Texto del evangelio Mc 6,53-56 – cuantos la tocaron quedaban salvados
53. Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron.
54. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida,
55. recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba.
56. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
Reflexión: Mc 6,53-56
Confesamos que la parte final de este pasaje nos deja un poco desconcertados, sobre todo porque no hemos encontrado unanimidad en la traducción de la última palabra. Puede parecer una nimiedad, pero no lo es para nosotros, porque entendemos que decir “curados” o “sanados” no es lo mismo que “salvados”. Claro que como sugiere alguna página, si aplicamos nuestra lógica, aunque diga salvados, debemos entender sanados, pues cuando uno tiene una enfermedad grave o terminal y es curado, lo que decimos usualmente es que fuimos salvados de esta enfermedad. Concluyen que es en ese sentido que se usa la palabra salvados en este pasaje. Por lo tanto vamos a hacer nuestra reflexión pensando en esta acepción. Sin embargo, valga la ocasión para invitarlos a buscar en Internet para que descubran cómo mientras varias traducciones se refieren a “sanados o curados” la Biblia de Jerusalén, que es la que usamos dice “salvados”. Al respecto debemos recordar la discusión que tiene Jesús con los escribas y fariseos porque a un paralítico le dijo “tus pecados te son perdonados” y estos le reprocharon que dijera eso, porque solo Dios puede perdonar los pecados, a lo que Jesús respondió: ¿qué es más fácil decir “tus pecados te son perdonados” o levántate y anda? Obviamente “tus pecado te son perdonados”, porque yo mismo podría decirles esto a cualquiera de ustedes mis queridos lectores, pero que constancia tendrían que en realidad les estoy perdonando los pecados. Ninguna. Por eso el Señor, para que creyéramos en que Él tiene poder para perdonar los pecados y por lo tanto para Salvarnos, inmediatamente cura a este paralítico, con lo que queda claro que es Dios y como tal, tiene todos los poderes, para perdonar, curar y salvar. Es por eso que nos resulta tan importante saber si en este pasaje sana o salva. Aceptemos que lo que hace es curar o sanar. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
Es revelador de la naturaleza humana que solo somos capaces de romper la barrera de los prejuicios que nos separan unos de otros, cuando tenemos una necesidad apremiante. Tal vez será por eso que el Reino de los Cielos es de los que son como los pobres, porque no tienen nada, y en su pobreza solo pueden buscar atención y misericordia en el Señor, que siempre los escucha. En cambio, los acomodados, tenemos que hacer muchos cálculos antes de tomar la decisión de salir a buscar a Dios o una solución milagrosa para nuestros problemas, sean estos de salud o económicos. Antes están nuestras cuentas, el banco y nuestras propiedades. Pero los pobres, en aquel tiempo, como hoy, no tienen acceso a salud y si padecen una enfermedad grave o incurable, terminan por vivir marginados y olvidados, porque no tienen los medios para aspirar a curarlas. Pasa lo mismo con los ancianos. Una vez que ya estamos demasiado viejos muchas familias empiezan a plantearse con toda naturalidad a qué asilo o casa de reposo mandarnos, porque como dice el Papa, vivimos en una sociedad del descarte, donde a los viejos, como ya no sirven, se los descarta sin el menor escrúpulo. Conocemos muchísimos casos y lamentablemente van en aumento. Y así como poco a poco ha ido penetrando la cultura de muerte relacionada con el aborto, ahora hemos empezado a oír atónitos que las familias se empiezan a poner de acuerdo para darles “una muerte digna” a sus ancianos padres. Léase: eutanasia. ¡Qué descaro! Poco a poco, como el aborto y el desprecio por los no nacidos, va empezando a ganar terreno en nuestros corazones y conciencias que los viejos, como ya no pueden caminar, ni pueden hablar bien, ni pueden valerse por sí mismos, están mejor muertos que vivos, sobre todo cuando nadie está dispuesto a hacerse cargo de ellos, interrumpiendo la paz y comodidad de sus hogares, en los que nunca se plantearon tenerlos. Pensaron en los hijos –pocos, para que alcance para vivir “bien”-, pero nunca en los padres, que muy rápido se constituyen en un estorbo del que muy rápidamente estamos dispuestos a deshacernos, incluso por conveniencia económica. Total, disponemos de sus bienes y sus ingresos y los dejamos al cuidado de terceros, lo que no estamos dispuestos a hacer ni si quiera con las mascotas. Así de distorsionados están nuestros valores. Pasamos por alto que se trata de nuestros “seres queridos”, que aun en sus peores condiciones, tienen una inteligencia y sensibilidad que va más allá de cuanto podemos imaginar y que en medio de sus enfermedades propias de la longevidad, siguen siendo personas –imagen y semejanza de Dios-, y necesitan amor y paciencia, las mismas que nos tuvieron cuando fuimos bebes y luego niños… Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
Aprendamos de la generosidad y entrega de Jesús, que no escatima ni hace diferencias con nadie. Basta acudir con fe y tan solo tocarlo para quedar curado. Esto es lo que estamos llamados a ser en el mundo: agentes del Bien, siempre, consciente e inconscientemente. Sea así con todo lo que nos proponemos, manejamos y controlamos. Por donde vamos debemos procurar el Bien, amando a nuestros hermanos, siendo comprensivos y compasivos. Eso hace el Señor, por eso todos lo buscan. No haremos, tal vez, los mismos milagros que Jesús, porque tal vez no estén a nuestro alcance, pero una palabra justa, una caricia, una mirada de empatía, un gesto, pueden hacer una gran diferencia cuando uno está agobiado y afligido. Nosotros debemos ser ese puerto, ese remanso de esperanza, llevando no lo que somos, porque somos poca cosa, sino al Señor, que es a quien tenemos dentro, por quien somos y nos movemos, de tal modo que sea Él quien actúe, hable y apacigüe a través nuestro. Recordando que si tenemos fe haremos aun cosas mayores. El llevar la salud, la curación milagrosa o la solución a problemas muchas veces tan álgidos, no está en nosotros, no depende de nosotros, sino del Señor. A nosotros nos toca confiar plenamente, tener fe y entregarnos con amor y fe, el resto dejémoslo en Sus manos, que Él sabrá aliviar, curar, no solo a quienes vemos y tocamos, sino a cuantos nos ven y tocan. No somos nosotros, sino el poder de Dios que actúa a través nuestro. Eso con esa convicción que debemos salir cada día a enfrentar el mundo y sus necesidades, empezando con las de aquellos que tenemos más cerca, pero sin excluir a ninguno de cuantos nos rodean. En eso consiste ser luz en el mundo. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
Oremos:
Padre Santo, danos la Gracia de tomar conciencia que ha de ser el Espíritu Santo el que actúe en nosotros y guie nuestros pasos, conduciéndonos amorosamente con el mundo y nuestro prójimo. Que somos instrumentos de Tu amor…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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