Biblia

Ley avalada

Ley avalada

por Christopher Shaw

Ciertamente el ministro que aspira a impactar a otros deberá ser, primero, un hacedor de la Palabra.

Versículo: Mateo 5:17-20

5:17 »No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. 5:18 Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. 5:19 Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. 5:20 Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los *maestros de la ley.

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No ha de extrañarnos que, al percibir el tono radicalmente diferente en las palabras de Jesús, muchos de los presentes comenzaran a pensar que él traía una nueva enseñanza que convertía en nula la ley. Ninguno de ellos jamás había escuchado esta clase de enseñanzas en boca de los escribas y los fariseos. Mas Cristo se anticipa a este sentir en sus oyentes y declara: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios. Es importante que nosotros prestemos atención a esta declaración de Jesús, especialmente los que vivimos en una época donde muchos líderes parecen competir los unos con los otros para ver quién puede traer a la iglesia la última novedad que asegura la bendición de Dios. Pareciera que la Escritura en sí nos resulta aburrida, por lo que tenemos que estar añadiendo siempre algún «descubrimiento» que se le ha escapado a la iglesia que nos antecede por 2000 años. Jesús no solamente valoró la Palabra de la ley y los profetas, sino que también aclaró que había mayores probabilidades de que el mundo creado deje de existir antes de que la Palabra pierda su validez. Para todos los que hemos recibido el encargo de un ministerio de enseñanza y proclamación de su Palabra esta declaración del Maestro nos deja una seria advertencia. Nuestro ministerio debe estar firmemente anclado en la Palabra eterna de Dios, no admitiendo nosotros la posibilidad de reemplazarla por ninguna de las «novedades» que tan atractivas parecen en estos tiempos. Es por medio de la Palabra que el pueblo entiende la clara voluntad de Dios. Es por medio de la Palabra que se nos llama a una vida de obediencia. La Palabra es la que limpia y santifica, salvando a la iglesia de ser como «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef 4.13). No obstante, ¡cuán difícil es encontrar hoy líderes que son personas de la Palabra! En Cristo vemos no solamente a un hombre que entendía claramente la Palabra, sino a uno que también sabía interpretar con perfección el espíritu de la letra, sacándola de la vida religiosa y llevando las Escrituras al plano de lo espiritual. El poder de su enseñanza no solamente radicaba en esta profunda comprensión de la Verdad, sino también en que era un hombre que vivía lo que enseñaba. Por esta razón declaró que los grandes en el reino son aquellos que «cumplen la Palabra y la enseñan» a otros. ¿Será que el orden en esta observación nos da una pista acerca del secreto de un ministerio eficaz? Ciertamente el ministro que aspira a impactar a otros deberá ser, primero, un hacedor de la Palabra.

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