Lo real y lo ficticio

por Florencia Bulle

El enemigo, a lo largo de la historia, ha recurrido básicamente a tres trucos ingeniosos. Uno, hacer que la iglesia crea que el diablo no existe; dos, lograr que la iglesia esté obsesionada con el diablo y los demonios; tres, lograr que la iglesia crea que no puede ser engañada.

El enemigo, a lo largo de la historia, ha recurrido básicamente a tres trucos ingeniosos. Uno, hacer que la iglesia crea que el diablo no existe; dos, lograr que la iglesia esté obsesionada con el diablo y los demonios; tres, lograr que la iglesia crea que no puede ser engañada.

Considere el primer truco. Durante el siglo dieciocho, la iglesia fue presa fácil en cuanto al engaño de que no existe el diablo. Fue entonces que surgió el racionalismo. La revelación y lo sobrenatural fueron rechazados; la creencia en el diablo estaba fuera de moda. Sin embargo, el negar su existencia no lo sacaba de escena. Al contrario, el «viejo zorro» estaba en su mejor momento. A medida que las enseñanzas de la Biblia iban siendo diluidas para estar más de acuerdo con el pensamiento contemporáneo, se disipaba la «pasión santa» de la iglesia. Los filósofos y teólogos se convirtieron en secuaces del «ideólogo del infierno». Si alguna vez ocurría algo sobrenatural, le daban alguna explicación aceptable al razonamiento humano, restándole así su verdadera importancia. La existencia del diablo no fue suprimida del dogma de la iglesia pero, en líneas generales, la creencia en su existencia fue descartada.

Hoy en día hay un creciente reconocimiento, por parte de la comunidad científica, acerca de las fuerzas espirituales existentes más allá de lo percibido por los cinco sentidos; ¡y una vez más la iglesia está tomando al diablo en serio! Lo irónico es que no es la iglesia la que ha llamado la atención de los científicos, sino aquellos involucrados en el espiritismo, la brujería y el ocultismo.

Como resultado, la iglesia salió de su letargo y admitió que el diablo era real. Cuando se esparció esta noción, Satanás usó su segunda táctica: apartar la atención de Dios y atraerla hacia sí mismo. Cuando esto sucede, la tendencia es darle a este tema de los demonios mucha más atención de lo aconsejable y acreditarle más poder e influencia del que realmente posee. Desgraciadamente, muchos cristianos sinceros caen en su juego.

Ciertamente, la expulsión de demonios es obra de Dios a través de su iglesia, pero el peligro inherente en concentrarse en los demonios está definido por el principio sicológico que dice: «Todo aquello que atrape tu atención, también te atrapará a ti».

Además, la «demonología» tiene otro estorbo inherente: ofrece una «salida» para aquellos que tienden a eludir la responsabilidad de sus propios actos. Muchas veces no es «liberación» lo que se necesita, sino autodisciplina. Aun cuando se necesite liberación, se procederá con ésta y luego vendrá la autodisciplina, si es que la persona ha de mantenerse liberada.

Para aquellos que no caen presos, ya sea de la mentira de su no-existencia o de una sobreocupación exclusiva en él, Satanás todavía tiene un tercer truco: convencer a los cristianos de que son demasiado «listos» o «espirituales» como para ser engañados. Esto no es difícil, habida cuenta del orgullo humano.

Tengamos la seguridad de que todo lo necesario para protegernos del enemigo nos pertenece en Cristo, si es que hacemos caso a sus advertencias y seguimos sus reglas. Pero, ¿quién actúa para protegerse de un enemigo que no constituye una amenaza? En su excelente libro Líbranos del mal el pastor anglicano John Richards nos advierte: «¿Quiénes son las víctimas en la guerra? ¡Los desobedientes, los desarmados, los débiles, los indisciplinados y aquellos ilusos que piensan que la guerra está en otra parte!»

El ser cristiano no lo hace a uno inmune a los trucos del diablo. Así, pues, es crucial entrenarse, espiar la estrategia del enemigo y poner atención a la batalla espiritual. Esto impone el confrontarse a las «teologías populares» de nuestros días y estudiarlas a la luz de las Escrituras. Tal vez nos impacte el descubrir cuántas de estas teorías no son tan bíblicas como parecían.

Cuando Jesús habló del camino angosto que lleva a la vida (Mt. 7:14), Él no hablaba de mentes angostas. Antes bien, el camino angosto es el punto medio entre dos extremos, el equilibrio propio de la doctrina bíblica. Observemos las Escrituras: la fe se equilibra con las obras, el amor de Dios con su ira, su misericordia con su justicia, la responsabilidad del hombre con la soberanía de Dios, la muerte del yo con la vida en el Espíritu. Pero en esta rara niebla de los avivamientos no es siempre fácil hallar el camino angosto… pero es tan necesario.

Donde yo me crié, había ocasiones en que la niebla era tan densa que, parada en la puerta de la estación de servicio de papá, no podía ver los surtidores de gasolina que estaban a cuatro metros. El peligro no es menos real en nuestro trayecto espiritual, cuando nuestra percepción se ve nublada por imprecisas medias verdades y confusas interpretaciones de las Escrituras. Ciertamente ha llegado el momento de que dejemos que la luz de la Palabra de Dios y el soplo del Espíritu penetren y disipen la niebla que se ha asentado para ocultar el camino angosto. No debemos aceptar, ciegamente, toda experiencia mística como genuina. Debemos aprender a distinguir entre lo que es de Satanás y lo que es de Dios. Veamos algunas formas en que podemos reconocer la diferencia.

DERRIBADO POR EL ESPÍRITU

Era mi segundo verano en el campamento para chicas de nuestra denominación. Nos hablaba un misionero de la India, y se hacía una invitación a aquellos que quisieran entregar sus vidas a Cristo. Las jóvenes que respondieron estaban alineadas frente al altar. Mi amiga Beatriz se arrodilló entre ellas. Momentos más tarde estaba tendida sobre el piso, aparentemente inconsciente. La directora del campamento estuvo a su lado en un instante y, tiernamente, la acostó sobre el altar.

—Beatriz está perfectamente bien —aseguró a los rostros asustados de las presentes. —El Señor le está hablando. Cuando Él termine ella estará bien.

Por el momento se había desviado la atención de Jackie, que estaba sentada contra la pared. Jackie era una joven que andaba en problemas con la ley. Su iglesia la había becado con la esperanza de que llegara a conocer a Cristo en el campamento. Al concluir el mensaje, dos chicas se habían acercado a Jackie a fin de persuadirla a que se entregara a Cristo. Con el rostro endurecido y una actitud testaruda, las miró con desdén.

Súbitamente, Beatriz se sentó, con los brazos extendidos por sobre su cabeza. En un movimiento rápido, corrió hacia donde estaba sentada Jackie, y se arrodilló frente a ella.

—¡Oh, Jackie! —exclamó— . Acabo de estar en el cielo. Era tan hermoso . . .

Relatando a borbotones lo que acababa de ver, Beatriz le rogó a Jackie que aceptara a Jesús como su Salvador. ¡No debía perderse el cielo! Echándose a llorar, Jackie se arrodilló y clamó al Señor para que la salvara. El Señor se había movido poderosamente entre nosotras.

Imagino que algunos de los que lean esto no entenderán el término «derribado en el Espíritu». Y muchos de los que sí lo comprendan, pensarán que es algo que ocurre exclusivamente en comunidades carismáticas o en una reunión de corte pentecostal. Pero este fenómeno no es nada nuevo; aparece vez tras vez en la historia de la iglesia. Se usan otros términos para expresar que el Espíritu del Señor ha alcanzado a una persona: caer bajo su poder, trance, golpeado, postrado, transportado, rapto, encanto o éxtasis.

Sabemos que Ezequiel recibió muchas de sus profecías durante un éxtasis. El apóstol Juan, cuando escribía el Apocalipsis, dijo: «En el día del Señor yo estaba en el Espíritu». Habiendo recibido una visión deslumbrante de Cristo, registró así su reacción: «Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto» (Ap. 1:17).

En la Biblia, muchos de aquellos derribados por el poder de Dios eran incrédulos. Los soldados que llegaron al jardín para arrestar a Jesús cayeron al suelo de espaldas. Saulo de Tarso, empeñado en exterminar a la iglesia cristiana, fue postrado en el polvo camino a Damasco. Relatos de conocidos avivamientos protestantes en los siglos XVIII, XIX y comienzos del siglo XX, muestran que eran comunes los estados de éxtasis. Mc Kay (1890), escribiendo sobre el avivamiento, dijo: «Es bien conocido que en Irlanda, fieles y burlones que venían a ver y ridiculizar la obra, eran frecuentemente postrados así, de modo que se convencían y se convertían, y hacían monumentos al poder del Espíritu de Dios. Así fue que el gran despertar de 1859, en Ulster, se conoció como Annus Mirabilis, «el año de las maravillas»».

Dondequiera que se derramara el Espíritu y hubiera un despertar general, se informaba de experiencias de éxtasis o similares en congregaciones presbiterianas, congregacionalistas, bautistas y metodistas por igual, mucho antes de que surgieran las denominaciones pentecostales.

En realidad, los campamentos a los que yo asistía de niña eran marcadamente antipentecostales. Sin embargo, en muchas ocasiones pude ver cómo hombres y mujeres eran derribados por el Espíritu. Pero había una gran diferencia entre esos incidentes y mucho de lo que sucede hoy. ¡Nadie sujetaba a nadie! Era una regla tácita: no se tocaba lo que Dios estaba haciendo. No era necesario atajar; nadie se lastimaba al caer.

Indudablemente, cualquier manifestación genuina de la presencia de Dios es imponente. Pero es pavoroso observar a alguien tratando de manipular a Dios, a una congregación o a individuos, para «demostrar» la presencia y el poder de Dios. Y como la atracción por el éxtasis es tan vieja como la vida, Satanás no tiene problemas para encontrar hombres y mujeres deseosos de cooperar. Una palabra más de cautela. No crea que sólo porque una persona no ha sido empujada, ha sido el Señor el que la hizo caer. Simples fuerzas sicológicas pueden hacer que las personas caigan de espaldas. Aun sin imitar conscientemente la experiencia de otros, es fácil que alguien caiga cuando está ansiando tener experiencias de éxtasis. Muchas de las caídas pueden ser autoinducidas.

Siempre está la posibilidad de que la persona haya sido tocada genuinamente por el Señor. Pero si lo que ocurre es meramente una respuesta física o sicológica, el peligro es que uno crea haber experimentado la realidad divina. Más tarde, este engaño suele producir una aguda confusión espiritual.

En cuanto a aquellos que practican este tipo de engaño, ciertamente se exponen al peor de los errores. La Biblia aclara esto y advierte de un juicio ineludible para aquellos que osen explotar cualquier manifestación divina o que traten de asumir el rol de Dios.

La mayoría de nosotros quiere saber cómo estar seguros de lo que es real y genuino. Francamente, no siempre es fácil separar lo verdadero de lo falso. Acuérdese del pasaje donde Moisés enfrentó al Faraón con la realidad del poder de Jehová cuando arrojó su vara al piso y ésta se transformó inmediatamente en una serpiente escurridiza. Luego, los magos del Faraón no sólo duplicaron este milagro, sino que también pudieron transformar el agua en sangre y hacer que aparecieran sapos de la nada (Éx. 7:8). Aquí tenemos evidencia clara de que los actos sobrenaturales no aseguran nada sobre la relación de una persona con Dios, ni demuestran que Dios sea necesariamente la fuente del poder.

Cuando se trata de cualquier clase de éxtasis espiritual, hay una prueba para ayudarnos a evaluar qué es de Dios y qué no: Lo verdadero, generalmente ocurre espontáneamente; nadie prepara el escenario. Como nos señala un comentarista: «Aquellos [éxtasis espirituales] que no se propagan por contagio y que contienen un fuerte carácter moral, intelectual y emocional son los más inusuales y los más confiables».

Es con renuencia que yo comparto mi propia experiencia sobre estos temas, pues soy consciente de que puede generar expectativas exageradas. No obstante, para aclarar lo que quiero decir, debo contar lo que yo misma he visto.

Luego de una conferencia, mientras oraba por una ex prostituta, ésta se cayó al suelo sin dar aviso. Reconocí la intromisión demoníaca. Hice lo que siempre hago en tal situación: mantuve en alto el señorío de Jesucristo. Arrodillándome al lado de la mujer, declaré a Jesús Señor de señores y Rey de reyes, declaré que Él derrotó a Satanás y a todas sus huestes en el Calvario, que Él era vencedor de toda fuerza del mal que quisiera destruir a esta mujer, y que Jesucristo estaba presente y ningún poder maligno podría permanecer frente a Él. En unos pocos minutos, la mujer fue liberada.

Un hombre que observaba dijo que él también quería ser liberado de un hábito esclavizante.

—Usted puede —le dije—. Usted vio lo que le pasó a ella.

Me refería a la liberación, no a la caída al piso. Pero cuando comencé a orar por él, era tan obvio que quería repetir lo que había visto, que me hubiera mordido la lengua por haberle dado, inconscientemente, la sugerencia de que copiara lo anterior.

Esta experiencia inicial, sumada a las que he visto después, me han hecho más veloz para identificar a los falsos. Ahora me impresiono menos cuando la gente comienza a caer al piso en masa. Trato de evitar el fomento de cualquier manifestación física del Espíritu. Por sobre todo, sé que si una persona es «derribada por el Espíritu» en una forma genuina, no soy yo sino Dios quien ha tocado soberanamente el espíritu de esa persona.

Es un error atribuir el poder al que ministra. La evidencia indica que el poder no viene de una fuerza externa ni es energía que emana del ministro. Más bien, una persona es «derribada en el Espíritu» cuando una «iluminación de Dios» afecta tanto el intelecto y la voluntad que las fuerzas físicas y los sentidos externos son demasiado débiles para soportarlo. Dicho de una manera más simple, es la reacción física de la persona ante la presencia de un Dios santo. Esta es la razón por la cual se evidencian bendiciones especiales del Señor en las reuniones en las que acontecen experiencias genuinas.

HABLAR EN LENGUAS

Hace varios años me encontré con otro problema que ha acosado a los ambientes renovados de la iglesia. Luego de hablar en un almuerzo de señoras tuve que aconsejar a una mujer que lloraba sin control. Cuando le pregunté si tenía alguna carga que quería compartir, movió su cabeza indicando que no. Insistió en que tenía un buen matrimonio, una buena relación con su hijo, ningún problema de salud ni preocupaciones financieras.

Sin embargo, yo sabía que debía haber una razón por la angustia presente en sus ojos y sus sollozos desgarrantes. Le pregunté por su relación con el Señor. ¿Conocía a Jesús como salvador? ¿Había nacido de nuevo realmente? Se mostró confundida. Me dijo que un año atrás un predicador conocido había orado por ella y que ella había hablado en lenguas. Me preguntó si me estaba refiriendo a eso.

La conversación reveló que la mujer no sabía lo que era el arrepentimiento y la regeneración. Había tenido una «experiencia de lenguas», nada más. No tenía ninguna base espiritual. Seguramente el que oró por ella se había ido de lo más campante, jactándose de la cantidad de personas a las que había bautizado con el Espíritu. La realidad es que esa experiencia no había sido una obra del Espíritu Santo.

La confusión surge cuando se equipara cualquier expresión de lenguas con el bautismo del Espíritu Santo. Necesitamos tener en mente que existe un verdadero don de lenguas dado por el Espíritu Santo. Pero también hay lenguas falsas que vienen de Satanás o de uno mismo.

De cualquier forma, una «experiencia en lenguas» que no sea verdaderamente del Espíritu está destinada a crear problemas. He escuchado relatos desgarradores de personas que casi llegaron a un estado de shock mental y emocional por encontrarse en esta situación. La mujer tan segura de que no tenía problemas es un ejemplo. Al hablar más con ella, afloraron temores viejos y arraigados. No sólo necesitaba la salvación, sino también mucha oración, consejos, enseñanza bíblica sana y el apoyo de cristianos espiritualmente maduros para arraigarse en Cristo. Si vemos que el orar en lenguas está acompañado de miedo y confusión, debemos buscar la causa. Ya sea que uno use el castellano o un lenguaje de oración dado por el Espíritu, es absolutamente crucial para la salud emocional y mental que esté entregado completamente al señorío de Cristo. El hacer oraciones iniciadas por el Espíritu Santo y conformes a la voluntad de Dios cuando en realidad estamos empeñados en agradarnos a nosotros mismos, puede crear conflictos internos devastadores.

PAZ PERFECTA

Así como hombres y mujeres pueden ser engañados para aceptar fenómenos religiosos falsos como si fueran verdaderos, también pueden ser confundidos para pensar que Dios es la fuente de toda sensación subjetiva de amor y paz.

En la autobiografía de Agatha Christie encontré un incidente que me aterró por la excelente falsificación de la paz de Dios que hacía Satanás. En el relato de su visita al sepulcro de Sheikh Adi en el norte de Irak, Agatha Christie escribió:

«… subimos caminando por un sendero sinuoso. Era primavera, verde y fresca. Después llegamos al sepulcro de Yezedi. El sosiego del lugar vuelve a mi memoria —el patio adoquinado, la serpiente negra tallada en la pared del sepulcro. Luego el escalón cuidadosamente ubicado por arriba y no sobre el umbral, conduciendo al interior del oscuro santuario. Ahí nos sentamos, en el patio, bajo el suave susurrar de las hojas de un árbol por mucho tiempo. Sabía que los Yezidees eran adoradores demoníacos, y que el Angel Pavorreal, Lucifer, era el objeto de su veneración. Siempre me extraña que los adoradores de Satanás sean los más pacíficos de toda la diversidad de sectas religiosas de esa parte del mundo. Cuando el sol comenzó a bajar, nos alejamos. Había sido una paz completa.»

Al leer esto, pensaba en lo trágico que era que alguien, conscientemente, permitiera a su espíritu mezclarse armoniosamente con el mundo espiritual de los adoradores del diablo. Seguramente, esto abriría las puertas a los espíritus malignos del reino de Satanás.

Aparte de esto, la escena mencionada nos lleva a hacernos una pregunta perturbadora: ¿Pueden ser engañados los cristianos y llevados a pensar que la falsificación de Satanás es la paz de Dios?

Estén seguros de que sí. Vemos la evidencia cuando alguien hace algo que la Biblia condena abiertamente pero, sin embargo, sostiene que debe de estar bien pues al hacerlo sintió una paz perfecta. Obviamente, la persona está engañada, pues según la Biblia la obediencia es esencial si uno quiere conocer la paz de Dios.

Intentando preparar a sus discípulos para su partida, Jesús les dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo» (Jn. 14:27). Aquí Jesús señaló la antítesis entre sus caminos y los del mundo. El mundo ve la paz como la ausencia de aflicción; elimine el estrés y la tensión, la presión y el conflicto, y usted conocerá la paz. Por el contrario, Jesús enseñó que la paz que Él da no depende de las circunstancias, sino que se basa en nuestra relación con Dios. Pablo subrayó esta misma verdad: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro. 5:1). Resulta claro que la paz no es un simple sentimiento; es un hecho.

Por supuesto que es posible que un no-cristiano disfrute de un sentido de serenidad en medio de un contexto tranquilo. Pero si usted y yo estamos en una buena relación con Dios, podemos confiar tranquilamente en sus propósitos, aun cuando todo el mundo esté trastornado.

Las relaciones correctas basadas en el perdón de Dios y en nuestra obediencia nos aseguran tranquilidad interior en medio de los problemas. Esta es la paz verdadera.

Podremos estar momentáneamente aturdidos por los embates de la vida. El Príncipe de Paz nos acompañará en el sufrimiento, la humillación y la angustia. No sólo proveerá seguridad espiritual, sino que nos permitirá marchar fuera del valle cantando vehementemente. «Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento» (2 Co. 2:14).