Los imponderables

por Nydia Fontao de Bedrossian

Dirige hacia la reflexión de que para el sufrimiento que se esté viviendo no estamos capacitados para entenderlo todo, pero sí para enfrentarlo todo.

«Mami, los ojos no me andan», dijo Leandro a su mamá una mañana al despertar. Tenía apenas tres años. Al cumplir su segundo año de vida, se le detectó un tumor cerebral benigno denominado craneofaringioma. Fue sometido a una primera intervención quirúrgica, perdiendo parte de su visión. Pero al cabo de un año, un nuevo avance del tumor le hizo decir esa mañana que sus ojitos no tenían luz.

El día del primer diagnóstico toda la familia vivió un cimbronazo emocional por lo serio y sorpresivo de la situación. Otra intervención quirúrgica (cada una duró cerca de diez horas), y una nueva expectativa. Hoy, Leandro y sus padres viven el día, porque el futuro es incierto en este tipo de enfermedad.

¿Cómo reaccionamos frente a una situación límite?

Ricardo y María de los Ángeles, sus padres, son un conmovedor ejemplo de quien ha construido su vida personal y su hogar sobre la roca: Jesús. Con el poder que sólo viene de Él, están enfrentando el problema y dando vivo testimonio del significado de la fe en la hora de la adversidad. Aun el pequeño Leandro, dotado del don de la música, canta en el hogar, el hospital y el templo alabanzas al Señor. Estremece a quienes le escuchan cuando entona con sus cinco años: «Sendas Dios hará donde piensas que no hay. Él obra en maneras que no podemos entender» o «Dios tiene un plan para ti, un plan para mí». Conversando acerca de una nueva consulta médica, la joven madre decía: «No estoy preocupada. He dejado todo en las manos del Señor. Vivo día por día, y los vivo en fe».

He aquí la respuesta para enfrentar un suceso inesperado, absolutamente insospechado.

Pero alguien podría decir aquí: hay cosas peores que la enfermedad y aun hay algunas peores que la muerte. Es muy duro tomar conciencia un determinado día que un hijo se ha transformado en homosexual, o que consume drogas, o que ha cometido una estafa y está o estará entre rejas, o que ha decidido irse a vivir en pareja sin respetar el orden divino para el matrimonio, o un embarazo ilegítimo, o un aborto, o una decisión de divorcio, o que vive engañando. Y qué duro también cuando un hijo que ha conocido al Señor se decide por un cónyuge no creyente, y peor aún cuando él mismo se aparta del evangelio. Y qué decir cuando hay una muerte accidental o súbita o tal vez algún suicidio en la familia, y en un instante el ser querido ya no está a nuestro lado. ¡Cuántos imponderables!

Lo incomprensible

La dura realidad, vista desde nuestra perspectiva humana, nos lleva a preguntarnos: ¿por qué? y no hay respuesta. Aun el Señor Jesús, en sus momentos más duros en la cruz, exclamó desde el fondo de su dolor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»

El silencio de Dios levanta en nosotros muchos interrogantes. No hay sentido en lo que nos sucede; más aún, creemos que no es justo. En momentos como estos, en los cuales nos sentimos en medio de una encrucijada y se apodera de nosotros el desconcierto, tendemos a preguntarnos: ¿En qué nos ayuda a bien la tragedia? En alguna ocasion he tenido la absurda audacia de buscar explicación a hechos que no la tienen, como por ejemplo, el día en que pretendí consolar a una amiga ante la muerte insospechada de su hija, con un argumento ridículo.

Dice el doctor James Dobson, prestigioso consejero cristiano: «…es mejor reconocer que se nos ha dado muy poca información como para que podamos explicar las causas de todas las aflicciones que experimentamos en un mundo imperfecto y afectado por el pecado. Tendremos que esperar para poder tener esa comprensión hasta que venga nuestro Señor soberano, quien nos ha prometido dejar en claro todas las cosas y poner fin a toda injusticia» 1.

No estamos capacitados para entenderlo todo, pero si para enfrentarlo todo si reconocemos que «las cosas secretas pertenecen a Dios», pero que también en ese Dios están el amor que nos rodea y el poder que nos auxilia.

[NOTA AL PIE] 1 Dobson, James, Cuando lo que Dios hace no tiene sentido (Miami, Unilit, 1993), p. 44.

El doctor Leon Jaworsky, abogado cristiano que actuó como fiscal en el caso Watergate, cuenta en su libro Encrucijadas cómo la fortaleza de Dios le sostuvo en una larga trayectoria de experiencias críticas. Una de ellas fue la muerte por accidente de un nieto que era su compañero en horas de esparcimiento: «Di gracias a Dios por aquellas benditas memorias que continuarían enriqueciendo mi vida. En vez de dudar de Dios, de nuevo volví a apreciarle como el Padre amante y conocedor de todo, cuyos planes podemos ver ahora oscuramente, como a través de un cristal; pero que algún día veremos luminosos y claros».

Ignoraba este abuelo que en un futuro cercano el nieto que siguió al otro como compañero de aventuras, también encontraría la muerte en un accidente de motocicleta.

Recordó las palabras de Rabindranath Tagore: «La muerte no es extinguir la luz, sino solamente apagar la lámpara porque el alba ha llegado». Y agregó: «En vez de objetar los propósitos de Dios, ahora los acepto como su plan para todos nosotros. ¿Acaso no se llevó también a su Hijo a una edad temprana?

Sé que habrá más encrucijadas en el futuro. Con la guía del Señor y su apoyo, las afrontaré lo mejor que pueda. Y pase lo que pase, sólo puedo decir: por todo lo pasado… y a todo lo futuro… gracias, sí.»

La lectura de los héroes de la fe en Hebreos capítulo 11 evidencia claramente que personas que expusieron su vida por Jesucristo en la misma medida, tuvieron finales opuestos.

Unos por fe «conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, sofocaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerzas de la debilidad, se hicieron poderosos en batalla y pusieron en fuga los ejércitos de los extranjeros. Mujeres recibieron por resurrección a sus muertos. Unos fueron torturados sin esperar ser rescatados, para obtener una resurrección mejor. Otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados. El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos estos, aunque recibieron buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa» (Hebreos 11:33-39).

¿Puede la lógica humana entender esto? No. Solamente podremos aceptarlo a la luz de la Palabra de Dios.

Testimonio

Hace algunos años llegó a mis manos un libro titulado Favor Divino, cuya autora es Mary Craig. Había formado un hogar feliz y su vida se desarrollaba en un ambiente tranquilo junto a su esposo y un hijito. Su temor (todas las madres tenemos alguno) era tener un hijo diferente. La vida no le dio uno, sino dos. El primero de ellos con una patología poco común que concitó el interés de equipos médicos interdisciplinarios. Su desesperación llegó al punto de, siendo creyente, enojarse, decir palabras injuriantes contra Dios y luego clamar: «Si en verdad existes, muéstrame una salida». En cierto momento de locura y desesperación, su madre, que había pasado por duros y crueles sufrimientos, y quien, según Mary Craig, nunca permitió que una sombra de duda debilitara su fe, le dijo: «Dios ofrece la espalda que requiere la carga». Recuperó la fe y dedicó parte de su vida a servir a otros en peor situación.

Al nacer un segundo hijo, con síndrome de Down, a punto de tocar fondo, ya sin reservas emocionales para soportarlo, recordó claramente algunas palabras que había leído una vez: «Nuestra tragedia no es el sufrimiento, sino desperdiciar ese sufrimiento. Desperdiciamos la oportunidad de crecer hacia la compasión». En ese momento vivió una experiencia que la marcó. Sintió que la sostenían con firmeza y una voz en su interior le decía: «Hay una forma de salir de esto, pero debes hallarla fuera de ti misma. Recuerda que estoy aquí, en la oscuridad. Nunca estás sola».

Jesus es también la respuesta ante la crisis que produce lo imponderable

Él ha enviado su Espíritu Santo Consolador, Ayudador, y cuando nos sometemos a la soberanía de Dios, su amor nos envuelve de tal manera, que nuestra experiencia, aunque con las marcas del sufrimiento, termina en victoria. Sus promesas son fieles y verdaderas. Dice la Escritura: «Porque todas las promesas de Dios son en el «sí»; y por tanto, también por medio de él, decimos «amén» a Dios» (2 Corintios 1:20).

Renovemos nuestra confianza en el Señor Jesús recordando su invitación: «Venid a mí, todos los que estais fatigados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28).

Tomado de Familias sanas en un mundo enfermo de Nydia Fontao de Bedrossian, Casa Bautista de Publicaciones, 1997