida.

 

Y con todo eso, contamos con la declaración de Dios de que él «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad» (1Ti 2.4). El destino eterno de cada persona en la que hemos «esparcido la semilla» está en Sus manos, y nuestras obras evangelizadoras, sin importar lo pequeñas que sean, son nuestro esfuerzo amoroso por cumplir Su deseo. Tal vez no todos los corazones de esas personas escojan vivir con él por la eternidad, pero podemos sentirnos reconfortados al saber que ni una sola semilla del evangelio se desperdició, si la esparcimos en suelo fértil.

 

Busque la primera parte de este artículo en el número anterior de Apuntes Pastorales, edición de septiembre-octubre de 2012.

 

El autor es el editor de la revista internacional The Catholic Answer [La respuesta católica] que se publica en forma bimensual. Además, es el director ejecutivo de The Stella Maris Center for Faith and Culture [El Centro María Estela para la fe y la cultura] en Savannah, Georgia, Estados Unidos.

Se tomó de Discipleship Journal, Tema 103. Copyright 1998 por Paul Thigpen. Se usa con permiso del autor. Todos los dederechos reservados.