Lucas 1,39-45 – Feliz la que ha creído

Texto del evangelio Lc 1,39-45 – Feliz la que ha creído

39. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
40. entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
42. y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43. y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44. Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

Reflexión: Lc 1,39-45

La Iglesia nos pone dos días seguidos frente a los mismos versículos, para que profundicemos en su meditación. Con mucho agrado nos esforzaremos por abordar estos versículos desde otro punto de vista, no por ello menos importante. Y es que la Palabra de Dios tiene esta particularidad única: siempre es posible obtener más y más de ella, como una fuente inagotable siempre fresca y refrescante para quien se aproxima a ella con fe. Precisamente es la fe la que llama ahora nuestra atención. Tal como exclama Isabel, es la fe la que nos trae la felicidad. Sin embargo, qué difícil nos resulta entender a la fe como portadora de felicidad. Por el contrario, nos sentimos tentados a renunciar a ella, porque la percibimos demasiado exigente, demasiado ófrica y avasalladora. La fe nos parece contraria a la felicidad, pues nos lleva a pensar en exigencias sin medida, que solo nos traerán frustración, en una vida gris, llena de temores, vergüenza y oscuridad. De este modo, la fe parece enemiga de la alegría y de la juventud, tanto es así que la pensamos propia de viejos y anticuados, que no tienen por qué vivir, que creen que todo es malo. Como un gran amigo decía en son de broma, todo lo que nos gusta o engorda, o es malo para la salud o es pecado. Más allá de la broma, hay que reconocerle méritos al demonio, al haber tergiversado de tal modo las cosas, engañándonos de tal manera que estamos casi dispuestos a creer que lo que nos propone Dios no es vida y que esta solo la encontramos lejos de Él. ¿Habrase visto tal pretensión? ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Sin embargo el testimonio, la exclamación de Isabel confiesa otra cosa, que nos cuesta creer. Muchos de nosotros también estamos dispuestos a exclamar con Isabel tal verdad, pero en la privacidad de un templo, mimetizados con nuestros hermanos y a media voz. Y es que hemos separado la vida de oración, la vida de piedad, de nuestra vida cotidiana. Lo que se dice en el templo o en las reuniones de la parroquia o del movimiento del Iglesia al que asistimos con alguna frecuencia, no es lo que estamos dispuestos a decir a todo el mundo en nuestro trabajo, entre nuestros amigos, en el club o en la reunión del gremio. Volvemos a repetir que tal vez el mayor logro del demonio sea precisamente el haber dividido nuestras vidas en por lo menos dos aspectos distintos y excluyentes: la vida cotidiana, que tiene muy poco o nada que ver con nuestra vida de fe, y la vida de oración y recogimiento, que es muy privada y personal, a la que dedicamos tan solo algunas horas a la semana o al mes. Se trata de dos realidades completamente distintas y excluyentes. Nos hemos adaptado de tal modo al mundo que difícilmente lo que hacemos delata nuestra fe, pues por el contrario, al vivir ambas realidades como compartimentos estancos, no dejamos que ninguna de las dos afecte a la otra. Solo así se explica que nos definamos cristianos, católicos, y sostengamos una postura indiferente frente al aborto, cuando no abiertamente a favor, como está de moda. O que convivamos y ni nos preocupemos en hacer bautizar a nuestros hijos. O que ocupando un puesto público de primer nivel, mintamos descaradamente y frecuentemos los sacramentos como lo más natural. Nuestra fe se ha tornado en algo tan privado y especial, que ya no nos diferencia y resulta en realidad inocua. ¿Cómo podremos entender la exclamación de Isabel? ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

La fe ha de ser la razón de nuestras existencias. Solo entonces podremos entender en qué consiste la verdadera felicidad y veremos como ésta nos hace libres, en vez de esclavos. La fe nos permite escoger el verdadero y único camino, y entonces, ya en él, nos deslizamos como un velero que ha encontrado viento a favor, como pez en el agua, dejándose llevar por la corriente, como gaviota que surca el espacio en raudo vuelo, aprovechando las corrientes, con una facilidad pasmosa. Esto es lo que la fe debe producir en nosotros: una gran alegría; una felicidad sin límites, al constatar que todo aquello que parecía levantarse como obstáculo, de pronto se desvanece y nos impulsa siempre más alto, hasta alcanzar al Señor. ¿Cómo no alegrarnos si vamos sintiendo que cada paso, cada suceso, cada segundo nos acerca más a la luz esplendorosa y la alegría de la vida eterna. La fe, como María e Isabel la viven ejemplarmente, debe llevarnos a reorientar nuestras vidas, prescindiendo de todo cuanto nos parece imprescindible y fijando nuestra vista en una sola cosa: alcanzar las promesas de nuestros Señor Jesucristo, las cuales estarán más cerca, cuanto más tiempo hayamos vivido, si consagramos nuestras vidas a Dios y al amor. No nos dejemos tentar ni engañar, que todo en este mundo es pasajero, menos el amor. El que ama estará guardando tesoros en el cielo, donde no entra la polilla ni el ladrón. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Oremos:

Padre Santo, danos fe, para hacer Tu Voluntad, confiando plenamente en que ella nos traerá la felicidad para la cual fuimos creados…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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