Biblia

Los siete días olvidados

Los siete días olvidados

por Paul Shaw

¿Esto del medio ambiente será porque ya destruimos la mitad?

Hace aproximadamente seis años, Dios me regaló la oportunidad de viajar a EE.UU. para asistir a una conferencia sobre misiones. Entre las actividades previas a la conferencia, se incluyó una breve reflexión sobre un pasaje que nos daban a elegir de una lista. Prácticamente todos los textos hablaban acerca de nuestro rol de plantar la semilla, de ser luz, de enseñar el evangelio, pero uno de ellos llamó mi atención. Este era del primer capítulo de Génesis, ¡y parecía más un error de tipeo que un pasaje para una conferencia cuyo lema rezaba «Somos las semillas»! Por nada me imaginaba que este pasaje influenciaría mi decisión de inscribirme, a fin de ese mismo año, en el programa de Licenciatura en Ciencias Ambientales. La obra de arte de Dios En Génesis 1.1–2.3 el autor bíblico nos relata la obra creadora de Dios, obra que Él mismo aprobó: «vio que era bueno en gran manera» (1.31). Imagine por unos instantes esta situación: Dios acaba de culminar el sexto día, en el cual creó al hombre; y como buen artista, se alejó un poco de su óleo para contemplar lo creado hasta el momento. «¡Bueno en gran manera!» Si pensamos en lo que significa algo bueno para un Ser perfecto, empezamos a entender la magnitud y hermosura de la obra de Dios en esos días. La verdad de cuán buena es la creación de Dios no es nueva para nosotros. Si deja la computadora un segundo y mira por la ventana, seguramente va a poder constatar, en mayor o menor medida, la belleza de la creación de Dios. Numerosos salmos muestran a su autor maravillándose de la creación de Dios y, más importante aún, glorificando al Creador por su obra. (Vea, por ejemplo, los salmos 8; 19.1 y 33.1–12.) Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia todo esto? Prestemos atención al versículo 28. Después de crear al hombre y a la mujer, Dios les da el mandato de llenar la tierra y sojuzgarla, de dominar los seres vivientes que se mueven sobre ella. Este dominio puede parecer un poco fuerte para nuestra sociedad moderna en la que los derechos del animal son un tema protagónico, pero lo cierto es que Dios estableció al hombre como administrador sobre todo lo que había creado. Lo cierto es que Dios estableció al hombre como administrador sobre todo lo que había creado. Si seguimos la lectura en el segundo relato de la creación (2.4–25), observamos que Dios ubicó al hombre en el Edén «para que lo cultivara y cuidara» (2.15) y le trajo a Adán todos los animales para que les diera nombre. En las Escrituras, esta acción de darle nombre# a algo o a alguien presupone una autoridad delegada sobre aquello que le asigna nombre. Pero a la vez resulta relevante destacar que cuando Dios levanta a un líder es para servir a aquellos que ha dejado bajo su autoridad. No se trata de autoritarismo ni despotismo, sino de servicio. El ejemplo perfecto de esta verdad lo encarnó el propio Cristo (Mt 20.25–28). En el caso puntual que estamos analizando, la relación entre el hombre y el resto de la creación, esa autoridad implica cuidar la obra de Dios. El problema del pecado Sin embargo, con la entrada del pecado al mundo y el desorden resultante, toda la creación de Dios y sus designios originales se tergiversaron (vea Ro 8.18–23). Así, la idea original de sojuzgar, que encierra los conceptos de cuidar y cultivar lo que Dios le entregó al hombre, se transformó en usurpar, usar de una manera egocéntrica y sin pensar en los daños o molestias que nuestras actitudes puedan acarrearle al otro. Los ejemplos de la actualidad son numerosos. Podemos mencionar a las industrias contaminantes del primer mundo que no se ajustan a las normativas exigentes de sus propios países, cuyos propietarios prefieren instalarlas en países de menor desarrollo, pues en ellos resulta menos sancionada la contaminación. Podemos referirnos al uso abusivo de los recursos para aumentar ese índice tan mentiroso del sistema capitalista imperante, el Producto Bruto Interno (PBI). Desgraciadamente, lo que no toma en cuenta este indicador son los medios con los que un país logra la riqueza. No importa si para aumentar el PBI se requirió devastar el Amazonas, sobrecargar de cabezas de ganado las hectáreas o sembrar soja en todo el territorio del país, a pesar del empobrecimiento de la calidad del suelo. Tampoco se considera que ese incremento actual de los ingresos no sea totalmente sustentable en el tiempo. ¿Qué haremos cuándo el suelo no responda a nuestras necesidades de cultivo, cuando el viento y el agua hayan erosionado todas las tierras cultivables y cuando ya no existan los frondosos bosques que cumplen funciones vitales dentro de los ecosistemas? El mismo neoliberalismo promete la panacea: la tecnología encontrará respuesta a esos problemas; no nos preocupemos ahora por eso. Tampoco hace falta ir tan lejos para encontrar ejemplos de malas prácticas ambientales. ¿Quién no ha visto a alguien tirar un papel en la calle, alguno que otro OBNI (Objeto de Basura No Identificado) pasando por la ventanilla del auto en el que uno viajaba disfrutando del paisaje? ¿Cuántos de nosotros dejamos que corra el agua mientras nos lavamos los dientes, afeitamos o realizamos alguna otra actividad? Claro, es que en muchas de nuestras ciudades el agua abunda, pero, ¿qué pasa con muchos países africanos, con China, con Israel? En el curso de la carrera, me di cuenta de algo que en realidad ya sabía: los problemas ambientales también se reducen al problema fundamental del hombre: el pecado. Lo que subyace en nuestra falta de cuidado del ambiente es el egocentrismo «La tragedia de los comunes», como se ha dado en llamar. Cuando aparece algo que es de todos y no es de nadie, no se cuida, justamente porque no es mío. Me pregunto quién dejaría un pañal sucio en el living; yo los he visto en las orillas de lagos hermosos en el sur de nuestro país. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales Ha surgido otro postulado moderno que constituye una amenaza para el ambiente: el sistema neoliberal considera a los recursos como inagotables o, en su defecto, sustituibles por otros. Sostiene que la tierra goza una capacidad infinita de asimilar los residuos y desechos generados. Así se justifica la producción masiva, en busca del aumento de la disponibilidad de productos y servicios para el consumidor, sin tomar en cuenta las necesidades reales de la sociedad. La solución para la pobreza planteada por los países desarrollados es que los subdesarrollados alcancen su desarrollo en igual medida que los países del primer mundo. El problema es que los recursos son finitos y el sistema colapsaría si toda la población mundial viviera según el nivel de las sociedades desarrolladas. ¿Cuándo dejaremos de considerar el desarrollo como sinónimo de acumulación de bienes? La dificultad estriba en que la única solución a esta cuestión es una redistribución de recursos y un cambio en nuestros estilos de vida. La única solución a esta cuestión es una redistribución de recursos y un cambio en nuestros estilos de vida ¿Pero cómo?, ¿Dios falló en su creación? De ninguna manera. Existen procesos naturales de regeneración y asimilación que funcionan a la perfección. Así han funcionado a lo largo de millones de años. Pero no están diseñados para soportar una sociedad que solo piensa en atesorar más y más, en una sociedad que genera más y más residuos, en una sociedad que cada vez le importan menos las consecuencias de su accionar. ¿Será sustituible el placer indescriptible de disfrutar un paisaje, de ver un oso panda sentado comiendo bambú, de nadar en aguas cristalinas, de respirar el aire puro? Creo que no. Sucede que nuestra sociedad se rige por una nueva máxima: dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Nuestra responsabilidad Es hora de que volvamos a asumir esa responsabilidad original que Dios nos dio a los seres humanos y empecemos a cuidar lo que él creó. No es necesario buscar grandes justificativos para esto, ya que, como explicamos más arriba, Dios nos dio como mandato sojuzgar la tierra. Este cuidado de la creación de Dios tiene que repercutir en nuestras acciones puntuales. Debemos practicar lo que creemos y pensamos. En lo personal, opino que esta misión de cuidar y cultivar el Edén está intrínsecamente relacionada con el resumen que Jesús ofreció de los diez mandamientos: Y Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mateo 22.36–39 Cuidemos la hermosura de la creación. En primer lugar, por amor a Dios; en segundo lugar, por amor a nuestro prójimo. No sé si a ti, pero a mí me gustaría que mis nietos vean el Amazonas… Preguntas para estudiar el texto en grupo

  • Desde la perspectiva de Génesis 2.4–25, ¿como hijos de Dios, cuál es nuestra responsabilidad con el ambiente?
  • En su opinión, ¿hasta donde su iglesia está contribuyendo a la conservación de nuestro medio?, ¿qué medidas convendría tomar para operar un cambio significativo en nuestro compromiso de ser fieles a la voluntad de Dios dentro de la comunidad en que vivimos?
  • ¿Cuál es la participación del pecado en el deterioro de nuestro ambiente? Explique.
  • ¿Cuáles pecados que hayan contribuido al deterioro ambiental puede identificar en usted?
  • Mencione algunos postulados del neoliberalismo que son realmente una amenaza para el ambiente. Identifique algunos por los que usted se haya guiado y evalúelo en grupo.
  • Proponga maneras de combatirlo con prácticas puntuales del cuidado de la creación de Dios.
  • Si el desarrollo no es sinónimo de la acumulación de bienes, ¿cómo lo definiría usted desde la perspectiva de nuestra responsabilidad de administradores de la creación?

El autor (paulewenshaw@gmail.com), nacido en Escocia, es Licenciado en Ciencias Ambientales. Trabaja para el Instituto Geográfico Nacional. En la actualidad reside, junto a su esposa Marcela, en Buenos Aires, Argentina.