Marcos 10,13-16 – Dejen que los niños vengan a mí
Texto del evangelio Mc 10,13-16 – Dejen que los niños vengan a mí
13. Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían.
14. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
15. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
16. Jesús tomaba a los niños en brazos e, imponiéndoles las manos, los bendecía.
Reflexión: Mc 10,13-16
Ser como niños. Quien por desgracia no puede estar cerca de niños, poco a poco va perdiendo la paciencia y va quedando privado de la capacidad de ver este mundo como ellos lo ven, que es la forma en que nosotros, los adultos debíamos verlo. Lo que decimos, inspirados por las Palabras de Jesucristo es de una trascendencia fundamental, que bien haríamos en meditar hoy, dado que es la Iglesia misma la que nos lo propone. Fijémonos si no serán demoledoras estas palabras para el mundo que hemos forjado, en el que nos hemos acostumbrado a vivir y por el que hacemos lo imposible por adaptar a nuestros pequeños. No creemos exagerar al interpretar que en realidad lo que hacemos con nuestros niños, con muy buena intención en la mayoría de los casos seguramente, es pervertirlos, perderlos, preparándolos a vivir, convivir y aceptar un mundo que debíamos rechazar y cambiar. Es decir que el proceso de educación que aceptamos y al cual tratamos todos de ajustarnos está MAL. Ellos vienen muy bien dotados y dispuestos al Bien y con todo lo necesario para alcanzar el fin para el cual fuimos creados, y los forzamos a entrar en un proceso que lo hará casi imposible, que los lastrará y les lavará el cerebro hasta hacerlos enemigos de todo aquello cuanto fue puesto por Dios y salta a la vista cuando uno los ve actuar y los escucha hablar. ¡Nos damos cuenta de la trascendencia de lo que el Señor nos está revelando! Pues creemos que no. Tergiversamos estas palabras y tratamos de circunscribirlas a un ámbito mezquino, chato, reducido, de tal modo que no sean determinantes o detonantes para el cambio que el Señor nos pide. Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
No podemos menospreciar ni subestimar la gran Verdad que el Señor nos revela tras esta escena y en sus Palabras. No se trata de ser tolerantes, sino de cambiar nuestras apreciaciones, nuestro estilo de vida, nuestros valores y nuestro mundo, procurado adaptarlo a lo que ELLOS NOS ENSEÑAN. El modelo lo tenemos permanentemente en ellos. Dios ha querido que sea así. ¡Fijémonos si el Plan de Dios no es perfecto! Los hijos han de nacer del amor de los padres, pero ellos mismos vienen a potenciar este amor, portando con ellos la impronta puesta por Dios en sus corazones. Basta con oírlos y aprender de ellos. Somos nosotros los que debemos aprender de ellos lo que es realmente importante y trascendente. Ellos nos recuerdan nuestros deberes y la verdad de la que también fuimos portadores cuando fuimos como ellos, antes de ser contaminados por este mundo. ¿Qué debemos hacer para volver al mundo que ellos ven, que ellos proclaman con sus gestos, sus palabras y sus obras? ¡Esa debía ser nuestra mayor inquietud! En cambio, no, tratamos inmediatamente de coactarlos para que se adapten y hagan lo que nosotros, cuanto antes mejor. Y les ponemos nota y premiamos a los que más rápidamente empiezan a responder, despojándolos de aquella inocencia, sinceridad y bondad, o a aquellos que la pueden hacer de lado, ocultándola lo antes posible, para adaptarse al modelo que hemos construido y que damos por sentado que es el correcto, porque es el único capaz de garantizar el éxito en este mundo, tal como lo conciben las mayorías o los que ostenta el poder, de quienes hemos recibido tal instrucción. Como nosotros antes, nuestros niños también serán privados de aquél conocimiento innato, de aquella luz de la que fueron portadores -que el Señor ve brillar en ellos-, para adaptarse a las tinieblas. Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
En otras palabras, lo que el Señor nos revela es que Su Palabra, el Evangelio, la Luz también la podemos encontrar en los niños. Que haríamos mucho bien en fijarnos en ellos, en observarlos y aprender su modelo, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Más claro no puede ser. Somos nosotros los que tenemos que comprender y aprender lo que el Señor nos Revela. El Señor habla siempre con la Verdad. Sus Palabras son Vida Eterna. Por lo tanto, a partir de esta lectura debíamos mirar con otros ojos a los niños, escudriñando en sus miradas, en sus gestos y en sus palabras aquella luz que ve el Señor, para adaptarla a nuestras vidas en la medida que nos sea posible, porque en ello radica nuestra salvación. Es de ellos que tenemos que aprender y no a la inversa. Este es, por supuesto, un gran misterio en el que debemos reflexionar para adaptarlo a nuestras vidas. Ellos han de ser nuestros maestros. El reto es cómo hacerlo, pero si queremos seguir al Señor, necesariamente tendremos que pasar por responderlo. Para quienes creemos en Jesucristo, queda claro que es de allí que el demonio se haya fijado en ellos y los haya convertido en sus mayores víctimas en la actualidad, ya sea induciéndonos a matarlos en el vientre materno o pervirtiéndolos y abusando de ellos, precisamente aprovechando de su inocencia y su debilidad. Tal vez ahora si podamos aproximarnos a valorar adecuadamente el gravísimo pecado que cometemos contra Dios cada vez que maltratamos o abusamos de un niño y cuanto podemos agradar a Dios cuando les tratamos como se debe. Hagamos de este nuestro mejor propósito Hoy. Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Oremos:
Padre Santo, no permitas que jamás maltratemos a un niño; que por el contrario los tratemos siempre con amor, respetando siempre su dignidad y agradeciendo la Bendición de tenerlos…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
Dejad que los niños se acerquen a Mí
Dejad que los Niños vengan a mi… (Padre Nuestro)
Deberes de los padres con los hijos.Sermones escogidos del Santo Cura de Ars
Estos sermones del Santo Cura de Ars son famosos, pero para entenderlos debemos situarnos en su época, a fines del siglo XVIII, en que cada una de sus homilías constituía una verdadera catequización para gente humilde, que muchas veces eran analfabetas y no tenía ni un solo libro y mucho menos la Biblia. Hay aspectos que tienen que ver con las costumbres y el grado de desarrollo de aquellos tiempos… Tratemos de quedarnos con el fondo.
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