Los pastores somos personas: Conservemos viva nuestra alma

por Dr. Howard Rice

Quiero hacer hincapié en el peligro de la vocación espiritual. Me temo que este artículo va a sonar como malas noticias, pero creo que podemos traer sanidad para nuestra vocación si conocemos los principados y potestades que pueden venir a distraernos de nuestro llamamiento.

Quiero hacer hincapié en el peligro de la vocación espiritual. Me temo que este artículo va a sonar como malas noticias, pero creo que podemos traer sanidad para nuestra vocación si conocemos los principados y potestades que pueden venir a distraernos de nuestro llamamiento.



A veces la profesión del ministerio no ha fortalecido la fe de aquellos llamados a esta vocación. La vocación pastoral les ha llevado a ser inmunes al mismo evangelio que han proclamado. Palabras como evangelio, perdón y nueva vida parece como si solamente tuvieran aplicación para los miembros, pero no para los pastores. La experiencia trágica de tantos ministros es suficientemente común para hacer que muchos pastores se pregunten: ¿Soy inmune a esta enfermedad que destruye a tantos de mis compañeros?



Los problemas que enfrentan los ministros



Muchos pastores hablan acerca de la dificultad que tienen en su adoración personal de Dios. Los pastores dirigimos la adoración y, no obstante, nosotros mismos tenemos problemas en adorar. Actividades tales como la oración y la lectura reflexiva de las Escrituras pueden haber llegado a convertirse en simples herramientas de trabajo hasta el punto de que estas disciplinas espirituales ya no alimentan el alma de los pastores. Los pastores pueden verse a sí mismos que cumplen correctamente con los requerimientos de la fe y hablan mucho acerca de ello, pero están inseguros sobre sus verdaderas creencias. Rebajar lo sagrado es difícil de evitar, si lo que recomendamos a otros no es una fuente de temor reverencial en nuestra vida personal. Uno de los problemas más graves de la práctica del ministerio es la incapacidad de los pastores de recibir sustento de las prácticas que son normativas para otros cristianos.



Todos los pastores necesitan hacer provisión para su propia necesidad de adoración. Asistir a una iglesia de otra denominación que difiere bastante de la nuestra despierta menos la facultad critica porque tenemos menos información y experiencia, y es mucho menos probable que critiquemos lo que es nuevo y diferente. Los ministros evangélicos que asisten a cultos religiosos de tipo monástico de una comunidad religiosa descubren que el culto difiere bastante de lo que requiere aprender cosas nuevas, y las horas de los cultos permiten que el pastor pueda acomodar su propio horario y asistir.



El ministerio pastoral demanda mucho de los que lo practican. Los ministros con muchos años de experiencia dicen que el ministerio ya no resulta tan atractivo. Las luchas internas de las iglesias parecen ser cada vez más frecuentes y venenosas. Muchas congregaciones son lugares de considerable conflicto. Los pastores a menudo son arrastrados al centro del conflicto y todos los grupos les culpan de lo que anda mal. El nivel de estrés para los pastores es alto; el precio por mantener la paz entre las partes en guerra demanda mucha energía. Los ministros también lidian con personas muy problemáticas de manera regular. Los pastores son los primeros en ser buscados por los que son incapaces o no están dispuestos a tratar con psicólogos y psiquiatras, bien porque no pueden afrontar los gatos o porque temen las consecuencias de verse enredados en el sistema. De manera que a todos los niveles, institucional y personal, los pastores se ven involucrados en actividades de mucho estrés.



Las congregaciones hoy esperan que los ministros vayan más allá de las tareas tradicionales de predicar, dirigir la adoración y pastorear a los enfermos y enlutados. Esperan que el pastor sea un experto en manejar los conflictos, un evangelista que atraiga nuevos miembros -especialmente jóvenes y familias acomodadas- y alguien que de alguna manera sepa manejar los asuntos espirituales y temporales de la congregación, además de predicar sermones inspiradores y prestar atención a las necesidades personales de los miembros de la iglesia.



En la mayoría de las congregaciones, cualquiera que sea la forma de gobierno de la denominación, los miembros pueden intentar deshacerse del pastor con cuidadosa planificación, hábil organización y trabajo duro. Unos pocos laicos muy dedicados parecen estar especializados en la práctica de destruir pastores. Estas personas, a quienes G. Lloyd Rediger ha llamado «mata pastores», operan con eficacia en muchas congregaciones. «Los mata pastores típicamente tienen un poder intimidante porque están dispuestos a violar las normas del decoro y del amor que los demás tratamos de seguir. Esto es poderoso en un nivel subconsciente porque sentimos que tales personas están dispuestas a intensificar la pelea y usar tácticas que no nos permitimos a nosotros mismos»1



El éxito incrementa su apetito por más. Su actividad no es completamente consciente; los que se involucran en maltratar a los pastores pueden hacerlo por razones que están más allá de su comprensión. Lo que ellos saben es que el pastor los ha desilusionado. Para ellos es un perezoso o incompetente; está hambriento de poder o es irresponsable; actúa con favoritismo o es distante; es desorganizado o rígido. En resumen, el pastor no puede satisfacerlos.



Los enfrentamientos con estos «mata pastores» hacen que el pastor se vuelva desconfiado y amargado. Tanto la suspicacia como la amargura son enfermedades espirituales que dañan el espíritu. Los pastores profundamente heridos se hacen susceptibles, y la práctica del ministerio los destruye. Dañados espiritualmente quedan desilusionados y cínicos en cuanto a los altos ideales que tuvieron al comienzo de su ministerio pastoral. Los espíritus dañados pueden buscar venganza contra los que los han dañado o en contra de los miembros en general. El cinismo entre los ministros puede llevarlos a aprovecharse de aquellos miembros de iglesia que acuden a ellos confiadamente.



Además de descuidar nuestra salud espiritual, los pastores podemos descuidar o maltratar nuestro cuerpo como consecuencia del estrés que se crea al tratar con altos niveles de conflicto. Podemos ignorar las señales que nuestro cuerpo emite por el descanso tan necesario y seguir adelante hasta que las señales del estrés aparecen como una de varias enfermedades graves. En el fondo, el problema del ministerio pastoral es un problema espiritual. Todo pastor necesita estar preparado para los días malos cuando las defensas están bajas, cuando nuestra fe parece como un sueño tonto, cuando la vida está profundamente desilusionada; necesita vivir de tal manera que nutra la fe como alimento del alma; necesita ponerse toda la armadura de Dios como un escudo en contra del veneno espiritual de la amargura, el cinismo, la desesperación, la duda en cuanto a sí mismo y la incredulidad.



Fuentes de ayuda y apoyo



La práctica regular de las disciplinas espirituales protege a las personas de la tendencia a agotarse a sí mismas y sus recursos espirituales. Estas prácticas pueden ayudar a los pastores a no quemarse con la correspondiente pérdida de energía. Algunos pastores evidencian el agotamiento yendo a través de la rutina sin ninguna clase de pasión. Se sienten vacíos de inspiración por causa de ideales que quedaron comprometidos y por el rechazo de planes excelentes a manos de congregaciones poco dispuestas al cambio. Prestarle atención regular al cuidado de nuestra propia alma no es opcional para los pastores; puede ser el único camino para continuar con la práctica del ministerio sin perder nuestra alma en el proceso.



Todo pastor necesita a alguien que pueda servir como mentor o guía sabio. La obra del ministerio es demasiado peligrosa para hacerla por uno mismo. Nuestro individualismo tan altamente valorado lo estamos pagando caro; el precio que pagamos por nuestra libertad es soledad y aislamiento. Muchos pastores no tienen a nadie a quien volverse para consejo, corrección o ánimo. No se atreven a hablar de sus más íntimas necesidades y deseos con aquellos de dentro de la congregación por temor a destruir la relación pastoral. Puede que tampoco hablen de corazón con los dirigentes de la estructura denominacional por temor de que no saquen buena opinión de él y lo pasen por alto en las promociones. Quizá que no confíen en sus colegas en el ministerio por temor a no parecer fuerte y respetable por amor de la congregación en la que sirven. Sus cónyuges no pueden llevar todo el peso de la responsabilidad de aconsejarlos y apoyarlos.



Todos los que hemos perdido el sentido de lo santo porque tocamos las cosas santas todo el tiempo puede que necesitemos una persona neutra que nos ayude a reencontrar el camino de un descubrimiento continuo de la presencia de Dios en nuestra vida. La mayoría de los pastores necesitan encontrar un director espiritual que esté dispuesto a ayudarlos a mantenerse espiritualmente vivos. El director espiritual puede asistir al pastor a tratar con los asuntos de fe y dudas, con cuestiones de estrés y amargura; puede ser la persona que le ayuda a mantener viva su fe en los días más oscuros. Sobre todo, el director espiritual es alguien ante quien el pastor es responsable. Saber que somos responsables ante alguien por nuestras acciones y pensamientos puede evitar que los hábitos de amargura y cinismo lleguen a arraigarse.



Los terapeutas también sirven como personas valiosas en la vida de los pastores. El terapeuta puede ser el especialista a quien el pastor se atreva a decirle la verdad acerca de sí mismo. Pero a menos que el terapeuta sea una persona de fe, quizás esté mal equipado para ayudar al pastor con cuestiones de fe y dudas, y asuntos personales como la sexualidad, el poder, la autoridad y la competencia. Junto con un terapeuta, un director espiritual puede ayudar al pastor a trabajar con asuntos que tienen que ver con cuestiones de fe personal, relacionados con el sentido del llamamiento de Dios, el sentido de la presencia continua de Dios, la práctica de la oración, fortalecimiento de la vida interior para resistir el poder del cinismo.



Muchos pastores tienen dificultades para encontrar a alguien a quien puedan acudir de forma regular. Dejados a nuestros propios recursos, somos incapaces de reconocer nuestras propias heridas, y mucho menos sanarlas. Podemos ser nuestro peor consejero y, no obstante, eso es lo que tratan de hacer un gran número de pastores. Debido a que estamos capacitados para ayudar a otras personas, creemos que no necesitamos la ayuda de nadie. Puede incluso suceder que creamos que buscar ayuda es una manifestación de falta de fe. De manera que nos seguimos esforzando hasta que caemos aplastados por la carga.



Los pastores aislados geográficamente de fuentes de ayuda pueden haber creado sus propias relaciones de ayuda por medio del teléfono o del correo electrónico. Es posible formar un pequeño grupo de pastores u otros profesionales en la comunidad que pueden ser capaces de ser honrados unos con otros, que pueden mantener confidencias, y que están relativamente libres de la necesidad de ser mejores que sus compañeros. Este grupo de apoyo puede proveer una fuente significativa de fortaleza espiritual para los miembros siempre y cuando trabajen juntos por un tiempo para edificar la necesaria confianza.



El examen y reconocimiento de uno mismo



Además de estas relaciones, los pastores debemos aceptar la responsabilidad de mantener nuestra propia fe como una disciplina personal. Los pastores no pueden evitar el esfuerzo que la disciplina personal trae consigo, aunque parece que resulta más difícil para algunos que para otros y, por supuesto, los métodos de mantener la disciplina espiritual varía de persona a persona. Con la ayuda de amigos confiables, podemos llegar a vernos a nosotros mismos con honestidad y descubrir tanto nuestras cosas buenas como nuestras debilidades potenciales.



Ser conscientes de cómo crecemos y llegar a ser lo mejor que podemos ser es importante; solamente entonces podremos practicar aquellas disciplinas que nos serán más beneficiosas. Por ejemplo, si necesitamos estar a solas para recargar las baterías después de habernos gastado ministrando a otros, necesitamos entonces establecer un tiempo regular de retiro -tan a menudo como una tarde a la semana o al menos un día al mes- para irnos a nuestro aposento alto como un lugar de refugio para quietud y aislamiento. Este tiempo apartado es tiempo con Dios, tiempo del alma, tiempo sagrado. Sin silencio muchas personas se sentirán rápidamente vaciados de energía espiritual. Otros pueden encontrar esos períodos pesados; quizá necesiten tiempo para ellos de vez en cuando, pero el retiro no es su medio principal de crecimiento espiritual. Estos pastores crecen mejor en grupos de estudio donde pueden intercambiar ideas, orar juntos y ser inspirados por otros. Otros, por el contrario, pueden crecer mediante actividades de ejercicio físico como trabajar en el jardín, escalar montañas o alguna otra actividad así.



Establecer nuestras prioridades requiere un cierto grado de conocimiento propio. Intentar forzarnos a nosotros mismos en el uso de una disciplina inapropiada o que no nos ayuda a desarrollarnos al máximo puede perjudicarnos. De la misma manera, conocer nuestras debilidades y así saber cuál es la fuente de nuestra mayor tentación es muy importante. Este conocimiento nos permite protegernos a nosotros mismos de algunas tentaciones sutiles. Las tentaciones vienen probablemente de necesidades insatisfechas, de heridas no curadas, de dudas no resueltas y de falta de claridad en ciertos asuntos. Comprendernos a nosotros mismos es crucial para cualquier forma de discernimiento sobre lo bueno y lo malo. Aprendemos al menos tanto de nuestras debilidades como de nuestras fortalezas.



Si, por ejemplo, nuestro punto débil es la necesidad de aprobación de parte de otros a causa de que recibimos poca aprobación de nuestros padres, nuestra mayor tentación para comprometer principios puede venir de nuestros esfuerzos de obtener esa aprobación. Podemos aprender la terrible verdad de que haremos casi cualquier cosa para ganar esa aprobación, incluso romper la confidencia o mentir.



Nuestra debilidad puede ser un concepto pobre de nosotros mismos. La herida es causada por nuestra falla en honrar o celebrar la singularidad de nuestro ser dado por Dios. En realidad no creemos en nuestras propias palabras acerca del perdón y nueva vida. Podemos pensar que estas palabras se aplican a otros, pero no a nosotros. Necesitamos que otras personas nos apuntalen. Si esta es nuestra debilidad, somos vulnerables a la crítica porque tendemos a creer casi todo lo negativo que otros digan. Muchos pastores permanecen casi incapaces de escuchar elogios mientras que incluso una insinuación de crítica los hundirá en profunda depresión. Debido a que el ministerio pastoral es a menudo objeto de crítica, cualquier pastor que no pueda manejar la crítica puede pasar mucho tiempo deprimido y en dudas acerca de si su llamamiento procede realmente de Dios. Cada punto débil lleva a su propio fin destructivo.



Ambas formas de conocimiento -el conocimiento de lo que nos nutre y de lo que nos tienta- son importantes. Al conocerlas podemos participar en aquellas actividades que avivan y que elevan nuestro ministerio. Mientras que evitamos aquellas cosas que nos hunden y nos destruyen.



Los pastores pueden, dentro de ciertos límites, cambiar sus prioridades en formas que produzcan el máximo de satisfacción personal. A menudo pasamos demasiado tiempo involucrados en actividades agotadoras mientras que descuidamos aquellas otras que nos fortalecen. Solamente aquellas actividades que alimentan el alma nos van a mantener vivos espiritualmente.



Los pastores pueden considerar el discutir y negociar con el consejo de diáconos o con la iglesia maneras de cultivar nuestros puntos fuertes. Si el tiempo de lectura y reflexión nos es de gran ayuda, podemos interpretar ese hecho a los líderes y a la congregación. Esa actividad no es un escape de nuestras responsabilidades a menos que se lleve a un extremo; sino que es una manera de conservarnos a nosotros mismos vivos a fin de que otras áreas del trabajo pastoral se beneficien. A veces los pastores usan el tiempo de estudio como una excusa para evitar tratar con las personas, pero la mayor parte de los ministros se beneficiarían de más tiempo de estudio. La meta es encontrar un equilibrio apropiado en la vida. Los que viven con base en sus valores positivos son gente feliz. Los pastores felices pueden darse a sí mismos sin amargarse o agotarse.



Tomado y adaptado de El pastor como guía espiritual de Howard Rice, Editorial Portavoz.


NOTA



1 G. Lloyd Rediger, «Clergy Killers» (Mata pastores), The Clergy frumal, Agosto 1993, p.7.