Texto del evangelio Mt 9,18-26 – me salvaré
18. Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.»
19. Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos.
20. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto.
21. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.»
22. Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
23. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando,
24. decía: «¡Retirense! La muchacha no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él.
25. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó.
26. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.
Reflexión: Mt 9,18-26
Con distintas palabras, es el mismo suceso que en días pasados nos narraba Marcos, visto por los ojos de Mateo. Así lo primero a tener en cuenta es este detalle precisamente, que tenemos cuatro narraciones realizadas por 4 evangelistas, que por lo tanto son distintas en algunos aspectos, más no en lo fundamental, a saber, dar testimonio del nacimiento, vida, muerte y resurrección del Señor Jesucristo, nuestro Salvador, Hijo de Dios Padre, enviado para redimirnos del pecado, lo que en efecto hizo. Cuatro historias que con diversos matices nos hablan del mismo y único Dios. Cuatro historias escritas casi en simultáneo, sin duda inspiradas por el Espíritu Santo, para que nos sirvieran a las generaciones venideras como testimonio de aquel acontecimiento central, único en la historia de la humanidad. Nosotros dejamos a los especialistas y eruditos la distinción –que existe-, entre cada uno de los evangelios, bastándonos constatar que no existe contradicción y que los cuatro dan claro testimonio de Jesús, de los hechos más relevantes de los Su vida pública, transmitiendo fielmente la Revelación que nos trae Jesús, que desde hace 2mil años alumbra el Camino de la humanidad hacia el encuentro definitivo con Dios Padre en el Reino de los Cielos, dónde por Su Voluntad alcanzaremos la Vida Eterna. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
Todo lo que necesitamos para llegar a ser felices eternamente nos lo enseña la mujer de este pasaje que sale al encuentro de Jesús con toda decisión, confiando en el poder del Hijo de Dios. Tal vez podríamos alegar que para ella era más fácil creer porque mucha gente estaba hablando de Jesús y de cómo habían quedado curados gracias a Él, así que, teniéndolo ahí delante suyo, ¡cómo perder la oportunidad! Creo que es válido. Además, a ello hay que agregar que esta mujer vivía desde hace años con este mal y había recorrido a todos los especialistas de su época y entorno, sin que nadie pudiera hacer nada por ella. No tenía alternativa; se estaba jugando su última carta y tubo la bendición que Jesús pasara muy cerca de ella y no iba a perder esta oportunidad. Hay que reconocer que con mucha frecuencia acudimos a Dios cuando se nos cierran todas las puertas, cuando no hay nada más que hacer, cuando Él siempre está esperándonos con los brazos abiertos, porque su amor es eterno e infinita su misericordia. Pero no lo tenemos a nuestro alcance como lo tenía aquella mujer. ¿Qué podemos hacer? Pues exactamente lo mismo que ella: creer. Porque el Espíritu de Dios habita entre nosotros. Él se ha quedado a habitar entre nosotros de muchas maneras y está atento a nuestras súplicas, por lo que no debemos dudar en acudir a Él con la misma fe y confianza que esta mujer. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
Tengamos presente que Jesús mismo nos dice en varias oportunidades como aquí, que es nuestra fe la que nos salva. Esto tiene un significado muy poderoso, porque si bien es cierto es Dios el que nos salva, lo hace por nuestra fe, lo que quiere decir que en buena cuenta depende de nosotros. ¡Es tu fe la que te salva! Entonces ¿qué necesitamos? Tener fe. Esto es algo que ha de producirse en cada uno de nosotros, sin importar raza, sexo, edad, ocupación, etc. Ha de haber un cambio en nosotros que haga posible la fe, porque es por nuestra fe que somos salvos. ¿Qué es esto? Es una Gracia de Dios que hemos de pedirla incansablemente, sin tregua, con ocasión o sin ella. No dejemos de pedirla; no nos detengamos; no nos conformemos. ¡Danos fe Señor! Esa debe ser nuestra plegaria de cada día y cada momento, porque siempre la necesitamos, aun cuando aparentemente estamos pasando por una meseta en nuestras vidas, porque no sabemos en qué momento nos sorprende una situación exigente, que os confronta con nuestra falta de fe. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
Finalmente, también lo hemos dicho varias veces porque así nos lo hace ver el Señor, una fe sin obras es una fe muerta. Esto quiere decir que la fe debe evidenciarse en nuestras vidas, en lo que hacemos o dejamos de hacer, en las decisiones que tomamos. Por ejemplo, algunas pequeñas resoluciones como no volver a tomar una sola gota más de licor por el resto de nuestras vidas. Parece mucho, pero en realidad es una insignificancia, que la creí imposible, pero he logrado realizarla, tan solo como un ejercicio que me ayude a fortalecer mi fe. ¿Qué tiene que ver la fe con la ingesta moderada de alcohol? Es un pequeño y diminuto detalle, que sin embargo es significativo para alguien como yo que siempre disfruté enorrrrrmemente de tomarme un trago de cuando en vez, como una forma placentera de disfrutar la vida. Las comidas, las reuniones, las pláticas no eran tan buenas, si no estaban acompañadas de un buen trago. Ahora no bebo y es para mi una forma de solidarizarme con los que sufren y padecen por lo que sea. Mientras haya sufrimiento en la tierra parece un exceso y un pecado que haya quienes nos atrevamos a disfrutar indiferentes. No es masoquismo, sino una forma de ir elevando el espíritu, que en mi pobre discernimiento he sentido como exigencia. Sé que no basta. Hay muchísimas cosas que puedo y debo hacer; entre tanto, me consuelo con este pequeño detalle. Pido a Dios que me ayude a hacer mucho más y de modo más significativo por mis hermanos, pero soy muy cómodo y sobre todo desordenado. El tiempo no me alcanza para nada. Es algo con lo que tengo que empezar a luchar. Si priorizo adecuadamente sé que el tiempo me debe sobrar. Debo dejar de hacer algunas cosas que me apasionan, que me gustan, pero que solo me conducen a una dispersión improductiva, lo que no es justo ni para mis hermanos, ni para Dios. Tenemos que aprender a desprendernos. De allí nació posiblemente la exigencia de dejar el licor. Tendremos que aprender a dejar muchas otras cosas y exigirnos hacer otras, quizás no tan placenteras ni cómodas, pero necesarias. Es así como la fe se manifiesta en obras y como las obras fortalecen nuestra fe, hasta que llegue a ser tan sólida como la del magistrado o la de la mujer de esta historia. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento.
Oremos:
Padre Santo, aumenta y fortalece nuestra fe; que sea esta ejemplar; que demos testimonio de ella con nuestras propias vidas, con cada uno de las pequeñas acciones de nuestra vida cotidiana, para que todos sepan que creemos en Jesús y que lo amamos más que a nada en este mundo…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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