Texto del evangelio Lc 11,37-41 – por dentro están llenos de rapiña y maldad
37. Mientras hablaba, un fariseo le rogó que fuera a comer con él; entrando, pues, se puso a la mesa.
38. Pero el fariseo se quedó admirado viendo que había omitido las abluciones antes de comer.
39. Pero el Señor le dijo: «¡Bien! Ustedes, los fariseos, purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad.
40. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior?
41. Den más bien en limosna lo que tienen, y así todas las cosas serán puras para ustedes.
Reflexión: Lc 11,37-41
Si algo le molesta al Señor es la hipocresía; no la tolera. Y es que si la mentira hace daño, cuanto más daño puede hacer el que engaña, el que finge por interés, para hacer creer a otros lo que no es, con fines mezquinos, perversos. Nada hace más daño que la mentira y no existen las famosas mentiras piadosas, porque todas enseñan a ocultar y tergiversar la realidad para lograr un objetivo egoísta. Tendríamos que erradicar de plano este tipo de referencias, este tipo de lenguaje, porque pretenden presentarnos como tolerables e inocuas costumbres que finalmente van minando la moral por su constante repetición, hasta que llega un momento en que quien las practica empieza a vivir en una farsa. Todas las mentiras y las faltas a la ética y la moral empezaron con pequeñas omisiones o excepciones, que poco a poco se fueron convirtiendo en la norma, hasta no reconocerlas como faltas. Eso es lo que ocurre en todo orden de cosas, hasta que quien se ejercita en esta práctica termina haciéndose inmune e inconsciente de su falta. Es como una vacuna o una dosis venenosa, que finalmente nos degrada al extremo de no darnos cuenta ya cuando nos estamos revolcando en la podredumbre y la miseria. Basta ver a un hombre o una mujer demente en la indigencia, olvidada por sus familiares y amigos, para darnos cuenta a qué nos referimos. Un domingo –en plena Liturgia de la Palabra- entró un pobrecito de estos miserables en el templo, en harapos pestilentes, se recostó en una de las primeras bancas y empezó a hurgarse sus partes íntimas como quien estuviera en una playa solitaria. Entre varios tuvimos que sacarlo como a un animalito. ¿Cuándo y cómo fue que empezó, hasta llegar a tener esa mirada perdida y ajena, ignorando por completo al mundo, tal como este también lo ignora? Ese mismo efecto tiene la mentira y el mal en nuestra alma. Ustedes, los fariseos, purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad.
Quienes hemos tenido la Gracia de nacer y crecer en una familia, con padre, madre y hermanos, en la que el amor primaba y era menester aprender a compartir y a ser tolerantes para alcanzar la armonía, recordamos muchas “primeras veces”, algunas con agrado y otras con vergüenza. ¿Por qué nos marcan de tal manera estas primeras veces, sobre todo cuando hicimos algo que atentaba contra lo que nos habían enseñado nuestros padres o cualquiera de los miembros de nuestra familia? No tenemos la menor duda que es porque desde que somos engendrados llevamos en nuestra alma y nuestro corazón la impronta de Dios, que es este brillo propio e inocente, que se resiste a cualquier tipo de corrupción o mancha. Es esto lo que hace tan valioso a los niños a los ojos del Señor, al punto de decir que el Reino de los cielos es de quienes son como ellos. Ojalá pudiéramos conservarnos así siempre, sin embargo el mundo se encarga de cambiarnos, de adecuarnos a la convivencia adulta, en la que no tiene cabida la verdad, ni la sinceridad, porque lo único que de veras importa es cuan bien adaptados estamos al sistema, en función de la utilidad o rentabilidad que somos capaces de obtener. En el fondo y por más que se aparente otra cosa, todo se mide en función de la cantidad de dinero que podemos generar y acumular. Esta realidad es tan grosera y cruda que es preciso disfrazarla para presentarla de modo tolerable al común de los mortales, mostrando que -en apariencia-, seguimos viviendo y apreciando los valores de la infancia, donde son constantes el amor, la verdad y la pureza. Ustedes, los fariseos, purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad.
Por eso el Señor usa los apelativos de lobos y ovejas para describirnos con más propiedad, en función de las características propias de estos animalitos tan conocidos por nosotros y sobre todo en el mundo pastoril al que se dirigió. Las ovejas, como los niños, son frágiles, inocentes, confiadas. La oveja confía en su pastor, porque él la defiende de los predadores y las inclemencias del clima, llevándola a fuentes de agua cristalina y a pasturas. El lobo, en cambio, es rapaz; camina sigilosamente buscando sorprender a la oveja, para devorarla al menor descuido. Este es el comportamiento que enseña el demonio al hombre, abriéndose paso a través de las pequeñas fechorías, mentiras y faltas a la comunidad, hasta llegar a convertirnos en verdaderos lobos del hombre. Vamos buscando engañar, atrapar y despojar al más débil, al más inocente, al más confiado, porque hemos hecho del acumular riquezas y la prosperidad personal nuestro mayor objetivo, a cualquier precio, relegando el amor, la solidaridad y la verdad, a palabras huecas y sin sentido. Valiéndonos de ellas para lograr nuestros fines mezquinos y egoístas. Siendo lobos, hemos aprendido a disfrazarnos de ovejas, conduciendo a madrigueras, celadas y trampas a cuantos nos siguen confiadamente. Hemos perdido todo escrúpulo y nos hemos vuelto expertos en el arte del engaño y la simulación, al extremo que ya ni sabemos cuándo decimos la verdad, porque hemos aprendido a creernos nuestras propias mentiras. Así de tontos somos. Ustedes, los fariseos, purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y maldad.
Oremos:
Padre Santo, líbranos de la mentira sistemática, no permitas que caigamos en este hábito y mucho menos en la idiotez de engañarnos a nosotros mismos. Danos coraje para afrontar la verdad por más dolorosa que esta sea…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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