Este es un buen momento para recordar varias lecciones que podemos aprender a partir de la familia de Jacob y de las adversidades de José. La primera es obvia: Ningún enemigo es más sutil que la pasividad. Cuando los padres son pasivos, es posible que disciplinen a la larga, pero entonces la reacción retardada se lleva a cabo con ira.
La pasividad espera y espera hasta que, finalmente, no puede esperar más, ¡y la disciplina cae con todo su peso! Cuando esto sucede, los hijos no son disciplinados sino tratados con brutalidad. La pasividad no solo nos ciega aquí y ahora, sino que también nos hace inconsistentes.
Hay una segunda lección que podemos aprender de las luchas de la adolescencia de José. Ninguna reacción es más cruel que Ia de los celos. Salomón tenia razón cuando dijo: “Duros como el Seol [son] los celos” (Cantar de los Cantares 8:6, RVR-1960 ). Los celos —si se les permite que crezcan y se ulceren— llevan a consecuencias desastrosas. Si usted deja que los celos se acrecienten dentro de su famiia o de sus hijos, se estará buscando problemas. En algún momento, los celos se manifestarán de maneras muy perjudiciales.
Pero basta ya de hablar de lo negativo. Encontramos en todo esto al menos una magnifica lección de esperanza: Ninguna acción es más poderosa que Ia oración. Reconozco que el relato bíblico no dice que Jacob se volvió a Dios en oración, ¡pero es seguro que lo hizo! ¿De qué otra manera pudo seguir viviendo? ¿A dónde más pudo haberse vuelto en busca de esperanza?
Lo mismo puede decirse de usted y de mí. La oración nos da el poder para soportar. Las personas mayores son una fuente de sabiduría para los padres jóvenes, para los hijos y para los nietos.
Los hombres y las mujeres solteros tienen mucho que ofrecer, ya sea dentro de sus propias familias extendidas o dentro de la familia de la iglesia.
Las vidas devastadas y vacías pueden encontrar nuevas fuerzas para recuperarse. Es en este punto que yo diría que José, sin duda alguna, entregó su situación a Dios, mientras la caravana se dirigía a Egipto. ¡Sin duda alguna sabía, aun a los diecisiete años de edad, que su única esperanza estaba en la segura intervención de Dios! ¡Es indudable que clamó a aquel, al único que tenía el control soberano de su futuro! ¡Y lo mismo tenemos que hacer nosotros!
Visión para Vivir