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Llamados a edificar

Llamados a edificar

por Wilbur Madera

Las actividades que forman parte de la vida congregacional deben enmarcarse dentro de un objetivo ministerial.

La parte más visible y pública de nuestro ministerio son las actividades que efectuamos. Llenamos el calendario de la iglesia con ellas: escuela dominical, estudio bíblico, convivencia navideña, semana de la Reforma, club infantil, aniversario del grupo de mujeres, y la lista podría seguir.  La vida de la iglesia transcurre de actividad en actividad.

 

Invertimos tanto tiempo en la planeación y ejecución de actividades que podríamos llegar a pensar que el propósito del ministerio de una iglesia es «hacer actividades». Es decir, podemos quedar satisfechos con llenar el calendario de la iglesia y sentir que cumplimos nuestra misión. En esos casos, el medio (la actividad) se convierte en el fin (la misión). Pero nuestra misión no es llevar a cabo actividades, sino formar discípulos. Las actividades son medios para lograr este fin supremo. Por eso, seamos más sabios y estratégicos con nuestro planeamiento y ejecución de actividades en la iglesia.

 

Tendencias de las actividades

Debemos permanecer conscientes de nuestras tendencias naturales hacia las actividades de la iglesia, de tal manera que consigamos evitar sus efectos negativos. Si no actuamos con cuidado, naturalmente tenderemos a darles a las actividades una dirección tan extrema que perjudicaremos el desarrollo integral de nuestro ministerio.

 

A.    Las actividades tienden a volverse el centro del ministerio

Si nos descuidamos, a cada actividad practicada le podemos otorgar la capacidad de reclamar para sí toda nuestra atención; al permitirlo, la convertimos en el eje de todo nuestro ministerio.

 

Hace algún tiempo, en nuestro ministerio, solíamos celebrar un evento juvenil anual. Duraba unos cuatro días, pero conmenzábamos su preparación un año antes. Al aproximarse la fecha, la vida de toda la iglesia se detenía por reuniones, preparativos, recursos humanos y materiales que esos días demandaban. Advertimos que sin haberlo deseado, lo habíamos convertido en el centro de nuestro ministerio. Cuando tomamos las medidas correctivas, regresó a su justo sitio en la estrategia ministerial y la iglesia consiguió incrementar su efectividad. Con un descuido podemos volver una sola actividad en la finalidad de todo nuestro ministerio.

 

B.    Las actividades tienden a arraigarse emocionalmente

Las personas establecen vínculos emocionales con ciertas actividades; quizá porque participaron en su formación o bien porque recibieron bendiciones especiales a través de ellas. Las vivencias y recuerdos que las personas aquilatan les dificultan evaluar objetivamente las actividades. Cuando llega el tiempo de los ajustes, modificar el propósito o cancelarla por completo, las personas encuentran difícil dejarlas ir por ese lazo emocional que sostienen con ellas.

 

Si no somos cuidadosos, continuaremos consumiéndonos y gastando los recursos de la iglesia por sostener una actividad que ya cumplió su tiempo y cometido, que ya dejó de ser el mejor medio para lograr el fin para el cual la diseñamos. Se requiere valentía para considerar, con seriedad, si lo que queda de una actividad es solo nuestro aprecio emocional por lo que significó para nosotros en su momento.

 

C.    Las actividades tienden a volverse obligación

En muchos casos, alcanzamos a percibir las actividades que ejecutamos año con año como una obligación, a tal extremo que cuando el liderazgo considera necesario modificarlas o suprimirlas surge inconformidad y descontento.

 

Seguro sabe que algunas de las actividades en su ministerio son prescindibles, pero teme que al cancelarlas, enfrentará serios problemas con algún sector de la iglesia. En esos casos, la gente ha confundido los medios con los fines y piensa que si descartan esa actividad dejan de alcanzar la finalidad.

D.    Las actividades tienden a competir entre sí

Solemos agregar actividades a nuestros ministerios sin considerar seriamente la función que cumplirá en el sistema. Esto lleva a nuestro ministerio a parecerse a una cebolla. Aglomeramos actividades una sobre otra.

 

Tarde o temprano, esas actividades competirán por recursos humanos y materiales, y fechas de calendario. En vez de colaborar entre sí, los organizadores de cada actividad tienden a percibirse como equipos distintos y hasta contrarios.

 

Si no segimos con cuidado una estrategia definida, conseguiremos conformar la iglesia en muchas pequeñas «iglesias», cada una con su propia finalidad, estrategia y personal.

 

Características ideales de las actividades

Existen tres características importantes que debemos procurar al crear, planear y evaluar las actividades:

 

1.     Estratégicas

Deben cumplir una función definida en la estrategia global del ministerio. Es un error agregar actividades a nuestro ministerio solo porque parecen una buena idea, están de moda, contamos con espacio en el calendario o más de alguna persona quieren incorporarlas.

 

Varias iglesias se enredan porque no establecen una estrategia ministerial clara y definida.  Una estrategia consiste en una serie de pasos sencillos y claros que ayudan a las personas de la iglesia a avanzar en su relación con Dios. Por ejemplo, en nuestro ministerio hemos diseñado una estrategia relacional con tres pasos: 1. Conoce; 2. conéctate; 3. comprométete. En el primer paso las personas se acercan como nuestros invitados.  Nuestro primer desafío es llevarlos al segundo paso para que se vuelvan nuestros amigos.  Y por último, el reto es conducirlos al tercer paso para que se incorporen a la familia de la iglesia.

 

Las actividades, entonces, colaboran con alguno de los pasos.  Buscamos crear aquellas del tipo «conoce» (invitados), otras para «conéctate» (amigos) y también las de «comprométete» (familia). De esta manera, todas se diseñan para cumplir un paso en la estrategia.

 

Las que siguen son algunas preguntas útiles para corroborar si nuestras actividades son estratégicas: ¿a qué paso de la estrategia corresponde?, ¿ayuda a las personas a avanzar en los pasos de la estrategia hacia la meta?

 

2.     Enfocadas

Defínales su propósito y prepárelas para alcanzar intencionalmente a un grupo determinado.  Si a cada actividad le damos un enfoque específico lograremos planearla y evaluarla mejor y los resultados serán excelentes. 

 

Todos los que la organizan deben entender con claridad el propósito de la actividad.  Si no persigue un propósito claro, el ambiente ministerial será confuso para todos los participantes.  A veces, por medio de una única actividad pretendemos alcanzar múltiples propósitos. Semejante enfoque solo resta calidad y eficacia al esfuerzo.  Por ejemplo, si por una sola actividad procuramos recaudar fondos, fomentar la oración, edificar la iglesia, evangelizar y unir al equipo de trabajo, resultará muy difícil alcanzar todos estos objetivos con efectividad.  Resulta mejor simplificar el enfoque de la actividad y apuntar toda la atención y esfuerzo para la conquista de un solo fin. 

 

Además, la tarea no consiste solo en enfocarla, sino también en disponerla para que alcance intencionalmente a un grupo determinado. Esto lo practicamos en la vida cotidiana. Cuando organizamos una fiesta infantil en nuestra casa preparamos todos los detalles del festejo pensando en los niños invitados.

 

 

Algunas preguntas útiles para corroborar si hemos enfocado nuestras actividades podrían ser las siguientes: A la luz de la estrategia, ¿qué lograremos con ella?, ¿qué celebraremos como resultado?, ¿a quiénes alcanzaremos intencionalmente?, ¿su orden y arreglo de sus elementos corresponde a nuestro propósito y al grupo que queremos alcanzar?

 

3.     Eficaces

Ellas deben ser, en lo posible, el mejor medio disponible para alcanzar el propósito establecido. Si estamos claros en que las actividades son solo medios para lograr fines, también lo estaremos en que un medio puede ser mejor que otro para conseguir un fin específico. Es decir, podemos evaluar una actividad, con respecto a otras, por su eficacia en cuanto a la obtención del propósito perseguido. Por ejemplo, para preparar a los líderes de un campamento, quizá resulte más eficaz un retiro que una clase semanal.

 

La pregunta no es si la actividad beneficia a alguien, porque siempre lo logra, sino si es el mejor medio para alcanzar el propósito en mente. En nuestro ministerio contábamos con dos clases tradicionales de escuela dominical para los adultos. Yo era el maestro de uno de esos grupos. Estoy seguro de que mis veinte alumnos tanto como yo se sentían muy agradecidos por lo aprendido. Sin embargo, nuestro ministerio no alcanzaba a más personas en la iglesia.  Después de varias evaluaciones, decidimos cambiar la dinámica por un sistema de grupos pequeños.  Gracias a Dios, ahora, en vez de veinte, beneficiamos a más de 250 personas con la enseñanza de la Palabra. ¿Eran eficaces las clases tradicionales? Por supuesto que sí, ¡veinte personas crecían!  Pero los grupos pequeños probaron ser, en nuestro caso, un medio más eficaz para lograr el propósito de enseñar a los creyentes la Palabra de Dios.

 

Las que siguen son algunas preguntas útiles para corroborar si nuestras actividades son eficaces: ¿cumple el propósito para el cual la diseñamos?, ¿debemos ajustarla en algo para que alcance con cabalidad el propósito?, ¿algún otro medio la superará en el alcance de lo perseguido?, ¿usamos con sabiduría los recursos materiales y humanos al llevarla a cabo?

 

Cada actividad que planee y ejecute pásela por el filtro de las tres «E»: ¿sigue una estrategia?, ¿la hemos dejado bien enfocada?, ¿resulta eficaz? Es difícil responder a estas preguntas porque exigen declaraciones honestas y que, a veces, no queremos considerar. Pero recordemos que somos llamados a formar discípulos y debemos aprovechar bien el tiempo y el esfuerzo para alcanzar este santo objetivo.

 

El autor es pastor asociado de la Iglesia Presbiteriana Shalom, en Yucatán, México. Estudió en el Seminario Teológico Reformado de Orlando, Florida. Lo ordenaron como pastor en julio de 1997. Está casado con Delia, con quien tiene dos hijos, Josué y Nadia.