Lucas 10,21-24 – profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven

Texto del evangelio Lc 10,21-24 – profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven

21. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
22. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
23. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven!
24. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.»

Reflexión: Lc 10,21-24

El Señor es infinitamente misericordioso. Se solidariza con todos los que sufren, con los humildes, con los desplazados, con los segregados por cualquier motivo. No tolera las diferencias que artificialmente vamos creando, sin ningún otro motivo que la soberbia, la vanidad y la codicia. Por eso se alegra muy profundamente y se llena de gozo en el Espíritu Santo al constatar que Dios ha querido revelarse a los simples, a los pequeños, a los humildes, a los despreciados de la sociedad; a los que generalmente no tenemos en cuenta. ¿Cuántas veces pasa que entramos a una habitación y como no encontramos a quien esperábamos o no se encuentra el jefe o la persona distinguida que queríamos, decimos que no hay nadie, cuando en realidad hay posiblemente unas cuantas personas humildes o algunos niños…los ninguneamos con el mayor descaro. Si no encontramos a las personas que prefiguramos en un auditorio, sentenciamos con total subjetividad: no hay nadie, cuando es posible que esté casi lleno, pero no son las caras que deseábamos encontrar. ¡Qué distintos son los criterios y sentimientos del Señor, tal como podemos apreciar! Él se alegra que Dios se haya fijado precisamente en los humildes, en los tenidos por ignorantes o por poca cosa. Él se acerca y saluda efusivamente a aquellos que muchos de nosotros miraríamos por encima del hombro o simplemente haríamos como que no existieran. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

Tenemos que prestar atención y aprender que los criterios del Señor no concuerdan con los del mundo, con los que estamos habituados a aplicar, con los que rigen nuestro comportamiento, incluso de forma automática. Desde los primeros pasos, desde que empezamos a aproximarnos a Jesús, constataremos que su pensamiento es totalmente distinto. No tenemos mayores coincidencias, lo que nos debe llevar a cuestionarnos en todo aquello que representan nuestros valores y nuestras metas en la vida. Seguramente están mal formuladas. Mientras que nosotros hemos aprendido a ponderar en demasía las riquezas y juzgamos a las personas en función del éxito material, político o social que pueden exhibir, para el Señor estos no tienen ninguna importancia, es más, los rechaza, porque el ve nuestros corazones y sabe que ellos nos conducen al egoísmo, al hedonismo, a la soberbia, a la avaricia, a la injusticia y la desigualdad, todos los cuales no hacen nada más que perdernos y hundirnos en el infierno. Hemos sido creados por Dios Padre para alabarle y servirle, para amarle y amarnos los unos a los otros y así, salvar nuestras almas. Para enseñarnos este Camino ha venido el Señor, enviado por el Padre. Porque Él ha querido que vivamos eternamente, lo que solo será posible si seguimos el Camino que Jesús nos propone, que es el Camino del Amor. Lo que no nos lleva al amor, nos lleva a la destrucción y a la muerte. No hay caminos intermedios; no hay otras alternativas. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

Dios ha querido revelar esta Verdad a los sencillos, a los pobres, a los marginados, a los despreciados de este mundo, porque de ellos y de los que son como niños es el Reino de los cielos. ¿Por qué? Porque el amor es el ingrediente imprescindible, primordial, sin el cual la vida no hubiera existido jamás y son los desposeídos, los simples, los sencillos, los inocentes, los que no tienen nada, los que pueden percibir con mayor fuerza la Gracia incomparable del Amor, que se da íntegramente y sin medida, sin esperar nada a cambio. Quien es capaz de tomar conciencia de todo lo que recibe, sin tener nada que ofrecer a cambio, se maravilla y se rinde ante el amor. El pobre, el desvalido, aquilata cada gramo, porque sabe que no tiene con qué corresponderlo y se reconoce modestamente indigno de recibir Gracia tan grande. En cambio, el que tiene mucho, el que tiene riquezas, propiedades, ciencia o saber, confía en ellas y cree que todo lo consigue con su esfuerzo, con lo que tienen y por lo tanto lo merece y menosprecia lo que recibe gratis, porque lo considera poco o al alcance de su riqueza. Tarde se da cuenta que todo lo que tiene no le sirve de nada, que con todo ello no puede comprar lo que le ha sido dado Gratis por Dios. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

Dios ha querido revelarse a los más pobres entre los pobres, en un pueblito olvidado de Israel, dominado por el Imperio Romano, cuando nadie hubiera dado un céntimo por cualquiera que saliera de Nazareth. Esta es una realidad objetiva sobre la que hoy debemos reflexionar. La piedra que descartaron los constructores se ha convertido en la piedra angular. Dios lo ha hecho posible. Los criterios de Dios son totalmente distintos a los de los hombres. Él está atento y se fija en aquello que despreciamos. Ello debe ponernos en guardia si lo que queremos es seguir a Jesús y agradar a Dios. No será posible si no somos capaces de trocar nuestros valores mundanos, asumiendo los que nos propone el Señor. En vez de poner las riquezas y el dinero en el centro, hemos de poner el amor, solo entonces seremos capaces de empezar a construir la ansiada civilización del amor. El Reino de Dios está cerca. Solo son capaces de sentirlo así aquellos a los que Dios se Revela. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

Oremos:

Padre Santo, te damos gracias por habernos enviado a Jesús y por permitirnos conocerte a través de Él. Te pedimos que esta Gracia infinita no caiga en vacío, que nos transforme y nos lleve a Tí…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

(8) vistas