Texto del evangelio Mc 6,1-6 – quedaba maravillada
1. Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
2. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
3. ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
4. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.»
5. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.
6. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
Reflexión: Mc 6,1-6
Jesús, haciendo gala de su sabiduría, nos confronta con nuestra propia naturaleza. Qué dispuestos estamos a oír a quienes no conocemos y en cambio nos impacientamos y no toleramos que venga a enseñarnos alguien que conocemos. Nos resistimos a brindar oídos y crédito a un coterráneo cuyos origen, padres y familiares identificamos, más cuanto más encumbrados estamos. ¿Quién es este para enseñarnos lo que sea? Así, ni si quiera le escuchamos, aunque finjamos prestar mucha atención. Llegamos a una edad en la que creemos que todo lo sabemos, en que creemos que tenemos respuestas para todo y poco o nada nos asombra, mucho menos el discurso de un “don nadie” que no ha tenido el éxito que nosotros en la vida y que todo el mundo sabe que es un pobre pelagatos. ¿De dónde le va a venir de un momento a otro la sabiduría? Estos son algunos de los prejuicios con los que lamentablemente choca la Palabra de Dios y la Evangelización. Así, ha de ser muy humilde un religioso o religiosa para bajarse del pedestal en el que él mismo se pone en complicidad con la feligresía de su templo, para escuchar las críticas o recomendaciones de un laico, mucho menos aún si es alguien que conoce desde niño porque es miembro de la parroquia. ¿Qué puede enseñarle? ¿En qué puede instruirlo? De este modo tenemos instaladas en muchas parroquias una relación vertical, en la que el párroco dispone qué y cómo se hace, sin atender a nadie más y los demás acatan. ¿No será esa una de las causas –imperceptibles para los párrocos-, por las que cada vez hay menor asistencia y participación en los templos? Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
Decimos que somos cristianos y que estamos llenos de esperanzas, sin embargo no somos capaces de acabar con nuestros prejuicios y renovarnos. No somos capaces de arriesgarnos y creer en los demás, dándoles la oportunidad de manifestarse, organizarse y actuar. Sí, es verdad, alguien tiene que velar por no caer en desviaciones que terminen por echar al trasto con nuestra doctrina, pero también es cierto que debemos ejercitar la fe y confiar mucho más en Dios, que se manifiesta a través de todos nosotros y no solamente a través de la palabra autorizada de “sus eminencias”. ¿Pero, cómo vamos a escuchar a los feligreses que asisten a Misa todos los domingos, si los recibimos y despachamos con las mismas, si no sabemos ni quiénes son, ni qué les duele, ni qué les aqueja, ni qué piensan u opinan? Alguien dirá, tal vez, que siempre ha sido así, pero no lo creo. Y aunque así fuera, esa no es excusa para seguir haciendo siempre lo mismo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que un sacerdote tenga que celebrar solo y para sí la Misa, en un inmenso templo destinado para decenas de fieles? No se trata de cambiar la doctrina, pero si algunos ritos o la forma en que se desarrollan. Por ejemplo, en mi parroquia, el celebrante ya es un hombre mayor y parece cansado, así que ha optado –como muchos colegas suyos en otras parroquias-, por eliminar de plano la homilía los días de semana, lo que resulta en una muy “cómoda” y expeditiva Misa. Para quienes, como el suscrito, asistimos todos los días, no nos queda nada más que acatar esta medida unilateral e inconsulta del párroco, a quien no nos atrevemos a pedirle que gaste un poco de su sapiencia y tiempo en nosotros. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
Sin embargo, es usual que los domingos, los párrocos se lance una catilinaria que pocos entienden, larga, aburrida, que constituye su percepción del mundo y de la realidad, que lamentablemente pocas veces coincide con la percepción del pueblo en general, por lo que su grandilocuencia se pierde en un discurso descarnado, dicho para asombrar, tal vez, pero no para mover a actuar cristianamente en el matrimonio, en el hogar, en el trabajo, en el centro de estudios, en la cátedra, en la política. El Papa ya advirtió de todo esto en su exhortación “la alegría del Evangelio”, pero parece que muchos religiosos no la han leído o como dijimos antes, siente tal vez que no hay nada nuevo que deban aprender o practicar. No están dispuestos a cambiar…Después de dos años de lanzado, en muchos sitios parece que todo siguiera igual. Los templos cada vez más vacíos y llenos de cabezas blancas. ¡Qué difícil nos resulta cambiar! Más, cuanto más viejos somos. Es bueno llegar a viejo, sabio; pero no sabelotodo e intransigente. Nuestra Iglesia necesita renovarse y para eso debemos empezar cambiando nosotros mismos. ¿Quién lo dice? Un humilde laico, de las bases, como dirían los políticos, pero que en realidad no hace nada más que repetir conceptos vertidos por el Papa en su exhortación y que son del dominio público. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
Cuando se publicó la exhortación, en mi antigua parroquia, el párroco de entonces, muy asequible y asertivo, a mi sola insinuación, convocó a un buen número de laicos a estudiar el documento y a relanzar la parroquia a la luz del mismo, pero cuando estábamos empezando a caminar, órdenes superiores lo retiraron de escena –argumentando motivos de salud- y sus sucesor, como suele suceder en política, hizo borrón y cuenta nueva, echando al olvido sin ningún interés ni reparo todo lo que se había avanzado, auto proclamándose Presidente del Consejo Parroquial, que hasta ese momento había estado a cargo de una señora laica. Es decir, no solo nos frenó, sino que nos retrocedió, volviéndonos a la inutilidad de una feligresía medianamente abultada en las ceremonias de grandes fiestas, pero nada más. Los proyectos y planes, se fueron al tacho, porque parece ser que es otro el interés de algunos párrocos, preocupados más por el cumplimiento con la jerarquía que por la promoción de la participación de los feligreses, aunque se llenen la boca con la palabra Evangelización. Somos sectarios. Nos cuesta ver virtudes y posibilidades en los demás; mucho más, cuando nos sentimos los “dueños de la pelota”, a quienes no va a venir gente del público a decirnos qué debemos hacer. Es sumamente difícil abandonar nuestros prejuicios y sin embargo eso es lo que tenemos que hacer, confiando en Dios y en nuestros hermanos. El amor y la esperanza han de manifestarse en hechos y no en palabras. Para eso se necesita amor y una gran dosis de humildad, además de entrega y desde luego, trabajo, trabajo comunitario. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
Oremos:
Padre Santo, danos humildad para estar dispuestos a oír siempre, aun a aquel que hemos etiquetado de algún modo, porque tal vez esté es sus manos el abrirnos los ojos, como pasó con San Pablo. Que prioricemos el amor, antes que rangos y formas. Finalmente, que nos entreguemos generosamente a la causa del Evangelio…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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