Texto del evangelio Mt 9,9-13 – no he venido a llamar a justos
9. Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó y le siguió.
10. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come su maestro con los publicanos y pecadores?»
12. Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal.
13. Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
Reflexión: Mt 9,9-13
Imposible dejar de preguntarnos si en verdad hemos entendido a Jesús. ¿Quiénes lo entienden? Tal vez los santos, pero después de ellos, la gran mayoría, por más que nos digamos cristianos, difícilmente llegamos a entenderlo. Nos atrevemos a decir que incluso la Iglesia como tal no llega a reflejar el pensamiento de Jesús. Claro, la Iglesia está conformada por hombres y mujeres que difícilmente podemos abstraernos de las ideologías y pensamientos dominantes de cada época. En general estamos más dispuesto a aceptar que Dios viene por los buenos y buenos son aquellos que todo el mundo reconoce como inocentes, justos, devotos, respetuosos e incluso amorosos. Gente sencilla, modesta y muchas veces pobre, que no escatima esfuerzo por participar en las actividades de la Iglesia y que llevan una intensa vida de piedad. Una monjita, un curita, o tal vez el señor o la señora aquella que siempre vemos en Misa, sin importar si es domingo o cualquier día de la semana. Siempre está rezando, es el primero que se ofrece a hacer las lecturas e incluso ayuda a dar la comunión, cantado y animando en voz alta cada vez que es necesario. Esta gente a la que muy difícilmente se puede imitar, han de ser los santos preferidos por Dios; eso es lo que en el fondo pensamos la mayoría de nosotros, aceptando que nunca seremos como ellos, porque a veces nos parecen exageradamente extraños. Como solemos decir por aquí: “bueno es culantro, pero no tanto”. Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
Pero el Señor nos dice una cosa muy distinta, que en general no llegamos a ver entre nosotros, incluso en la Iglesia. Es verdad que hay muchos casos en los que las apariencias engañan, porque el mismo nos pide que “nuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”, pero en general no llegamos a superar la barrera que Él señala, porque no llegamos a entender aquello de Misericordia quiero, que no sacrificio, que nos permite entender el ideal de Cristo, el ideal que tendríamos que practicar en nuestras vidas, que tiene que ver con una actitud primordial hacia nuestros hermanos, que debe llevarnos a compadecernos, a amarlos y a procurar entenderlos, comprendiendo sus errores, su falibilidad, antes que juzgarlos. No es nada fácil, porque es algo que va mucho más allá que la justicia terrenal, tal como la entendemos en nuestra sociedad. No se trata tan solo de que cada quien obtenga lo que merece, lo que es justo o lo que corresponde a su esfuerzo, según nuestras leyes, sino de estar dispuesto a desprendernos de algo en su favor, aun cuando ello pudiera ser nuestro derecho. Superar todo aquello que nos ata y ancla a la tierra, en favor de aquel para el cual parece imprescindible, es también una forma de amar y ser verdaderos cristianos. Es ir más allá de la exigencia normal, la que todos estamos dispuestos a cumplir. A esto se le llama misericordia y es lo que debemos estar dispuestos a dar, con el propósito que ninguno de nuestros hermanos se pierda, especialmente aquellos que parecen más alejados e incluso extraviados. ¡Qué difícil! Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
El Señor siempre está un paso más adelante, más allá de nuestra lógica mundana. Darle el premio de puntualidad al que con más frecuencia llega a tiempo, parece lo razonable y es a lo que siempre estamos dispuestos a comprender y realizar. ¿Cómo darle el premio al que nunca parece dispuesto a venir, a quien no mantiene la actitud adecuada y no duda en señalar nuestros defectos, llevándonos la contra y despotricando de cuanto decimos y creemos? Si cuanto profesamos es lo correcto y él se burla de nosotros y de lo que creemos, haciendo todo lo contrario, ¿Con qué ánimo insistir y encima estar dispuestos a comprender y perdonar, cuando se le han dado las mismas oportunidades que a todos y él las ha rechazado? Cómo insistir con aquél “genio del mal”, endemoniado, que los profesores solemos tener en clase. Llega un momento que el colegio lo expulsa, que la sociedad lo aísla, lo expectora, lo margina, lo apresa y condena. Muchos pasamos nuestra vida en la cuerda floja y aunque es fácil señalar las culpas de otros, si nos detenemos a pensar en nosotros mismos con sinceridad, seguramente encontraremos situaciones que pudieron ser calamitosas, un desastre total, pero tuvimos la providencia Divina a nuestro favor. ¿Por qué? ¿Lo merecíamos? Seguramente no, sin embargo, no nos costó ni la décima parte que a otros. Es algo que debemos agradecer y que al mismo tiempo nos debe llevar a comprender a los demás, a los que pasan por circunstancia y situaciones parecidas a las nuestras, pero sin nuestra misma fortuna. Por lo tanto, no nos envanezcamos, ni seamos soberbios, que no hay nada de qué enorgullecerse, sabemos muy bien que nuestro ángel de la guarda estuvo protegiéndonos, que sin él no lo hubiéramos logrado, tal vez para que nos convirtamos en los protectores de nuestros hermanos, de aquellos que no pudieron pasar la prueba. Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
Oremos:
Padre Santo, danos entrañas de misericordia; que vayamos más allá de las palabras y las poses, poniendo atención, paciencia, perseverancia y comprensión en aquellos que la tienen más difícil y caen en el pesimismo, la violencia, la envidia o el rencor…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
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