Texto del evangelio Lc 8,1-3 – anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios
1. Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce,
2. y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios,
3. Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Reflexión: Lc 8,1-3
¿Qué podemos aprender de este pasaje? En primer lugar detengámonos a observar que el Señor atraviesa todos los pueblos a su alcance acompañado de todos sus fieles discípulos y gente –hombres y mujeres-, que lo habían dejado todo por seguirle, gente a la que había curado y por lo tanto estaban seguros de quién era Jesús. Todos ellos iban dispuestos a dar testimonio con sus propias vidas de aquello que habían vivido. ¡Cómo dejarlo después de haber presenciado estos milagros, más aún si ellos o ellas mismas fueron quienes recibieron estas Gracias de Dios! El andar es decidido, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de aldea en aldea. Todos deben escuchar esta Buena Nueva. No hay tiempo que esperar. Son un pueblo en marcha. No solo hay hombres, sino también mujeres y aunque no se los mencione, seguramente también habían algunos niños. Se trata del Pueblo Peregrino de Dios, en el sentido literal, pues habían dejado todo y tal como se menciona en el pasaje, las mujeres servían con sus bienes, es decir que los llevaban con ellas y los ponían en común, para cubrir las necesidades. ¿De qué otro modo podían solventar su travesía que tenía la intención de recorrer todos los pueblos vecinos, mientras les fuera posible y se lo permitieran? En aquel tiempo no habían tarjetas de crédito, ni cheques, así que llevaban lo que tenían a cuestas. Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres
Jesús sabía que el tiempo era corto, así que no se podían quedar en ningún sitio por mucho tiempo. Ya podemos figurar el revuelo que causaba la llegada de este grupo a algunas aldeas. Nadie podía mantenerse al margen de aquel acontecimiento. Imaginamos los rumores, murmullos y habladurías que se desataban a su paso. Criticando a unos o a otros y también, como no, hablando de los prodigios que se comentaba habían hecho este hombre que se auto proclamaba el Hijo de Dios, el Mesías, el Cristo, el Salvador. Habían algunos casos realmente notables y sorprendentes que seguramente se contaban en los corrillos. Todo el mundo quería verle o cuando menos tocarle, así que salían de sus casas y los pueblos se alborotaban. Más aún cuando se enteraban que tal o cual los había abandonado siguiendo a esta gente, a la que incluso ponían a su disposición su fortuna, sin importar cuanto fuera. Gente de todo tipo y condición social: ricos, pobres, jóvenes, viejos, hombres y mujeres. La Misión es urgente. Se trata de tomar una decisión y cambiar HOY. No es algo que pueda esperar a otro momento. Este sentido de la urgencia lo transmite Jesús con el desprendimiento con que actuaba e iba de pueblo en pueblo, sin detenerse. Así fue que los discípulos y todos los que le seguían comprendieron la urgencia de la Misión encomendada. Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres
Debemos resaltar de modo muy especial que fueran también mujeres las que lo seguían, algunas casadas y otras seguramente solteras, puesto que en aquellas épocas no era usual que alguien “reclutara” mujeres entre sus seguidores, dado que ocupaban un lugar poco considerado en aquella sociedad, más aun si eran solteras o viudas. Pero con Jesús todo es distinto y una señal precisamente es que hay mujeres siguiéndole, mujeres que han puesto todo lo que tienen al servicio de la misión convocada por Jesús. Es que el Señor cautiva a todos los que le ven y escuchan, especialmente los más humildes y aquellos que han caído en las garras del pecado. Porque el Señor tiene el poder de transformar nuestras vidas, de trocar la culpa y el remordimiento en paz, de cambiar el odio y el rencor por amor, la capacidad de liberar los espíritus y contagiar a cuantos le aman, aceptando con euforia el sabernos amados por Dios, que además es nuestro Padre. Esta es la Buena Nueva del Reino de Dios. Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres
Oremos:
Padre Santo, que como aquellos hombres y mujeres que seguían a Jesús comprendieron la urgencia de esta Misión, dejándolo todo o poniendo cuanto tenían al servicio de la Misión, nosotros también nos unamos a ella con alegría y entrega total, comprendiendo que no hay ni habrá nada más importante que alcanzar el Reino de Dios…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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